Una Casa de Gloria


Capítulo 12

“Que las consecuencias sean lo que deban ser”


E1 1° de abril de 1838, Abraham Lincoln escribió la siguiente carta desde Springfield, Illinois, a un amigo de toda su vida en Quincy. Dado que Lincoln sentía que se había puesto en ridículo, y que el 1o de abril en Estados Unidos es el día de los inocentes, escogió por tanto esa fecha, como el día más apropiado para relatar su experiencia: “En el otoño de 1836…una señora gran amiga mía, que iba a visitar a su padre…me dijo que a su regreso traería a una hermana suya consigo con la condición de que yo me comprometiese a casarme con ella a la brevedad posible. Yo acepté la propuesta pero entre usted y yo, estaba muy confundido con el asunto. Yo había visto a la susodicha hermana unos tres años antes, pensé que era inteligente y agradable y no tuve ninguna objeción para no trabajar arduamente en la vida mano a mano con ella. El tiempo pasó, mi amiga hizo su viaje y en el debido momento regresó, en compañía de su hermana, por supuesto. Esto me inquietó un poco por cuanto me parecía que su llegada tan pronto mostraba que estaba un tanto deseosa; pero meditando en eso se me ocurrió que tal vez ella hubiera venido a insistencia de su hermana, sin que le hubiese mencionado nada concerniente a mí… Todo esto ocurrió cuando escuché de su llegada al vecindario, ya que como lo mencioné anteriormente, yo no la había visto por varios años.

“A los pocos días tuvimos una cita, ella no parecía como yo me la había imaginado. Yo sabía que era un poco gordita, pero ahora parecía ser una buena compañera para Falstaff [un personaje obeso en las obras de William Shakespeare]; yo sabía que le llamaban ‘solterona’ y ahora comprendía la veracidad de tal apelativo; pero al estar con ella, no podía dejar de pensar en mi mamá; y esto no por sus rasgos marchitos, porque su cutis estaba tan lleno de grasa que no permitía contraerse en arrugas, sino por su falta de dientes y, en general, por la noción que corría en mi cabeza, de que nada pudo haber comenzado de ese tamaño desde la infancia y que cómo habría alcanzado su presente volumen en menos de treinta y cinco o cuarenta años; en realidad, no estaba del todo complacido con ella. Pero, ¿qué podría hacer yo? Yo le había prometido a su hermana que la tomaría en las buenas o en las malas; y he adoptado en mi vida una decisión de honor y de conciencia, de mantener mi palabra en todas las cosas, especialmente si otras personas están involucradas en el hecho, lo cual se daba en este caso. Además, ahora estaba completamente convencido de que ningún otro hombre en la tierra habría de tomarla como esposa….Pues bien, me comprometí y ahora que las consecuencias sean lo que deben ser. Decidí entonces considerarla como mi esposa; y habiendo hecho esto, todas mis facultades de descubrimiento se pusieron en acción, en busca de perfecciones en ella, lo cual era una tarea difícil dados sus defectos” (Carl Sandburg, Abraham Lincoln: The Prairie Years and the War Years, pág. 59).

Cada vez que leo esta carta me pregunto si yo habría tenido la integridad de Lincoln. Dudo que muchos hombres la tuvieran. La mayoría buscaría una manera rápida de zafarse a través del raciocinio y las excusas. Lincoln, sin embargo, mantuvo firme su palabra y le pidió a la mujer que se casara con él. De hecho se lo propuso varias veces, pero en cada caso ella lo rechazó. Finalmente se dio por vencido y se casó más tarde con Mary Todd.

Los convenios que hacemos en el templo son seguramente tanto o más importantes que las promesas que hacemos con otras personas. Cuan hermoso sería si cada uno de nosotros pudiera decir, como dijo Lincoln, “Pues bien, me comprometí y ahora que las consecuencias sean lo que deben ser”.

EL ALMA EN SUS PROPIAS MANOS

Otro ejemplo de alguien que no se preocupó por las consecuencias es el de Sir Thomas More. Su ejemplo ha sido llevado a la pantalla en una de las mejores películas jamás producidas: A Man for All Seasons. En ella se cuenta la historia de Sir Thomas More y su muerte por rehusar tomar un juramento que apoyaba el matrimonio de Enrique VIII de Inglaterra con Ana Bolena y su rompimiento con la Iglesia Católica.

En una escena culminante hacia el final de la obra, a Margaret, la hija de Thomas More, se le concede permiso para que visite a su padre en la prisión, con el fin de ver si ella logra persuadirlo para que haga el juramento. La conversación es una poderosa lección en lo que res-pecta a hacer convenios y tomar juramentos:

Margaret: “Dios ve más los pensamientos del corazón que las palabras de la boca. O así me lo has enseñado”.

More: “Sí”

Margaret: “Entonces podrías decir las palabras del juramento mientras que en tu corazón piensas otra cosa”.

More: “¿Qué es un juramento sino las palabras que decimos

a Dios?…Cuando un hombre toma un juramento, Meg, él se está poniendo a sí mismo en sus propias manos. Como el agua [junta sus manos en forma de copa]. Si abre los dedos—no puede esperar hallarse a sí mismo otra vez. Algunos hombres no son capaces de esto, pero aborrecería pensar que tu padre fuese uno de ellos”.

En un sentido muy real nosotros hacemos lo que More describió cuando contraemos los sagrados convenios en el templo. Ponemos nuestro destino eterno en nuestras propias manos. La mayoría de las personas no quebrantan a sabiendas sus convenios del templo y dejan caer al suelo el agua de sus almas. El estado indigno usualmente llega de maneras más sutiles. Se nos desliza por entre los dedos mediante nuestra apatía o nuestra atención desmedida a las cosas del mundo.

Como ha sido mencionado, es a menudo el pago de diezmos y ofrendas lo que muchas familias no pueden cumplir. Y desde luego, si nosotros no podemos vivir esta ley nunca podremos vivir las leyes más altas que durante la ceremonia de la investidura prometemos practicar.

EL ASUNTO ERA SIMPLE.

Robert Bolt admiraba profundamente a Sir Thomas More.

Escribió una extensa explicación sobre More como prefacio de su obra. En sus descripciones podemos hallar otras verdades aplicadas a nuestros propios compromisos, juramentos sagrados hechos en altares santos: “Un hombre toma un juramento solamente cuando quiere comprometerse en una forma excepcional a lo dicho, cuando quiere establecer una identidad entre la verdad y su propia virtud. Él se ofrece a sí mismo como garantía. Y así funciona. Existe una clase especial de desdén para quien da falso testimonio; sentimos que ese hombre no vale nada, no tiene ninguna garantía que ofrecer…”.

“A More se le pidió retractarse de la posición que había adoptado. Esa persona dócil, con buen sentido del humor, sin presunciones, se torna como un metal, sobrecogida ante un rigor absolutamente primitivo, y sin embargo no podía moverse más de lo que puede hacerlo un risco….

“Para él un juramento era algo perfectamente específico. Era una invitación a Dios, una invitación que Dios no podía rehusar de actuar como testigo y juez…. Así, para More, el asunto era simple” (A Man for All Seasons, págs. xi-xii; énfasis añadido).

De este modo también para nosotros el asunto debe ser simple. Un solo convenio, cuando lo hemos percibido rectamente, nos ahorra horas de decisiones a tomar en el futuro y nos fortalece contra futuras tentaciones. Puede que no seamos perfectos en obedecer nuestros convenios pero debemos hacer un esfuerzo serio por cumplirlos. Nadie “vive según sus ideales”, dijo Heber J. Grant. Pero agregó: “Si nos estamos esforzando, si realmente obramos en eso, si estamos tratando con lo mejor de nuestra capacidad para mejorar día tras día, entonces estamos encauzados en nuestro deber. Si estamos buscando cómo remediar nuestros propios defectos, si estamos viviendo de modo que le podamos pedir a Dios por luz, por conocimiento, por inteligencia, y sobre todo por Su Espíritu, entonces podremos hacer frente a nuestras debilidades; entonces podremos decir que estamos en el camino estrecho y angosto que lleva a la vida eterna y ya no debemos temer” (Conference Report, abril de 1909, pág. 111). Brigham Young también enseñó esta importante doctrina: “No importa cuál sea la apariencia externa, una verdad irrefutable es que si el corazón de la gente está dispuesto a hacer la voluntad del Padre Celestial, aun cuando puedan fallar y actuar con debilidad debido a su naturaleza humana, aún así ellos serán salvos” (Journal of Discourses 5:256).

ARREPIÉNTETE CUANTO ANTES

A toda costa, no debemos ser apáticos en cuanto al templo ni tratar nuestros convenios con ligereza. Si somos indignos, no debemos dejar pasar los años antes de que regresemos. El Señor sabía que algunas personas podrían fallar en mantenerse dignas de entrar al templo por las tentaciones y por las debilidades de la naturaleza humana. No estamos condenados por nuestros pecados y errores más de lo que estamos por no hacer lo que debemos hacer. En términos de los convenios del templo, la condenación viene por no corregir nuestras faltas para poder regresar al templo. El ser dignos y el deseo de regresar al templo, son a menudo las mejores señas de que nuestro arrepentimiento es completo y aceptable para el Señor. Debemos entonces perdonarnos, continuar nuestra vida y permanecer dignos de entrar a la Casa del Señor.

Aun la oración dedicatoria del templo de Kirtland se refiere a estas cosas: “Cuando tu pueblo transgrediere, quienquiera que sea, se arrepienta cuando antes y vuelva a ti y halle gracia ante tus ojos, y séanle restauradas las bendiciones que tú has decretado que se derramen sobre los que te reverencien en tu casa” (D. y C. 109:21). La invitación de ir a la Casa del Señor está siempre extendida. Jesús dijo: “He puesto delante de ti una puerta abierta, la cual nadie puede cerrar” (Apocalipsis 3:8). Solamente nuestro rechazo de entrar por esa puerta nos mantendrá permanentemente fuera del Reino de Dios.