Capítulo 8
Evidencias internas – El Libro de Mormón, en estilo y lenguaje, es coherente con la teoría de su construcción.
I.—Sobre la Unidad y Diversidad de Estilo.
Como ya se ha expuesto en páginas anteriores, el Libro de Mormón, en lo que respecta a los documentos originales de los cuales fue traducido, se compone de dos clases de escritos:
- Registros nefitas originales, no abreviados;
- Compendios hechos por Mormón y Moroni de los registros nefitas y jareditas.
La traducción de los registros nefitas no abreviados comprende las primeras 157 páginas de las ediciones actuales del Libro de Mormón. El resto de las 623 páginas—excepto donde encontramos las palabras de Mormón y Moroni en forma directa, o aquí y allá citas textuales hechas por ellos de registros antiguos—corresponde al compendio que Mormón hizo de otros registros nefitas y al compendio que Moroni hizo de un registro jaredita. Es bastante evidente que habría una diferencia notable en la construcción de estas dos divisiones del libro. Ya se ha explicado con detalle en páginas anteriores cómo llegó a haber registros no abreviados y abreviados en la colección de planchas de Mormón, por lo que ahora solo es necesario decir que cuando José Smith perdió su traducción de la primera parte del compendio de Mormón de los registros nefitas—compuesta por las 116 páginas del manuscrito que confió a Martin Harris—la reemplazó traduciendo las planchas menores de Nefi, que constituyen las primeras 157 páginas del Libro de Mormón a las que ya se ha hecho referencia.
Ahora bien, si no hubiera diferencia de estilo entre esta parte del Libro de Mormón, traducida de las planchas menores de Nefi, y el compendio que Mormón hizo de las planchas mayores, ese hecho constituiría una evidencia muy fuerte contra las afirmaciones del Libro de Mormón. Por otro lado, si se encuentra el cambio de estilo necesario entre estas dos divisiones del libro, será una evidencia incidental importante a su favor. Esto se aceptará especialmente si se considera que ni José Smith ni sus asociados probablemente tenían conocimientos literarios suficientes como para apreciar la importancia de la diferencia de estilo exigida en las dos partes del registro.
Afortunadamente, la evidencia en este punto es todo lo que se puede desear. Los escritores cuyas obras fueron grabadas en las planchas menores de Nefi emplean un estilo muy directo y expresan lo que tienen que decir en primera persona, sin explicaciones ni interpolaciones de editores o comentaristas, ni evidencia alguna de compendio, aunque, por supuesto, ocasionalmente hacen citas de las escrituras hebreas que la colonia nefita trajo consigo desde Jerusalén. Los siguientes pasajes ilustran su estilo:
EL PRIMER LIBRO DE NEFI
CAPÍTULO I
- Yo, Nefi, habiendo nacido de buenos padres, por tanto, fui enseñado en toda la instrucción de mi padre; y habiendo visto muchas aflicciones en el transcurso de mis días—no obstante, habiendo sido altamente favorecido por el Señor todos mis días; sí, habiendo tenido un gran conocimiento de la bondad y los misterios de Dios, por tanto, hago un registro de mis hechos en mis días.
- Sí, hago un registro en el idioma de mi padre, el cual consiste en el conocimiento de los judíos y el idioma de los egipcios.
- Y sé que el registro que hago es verdadero; y lo hago con mi propia mano; y lo hago conforme a mi conocimiento. etc.
EL LIBRO DE JACOB
[El hermano de Nefi] – CAPÍTULO I
- Porque he aquí, aconteció que habían pasado cincuenta y cinco años desde que Lehi salió de Jerusalén; por tanto, Nefi me dio, a mí Jacob, un mandamiento respecto a las planchas menores, sobre las cuales estas cosas están grabadas.
- Y me dio, a mí Jacob, un mandamiento de que escribiera sobre estas planchas algunas de las cosas que yo considerara más preciosas; que no tocara, salvo ligeramente, la historia de este pueblo que se llama el pueblo de Nefi, etc.
EL LIBRO DE ENOS
CAPÍTULO I
- He aquí, aconteció que yo, Enós, conociendo a mi padre, que era un hombre justo, pues me enseñó en su idioma, y también en la crianza y amonestación del Señor. Y bendito sea el nombre de Dios por ello.
- Y os relataré la lucha que tuve ante Dios, antes de recibir la remisión de mis pecados:
- He aquí, fui a cazar bestias al bosque; y las palabras que con frecuencia había oído a mi padre hablar respecto a la vida eterna y el gozo de los santos penetraron profundamente en mi corazón, etc.
Y así continúa con cada uno de los nueve escritores en esta división del Libro de Mormón. Pero obsérvese ahora cuán marcada es la diferencia cuando llegamos al compendio de Mormón del registro nefita, que comienza con el libro de Mosíah:
EL LIBRO DE MOSÍAH
CAPÍTULO I
- Y ahora no había más contención en toda la tierra de Zarahemla, entre toda la gente que pertenecía al rey Benjamín, de modo que el rey Benjamín tuvo paz continua por el resto de sus días.
- Y aconteció que tuvo tres hijos; y les puso por nombres Mosíah, Helorom y Helamán. E hizo que fueran instruidos en todo el idioma de sus padres, para que así llegaran a ser hombres de entendimiento; y para que conocieran las profecías que habían sido habladas por boca de sus padres, las cuales les fueron dadas por la mano del Señor.
De igual manera, en el compendio del libro de Alma:
EL LIBRO DE ALMA
CAPÍTULO I
- Y ahora aconteció que en el primer año del reinado de los jueces sobre el pueblo de Nefi, desde ese momento en adelante, habiendo ido el rey Mosíah por el camino de toda la tierra, habiendo peleado la buena batalla, andando rectamente ante Dios, sin dejar a nadie para reinar en su lugar; no obstante, estableció leyes, y estas fueron reconocidas por el pueblo; por tanto, estaban obligados a obedecer las leyes que él había establecido.
- Y aconteció que en el primer año del reinado de Alma en el tribunal de juicio, fue llevado ante él un hombre para ser juzgado; un hombre de gran tamaño y muy conocido por su mucha fuerza, etc.
Y así continúa este estilo a lo largo del compendio, como se señaló en el capítulo IX de esta obra. Si el estilo que se sigue en el compendio se hubiese introducido en la traducción de la parte no abreviada del registro, el lector puede ver fácilmente cuán fuerte habría sido la objeción que esto habría constituido contra las afirmaciones del Libro de Mormón.
En cuanto al estilo en otros aspectos, hay una notable uniformidad en la traducción. Ya he señalado el hecho de que el estilo de la traducción del Libro de Mormón está influido, por supuesto, por el traductor; las declaraciones e ideas de los escritores nefitas se presentan en el inglés (y estilo literario) que José Smith, con su limitado conocimiento del idioma, podía manejar; él, a su vez, siendo influenciado en sus expresiones por los hechos e ideas que le fueron manifestados desde el registro nefita por medio del Urim y Tumim, y por la inspiración de Dios bajo la cual trabajó.
Es inútil afirmar una diversidad de estilo donde no existe, y que no existe en el Libro de Mormón salvo en cuanto a la distinción entre los nombres propios jareditas y nefitas (lo cual se abordará más adelante), y la diferencia entre los registros abreviados y los no abreviados—en la medida que se ha señalado—sería fácil, aunque innecesario, demostrarlo, puesto que cualquiera puede comprobarlo con una simple inspección del Libro de Mormón.
Se insiste demasiado en la exigencia de diversidad de estilo en las diversas partes de la traducción del Libro de Mormón. A veces se representa, incluso por creyentes en el Libro de Mormón, que el volumen contiene los escritos compilados de una larga línea de escribas inspirados que se extiende por mil años, escritos no solo en diferentes épocas sino bajo condiciones variables, y que la unidad de estilo bajo tales circunstancias no debe esperarse, y que si ocurriera sería fatal para las afirmaciones hechas respecto al Libro de Mormón.
Ahora bien, en realidad hay una gran unidad de estilo en la traducción del Libro de Mormón, lo cual puede verificar cualquiera que lo lea; y sostengo que es apropiado que así sea, porque una unidad general de estilo no es incompatible con la teoría de la construcción y traducción de la obra. En primer lugar, esta larga línea de escritores inspirados que debería proporcionarnos diversidad de estilo en sus escritos se reduce realmente a muy poco cuando se consideran los hechos del caso.
Ya hemos visto, en el capítulo IX, que en total solo hay once escritores en el Libro de Mormón. La obra de nueve de ellos abarca únicamente 400 años de historia nefita—desde el tiempo en que la colonia de Lehi salió de Jerusalén hasta el momento en que los nefitas, bajo Mosíah I, se unieron al pueblo de Mulek, alrededor del año 200 a. C. Luego no tenemos obras de ningún escritor nefita hasta llegar a Mormón, quien hace su compendio de los registros nefitas en los últimos años del siglo IV d. C. Por tanto, 600 años de los 1.000 a través de los cuales se supone que se extiende la larga línea de escritores nefitas se eliminan completamente del rango temporal.
Digo que no tenemos escritos nefitas entre las obras del primer grupo de nueve escritores nefitas (600–200 a. C.) y los escritos de Mormón (400 d. C.). Debo decir, no tenemos tales escritos salvo donde aquí y allá Mormón, en su compendio, hace una cita directa de algún escritor intermedio entre esos dos períodos. Sin embargo, tales citas no son numerosas ni extensas, y en muchos casos se deja a uno con la duda de si las supuestas citas son textuales o simplemente el resumen del documento original dado por Mormón.
Lo que ha llevado a la confusión en estos asuntos es que los libros de “Mosíah”, “Alma”, “Helamán”, “3 Nefi”, etc., no son realmente los libros de estos hombres cuyos nombres respectivamente llevan, sino que son el compendio de Mormón de esos libros, al cual ha dado el nombre del libro que compendió.
Además, de estos once escritores, ya hemos mostrado (capítulo IX) que el primer grupo de nueve autores aportó solo 157 páginas del libro. De estas, Nefi escribe 127 páginas; y su hermano Jacob, 21; haciendo un total de 149 de las 157; quedando solo 8 páginas para los otros siete escritores; y como Enós, quien sigue a Jacob, escribe varias páginas de las 8 restantes, queda solo un total de 5 páginas para los seis escritores restantes.
Debe tenerse presente también que los nueve autores escribieron durante los primeros 400 años de los tiempos nefitas; que Jacob y Nefi vivieron juntos gran parte de sus vidas, es decir, en el mismo período de tiempo, bajo condiciones similares, con la misma pequeña colonia de personas. Por lo tanto, no había mucho que diera diversidad de estilo a sus escritos, y los pocos párrafos dejados por los otros siete autores restantes no pueden ser suficientes para desarrollar una gran diversidad de estilo en la composición.
De modo que la diversidad de estilo que se exige, en lo que respecta a este grupo de nueve escritores, no es tan urgente como a menudo se pretende.
Ahora bien, al considerar a los escritores del Libro de Mormón que aparecen seiscientos años después—Mormón y Moroni—vemos que son contemporáneos, padre e hijo. Vivieron en la misma época. Uno hizo un compendio de la historia de los nefitas, el otro de una breve historia de los jareditas. De modo que su obra es similar en carácter, fue realizada en la misma época, y por lo tanto, no debe esperarse una gran diversidad de estilo.
Otro factor en la cuestión del estilo es que, dentro del “rango temporal” de mil años en el cual se asume que fue compuesto el Libro de Mormón, no hubo muchos cambios en las costumbres o hábitos del pueblo, ni condiciones muy variables. Debe recordarse que las colonias que llegaron a América en el siglo VI a. C. estaban compuestas por hombres y mujeres civilizados. Trajeron consigo un conocimiento de la civilización en medio de la cual habían vivido. También llevaban cierta literatura hebrea, aunque escrita en caracteres egipcios; además, ideas hebreas sobre gobierno y leyes, las cuales se propagaron entre el pueblo a medida que aumentaban en número y se constituían en nación.
Ese rango temporal de mil años fue una época en la historia del mundo en la que no se produjeron revoluciones significativas en las costumbres, los hábitos, ni en el progreso de la civilización, como sí ha ocurrido en nuestra propia era. En el mundo occidental, al igual que en el oriental, durante el período en cuestión, los asuntos humanos en cuanto al desarrollo de la civilización eran casi estacionarios. Los mismos métodos e instrumentos de guerra usados al final del período eran los mismos que al inicio. Lo mismo ocurrió en la agricultura, el comercio, y en las ciencias y las artes. No ocurrieron tantos cambios en esos mil años como los que han ocurrido en los últimos cien. Por tanto, en lo que respecta a los cambios de condiciones que podrían afectar el estilo de la composición durante esos mil años, no existe una razón que exija una gran diversidad de estilo.
Otro punto que debe considerarse es la mala interpretación del carácter del Libro de Mormón. Con frecuencia se ha alegado, por parte de escritores críticos, que el Libro de Mormón pretende ser la literatura nacional o racial de los pueblos del hemisferio occidental, y que a la luz de tales pretensiones resulta completamente despreciable. Sin embargo, tal concepción del Libro de Mormón es totalmente injustificada, ya que quienes están bien familiarizados con su naturaleza no hacen tales afirmaciones. Nadie que conozca el libro podría, ni por un momento, sostener que representa la literatura nacional ni del imperio jaredita ni de la monarquía o república nefita, más de lo que podría considerarse que una sola obra de Josefo sobre las “Antigüedades de los Judíos” representa la literatura nacional del pueblo hebreo, o que la Historia condensada de Inglaterra del Dr. William Smith (de menos de 400 páginas) sea la literatura nacional del Imperio Británico.
El Libro de Mormón fue construido de la siguiente manera:
Supongamos que un escritor tiene ante sí la literatura nacional del antiguo Imperio Romano: las obras de Livio, Salustio, Virgilio, César, Terencio, Cicerón, y otros. El relato de los principales acontecimientos mencionados en estos diversos volúmenes lo condensa en su propio estilo en un solo volumen. Pero al llegar a los anales de Tácito, se siente tan satisfecho con algunas secciones que, a pesar de que los eventos narrados por Tácito se superponen con los de su propio compendio histórico, decide incluirlas, sin editarlas ni cambiarlas, dentro de su propia obra.
Esta obra, al morir el primer escritor, cae en manos de su hijo, quien también es escritor. En el curso de sus investigaciones, accidental o providencialmente, como se quiera ver, descubre los trabajos del historiador griego Jenofonte. Considera que la historia de Grecia escrita por Jenofonte es de gran importancia—especialmente su relato de la “Retirada de los Diez Mil”—por lo que condensa en unas pocas páginas los eventos narrados por Jenofonte y los incluye junto con la obra de su padre, añadiendo algunos comentarios propios que considera necesarios.
Así como el compendio que hace el primer escritor de algunos libros romanos no constituye la literatura nacional de Roma, del mismo modo, el compendio de los escritos de Jenofonte no sería la literatura nacional de Grecia; y dado que este caso hipotético ilustra exactamente cómo fue construido el Libro de Mormón por Mormón y Moroni, queda en evidencia lo absurdo que es considerar que el libro producido de esta manera sea la literatura nacional o racial de los pueblos que habitaron el mundo occidental.
II.—Características de un Compendio
Además de los cambios del uso de la primera a la tercera persona, ya señalados entre el primer grupo de autores nefitas (cuyos escritos están sin abreviar) y el compendio de Mormón y Moroni, hay otro elemento que demuestra la consistencia entre el estilo y lenguaje del libro con la teoría de su construcción, a saber: el estilo de la parte escrita por Mormón y Moroni es marcadamente el de un compendio.
Las características generales ya se han tratado en el capítulo IX, y aquí solo resta decir que el cuerpo principal del libro es el compendio de Mormón de los eventos principales de los anales nefitas, con ocasionales citas textuales de esos registros y comentarios personales del mismo Mormón.
A medida que se avanza en la lectura, uno casi puede imaginarse al escritor con varios de los registros nefitas a su alrededor, ocupado en su tarea. Por ejemplo, acaba de registrar los emocionantes eventos de unos pocos años ricos en hechos históricos, y al concluir dice:
“Y así termina el quinto año del reinado de los jueces.”
Luego se encuentra con un período en el que hay pocos eventos importantes en los anales, por lo que lo pasa por alto brevemente, de la siguiente manera:
“Y aconteció que en el sexto año del reinado de los jueces sobre el pueblo de Nefi, no hubo contenciones ni guerras en la tierra de Zarahemla.
Y aconteció que en el séptimo año del reinado de los jueces, unas tres mil quinientas almas se unieron a la Iglesia de Dios y fueron bautizadas.
Y así termina el séptimo año del reinado de los jueces sobre el pueblo de Nefi; y hubo paz continua durante todo ese tiempo.”
Termina otro período lleno de acontecimientos de manera similar:
“Mas he aquí, nunca hubo un tiempo más feliz entre el pueblo de Nefi, desde los días de Nefi, que en los días de Moroni; sí, aun en este tiempo, en el año veintiuno del reinado de los jueces.
Y aconteció que el año veintidós del reinado de los jueces también terminó en paz; sí, y también el año veintitrés.”
Un ejemplo similar es el siguiente:
“Y aconteció que hubo paz y grandísimo gozo en lo que restaba del año cuarenta y nueve; sí, y también hubo paz continua y gran gozo en el año cincuenta del reinado de los jueces.
Y en el año cincuenta y uno del reinado de los jueces también hubo paz, salvo por el orgullo que empezó a entrar en la iglesia.”
Nuevamente, en Helamán:
“Y aconteció que el año setenta y seis terminó en paz.
Y el año setenta y siete comenzó en paz; y la iglesia se extendió por toda la faz de la tierra; y la mayor parte del pueblo, tanto nefitas como lamanitas, pertenecían a la iglesia; y hubo grandísima paz en la tierra, y así terminó el año setenta y siete.
Y también hubo paz en el año setenta y ocho, salvo por algunas contenciones acerca de puntos de doctrina que habían sido establecidos por los profetas.
Y así terminó el año ochenta y uno del reinado de los jueces.
Y en el año ochenta y dos comenzaron otra vez a olvidar al Señor su Dios.
Y en el año ochenta y tres empezaron a fortalecerse en la iniquidad.
Y en el año ochenta y cuatro, no enmendaron sus caminos.
Y aconteció que en el año ochenta y cinco se fortalecieron más y más en su orgullo y en su maldad; y así se hallaban maduros nuevamente para la destrucción.
Y así terminó el año ochenta y cinco.”
El compendio de Moroni del registro jaredita—el Libro de Éter—no exhibe esta característica particular de los compendios, probablemente debido a la brevedad del registro original que resumió. Había solo veinticuatro planchas en el registro de Éter, y Moroni dice: “la centésima parte no he escrito”; sin embargo, el libro de Éter muestra todos los indicios de ser un compendio, al igual que la obra de Mormón, excepto tal vez porque los comentarios de Moroni son más frecuentes que los de Mormón.
III.—Originalidad en los Nombres del Libro de Mormón
Existe otra distinción notable entre el compendio de Mormón del registro nefita y el compendio de Moroni del registro jaredita, que también es de gran importancia como evidencia de coherencia interna de la obra. Es la clara distinción entre los nombres propios nefitas y jareditas, tal como se presentan en las respectivas partes del registro.
Compara, por ejemplo, la lista de líderes y reyes jareditas con una lista de líderes nefitas prominentes:
|
NOMBRES JAREDITAS |
NOMBRES NEFITAS |
|
Jared |
Lib |
|
Pagag |
Hearthom |
|
Jacom |
Aaron |
|
Gilgah |
Amnigaddah |
|
Mahah |
Shiblom |
|
Oriah |
Seth |
|
Esrom |
Ahah |
|
Corihor |
Ethem |
|
Shim |
Moron |
|
Cohor |
Coriantor |
|
Corom |
Shared |
|
Noah |
Gilead |
|
Nimrah |
Shiz |
|
Nimrod |
Ether |
|
Kib |
Amulek |
|
Shule |
Giddonah |
|
Omer |
Giddianhi |
|
Coriantumr |
Aminadi |
|
Emer |
Zeniff |
|
Com |
Zeezrom |
|
Heth |
Lamoni |
|
Shez |
Aaron |
|
Riplakish |
Gidgiddonah |
|
Morianton |
Muloki |
|
Kim |
Abinadi |
|
Levi |
Corihor |
|
Corum |
Gidgiddon |
|
Kish |
Amalickiah |
Observación lingüística:
Una inspección de estas dos listas revela que los nombres jareditas, con la única excepción de “Shule” y “Levi”, terminan en consonantes, mientras que muchos nombres nefitas terminan en vocal. Aunque también hay nombres nefitas que terminan en consonantes, la proporción de nombres nefitas que terminan en vocal es considerablemente mayor que entre los nombres jareditas.
No puedo afirmar con certeza qué valor tiene esta distinción, pero es claramente notable, y podría ser significativa como evidencia de coherencia interna y autenticidad en la construcción del texto.
Otra distinción puede observarse en el hecho de que hay más nombres simples y evidentemente radicales entre los nombres jareditas que entre los nombres nefitas; es decir, hay menos nombres derivados entre los primeros que entre los segundos, aunque entre los primeros hay algunos pocos. “Corihor” puede haber derivado de “Cohor”; “Coriantumr”, de “Coriantor”, aunque también podría ser solo una variación del nombre más antiguo “Moriáncumer”. “Nimarah” puede haber venido de “Nimrod”; y “Akish” de “Kish”. Pero esto prácticamente agota los nombres derivados entre los jareditas.
Como ilustraciones solamente de los derivados nefitas —y no con el propósito de agotar la lista—, doy los siguientes ejemplos: “Nefíhah” proviene evidentemente de “Nefi”; “Amalickíah” de “Amalekí”; “Gidgidoní”, “Gidgidoná”, “Gidoná” y “Gedeón”, de “Gid”; “Helamán”, de “Helam”; “Amorón”, de “Amón”; “Moroníah”, de “Moroni”; “Mathoníah”, de “Mathoní”. Esto es suficiente como muestra, y una inspección revelará que el porcentaje de nombres derivados entre los nefitas en el Libro de Mormón no solo es mayor, sino muchísimo mayor que entre los nombres jareditas. Y esto es precisamente lo que la coherencia exige del Libro de Mormón: cuanto más antigua la civilización, más simples y menos compuestos los nombres—más nombres raíz, menos derivados.
William A. Wright, M. A., bibliotecario del Trinity College de Cambridge, escribiendo para la edición de Hackett del Diccionario de la Biblia de Smith, dice:
“Al echar un vistazo a la historia de los nombres y la costumbre de nombrar entre los hebreos, se distinguen fácilmente muchos de los cambios que caracterizan las costumbres populares en este aspecto entre todos los pueblos.
En su primera o más ruda época, sus nombres son simples y ‘huelen a naturaleza’. En el período de su mayor desarrollo nacional y religioso encontramos más nombres compuestos y más alusiones a refinamientos artificiales.”
Esa ley se encuentra operando al menos entre el pueblo más antiguo del Libro de Mormón, los jareditas, y el pueblo más moderno, los nefitas. Aunque la lista de nombres obtenible del compendio de un fragmento muy pequeño del registro jaredita del Libro de Mormón no ofrece suficientes datos para una conclusión definitiva, creo que aun en esa lista se puede discernir una tendencia, desde los nombres más simples hacia los nombres derivados; mientras que entre los primeros y los últimos tiempos nefitas, la transición desde nombres simples hacia un aumento en nombres compuestos es bastante notable.
No quiero decir con esto que los nombres simples no se encuentren a lo largo de todo el período nefita, sino que el porcentaje de nombres derivados aumenta notablemente en los tiempos posteriores.
Volviendo nuevamente a la clara distinción entre nombres jareditas y nefitas, deseo destacar que la exigencia de esa distinción es imperativa, dado que estos pueblos, aunque habitaron el mismo continente, lo hicieron de manera sucesiva y en períodos de tiempo muy separados. Los jareditas ocuparon el continente norte desde poco después de la dispersión de la humanidad en Babel hasta el inicio del siglo VI a. C. Aproximadamente en la época en que los jareditas fueron destruidos, la colonia nefita llegó a Sudamérica, y la colonia de Mulek al norte del continente. Pero la única persona que conecta ambos pueblos fue Coriantumr (el último de los jareditas), a través de una asociación de aproximadamente nueve meses con la colonia de Mulek. Si su linaje fue perpetuado mediante matrimonio dentro de esa colonia es una mera conjetura.
En cuanto a la conexión nefita con los jareditas, esta existe únicamente a través de los registros jareditas descubiertos por el pueblo de Zeniff (123 a. C.), y traducidos poco después por Mosíah II. Esta traducción del registro jaredita, que reveló a los nefitas solo un resumen de la historia de los jareditas, pudo haber dado origen a que algunos nombres jareditas se usaran entre los nefitas, como en el caso del guerrero nefita llamado Coriantumr.
Aun así, dado que la conexión entre los nefitas y los jareditas fue tan limitada, y que su ocupación del continente fue separada por un extenso período de tiempo, es natural que hubiera una marcada distinción en los nombres propios entre ambos pueblos—una distinción que será muy evidente para el lector cuando compare las listas respectivas de nombres jareditas y nefitas presentadas anteriormente al azar; y cuya ausencia habría sido una objeción seria a la coherencia y, en consecuencia, a las pretensiones del Libro de Mormón.
Cuando se considera la unidad general de estilo que se encuentra en el Libro de Mormón, esta distinción en los nombres propios se vuelve aún más notable. Pero se trata de un caso en que las circunstancias exigen enfáticamente una distinción, así como las circunstancias exigen una clara transición entre los escritos no abreviados de los autores nefitas—escritos en primera persona y en un estilo tan simple y directo—y el registro abreviado de Mormón—escrito en tercera persona y en un estilo más complejo, por no decir confuso.
Si la traducción del profeta José Smith del Libro de Mormón no hubiese mostrado estas distinciones en los puntos donde tales distinciones eran imperativamente necesarias—en otras palabras, si el estilo y el lenguaje del libro no hubieran sido coherentes con la teoría de su construcción—, ¡qué objeción tan grave habría sido considerada tal omisión! Pero ya que la coherencia del estilo y del lenguaje del libro con la teoría de su composición está establecida, ¡cuán fuerte es la evidencia que ello representa! Y especialmente cuando se recuerda que ni José Smith ni sus asociados tenían suficiente conocimiento literario como para apreciar la importancia de tal coherencia. La prueba de que ellos no eran conscientes del punto aquí expuesto está en el hecho de que jamás lo mencionaron en vida, ni este argumento fue expuesto por nadie más durante sus vidas.
IV.—Sobre la Antigua Costumbre Nefita de Nombrar Ciudades y Provincias
Debe señalarse que tanto los jareditas como los nefitas nombraban ciudades, llanuras, valles, montañas y provincias según los nombres de hombres prominentes, especialmente de aquellos identificados de alguna manera con el establecimiento o la historia de dichos lugares; de modo que a menudo ocurre que los nombres de lugares adoptan los nombres de personas o alguna variación de estos; y de ahí la frecuente coincidencia o semejanza entre los nombres de lugares y los nombres de personas.
Ambos pueblos también siguieron la costumbre de las naciones antiguas, no solo al nombrar ciudades en honor a los hombres que las fundaron o que estuvieron estrechamente ligados a su historia, sino también al dar al distrito o región que rodeaba una ciudad el mismo nombre de la ciudad. Así, entre los jareditas existe Nehor como ciudad, y “la tierra [o provincia] de Nehor”, lo que significa la región circundante a la ciudad de Nehor. También creo que hubo una ciudad jaredita llamada Morón, así como una tierra de Morón, aunque no hay una referencia específica a una ciudad con ese nombre, sí hay referencias frecuentes a la “tierra de Morón”, lo cual interpreto como la región que rodeaba la ciudad de Morón.
Que esta costumbre existía entre los nefitas es algo tan comúnmente entendido que apenas requiere ilustración, pero a modo de ejemplo señalo los siguientes casos: la ciudad de Abundancia, y la tierra de Abundancia; la ciudad de Zarahemla, y la tierra de Zarahemla; la ciudad de Moroni, y la tierra de Moroni; la ciudad de Nefíhah, y la tierra de Nefíhah; la ciudad de Manti, y la tierra de Manti.
Que las costumbres aquí mencionadas están en armonía con las costumbres de las naciones antiguas, lo demuestro con los siguientes ejemplos: Nínive toma su nombre de Nino, hijo de Nimrod. Nimrod fundó la ciudad y le dio una variación del nombre de su hijo. M. Rollin también identifica a Nimrod con Belus, el primer rey a quien el pueblo divinizó por sus grandes hechos, y tras quien, según algunas autoridades, fue nombrado el famoso templo de Belus dentro de la ciudad de Babilonia; y del cual, según afirman algunos, la ciudad misma tomó su nombre. Por supuesto, tenemos la declaración de las Escrituras de que Babilonia recibió su nombre de las circunstancias en que el Señor confundió el lenguaje de los constructores de la ciudad, “Babel” en hebreo significa confusión. El profesor Hackett, sin embargo, en su contribución sobre este tema en el Diccionario de la Biblia de Smith, aunque menciona la declaración de Génesis, dice:
“Pero la etimología nativa (es decir, caldea) es Ba-il, ‘la puerta del dios Il’; o quizá más simplemente, ‘la puerta de Dios’; y sin duda esta fue la intención original de la denominación dada por Nimrod, aunque el otro significado (es decir, el significado bíblico) se le atribuyó después de la confusión de lenguas.”
Por tanto, puede decirse que “Babilonia” ha tomado su nombre de ambas circunstancias. Es decir, del “Nimrod” de los caldeos recibe su nombre por su fundador, “Belus”, que es Nimrod; mientras que para la mente hebrea debe su nombre al evento de la confusión de lenguas.
El profesor Campbell, según Osborn, considera que el nombre “Jebez”, de 1 Crónicas 2:55, es “Tebas”; que originalmente era “Tei Jabez”, la ciudad nombrada en honor a “Jabez”, y que se escribe sin la “T” en los jeroglíficos, siendo esa letra solo el artículo.
Platón, en su Timeo, donde introduce la historia de la Atlántida, dice:
“En la cabecera del delta egipcio, donde el Nilo se divide, hay un cierto distrito llamado distrito de Sais, y la gran ciudad del distrito también se llama Sais, y es la ciudad de la cual provenía Amasis, el rey.”
Este es un caso donde la región recibe el nombre de la ciudad. Otros ejemplos que apoyan esta antigua costumbre se encuentran en el caso de “Roma”, así llamada por “Rómulo”; “Alejandría”, por Alejandro; “Constantinopla”, por Constantino.
“El nombre de países y regiones”, dice el profesor W. A. Wright, “se deriva casi universalmente del nombre de sus primeros colonos o de sus poblaciones históricas más antiguas.”
V.—De los Nefitas como un Pueblo Monónimo, al Igual que los Judíos
Otra circunstancia singular y afortunada para las pretensiones del Libro de Mormón en lo referente a los nombres debe destacarse. “A diferencia de los romanos”, dice el profesor Wright, ya citado, “pero al igual que los griegos, los hebreos eran un pueblo monónimo.” Es decir, cada persona recibía un solo nombre.
Debe recordarse que los nefitas eran hebreos, y por tanto muy probablemente seguirían la costumbre de su raza en cuanto a esta práctica de dar solo un nombre a cada persona. Y así lo hicieron; pues en toda la parte nefita del Libro de Mormón, no hay un solo caso en que una persona reciba más de un nombre. En otras palabras, los nefitas, como todo el pueblo hebreo, eran un pueblo monónimo. También los jareditas, una rama más antigua de la misma raza, son un pueblo monónimo.
Ahora bien, dado que ni José Smith ni sus asociados probablemente conocían esta costumbre singular de la raza hebrea, considero que el hecho de que la práctica nefita coincida con esta costumbre hebrea constituye una evidencia incidental de cierto peso en favor de las pretensiones del Libro de Mormón. Para apreciar su valor, pediré al lector que piense en cuánta importancia se le habría dado a una objeción basada en la violación de esta costumbre por una rama de la raza hebrea. Es decir, supongamos que el Libro de Mormón estuviera lleno de nombres dobles aplicados a una misma persona, ¿qué ocurriría entonces? ¿No se podría argumentar con cierta fuerza que esto sería una violación de una costumbre muy universal del pueblo hebreo? Creo que una afirmación así, si los hechos la respaldaran, sería tanto poderosa como consistente.
En lugar de una violación de la costumbre hebrea, sin embargo, hay una singular conformidad con ella; y sugiero que el hecho de esta coincidencia merece tanto peso en favor del libro como el supuesto desacuerdo habría tenido en su contra.
Esta circunstancia también respalda las afirmaciones del Libro de Mormón como un registro antiguo; porque si fuera de origen moderno, con José Smith y sus asociados como autores, no habría seguido con tanta fidelidad esta antigua costumbre hebrea, ya que José Smith y sus contemporáneos vivían en una época y en un entorno donde era común, si no habitual, dar nombres compuestos a las personas, una costumbre que probablemente los habría influido en cualquier intento de creación de nombres.
Muy pocos nombres propios jareditas y nefitas con su interpretación, y pocos nombres comunes originales con su interpretación, han llegado hasta nosotros en la traducción de los registros jareditas y nefitas. De la primera categoría—nombres propios con interpretación—menciono la palabra jaredita “Ripliáncum”, que por interpretación significa “grande” o “que excede a todos”. Se utiliza en la descripción de la llegada del ejército de Coriántumr a la región de los grandes lagos, entre los actuales países de Canadá y Estados Unidos. Es muy probablemente un nombre propio que lleva consigo un significado equivalente a la frase que usamos al describir esas mismas aguas, a saber: “los Grandes Lagos”, o como se interpreta en el Libro de Mormón: cuerpos de agua que exceden en tamaño a todos los de su tipo.
Luego está el nombre común jaredita “deseret”, que significa abeja melífera. De paso, llamo la atención al hecho de que el nombre propio hebreo “Débora” también significa “abeja”, es decir, abeja melífera; y es bastante probable que el nombre propio “Débora” provenga de la misma raíz de la que deriva “Deseret”. Los únicos otros nombres comunes jareditas son las palabras “cureloms” y “cumoms”. Son nombres de animales domésticos que se dice fueron especialmente útiles para los jareditas, por lo tanto, es muy probable que fueran usados como animales de tiro o de carga, o quizás para ambos fines.
Pasando al registro nefita, tenemos el nombre “Irreantum”, que significa el mar, o “muchas aguas”. También está la palabra “Liahona”, que significa “brújula”, o quizá más propiamente “director”, ya que, a diferencia de la brújula moderna, indicaba una dirección variable en lugar de una fija, y era útil para la persona que la poseía mediante el principio de la fe, en lugar de la fuerza polar magnética; por lo tanto, solo podía explicarse con el término “brújula” en el sentido de que era un indicador o guía.
La palabra “Gazelem” también es una palabra nefita, que significa “una piedra”, es decir, una piedra vidente, ya que se menciona como un medio para obtener conocimiento por revelación. Además de estas palabras, también tenemos varios nombres de monedas nefitas y los nombres de sus valores fraccionarios, como sigue:
Los nombres de las monedas de oro, comenzando con la de menor valor, son: senine, seón, shum y limnah. Un seón valía el doble que un senine; un shum valía el doble que un seón; y un limnah equivalía al valor de todas las demás monedas de oro.
Las monedas de plata eran: senum, amnor, ezrom y onti. Un amnor valía el doble que un senum; un ezrom, cuatro veces el valor de un senum; un onti era igual en valor a todas las otras monedas de plata.
Los valores fraccionarios estaban representados así: un shiblom era la mitad de un senum; un shiblum era la mitad de un shiblom; un leah era la mitad de un shiblum.
No tenemos medios para obtener específicamente el valor de estas monedas en términos modernos, ni es ese mi interés aquí. Solo deseo señalar el hecho de que estos son nombres nefitas traídos a nuestro idioma por la traducción de los registros nefitas, aunque una referencia al pasaje donde se dan estas tablas indicará claramente al investigador interesado que se presenta un sistema de valores relativos en estas monedas que da evidencia de autenticidad.
Haciendo alusión a este asunto de los nombres en general, sugiero que no hay nada más difícil en la literatura que originar nuevos nombres. En realidad, los nombres no sugieren cosas, sino que las cosas sugieren nombres. Los hombres no inventan nombres arbitrariamente para luego asignarlos a las cosas, sino que ven un objeto, escuchan un sonido, o se familiarizan con una idea, y el objeto, el sonido o la idea sugieren un nombre. Así que los nombres, en términos generales, surgen de cosas ya existentes y no se forman arbitrariamente.
Los nombres en el Libro de Mormón pudieron surgir de solo dos maneras: o bien José Smith los creó arbitrariamente, o bien los encontró en el registro nefita. Dado que originar nuevos nombres es tan extremadamente difícil, la probabilidad está del lado de que José Smith los encontró en el registro nefita. Si alguien duda de la dificultad de crear nuevos nombres, lo invito a hacer la prueba.
A este respecto, recuerdo con qué facilidad un antiguo maestro mío en literatura inglesa puso en su lugar a un compañero de clase algo presuntuoso. El profesor había elogiado la excelencia de los Proverbios de Salomón, cuando dicho compañero expresó su desprecio por cosas tan simples. “Proverbios”, exclamó a los que estaban cerca, “es fácil escribir proverbios”. El buen doctor, nuestro maestro, escuchó el comentario y le dijo al alumno: “Supón que nos escribes algunos.” Mi compañero lo intentó: y cuanto más lo intentaba, más lejos estaba de escribir verdaderos proverbios. No había aprendido que los proverbios son “la pura literatura de la razón”: la expresión de “verdades absolutas sin calificación”; “el santuario de las intuiciones de la humanidad”.
Y así sucede con este asunto de originar nombres. Puede parecer algo simple, pero quienes piensen eso, que nos den algunos nombres nuevos.
Ahora bien, el Libro de Mormón contiene muchos nombres propios que no son nuevos. Estos son principalmente nombres bíblicos y se encuentran en los escritos nefitas porque los nefitas trajeron consigo al hemisferio occidental copias de muchos de los libros sagrados de los judíos que existían en la época de su partida de Judea, en el año 600 a.C., partes de los cuales fueron multiplicadas por copia y ayudaron a formar parte de la literatura nefita; de ahí que a veces usaran nombres bíblicos.
Pero el Libro de Mormón también nos da una larga lista de nombres absolutamente nuevos, tanto de hombres como de lugares, aunque en muchos casos, como ya se ha señalado, los nombres de las ciudades y los distritos o tierras que las rodeaban tomaban el nombre de algún personaje notable relacionado con su historia. Ya he señalado que existe una clara distinción entre los nombres nefitas y los jareditas, de modo que podemos ver que el Libro de Mormón nos da dos listas de nombres nuevos, una jaredita y otra nefita; lo cual, al considerarse junto con la reconocida dificultad de originar nombres, hace que el resultado sea aún más notable. Esto no solo demuestra la originalidad del Libro de Mormón, sino que debe admitirse como una prueba sorprendente del extraordinario genio del profeta José Smith, o bien una fuerte evidencia en apoyo de las afirmaciones del Libro de Mormón. Y puesto que la lista de nombres nuevos es demasiado extensa como para atribuirla a la genialidad de un solo escritor, creo que la última conclusión representa la verdad del asunto.
























