Una Casa de Gloria

Parte 5

Una Casa de Gloria

Te alabamos porque nuestros padres, desde el postrero hasta el primero, desde ahora y hasta el principio, pueden ser unidos a nosotros con vínculos indisolubles, forjados por el Santo Sacerdocio, y como una gran familia unida en Ti y ligada por Tu poder, podremos estar ante Ti juntamente, y por el poder de la sangre expiatoria de Tu Hijo ser librados de todo mal, ser salvos y santificados, exaltados y glorificados. (Oración Dedicatoria del Templo de Salt Lake)


Capítulo 14

La parábola de las llaves


El poder del templo en nuestra vida personal nos impulsa a entrar por sus puertas. Pero existen otras razones que nos compelen igualmente a hacerlo a menudo: aquellas relacionadas con los muertos. Las ordenanzas del templo significan más para mí cuando estoy haciendo la obra por mis propios antepasados. El espíritu de Elias arde más fuertemente, más brillantemente y con más claridad, iluminando los símbolos y ampliando todas las bendiciones del templo. Cuando oficio por uno de mis antepasados, puedo nadar en el río más profundamente, ganar más conocimiento y visión, sentir una mayor serenidad, estar más seguro de la protección, fijar un compromiso aún más fuerte en mis convenios, y estar más atento. El amor del Señor parece fluir más suave y apaciblemente en esos momentos. Todo lo que aprendo se magnifica y me doy cuenta del completo poder del templo. No quiero decir con esto que el templo no bendiga en toda forma a quienes sin egoísmo oficien por los muertos usando los nombres ofrecidos en el templo, pero en la adoración en el templo se garantiza un refinamiento del Espíritu y una plenitud de gozo a quienes toman parte en esta etapa adicional y que a menudo consume mucho tiempo.

Todas las doctrinas, principios y ordenanzas del Evangelio son inherentemente sencillos. Podemos entenderlo todo y enseñarlo a los demás si confiamos en las Escrituras, en las enseñanzas de las Autoridades Generales, en el susurro del Espíritu Santo y en el sentido común. El templo no es nada diferente; su poder se basa en la sencillez.

El tema central para la Primaria en 1993 se concentró en el templo. Durante ese año, yo tuve la oportunidad de hablar a los niños acerca de la Casa del Señor. Compartí con ellos el hermoso pasaje de Ezequiel mencionado en capítulos anteriores. Les conté también una parábola. Me he dado cuenta de que el contarles esta parábola fue lo mejor que pude hacer para enseñarles a entender la obra que se hace por los muertos. Y al contársela, percibí que también los adultos se relacionan con ella y que aumenta su entendimiento. Mucho de lo que me gustaría decir acerca del templo, cómo se relaciona con los vivos y con los muertos, está contenido en ella.

La verdad que la parábola intenta expandir, se recalca en la sección 128 de Doctrina y Convenios. En ella, José Smith escribió: “Y ahora, mis muy queridos hermanos y hermanas, permítaseme aseguraros que éstos son principios referentes a los muertos y a los vivos que no se pueden desatender, en lo que atañe a nuestra salvación. Porque su salvación es necesaria y esencial para la nuestra, como dice Pablo tocante a los padres: que ellos sin nosotros no pueden ser perfeccionados, ni tampoco podemos nosotros ser perfeccionados sin nuestros muertos… Ni tampoco podemos nosotros ni ellos perfeccionarnos sin los que han fallecido en el evangelio” (versículos 15,18).

Adviértase que el “eslabón conexivo” que nos perfecciona no es solamente para aquellos que han muerto sin el Evangelio, sino también para “los que han fallecido en el evangelio”. Toda la familia humana debe llegar a ser “una unión entera, completa, y perfecta” (D. y C. 128:18). Con ese fin ofrezco esta parábola.

LA PARÁBOLA DE LAS LLAVES

– Había una vez un niño y una niña que amaban mucho a Jesús, y Él los amaba también. Ellos eran buenos y siempre dijeron la verdad, y cualquier cosa que Jesús quería que hicieran, ellos trataban de hacerla lo mejor posible.

“Ustedes pueden venir a mi casa” les dijo Jesús un día, “y allí voy a darles un regalo”.

Se vistieron con sus mejores ropas, se aseguraron de estar limpios, y fueron a la casa de Jesús. Era una casa hermosa, la cual les hizo sentirse hermosos por el solo hecho de estar dentro de ella. Encontraron a Jesús y Él les dio su regalo. Era una llave, una hermosa llave.

“Cuiden esta llave”, les dijo. “Pónganla junto a su corazón. No dejen que se manche ni que se oxide. Consérvenla siempre con ustedes. Un día les va a abrir una puerta hermosa. Cuando lo deseen, ustedes pueden regresar a mi casa, y cada vez que lo hagan les pediré que me muestren la llave”.

Ellos le prometieron que lo harían y se fueron a su hogar.

Regresaron a menudo a la casa de Jesús, y cada vez Él les preguntaba si todavía tenían la llave y ellos siempre se la mostraban.

Un día Jesús les pidió que lo siguieran. Los llevó a una colina cubierta de pastos verdes y árboles. En la cima de la colina había una mansión en medio de un hermoso jardín. Ni siquiera en sus sueños habían visto nada que se le igualara.

“¿Quién vive aquí?”, le preguntaron.

“Es para ustedes”, les respondió. “Éste es su hogar eterno. Lo he estado edificando para ustedes. La llave que yo les di calza en una de las cerraduras de la puerta principal. Ahora corran hacia arriba por el camino y pongan su llave en la cerradura”.

Corrieron cuesta arriba por la colina y por el jardín hasta la puerta principal. “Si ésta es hermosa por fuera”, dijeron, “¡debe serlo aún más por dentro!”

Cuando llegaron a la puerta principal se detuvieron. Era la puerta más extraña que jamás habían visto. En vez de una cerradura, la puerta estaba cubierta con muchas cerraduras—centenares y aun miles de ellas, y ellos tenían solamente una llave.

Pusieron su llave en una de las cerraduras, pero no calzaba. La pusieron en otra y tampoco calzaba. Trataron muchas diferentes cerraduras. Finalmente hallaron una en la que sí calzaba. Le dieron vuelta la llave y oyeron abrirse la cerradura. Pero la puerta no se abrió.

Fueron corriendo a Jesús. “No podemos abrir la puerta”, le dijeron. “Hay en ella muchas cerraduras y nosotros tenemos solamente una llave”.

Él sonrió y les dijo: “¿Ustedes piensan que serían felices viviendo solos en su mansión? ¿Conocen a alguien más que querrían que viviera con ustedes?”

Ellos pensaron por un rato y le contestaron: “Nos gustaría que nuestras familias viviesen con nosotros”.

“Vayan y búsquenlos”, les dijo. “Invítenles a mi casa y yo le daré a cada uno su propia llave. Pronto tendrán ustedes muchas llaves”. Se fueron corriendo entusiasmados por buscar a sus familiares.

Encontraron a sus padres, sus hermanos y hermanas y a todos sus primos y los llevaron a la casa de Jesús. Él, tal como les había prometido, les dio una llave a cada uno. Cuando a todos les fue dada una llave, fueron juntos a la puerta de la gran mansión.

Ahora ellos tenían docenas de llaves, pero todavía había miles de cerraduras y la puerta no se abría. Necesitaban tener muchas otras llaves.

Una vez más, regresaron a Jesús. “Hemos traído a nuestras familias”, le dijeron, “pero la puerta todavía no se abre.”

“¿Tienen sus padres una mamá y un papá, y hermanos y hermanas?”, les preguntó. “¿Piensan que serían felices viviendo en la hermosa mansión sin ellos? Si ustedes buscan, van a encontrar a muchas, muchas personas. Tráiganlas a todas a mi casa y a cada una de ellas yo le daré una llave”.

Ellos buscaron con afán, tal como Jesús les había dicho. Encontraron madres y padres. Encontraron hermanos y hermanas. Encontraron abuelos y abuelas, bisabuelos y bisabuelas. Encontraron tías y tíos, sobrinos y sobrinas, y primos y primas.

Los encontraron en ciudades grandes. Los encontraron en pequeñas villas. Algunos vivían en la playa. Otros vivían en la pradera. Algunos vivían cerca de las montañas. Otros vivían lejos, al otro lado del océano. Y algunos vivían cerca, en la próxima colina.

Algunos eran cerrajeros y otros eran granjeros. Había zapateros, sastres y pescadores. Había maestros, mecánicos y tenderos.

Algunos eran altos, con sombreros de extraña apariencia. Otros eran bajos y usaban zapatos de madera. Hablaban diferentes idiomas y venían de muchos países diferentes.

Encontraron a algunos con largos cabellos rubios que les caían en trenzas por la espalda. Encontraron a algunos pelirrojos de cabello corto que se les paraba y tenían que escondérselo bajo un sombrero.

El niño y la niña buscaron hasta que encontraron a todos y cada uno de sus familiares.

Llevaron a todos los padres, hermanos y hermanas, tíos y tías, primos y abuelos a la casa de Jesús. Dentro de Su Casa, Él les dio a cada uno su propia llave.

Sin demora, toda la familia se reunió ante la gran puerta. Había una cerradura para cada llave. Dieron vuelta la llave pero la puerta permaneció aún cerrada. Había una cerradura final, una grande en el centro de la puerta y nadie tenía la llave para abrirla.

El niño y la niña regresaron entonces a Jesús. “Hemos encontrado a todos nuestros familiares”, le dijeron, “pero la puerta todavía no se abre. Nos hace falta una llave y no sabemos dónde encontrarla”. Jesús se sonrió, puso Sus brazos alrededor de ellos, y les dio a cada uno un beso. “Yo tengo la última llave”, les dijo, y la sostuvo en alto. Era bri llante y muy hermosa.

“Ésta es la llave de mi expiación”, les dijo. “¿Acaso no soy un miembro de la familia? ¿Piensan ustedes que serían felices viviendo en la mansión sin mí? ¿Piensan que yo sería feliz viviendo sin ustedes? Ahora que han hallado a la familia completa, todos mis hermanos y hermanas, todos los hijos de nuestros padres, juntos entraremos en nuestro hogar eterno, un hogar que siempre estará allí donde las familias vivan en unión y se amen”.

Les tomó de la mano y la familia entera abrió la puerta. Entraron en la mansión y pasaron juntos una eternidad de felicidad.

“En la casa de mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, yo os lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para vosotros. Y si me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis. Y sabéis a dónde voy, y sabéis el camino” (Juan 14:2-3; énfasis añadido).

Nosotros entramos en los templos a fin de recibir de Dios la llave necesaria para abrir la puerta de nuestro hogar eterno. Una vez que tenemos la llave en nuestro poder, la guardamos en forma sagrada, y nace en nuestro corazón el deseo de que toda nuestra familia y todos a quienes amamos también reciban una llave. Nuestro amor se empieza a ensanchar y a acrecentar hasta que incluye no solamente a nuestros hijos y nietos, sino también a nuestros antepasados de muchas generaciones. En el templo se nos da la llave preciosa que abre no solamente el gozo eterno sino también grandes satisfacciones temporales, y se nos extiende una invitación para ayudar al Señor a hacer llegar la salvación y la vida eterna a todos Sus hijos. ¿Y en qué obra de mayor satisfacción podríamos participar? ¿Acaso pensamos que seríamos felices viviendo solos en nuestra mansión?