Una Casa de Gloria

Una Casa de Gloria

En Procura de un Significado Personal en El Templo
S. Michael Wilcox


Cuando el Seño mandó a los Santos que edificaran el Templo de Kirland, les dijo: ‘‘Organizaos;  preparad todo lo que fuere necesario; y estableced una casa, si, una casa de oración, una casa de ayuno, una casa de fe, una casa de instrucción, una casa de gloria, una casa de orden, una casa de Dios’’(D. Y C. 88:119).

En Una Casa de Gloria S.Michael Wilcox explica el significado eterno de la obra  del templo, y aún más que eso, explica las bendiciones que la obra del templo trae a nuestras vidas cotidianas.

Él presenta el templo como una casa de istrucción, ‘‘la univesidad del señor”, donde podemos entender los más poderosos principios del Evangelio y recibir inspiración para nosotros y para nuestra familia. También explica cómo entender la enseñanza simbólica de la casa del Señor y cóomo podemos, individualmente, escucharla voz del Espiritu a través de estos simbolos.

Nos presenta el templo como una casa de refugio, donde podemos escapar de las tribulaciones y los problemas del mundo. Presenta el templo como una casa de orden,donde aprendemos los convenios del Señor, cómo guardarlos y cómo somos bendecidos al hacerlo.

El autor presenta el templo como una casa de gloria, describe las maravillosas experiencias espirituales que se dan para quienes sirven allí, y especialmente para quienes trabajan por sus antepasados fallecidos.

Finalmente nos dice que el templo es una acción de gracias dondellagamos a apreciar la importancia y el poder de las bendiciones que allí recibimos.

El presidente Howard W.Hunter exhortó a los Santos a ‘‘establecer el templo del Señor como el simbolo más grande de sus miembros y el supremo lugar para los más sagrados convenios.

Una Casa de Gloria explica cómo podemos hacer del templo el centro de atención para cada aspecto de nuestra vida y cómo podemos encontrar mayor gozo y significado en la casa del Señor.

Sobre El Autor

S.Michael wilcox es profesor del Instituto de Religión de la Universidad de Utah. Recibió su Doctorado en filosofia en la Universidad de Colorado donde fue director de instituto. Ha sido profesor de seminario e instituto en Arizona y en Colorado. En La Iglesias de Jesucristo de los Santos de los Ultimos Días he servido como obispo, miembro del Sumo Consejo y obrero del Templo. Él, y su esposa Laura y sus cinco hijos residen en Draper, Utah. — 

Contenido

Prefacio: “El muchacho más afortunado”
Parte 1: El Gran Símbolo de Nuestra Condición de Miembros
1 —  ¿Qué prioridad le damos?
Parte 2: Una Casa de Instrucción
2 —  Aprendamos de los símbolos
3 —  Lecciones preliminares
4 — Una fórmula para la adoración en el templo
5 — Cuando el alma está en sosiego
6 — Aguas profundas
Parte 3: Una Casa de Refugio
7 — Frecuentemente, continuamente, constantemente
8 — En tiempos de dificultades
9 — Una promesa profética de Isaías
10 — “No hay fuerza contra tan grande multitud”
Parte 4: Una Casa de Orden
11 — Mucho se requiere—El cumplimiento de nuestros convenios
12 — “Que las consecuencias sean lo que deban ser”
13 — Privilegios que inspiran y nos coronan
Parte 5: Una Casa de Gloria
14 — La parábola de las llaves
15 — “El más glorioso de todos los temas”
16 — Elías vendrá
17 — Una ofrenda aceptable
18 — Promesas a los hijos
19 — El valor de las almas
20 — “Una obra grande y maravillosa”
Parte 6: Una Casa de Acción de Gracias
21 — El Río Crece

Prefacio
“El muchacho más afortunado”


Recientemente regresé al hogar de mi infancia en San Bernardino, California. Mientras caminaba por las calles reflexionando en mi juventud, muchos pensamientos y emociones regresaron a mí. Recordé todas las inseguridades y temores de mi juventud, especialmente aquellas relacionadas con mis años de adolescente. Yo era pequeño y a menudo fui el objeto de burlas e intimidaciones por muchachos mayores y más grandes que yo. Durante esos años no me consideraba muy afortunado, y a menudo envidiaba a otros cuyos logros o ventajas me parecían deseables. Pensé: “Gracias a Dios que aquellos días ya pasaron; no me gustaría tener que revivirlos”. Supongo que me di la oportunidad para una buena dosis de autocompasión.

Mis reflexiones continuaron en este orden de pensamiento por algún tiempo hasta que el Espíritu me susurró una verdad sorprendente y completamente inesperada: “Tú fuiste el muchacho más afortunado que jamás haya crecido en San Bernardino”. Las palabras me llegaron tan poderosamente y con tanta claridad que yo no podía equivocarme en cuanto a su origen, pero no creía en ellas. “¡No es así! ¡No es así!”, contesté. “¡Yo no fuí el muchacho más afortunado! ¿Cómo podría haberlo sido, considerando todas las experiencias que recuerdo?”.

Una vez más, en forma clara y firme vino la voz apacible del Espíritu: “Tú tuviste la plenitud del Evangelio de Jesucristo y una madre que sabía que era verdadero”. Cuando recibí esta verdad, contemplé mi juventud con claridad por primera vez en mi vida. Yo fui el muchacho más afortunado que jamás haya crecido en San Bernardino, California, pero no podría haber aceptado esa verdad hasta que mi vida me hubiese mostrado todos los aspectos gloriosos de la luz del Salvador.

Este libro es acerca de un rayo de esa luz solamente, el cual es el santo templo. Es un rayo de luz que he llegado a amar profundamente. Si entre todos los temas hermosos y edificantes que pertenecen al Evangelio tan sólo hubiese conocido el del templo, todavía habría sido el muchacho más afortunado y bendecido. Sus bendiciones por sí solas son suficientes para hacer de nosotros las personas más afortunadas y bendecidas que jamás hayan habitado en la tierra. El que recibamos muchas otras bendiciones asociadas con él, es en sí un testimonio de la gracia y de la misericordia de un amoroso Padre Celestial. Comparado con todas las bendiciones gloriosas del Evangelio, el templo sobresale, para usar las palabras de José Smith, como “el más glorioso de todos los [temas] que pertenecen al Evangelio sempiterno” (D. y C. 128:17).

No poseo el talento suficiente para describir todas las glorias del Evangelio. El apóstol Juan dijo que “ni aun en el mundo cabrían los libros que se habrían de escribir” (Juan 21:25) si se registraran todas las enseñanzas y bellezas de la vida del Salvador y del Evangelio. Temo que no tenga ni siquiera la habilidad para escribir de un solo aspecto del Evangelio, mucho menos del que es considerado el más glorioso.

He vacilado por un largo tiempo en mi intento de hablar o de escribir acerca del templo. Quizás otras personas cuyos dones y talentos son mucho más grandes que los míos no serían capaces tampoco de hacer justicia a un tema tan hermoso, pero mi profundo interés en el templo me ha instado a hacer el intento, quizás solamente para mi propia aclaración y edificación. Espero, al empezar, que con certeza el Señor no quite Sus bendiciones por el esfuerzo de uno que ha amado este tema tan libremente.

Independientemente del resultado final, el esfuerzo en sí mismo me ha traído muchos frutos. Me he sentido a menudo como se sintió Frederic Farrar mientras intentaba escribir “The Life of Christ” (La vida de Cristo). También él se sintió sobrecogido por su tema. En el prefacio escribe: “Si este libro va a hacer altamente bendecido, o si es recibido con displicencia e indiferencia, al menos nada me puede robar la profunda y constante felicidad que he sentido durante casi cada hora que le he dedicado Y aún en medio del esfuerzo incesante en otras cosas, nada me ha prohibido que el tema en el cual me he envuelto estuviese a menudo en mis pensamientos, o que yo pudiese hallar en él una fuente de paz y de felicidad diferente, no comparable en grado ni en categoría, del cual ningún otro interés podría añadir o quitar” (The Life ofChrist, pág. 29).


Parte 1

El Gran Símbolo de Nuestra
Condición de Miembros

Oh Señor, contemplamos con intensos e inefables sentimientos la terminación de esta casa sagrada. (Oración Dedicatoria del Templo de Salt Lake)


Capítulo 1
¿Qué prioridad le damos?


Mientras enseñaba en la Universidad Brigham Young (BYU), tuve la oportunidad de participar en la instalación del nuevo rector de esa universidad, Rex E. Lee. Fue una ocasión hermosa. El viernes por la mañana, los profesores de la facultad, vestidos en sus togas académi-cas, esperaban en el estacionamiento a que comenzara el desfile. Cuando se nos dio la señal, marchamos todos hacia el lugar de las actividades conocido como el Centro Marriott y tomamos nuestros asientos. Miles de estudiantes entraron, y pronto aquel recinto estuvo lleno. Todos nos encontrábamos emocionados y la atmósfera era de gran anticipación.

Numerosos dignatarios del Estado de Utah y de la comunidad lle garon, cada cual tomando su asiento. Finalmente un número de las Autoridades Generales, incluyendo miembros de la Primera Presidencia, llegaron con el rector Lee. Tomaron sus asientos en el estrado y la reunión empezó. Éste era un evento verdaderamente emocionante e importante. Me sentí privilegiado de tomar parte en él..

Conforme las ceremonias continuaron, me dí cuenta de que entre todos los dignatarios y oficiales, el presidente Ezra Taft Benson no se encontraba presente. Me preguntaba si estaría mal de salud y por eso no había asistido. Lo había escuchado hablar poco antes y me pareció vigoroso y fuerte. ¿Habría quizás otras reuniones o deberes de los que él tendría que hacerse cargo al llevar el peso de su manto de Profeta?

La ceremonia duró varias horas. Fue interesante y edificante, pero me llevé a casa un pensamiento que me intrigaba: ¿Dónde estaba el presidente Benson?

El siguiente viernes, asistí a una sesión especial de investidura en el Templo Jordán River. Antes de participar en las ordenanzas, tuvimos la oportunidad de escuchar a un miembro de la presidencia del templo. En sus comentarios encontré una respuesta a mi enigma de la semana anterior. Según recuerdo, esto es lo que nos dijo: “Cada viernes por la mañana, el presidente Benson y su esposa vienen al Templo Jordán River para participar en una sesión de investidura. Nosotros nos reunimos con ellos en un cuarto privado y les ayudamos a prepararse para su sesión. El pasado viernes dimos por sentado que ellos no asistirían el templo, como es su costumbre, por razones de la instalación del rector Lee en la Universidad Brigham Young.

“Para nuestra sorpresa ellos llegaron a la hora habitual, y nosotros no estábamos preparados para recibirlos y ofrecerles nuestra asistencia de costumbre. Nos disculpamos, le dijimos al presidente Benson que nos daba mucho gusto tenerlos con nosotros y ayudarlos pero que pensábamos que iban a estar en BYU. El presidente Benson sonrió y preguntó: ‘¿Qué día es hoy?’. ‘Viernes’, respondimos. Entonces él dijo: ‘El viernes es mi día de venir al templo. ¿Adonde más podría yo estar el viernes de mañana?’“.

Conforme escuchamos esta breve pero hermosa historia de la vida del Presidente de la Iglesia, nos maravillamos del poder de su ejemplo. Para la instalación del rector de una gran universidad, un acontecimiento que tiene lugar una vez cada diez años, el presidente Benson podía enviar a uno de sus consejeros. Sin embargo, él mismo, asistiría a una sesión regular de investidura en el Templo Jordán River tal como era su costumbre. Esa mañana, él había escogido vestir las ropas sagradas del templo en vez de las togas académicas.

Me doy cuenta de que otros factores pudieron haber contribuido a su decisión de estar en el templo esa mañana del viernes. Pero estaba muy impresionado con su decisión y desde ese día la importancia de asistir al templo se ha magnificado ante mis ojos.

¿Qué importancia le hemos dado al templo en nuestras prioridades? ¿Lo hemos colocado tan alto como lo hizo el presidente Benson y también otros profetas que le precedieron? Él no está solo en dar énfasis a la importancia de la obra que se lleva a cabo en la Casa del Señor. Hombres santos así lo han testificado a través de los tiempos, y particularmente durante la última dispensación, por cuanto “es en estricta conformidad con la voluntad divina que la gran obra por la salvación de los muertos fuese asignada a quienes viviesen en la dispensación del cumplimiento de los tiempos” (Joseph Fielding Smith, Improvement Era, abril de 1966, pág. 273). Repasemos ahora el énfasis dado a esta obra edificante por los pasados profetas.

EL GRAN HIMNO DE LA RESTAURACIÓN.

En septiembre de 1842, el profeta José Smith se escondía en la casa de Edward Hunter, en Nauvoo. Sus enemigos fueron tras él una vez más. Él había sido atormentado y perseguido de esa manera por muchos años, tanto que él escribiría: “En cuanto a los peligros por los que se me requiere pasar, me parecen cosa pequeña, ya que la envidia y la ira del hombre han sido mi suerte común en todos los días de mi vida” (D. y C. 127:2). Fue, sin embargo, en los estrechos cuartos de la casa de Edward Hunter que José escribió uno de los más majestuosos himnos de alabanza de la Restauración.

Quizás usted haya asistido a una sinfonía y escuchado una interpretación musical que empieza con una sola nota clara que es tocada por un violín o una flauta. Ese instrumento es el centro del escenario por un tiempo y entonces, lentamente, y en algunos casos de modo casi imperceptible, se le unen otros instrumentos. Conforme la interpretación continúa, la música aumenta en intensidad al integrarse más y más instrumentos, hasta que todos se unen y el teatro entero se llena con la belleza del sonido.

O quizás usted haya escuchado la actuación de un gran coro. A menudo es un solista quien con una voz clara empieza a cantar. Y como con la sinfonía, la voz del solista suena en nuestros oídos sin distracción. Entonces, lentamente, otras voces empiezan a cantar hasta que en una hermosa unidad de sonido, todos cantan a una sola voz.

Ésta es la estructura del himno de alabanza de José Smith; es solamente un himno, no una voz en una canción o una nota de violín, sino palabras salidas del alma y registradas en las Escrituras. El himno de José, también, empieza como una sola voz, “una voz de alegría’. Escuche las palabras y vea si usted puede escuchar las otras voces que se unen a cantar al unísono una canción de alabanza por las bendiciones de la Restauración.

“Ahora, ¿qué oímos en el evangelio que hemos recibido? ¡Una voz de alegría! Una voz de misericordia del cielo, y una voz de verdad que brota de la tierra; gozosas nuevas para los muertos; una voz de alegría para los vivos y los muertos; buenas nuevas de gran gozo…

“Y además, ¿qué oímos? ¡Alegres nuevas de Cumorah! Moroni, un ángel de los cielos, declarando el cumplimiento de los profetas:… ¡Una voz del Señor en el yermo de Fayette!… ¡La voz de Miguel, en las riberas del Susquehanna!… ¡La voz de Pedro, Santiago y Juan en el yermo despoblado…!

“¡Y además, la voz de Dios en la alcoba del anciano papá Whitmer…! ¡Y la voz de Miguel, el arcángel; la voz de Gabriel, de Rafael y de diversos ángeles, desde Miguel o Adán, hasta el tiempo actual, todos ellos declarando su dispensación, sus derechos, sus llaves, sus honores, su majestad y gloria, y el poder de su sacerdocio… confirmando nuestra esperanza!

“…¡Prorrumpa la tierra en canto! ¡Alcen los muertos himnos de alabanza eterna al rey Emanuel que, antes de existir el mundo, decretó lo que nos habilitaría para redimirlos de su prisión…!

“¡Griten de gozo las montañas, y todos vosotros, valles, clamad en voz alta; y todos vosotros, mares y tierra seca, proclamad las maravillas de vuestro Rey Eterno! ¡Ríos, arroyos y riachuelos, corred con alegría! ¡Alaben al Señor los bosques y todos los árboles del campo; y vosotras, rocas sólidas, llorad de gozo! ¡Canten en unión el sol, la luna y las estrellas del alba, y den voces de alegría todos los hijos de Dios! ¡Declaren para siempre jamás su nombre las creaciones eternas! Y otra vez digo: ¡Cuán gloriosa es la voz que oímos de los cielos, que proclama en nuestros oídos gloria, salvación, honra, inmortalidad y vida eterna; reinos, principados y potestades!” (D. y C. 128:19-23).

¿Qué podría haber estado posiblemente en la mente de José Smith al traer de su pluma tan hermoso resumen de la Restauración? El tema central de la sección 128 es la salvación de los muertos a través de las ordenanzas de la Casa del Señor. En efecto, el versículo que precede a la canción de alabanza de José habla de un eslabón conexivo “entre los padres y los hijos”, una unión que sería “entera, completa y perfecta” (D y C 128:18)

Al inicio de su carta y sirviendo como introducción a su canción de alabanza, José Smith dijo a los santos: “[La obra del templo] parece ocupar mi mente e introducirse con más fuerza en mis sentimientos”. Les aseguró diciendo: “Éstos son principios referentes a los muertos y a los vivos que no se pueden desatender, en lo que atañe a nuestra salvación” (D. y C. 128: 1, 15). José entendió que la culminación de la Restauración, punto hacia el cual todas las voces se dirigían, fue el templo y el trabajo de redención para vivos y muertos que se llevaría a cabo dentro de sus paredes. Sin esa obra, la canción de la Restauración podría haber sido “como metal que resuena, o címbalo que retiñe” (1 Cor. 13:1). O como lo escribiese Malaquías, “la tierra sería totalmente asolada en su venida” (D. y C. 2:3). La obra del templo fue el alma de la canción de José Smith, como también es el alma de la Restauración.

LA PIEDRA ANGULAR DEL ARCO DEL EVANGELIO.

Muchos otros profetas han añadido su propio testimonio al de José Smith. Wilford Woodruff, refiriéndose a José Smith, dijo a los santos que: “[su] alma estaba entrelazada con esta obra [la obra del templo] antes de que muriese como mártir por la Palabra de Dios y el testimonio de Jesucristo. Él nos dijo que debe existir un eslabón conexivo de todas las dispensaciones y de la obra de Dios de una generación a otra. Esto estaba en su mente más que la mayoría de otros temas que le fueron dados” (“Discourses of Wilford Woodruff”, pág. 156; énfasis añadido).

El presidente Woodruff agregó entonces su propio testimonio: “Sí, hijos de los hombres, yo les digo, en el nombre del Dios de Israel, que esos mismos principios que Dios ha revelado son los que han sostenido los juicios del Todopoderoso sobre la tierra. Si no fuese por esos principios, ustedes y yo no estaríamos aquí hoy” (Ibid., pág. 154; énfasis añadido).

El élder Boyd K. Packer dijo: “Es evidente que la obra relacionada con los templos es lo que más molesta al adversario” (The Holy Temple, pág. 216). Ésta es la obra que hace que “todas las campanas del infierno [empiecen] a sonar”, como dijo Brigham Young (Discourses of Brigham Young, pág. 628).

John A. Widtsoe llamó la obra del templo “la piedra angular del maravilloso arco del Evangelio, Si la piedra central se debilita y cae, el arco entero cae en una pila de bloques doctrinales desorganizados. Es un gran privilegio para jóvenes y mayores que se les permita entrar en la Casa del Señor, para allí servir a Dios y para ganar poder” (“ Temple Worshíp”, pág. 64; énfasis añadido). A la luz de esta perspectiva, ¿es acaso de sorprendernos que “los demonios en el infierno …[estén] tratando de derrocar” a los Santos para que no realicen su obra? (Discourses of BrighamYoung, pág. 618).

Heber J. Grant, quien como el presidente Benson, hallaba “tiempo para ir al templo una vez a la semana” (Gospel Standards, pág. 257), dijo a los Santos de su época: “Si ustedes sienten en su corazón y alma que ésta es una de las cosas más importantes que como Santos de los “Últimos Días pueden hacer, entonces hallarán la manera de hacerlo” (Improvement Era, 44:459; énfasis añadido). Joseph Fielding Smith se refirió a la obra del templo como “la tarea más importante de todas” y animó a los Santos para que no descuidaran el privilegio de más peso y mandamiento, a pesar de todas las otras buenas obras” (Seeking After Our Dead, pág. 36; énfasis añadido).

El presidente Brigham Young dijo que la obra del templo “es la más significativa que un hombre pueda realizar en esta tierra” (Discourses of Brigham Young, pág. 623). El presidente Spencer W. Kimball dijo que la obra del templo es “una responsabilidad muy seria que no podemos evitar”, la cual nos podría poner “en peligro si fallamos en hacerla” (Ensign, enero de 1977, pág. 5). Quizás el rey David describió de la mejor manera en los Salmos la actitud hacia la obra en el templo. Es una actitud basada en el amor por el templo, no en la tarea o responsabilidad colocada sobre nuestros hombros. La dulzura de las palabras de David son un ejemplo para todos nosotros. “Una cosa he demandado a Jehová”, cantó David, “…que esté yo en la casa de Jehová todos los días de mi vida, para contemplar la hermosura de Jehová, y para inquirir en su templo” (Salmos 27:4). En otro Salmo más adelante, David escribió: “Yo me alegré con los que me decían: A la casa de Jehová iremos” (Salmos 122:1). El alma de David, como la de todos los profetas, “anhelafba]… aun ardientemente desea[ba] los atrios de Jehová” (Salmos 84:1-2). ¿No debería toda alma desear ardientemente lo mismo?

A la luz de este énfasis, no es difícil entender porqué el Profeta del Señor escogió estar en el templo un viernes por la mañana en vez de estar en el Centro Marriott para la instalación de un nuevo rector de la

universidad. No es difícil comprender el himno de alabanza que José Smith escribió mientras se escondía en aquellos cuartos estrechos de la casa del obispo Hunter. Tampoco es difícil ver porqué el presidente Howard W. Hunter extendió una invitación a todos los Santos en su primera conferencia de prensa (y lo enfatizó en su primer discurso en conferencia general) a “establecer el templo del Señor como el símbolo más grande de cada miembro y el supremo lugar para los más sagrados convenios”. Él continuó: “Sería el deseo más profundo de mi corazón que cada miembro de la Iglesia fuese digno de entrar al templo. …Seamos …personas que amen el templo” (Church News, junio 11, 1994, pág. 14; énfasis añadido).