Una Casa de Gloria


Capítulo 15

“El más glorioso de todos los temas”


En Doctrina y Convenios el templo es llamado una “casa de gloria”. Es un título merecido por varias razones. Se nos asegura que la “presencia” del Señor estará allí “continuamente” y que Su “gloria descansa sobre [Su] pueblo” (D. y C. 109:12). También sabemos que “la gloria de Dios es la inteligencia, o en otras palabras luz y verdad” (D. y C. 93:36). El templo es un lugar donde la inteligencia del Señor fluye a los Santos, pero es una casa también de gloria por otra razón igualmente significativa-dentro de sus paredes se realiza la obra más gloriosa de la Restauración.

Si se nos preguntase cuál es el tema más glorioso que pertenece al Evangelio, ¿qué responderíamos? Existen tantos aspectos hermosos y edificantes del Evangelio que sería difícil señalar uno solo. Sin embargo, las Escrituras contestan la pregunta. Nos enseñan simplemente que la obra del templo, particularmente la que se realiza por los muertos, es “el [tema] más glorioso de todos los que pertenecen al evangelio sempiterno” (D. y C. 128:17; énfasis añadido). ¿Qué es lo que hay en la obra del templo que merezca tales elogios? ¿Por qué es tan gloriosa? ¿Por qué se tiene en tan alta posición a la luz de todas las otras obras hermosas del Evangelio? Trataré de responder a esto relatando cómo la obra del templo ha llegado a ser una fuente de gloria en mi vida y en la de mi familia.

“RECUÉRDAME”

Cuando era joven, leí la historia de mis antepasados valdenses cuyas creencias trajeron sobre sus cabezas siglos de persecución. Ellos vivían en los valles Piamonte de los Alpes, en donde pudieron hallar una forma de protección contra el furor del prejuicio religioso. Allí trataron de practicar su fe de acuerdo con las verdades más simples de la Biblia. Mi tercera bisabuela tenía en ese tiempo unos catorce años de edad; era una valdense francesa de nombre Pauline Combe, hija de Jean Combe. Ésta es su historia, tal como fue escrita por su hija, mi segunda bisabuela, Madeleine Malan: “Nuestros antepasados fueron descendientes de los valdenses… Ellos se apegaron al Antiguo y Nuevo Testamento. Mantenían la creencia de que las Santas Escrituras eran la única fuente de fe y de religión.

“Cuando nuestra madre Pauline Combe tenía cerca de quince años de edad en la primavera de 1820, bajó con su papá a las planicies de Piamonte para hacerse cargo de un gran criadero de gusanos de seda; cada uno tenía una camilla en un largo y espacioso pasillo en donde cuidaban los gusanos de seda. Un día, más o menos una semana antes de que terminase la temporada, ella estaba leyendo sobre la vida de Cristo y Sus apóstoles y sobre el Evangelio tal como era enseñado por ellos.

“Una noche, después de retirarse, estaba en su camilla meditando acerca de lo que había estado leyendo y deseaba haber podido vivir en aquellos tiempos. De repente la habitación entera se iluminó como al mediodía. Ella se sentó en la camilla y una presencia celestial llenó la habitación. Empezó a cantar un himno sagrado, cuando doce personajes vestidos en ropas blancas aparecieron y, formando un semicírculo alrededor de su camilla, se unieron en el canto. Al terminar, ellos y la luz partieron. Cuando regresó a casa, le relató la visión a su madre y, además de algunos otros comentarios, le leyó los versículos 17 y 18 del segundo capítulo del libro de los Hechos.

“Nuestro abuelo Jean Combe era un hombre religioso que asistía con regularidad a la iglesia siempre hambriento por el ‘pan de vida’ y deseoso por ser lleno espiritualmente, pero regresaba insatisfecho y algunas veces comentaba sobre la diferencia entre la enseñanza de esos días y las enseñanzas del Salvador y Sus apóstoles.

“Cuando él estaba en su lecho de muerte, le dijo a nuestra hermana Mary que se hallaba sentada en la habitación: ‘Tal vez los mayores no puedan verlo, pero los jóvenes verán el día cuando el Evangelio será restaurado en su pureza y poder; y en ese día, Mary, ¡recuérdame!” (De una copia del documento original del autor).

Jean Combe, tal como sus padres antes de él, murió sin las orde nanzas salvadoras del Evangelio, sin bautismo, sin el don del Espíritu Santo, sin la investidura, y sin ser sellado a su familia eterna. Por muchos años sus padres no tuvieron las grandes bendiciones del sacerdocio. Él perdió la oportunidad de tenerlas tan sólo por unos pocos años. Poco después de la muerte de Jean Combe, Lorenzo Snow y varios otros élderes fueron a las playas de Italia. Fueron dirigidos por el Espíritu a los valles de los Alpes, a la villa misma donde vivía la familia de Pauline. Después de escuchar las verdades del Evangelio res taurado, ésta llegó a ser la primera familia que se unió a la Iglesia en Italia.

Las últimas palabras de Jean siempre han sido para mí el llamado de mis antepasados a través de todas las generaciones, extendiéndose más allá del velo y pidiendo ser recordados. Si la familia de Jean Combe y su ascendencia fuesen sus antepasados, sería una cosa gloriosa ir al templo y en esencia poder decirles: “Aquí están mis ojos; juntos miraremos la belleza de la Casa del Señor. Aquí están mis oídos; juntos escucharemos las palabras de vida eterna. Aquí están mis labios; juntos haremos convenios sagrados. Aquí están mis manos; juntos recibiremos los dones de vida eterna. Aquí están mis rodillas; arrodíllense conmigo ante el altar de la salvación, para llegar a ser uno con todos aquellos a quienes amamos mutuamente. Les recordaré”. Nada de lo que he hecho jamás ha sido más glorioso.

“ESTOY SATISFECHO”

En Lancashire, Inglaterra, en la década de 1850, vivía una mujer llamada Ann Massey Clegg. Ella era una viuda delicada de salud. Criaba a cinco niños suyos y cuatro del matrimonio anterior de su esposo. Cada mañana, Ann contemplaba a Thomas, su hijo de cinco años, tomar a sus hermanitas de la mano y caminar hasta la hilandería de algodón y “trabajar 12 horas al día en un cuarto sucio y pobre mente ventilado respirando en sus pulmones la pelusa del algodón”. Ellos subsistían con “un poco de té y un pedazo de pastel de avena en el fondo de una taza”. La vida era amarga y dura. Ann esperaba y oraba siempre por mejores días.

Ann escuchó el mensaje de la Restauración y se unió a la Iglesia. La persecución le siguió. Un populacho dejó caer una bomba en la chimenea de su casa, la cual quemó a dos de sus niños. Ann sabía que tenía que encontrar una vida mejor para ellos. Mediante la fe y la oración, la oportunidad al fin le llegó. Un hacendado adinerado ofreció pagar el pasaje de cinco familias a Sión y la familia de Ann fue escogida entre ellas. A pesar de su quebrantada salud, temía que no llegara otra oportunidad, así que emprendió el largo viaje. Las semanas en el océano y el penoso viaje por tierra hasta Nebraska le pesaron mucho. Ella llegó al punto de que no podía ya caminar y sus hijos tuvieron que ponerla en una cama en el vagón. No pasó mucho tiempo sin que estuviera tan débil que no podía ni levantar la cabeza; aún así, ella se esforzó por vivir hasta ver a sus hijos salvos en Sión. Cuando llegaron al Cañón Inmigración, a la entrada de la Ciudad del Lago Salado, Thomas le levantó la cabeza a su mamá para que pudiera contemplar la hermosa vista. Ella la contempló en silencio y entonces susurró: “Estoy satisfecha”.

Ann nunca recuperó su salud y murió pocas semanas más tarde. Murió sin la bendición de la santa investidura y sin haber sido sellada a su familia eterna. La enterraron en una sepultura sin marca en el cementerio de la ciudad. Varias generaciones más tarde, sus descendientes agradecidos colocaron sobre su sepultura un monumento de piedra con la inscripción: “Estoy satisfecha” (Historia escrita por Beatrice Edwards Sorenson).

Ann Massey Clegg es la tatarabuela de mi esposa. Si ella fuese antepasado de usted, sería algo glorioso ir al templo y efectuar para ella las ordenanzas de vida eterna, y decirle: “Aquí están mis ojos; juntos miraremos la belleza de la Casa del Señor. Aquí están mis oídos; juntos escucharemos las palabras de vida eterna. Aquí están mis labios; juntos haremos convenios sagrados. Aquí están mis manos; juntos recibiremos los dones de vida eterna. Aquí están mis rodillas; arrodíllate conmigo ante el altar de la salvación, para llegar a ser uno con todos aquellos a quienes amamos mutuamente. Te recordaré”.

“ME GUSTARÍA QUE ESTEMOS JUNTOS OTRA VEZ PARA VIDA ETERNA”

En los tempranos años de 1600, en una pequeña villa de Hirzel, Cantón de Zurich, en Suiza, vivió la familia de Hans Landis. Tenían vacas lecheras y vivían una vida sencilla, pero no fue así su suerte. Hans Landis fue un predicador menonita cuya fe no era aceptable ni a la iglesia ni a las autoridades estatales. Después de años de oposición, de andar escondiéndose y en la cárcel, Hans fue decapitado en una plaza pública en Zurich en 1614. Las autoridades ordenaron que su esposa, Margaretha Hochstrasser, “fuese llevada a la cámara de muerte, fuese atada y que sólo se le diese el más mínimo cuidado. No se le permitió a nadie hablarle ni entrar en la habitación, esperando que de este modo ella pudiera escuchar y convertirse” (De una copia del documento original del autor).

La propiedad de la familia fue confiscada y los niños fueron dispersados. Su hijo Félix murió de hambre en la cárcel. Su hija Verena murió estando arrestada en su domicilio. Otro hijo, Hans, como su papá, fue enviado a la prisión, donde escribió la siguiente carta que todavía se preserva en los archivos de Zurich: “Te envío saludos a ti, mi querida esposa, y a todos ustedes en el nombre del Señor y Salvador. Quiero decirles que estoy bien y ruego que la gracia del Dios Omnipotente pueda mantenerme a mí y a todos ustedes en Su verdad. Quiero que sepan que los hombres han regresado dos veces desde que he estado prisionero aquí y que aún volverán por mí; por lo tanto, ruego a Dios encarecidamente por nosotros, que Él pueda velar sobre nosotros y darnos la voluntad para hablar y para estar callados cuando sea necesario.

“Te pido de nuevo, querida madre, que veles diligentemente por los niños y los amonestes a orar y a leer y a ser temerosos de Dios, como bien sabes lo que yo decía cuando estábamos juntos. Concerniente a los niños, les exhorto a ser muy obedientes; si el Señor permite que esté libre de nuevo, quisiera sinceramente mostrarles aún más cómo llevar Su palabra a través de la tierra, con toda su voluntad y con la voluntad de Cristo; a nada debería ponérsele más atención sino a Dios y a la palabra de Sus mandamientos básicos, y sólo esto debería ser honrado sinceramente por nosotros.

“Escrito por mí mismo, Hans Landis, en prisión en Ottenback, 1637”. (De una copia del documento original del autor.)

No sé lo que sucedió con el autor de esta carta. Poco tiempo después le escribió de nuevo a su esposa: “Desconozco si vendré o no a ti; confío sinceramente en los mandamientos de un Dios amoroso, en su abrigo y protección… me gustaría que estuviéramos juntos otra vez en la vida eterna, si vivimos diligentemente y cumplimos con Su voluntad. Por eso, hijos míos, sean muy deseosos y tengan mucho amor por cada uno; les pido que hagan sinceramente esto con su entera voluntad. Si lo hacen, les traerá un gran tesoro después de este tiempo en la vida eterna… Me resigno a lo que el Señor me ha enviado”. (De una copia del documento original del autor.)

Los nombres de los hijos de Landis fueron hallados en una lista de exiliados a Francia no mucho tiempo después de que esta última carta fuese escrita. La lista indica que los padres de los niños habían muerto. Supongo que murieron en Suiza como resultado de la persecución. Hans Landis, quien escribió estas cartas, es uno de mis antepasados. Algunos de sus nietos hallaron paz finalmente en el nuevo estado de William Penn, llamado Pennsylvania, en Estados Unidos. Dudo que las cartas se preserven en los archivos de Zurich; podría ser que nunca se hubiesen enviado.

La valentía de esta familia ha sido una inspiración para mí y para mis hijos. Ellos fueron fieles al conocimiento que poseían pero murieron sin las ordenanzas salvadoras del Evangelio. En la vida fueron dispersados, pero mediante las ordenanzas de la casa del Señor han llegado a estar “juntos otra vez para vida eterna” y han “hallado un gran tesoro”.

Si la familia Landis estuviese entre sus antepasados, sería algo glorioso entrar al templo y poder decirles: “Aquí están mis ojos; juntos miraremos la belleza de la Casa del Señor. Aquí están mis oídos; juntos escucharemos las palabras de vida eterna. Aquí están mis labios; juntos haremos convenios sagrados. Aquí están mis manos; juntos recibiremos los dones de vida eterna. Aquí están mis rodillas; arrodíllense conmigo ante el altar de la salvación, para llegar a ser uno con todos aquellos a quienes amamos mutuamente. Les recordaré.

No debemos olvidar nunca que hacemos la obra por personas reales que tuvieron gozo y sufrimientos, tal como nosotros los tenemos. Ellos enfrentaron los desafíos de su vida con valor y con dignidad. Ellos amaron a su familia e hicieron sacrificios por su Dios. Nosotros no hacemos la obra por nombres sino por vidas, y al hacerlo nuestra alma se une a la de ellos y la de ellos se une a la de nosotros. Es por eso que es algo tan glorioso.

Ellos están muertos para este mundo, pero están vivos en el mundo de los espíritus; vivos para Dios, y vivos en nuestro corazón. “Los espíritus de los justos”, enseñó José Smith, [están] “envueltos en llamas de fuego, no se hallan lejos de nosotros, y quizá conocen y entienden nuestros pensamientos, sentimientos y movimientos” (Enseñanzas del Profeta José Smith, pág.402; énfasis añadido). En el templo, donde el velo es más delgado, se forja el eslabón conexivo del amor.

El presidente Joseph F. Smith testificó que los espíritus de los muertos estaban profundamente comprometidos y deseosos del bienestar de sus descendientes. Él escribió: “Declaro que vivimos en su presencia, nos ven, están pendientes de nuestro bienestar y nos aman ahora más que nunca… Ellos ven las tentaciones, los males que nos atacan en la vida, y la tendencia de los seres mortales a ceder a la tentación y hacer cosas equivocadas; por ello su interés por nosotros, su amor por nosotros y sus deseos por nuestro bienestar deben ser mayores de lo que nosotros sentimos por nosotros mismos. …Si por la influencia iluminadora del Espíritu de Dios y a través de las palabras que han sido dichas por los profetas santos de Dios, pudiésemos ver más allá del velo que nos separa del mundo de los espíritus, veríamos con certeza que quienes han pasado más allá pueden ver más claramente a través del velo hacia donde estamos nosotros, de lo que nos es posible a nosotros mirar hacia donde están ellos desde nuestra esfera de acción,… no estamos separados de ellos… No podemos olvidarlos; no cesamos de amarles; siempre los tenemos en nuestro corazón, en nuestra memoria, y entonces estamos asociados y unidos a ellos con lazos que no se pueden romper, que no se pueden disolver, ni de los que nos podemos librar” (Gospel Doctrine, págs. 430-31).

AQUELLOS QUE ESTÁN EN TINIEBLAS

Aún si la vida de nuestros antepasados no hubiera sido noble ni valerosa, aún si ellos tomaron decisiones poco deseables, la obra que hacemos por ellos es siempre significativa y esencial. El presidente Brigham Young dijo a los Santos: “Vayan y realicen las ordenanzas en la Casa de Dios por quienes han pasado su probación sin el Evangelio, y por todos quienes recibirán cualquier clase de salvación; tráiganlos a heredar los reinos celestial, terrenal y telestial» (Discourses of Brigham Young, pág. 624-25; énfasis añadido).

En la maravillosa visión de la redención de los muertos, ahora registrada en la sección 138 de Doctrina y Convenios, el presidente Joseph E Smith habló de aquellos espíritus que estaban en “tinieblas”. A éstos los describió como: “los inicuos…los impíos y los impenitentes que se habían profanado mientras estuvieron en la carne… los rebeldes que rechazaron el testimonio y las amonestaciones de los antiguos profetas… y los desobedientes” (versículos. 20-29).

Jesús no fue a ellos en persona, “más he aquí, organizó sus fuerzas y nombró mensajeros de entre los justos, investidos con poder y autoridad, y los comisionó para que fueran y llevaran la luz del evangelio a los que se hallaban en tinieblas, es decir, a todos los espíritus de los hombres” (v. 30; énfasis añadido). Las fuerzas de Jesús se organizaron para que “llevasen el mensaje de la redención a todos los muertos, a quienes [Él] no podía ir personalmente por motivo de [su] rebelión y transgresión” (v. 37; énfasis añadido). El Evangelio fue proclamado “a toáoslos que estaban dispuestos a arrepentirse de sus pecados y [recibirlo] …A los que habían muerto en sus pecados, sin el conocimiento de la verdad, o en transgresión por haber rechazado a los profetas” (versículos 31-32; énfasis añadido). A ambos grupos “se les enseñó la fe en Dios, el arrepentimiento del pecado, el bautismo vicario para la remisión de los pecados, el don del Espíritu Santo por la imposición de las manos, y todos los demás principios del evangelio que les era menester conocer… De modo que se dio a conocer entre los muertos, pequeños así como grandes, tanto a los inicuos como a los fieles, que se había efectuado la redención por medio del sacrificio del Hijo de Dios sobre la cruz” (versículos 33-35; énfasis añadido. Veáse también D. y C. 76:71-74).

Joseph F. Smith vio “que los fieles élderes de esta dispensación, cuando salen de la vida terrenal, continúan sus obras en la predicación del evangelio de arrepentimiento y redención, mediante el sacrificio del Unigénito Hijo de Dios, entre aquellos que están en tinieblas y bajo la servidumbre del pecado en el gran mundo de los espíritus de los muertos” (versículos 57; énfasis añadido). Hemos visto que aquellos quienes estaban en “tinieblas” son las almas de los inicuos, de los impíos, de los impenitentes, de los rebeldes, de los desobedientes que se habían “profanado” y que “rechazaron el testimonio y las amonestaciones de los antiguos profetas” (versículos. 20-21).

El presidente Smith vio que “los muertos que se arrepientan [refiriéndose a aquellos que están en tinieblas] serán redimidos, mediante su obediencia a las ordenanzas de la casa de Dios, y después que hayan padecido el castigo por sus transgresiones, y sean lavados y purificados, recibirán una recompensa según sus obras, porque son herederos de salvación” (versículos. 58-59; énfasis añadido. Véase también D. y C. 76:88). Más temprano en su vida, el presidente Smith habló de esos mismos principios: “Sucederá aquí en los principios del bautismo por los muertos, y en los que en condición de herederos lo ofrecen en forma vicaria, como fue revelado por medio del profeta José Smith, que ellos pueden recibir una salvación y una exaltación, no sé si una plenitud de bendición y de gloria, pero una recompensa de acuerdo a sus méritos y a su rectitud y a la justicia y misericordia de Dios, así como será con usted y conmigo” (Gospel Doctrine, pág. 477; énfasis añadido).

El Señor ha quitado el peso del juicio de nuestros hombros. No necesitamos pensar en quiénes de nuestros antepasados tienen la necesidad de recibir las ordenanzas del templo. Las haremos por todos los que hallemos. Todos ellos las necesitan-tanto los que permanecen en tinieblas por su rebelión como por las almas sinceras y nobles que vivieron de acuerdo con la mejor luz que tuvieron. Debemos ayudarles a liberarse de sus “ataduras” y “cautividad” a través de “las ordenanzas de la casa de Dios”, para que puedan recibir “una salvación y una exaltación”. El resto lo dejaremos al Señor. Solamente Él puede juzgar justamente y asignar las recompensas eternas. Él tratará a todos los muertos como dijo Mormón que Dios tratará a los nefitas caídos: “El Padre, sí, el Padre Eterno del cielo, conoce vuestro estado; y él obra con vosotros de acuerdo con su justicia y misericordia” (Mormón 6:22).