Una Casa de Gloria


Capitulo 16

Elías vendrá


Los altares del templo son lugares de ofrenda y de sacrificio. Allí ofrecemos a nuestro Padre Celestial nuestro corazón y nuestra vida. Ahí se nos enseña, como escribió Omni: a “[venir] a Él y [a ofrecerle nuestras] almas enteras” (Omni 1:26), pero también le ofrecemos a Él “el mayor acto abnegado de servicio cristiano que podemos realizar en esta vida mortal”, el cual es la obra por los muertos (Gordon B. Hinckley, Discurso de dedicación del Templo de Taiwan).

La mayor obra de esta dispensación y todo el impulso de la Restauración se centra en estas ofrendas. Todo lo que hacemos en la Iglesia nos concentra y nos mueve hacia los altares del templo. Si no nos arrodillamos en estos altares por nosotros mismos y por nuestros muertos y permanecemos fieles a los convenios y a los principios que se nos han enseñado, entonces la obra de la Iglesia en nuestra vida ha sido mayormente infructuosa. Podemos ilustrar esta verdad apelando a las Escrituras. En las primeras páginas de la Biblia hallamos dos imágenes hermosamente simbólicas del templo.

En Génesis, capítulo 28, se encuentra una de las primeras descripciones de un templo. No había allí un edificio, tan sólo una colina, pero el evento sagrado que tuvo lugar allí nos ofrece una visión maravillosa de la importancia del templo.

Mientras Jacob viajaba a Harán, tuvo un sueño en el que vio “una escalera que estaba apoyada en tierra, y su extremo tocaba en el cielo; y he aquí ángeles de Dios que subían y descendían por ella. Y he aquí, Jehová estaba en lo alto de ella” (versículos 12-13; énfasis añadido). Aquí la palabra escalera sería mejor traducida como “grada” (véase “The New Strong’s Exhaustive Concordance of the Bible”). Aquí tenemos una de las descripciones más finas de un templo en las Escrituras. Un templo es una grada apoyada en la tierra que toca el cielo. Es un lugar de unión del cielo y de la tierra. Un lugar donde los muertos y los vivos se comunican y donde el Espíritu enseña hermosas lecciones. Es un lugar donde quienes nos han precedido en el mundo de los espíritus descienden a nosotros mientras nosotros ascendemos a ellos.

El Señor y Jacob intercambiaron convenios, tal como lo hacemos ahora en nuestros templos modernos. Como parte de Su convenio, el Señor le prometió a Jacob: “He aquí yo estoy contigo, y te guardaré por dondequiera que fueres. …no te dejaré hasta que haya hecho lo que te he dicho” (v. 15). Este compañerismo y la protección que se han prometido son una de las mayores bendiciones de la adoración en el templo, como lo mencionamos anteriormente.

A cambio, hizo Jacob un voto, diciendo: “Si fuere Dios conmigo, y me guardare en este viaje en que voy. …Jehová será mi Dios”. Añadió como parte de su voto la promesa de dar el diezmo de todo lo que el Señor le diera (v. 20-22).

Cuando Jacob despertó de su sueño, dijo: “Ciertamente Jehová está en este lugar, y yo no lo sabía. …No es otra cosa que casa de Dios, y puerta del cielo” (v. 16-17). Al final de las gradas y en la puerta del cielo, el Señor estuvo esperando a Jacob para recibirlo en Su reino, pero primeramente él tenía que subir las gradas y pasar por la puerta.

Me gustan estas descripciones del templo. Son hermosas e instructivas en su simplicidad. El templo es una grada. Debemos subir con el fin de alcanzar a nuestro Padre Celestial. Cada cosa en la Iglesia nos conduce hacia las gradas y nos anima a subirlas. El subirlas requerirá esfuerzo, pero aun el esfuerzo es recompensado. El templo es también una puerta. Debemos pasar por ella o de lo contrario permaneceremos para siempre fuera del reino de Dios. Simplemente no existe otra forma ni para los vivos ni para los muertos de regresar y morar en la presencia de Dios. En esta dispensación, el Señor extiende la invitación gloriosa de tomar a nuestros antepasados de la mano y subir junto con ellos las gradas y pasar por la puerta. Es para llevar a cabo este esfuerzo que hemos sido escogidos y elegidos. El sacerdocio ha sido restaurado para poder cumplir con esta promesa. Éste ha sido, desde el inicio hasta el final, el empuje central de la Restauración.

EL PRINCIPIO Y EL FIN DEL EVANGELIO

Los mensajeros angelicales que regresaron para restaurar las llaves del sacerdocio conocían las gradas y las puertas que los hijos de Dios deben subir y pasar antes de que puedan disfrutar de vida eterna. Cada mensajero tenía firmemente en su mente la culminación a que cada llave conduciría. Doctrina y Convenios empieza y termina con la obra del templo. El élder John A. Widtsoe enseñó: “Prácticamente, las primeras palabras del Señor al profeta José Smith, cuando siendo un muchacho fue llamado para restaurar el Evangelio de Jesucristo, trataron sobre [la obra del templo]; y aun las últimas palabras habladas por Dios al Profeta antes de su muerte, según podemos saber, trataron acerca del mismo tema” (Templo Worship, pág. 40).

La sección 2 de Doctrina y Convenios fue dada temprano en la Restauración por Moroni, el 21 de septiembre de 1823. Es la primera revelación que se registra que fue dada en esta dispensación y la única declaración dada por Moroni a José Smith en la noche de su primera visita que se registra en Doctrina y Convenios: la profecía de Malaquías de que Elias vendría y que “él plantará en el corazón a los hijos las promesas hechas a los padres, y el corazón de los hijos se volverá hacia sus padres”. Ésta fue también la primera profecía que Moroni citó a José Smith (D. y C. 2:2, véase Malaquías 4:6). El testimonio del élder Widtsoe de que “el principio y el fin del Evangelio «stán escritos, desde un punto de vista, en la sección 2 de Doctrina y Convenios” amplifica aún más la importancia de esta pequeña sección en el gran proceso de la Restauración (Temple Worship, pág. 64).

LAS PROMESAS HECHAS A LOS PADRES

La palabra padres puede ser interpretada como nuestros padres individuales y también como nuestros grandes patriarcas Abraham, Isaac, y Jacob. Este segundo significado se clarifica en la sección 27 donde, hablando sobre la Restauración de las llaves del sacerdocio, el Señor llama a José, Jacob, Isaac y Abraham”’vuestros padres por quienes permanecen las promesas” (v.10; énfasis añadido). Estamos involucrados con promesas hechas tanto a nuestros padres individuales como a nuestros padres patriarcales.

PADRES INDIVIDUALES—AYUDA DESDE EL OTRO LADO DEL VELO

A cambio del don de vida y otras bendiciones, hemos prometido brindar a nuestros “padres” las ordenanzas de vida eterna. Ellos cuentan con esa promesa y harán lo que esté a su alcance para ayudarnos a cumplir con dicha obra, así también como el Señor lo hará. Esa ayuda puede extenderse aún hasta nuestra propia conversión. A menudo cuando estoy dando un discurso, les pido a todos los que son conversos en la congregación que se pongan de pie. Les pido luego a todos los que son los únicos en la familia que son miembros de la Iglesia que permanezcan de pie. Por lo general, casi en cada caso, casi todos permanecen de pie. Las personas tienden a unirse a la Iglesia a razón de uno o dos por familia.

El élder Melvin J. Ballard meditó sobre esta verdad y recibió una explicación sobre ella. Él enseñó: “¿Por qué es que algunas veces solamente uno de una ciudad o de una familia recibe el Evangelio? Se me ha dado a conocer que esto es por que los muertos que son justos, quienes han recibido el Evangelio en el mundo de los espíritus, se están esforzando, y en respuesta a sus oraciones los élderes de la Iglesia son enviados a los hogares de su posteridad. …y sus descendientes en la carne tienen el privilegio de hacer la obra por sus seres queridos que han muerto. Quiero decirles que es con gran intensidad que los corazones de los padres y madres en el mundo de los espíritus se vuelven a sus hijos ahora en la carne, y que nuestros corazones se vuelven a ellos” (Melvin J. Ballard, Crusaderfor Righteousness, pág. 219).

A menudo nos preguntamos si nuestros antepasados aceptarán el Evangelio. Irónicamente, en muchos casos ellos lo aceptaron antes que nosotros. En realidad, oraciones y su fidelidad han traído el Evangelio a nuestra vida. El oficiar en el templo por ellos es una expresión profunda de nuestra gratitud y nos ayuda a unirnos con ellos.

Si estamos atentos, ellos nos ayudarán también cuando tratamos de localizar los documentos que registran sus nombres. Como dijo el élder Ballard: “Ellos saben donde están sus registros y …el espíritu y la influencia de sus muertos guiarán a quienes estén interesados en hallar sus registros. …Si existe en algún lugar de la tierra algo concerniente a ellos, usted lo va a encontrar. …Si hemos hecho nuestro mejor esfuerzo y hemos buscado y descubierto todo lo que está a nuestro alcance, entonces vendrá el día cuando Dios abrirá y partirá el velo y los registros…serán revelados (Bryant S. Hinckley, Sermons and Missionary Services of Melvin Joseph Bailará, pág. 230).

Recientemente, en una conferencia general, el élder David B. Haight añadió su testimonio a las verdades enseñadas por el élder Ballard: “Creo que cuando usted diligentemente busca sus antepasados—con fe—recibirá una información necesaria aún cuando no existan registros mortales de su vida’ (Ensign, mayo de 1993, pág. 25; énfasis añadido).

“ALGÚN ÁNGEL BONDADOSO”

Yo puedo añadir mi propio testimonio al deseo de nuestros antepasados de ayudarnos a mantener nuestras promesas individuales para con ellos. Una vez me senté en la Biblioteca de Historia Familiar de la Iglesia frustrado, desesperado y ya dispuesto a renunciar a veinticinco años de búsqueda de cierto antepasado. El antepasado que buscaba fue conocido por mi abuela, un miembro de cuarta generación de la Iglesia, quien pudo haberle llamado por teléfono y preguntado de dónde eran sus padres. Ahora ambos, él y mi abuela han fallecido, y me lamento por la pérdida de la oportunidad.

Una advertencia dada en el Millennial Star en 1853 fue verdaderamente cierta para nuestra familia. Decía: “Si usted es negligente en aprovechar las oportunidades que ahora tiene de obtener esta información, entonces llegará el momento cuando quizás busque por ella pero no la podrá encontrar hasta haber pagado la deuda de su negligencia, y que algún ángel bondadoso del mundo de los espíritus justifique el traerle la inteligencia necesaria” (Millennial Star, 6 de agosto de 1853, pág. 522). Cuando me senté en la biblioteca aquel día yo supe que necesitaba de “algún ángel bondadoso”.

“Abuela”, dije en mi corazón: “pudiste haber encontrado la respuesta tan fácilmente pero ya es muy tarde. Ayúdame, ahora, para encontrar algo, cualquier registro que me pueda dar una clave. Ayúdame a hallarlo, no solamente por el bien de él sino también por todas la generaciones que esperan detrás de él”.

Decidí hacer un último esfuerzo y buscar en un gran conjunto de microfilmínas. Esa tarea me hubiese tomado horas. Tenía pocas probabilidades de éxito, pero era la única alternativa que me quedaba. En camino a solicitarlas, pasé cerca de unos libros y mi atención se enfocó en un conjunto de veinte volúmenes de matrimonios canadienses. Tomé rápidamente uno de ellos y busqué. No contenía nada de interés. Busqué el segundo y el tercero. No encontré nada tampoco. Pensé: “Éste es un esfuerzo inútil”, y decidí no continuar con esa búsqueda, pero ya tenía en mi mano el cuarto volumen. “Buscaré en éste, y entonces me daré por vencido”.

Abrí las páginas. Allí estaba registrado el matrimonio de mi antepasado, completo con el nombre de sus padres y de los padres de su esposa, y los lugares de nacimiento. Me sobrecogió la emoción. Cerré el libro, lo abracé, y me senté en el piso a llorar. Le agradecí entonces a mi abuela, quien yo sé que me guió al único registro en la biblioteca en donde podía encontrar información crítica de mis antepasados.

En muy pocos meses la línea fue extendida nueve generaciones. La historia de Hans Landis, que relaté en un capítulo anterior, fue un resultado del descubrimiento de esa tarde en la biblioteca. Desde ese momento, más de dos mil nombres han sido sometidos para la obra del templo como resultado de esa experiencia. Yo sé que recibiremos ayuda en el cumplimiento de nuestras promesas si les permitimos ser “plantadas” y echar raíces en nuestros corazones.

Al meditar en la historia de la visita de Moroni y leer las palabras de su primer cita a José Smith, he sentido algunas veces el gozo de mi propia gente detrás del velo, como la primera etapa que conduciría a

superior de una cabaña de madera. Nosotros podemos sentir también el gozo, y el gozo aún mayor que vendrá algún día cuando nos encontremos con nuestros “padres” y les hayamos cumplido nuestras promesas.

Una bendición que ha producido algunos de los mayores gozos y esperanzas en mi propia vida es una promesa en mi bendición patriarcal que dice que yo y mi posteridad tendremos el privilegio de cumplir con las promesas hechas a nuestros antepasados. Que cuando esas promesas sean cumplidas nosotros podremos reunirnos con ellos en la resurrección con amor, con compañerismo y con gran regocijo.

PADRES PATRIARCALES—TODAS LAS FAMILIAS DE LA TIERRA.

Nuestros otros “padres” son Abraham, Isaac y Jacob. A ellos se les prometió que en su “descendencia” serían bendecidas “todas las familias de la tierra, sí, con las bendiciones del Evangelio” (Abraham 2:11). Una y otra vez se nos recuerda en las Escrituras el convenio de Abraham que asegura que todas las familias de todas las naciones recibirían bendiciones a través de la posteridad de Abraham, de Isaac y de Jacob. (Véase Génesis 12:3; 17:4; 18:18; 22;18; 26:4; 28:14.)

Nefi explicó a sus hermanos cuándo se cumpliría esta promesa en su plenitud: “Nuestro padre no ha hablado solamente de nuestra posteridad, sino también de toda la casa de Israel, indicando el convenio que se ha de cumplir en los postreros días, convenio que el Señor hizo con nuestro padre Abraham, diciendo: En tu posteridad serán benditas todas las familias de la tierra” (1 Nefi 15:18; énfasis añadido). Esta promesa se cumple cuando proclamamos el Evangelio a todas las naciones, pero aún más se cumple cuando la posteridad de Abraham se levanta, va a los templos y brinda las ordenanzas redentoras del Evangelio que traerán “las bendiciones de salvación, sí, de vida eterna” a “todas las familias de la tierra” (Abraham 2:11; énfasis añadido). La obra del templo es esencialmente hecha en representación de las familias. En los postreros días, la necesidad y el deseo de brindar todas las bendiciones del Evangelio a todas las generaciones será plantada en el corazón de los hijos de Abraham. Esa promesa sería cumplida en los templos.

Ésta es una razón por la cual se declara nuestro linaje en nuestra bendición patriarcal lo cual es críticamente importante. Esta bendición es llamada “bendición patriarcal” porque nos es dada por los patriarcas de la estaca, pero es también llamada “patriarcal” porque nos manifiesta las promesas de los grandes patriarcas en nuestra vida y se pronuncian sobre nuestra cabeza.

Cada bendición es un llamado individual para cumplir la promesa de Abraham de que su posteridad bendeciría a todas las naciones de la tierra. Desde cierto punto de vista, las promesas hechas a nuestros padres son plantadas en nuestro corazón cuando un patriarca pone las manos sobre nuestra cabeza y nos declara el linaje.

EL PROPÓSITO DEL RECOGIMIENTO

Moroni conocía todas estas cosas cuando le habló a José Smith en 1823. Él sabía a qué nos conduciría la restauración del sacerdocio, y también sabía cuál es la función del Libro de Mormón en el cumplimiento de la promesa de Abraham y en la obra venidera de los templos. El Libro de Mormón era la voz del Buen Pastor, y Sus ovejas iban a escuchar Su voz en sus páginas. El Señor le dijo a José Smith: “Se darán las Escrituras, tal como se hallan en mi propio seno, para la salvación de mis escogidos; porque oirán mi voz y me verán, y no estarán dormidos, y soportarán el día de mi venida” (D. y C. 35:20-21; énfasis añadido). La voz del Salvador en el Libro de Mormón habría de ser la clave para el “recogimiento” de los Santos presentada al mundo mediante la obra de misioneros dedicados. Pero ¿por qué recoger a los Santos?

José Smith enseñó que existe solamente un propósito para el recogimiento la edificación de templos. “Dios persigue el mismo fin con recoger a su pueblo en los últimos días:”, dijo, “La edificación de una casa al Señor, una casa donde puedan ser preparados para las ordenanzas e investiduras, lavamientos, unciones, etc. …[¿Cuál fue el pro pósito del recogimiento de los judíos o del pueblo de Dios en cual quier época del mundo?] El objeto principal fue edificar una casa al Señor, en la cual podría revelar a su pueblo las ordenanzas de su casa y las glorias de su reino, y enseñar a la gente el camino de la salvación” (History of  the Church, 5:423-424). En los tempranos días de la Iglesia, se les animó a juntarse en un lugar central, por cuanto había entonces muy pocos miembros y muy pocos templos. Hoy en día tenemos muchos miembros y muchas estacas. La naturaleza del recogimiento ha cambiado. Todavía nos juntamos alrededor de los templos o nos juntamos de modo que más templos puedan ser edificados. Esperamos algún día tener muchos más templos en muchos más estados y países.

David también testificó del gran propósito del recogimiento cuando escribió: “Envía tu luz y tu verdad; éstas me guiarán; me conducirán a tu santo monte, y a tus moradas. Entraré al altar de Dios, al Dios de mi alegría y de mi gozo” (Salmos 43:3—4). La Iglesia envía la luz del Evangelio al mundo e invita a todos a la Casa del Señor. Cada misionero conoce la meta de alcanzar nuevos conversos. He tenido un gran sentimiento de tranquilidad cuando he visto a quienes he enseñado y fueron bautizados llegar finalmente al templo. He sentido que ellos se han juntado en el lugar seguro del Señor.

Moisés dio su testimonio del propósito del recogimiento en una canción que escribió después de la liberación de Israel de Egipto. Enseñó claramente que el Señor había “rescatado” a Israel y que los trajo a la tierra prometida, y oró así: “Tú los introducirás y los plantarás en el monte de tu heredad, en el lugar de tu morada, que tú has preparado, oh Jehová, en el santuario que tus manos, oh Jehová, han afirmado” (Éxodo 15:17).

En Doctrina y Convenios aprendemos que el recogimiento de los Santos y la edificación de Sión empiezan en el templo: “La ciudad de la Nueva Jerusalén sea edificada mediante el recogimiento de los santos, comenzando en este lugar, sí, el sitio para el templó” (D. y C. 84:4; énfasis añadido).

Cuando la persecución en el Condado de Jackson forzó a los Santos a trasladarse a otros condados, el Señor enfatizó la necesidad del recogimiento con el fin de construir un templo. El Señor dijo a los Santos cuando empezaron a construir en Far West: “El recogimiento en la tierra de Sión y sus estacas sea para defensa y para refugio contra la tempestad y contra la ira. …Por tanto, os mando edificarme una casa para el recogimiento de mis santos, a fin de que me adoren” (D.y C. 115:6-8; énfasis añadido).