Una Casa de Gloria


Capítulo 20

“Una obra grande y maravillosa”


En muchas ocasiones, en las primeras revelaciones de esta dispensación, el Señor presentó Sus instrucciones con Su propia descripción de la obra venidera. Dijo: “Una obra grande y maravillosa está a punto de aparecer entre los hijos de los hombres” (D. y C. 6:1). Nos invitó a meter la hoz con fuerza y a segar los campos blancos. Aunque son verdaderas para todas las obras que se hacen en Su reino y usualmente se aplican a la obra misional, Sus palabras son especialmente válidas en cuanto a la obra del templo.

Por cierto que la obra es grande, especialmente cuando consideramos los billones de hijos de nuestro Padre que esperan todavía las ordenanzas de salvación. Pero la obra es también maravillosa. ¿Podrían existir campos más blancos y listos para la siega que aquellos que están entre los que viven detrás del velo? Conocemos mediante las enseñanzas de profetas modernos que la obra es diferente allá que aquí. Lorenzo Snow nos asegura: “Cuando el Evangelio se predica a los espíritus en prisión, el éxito obtenido por tal predicación es mucho mayor que el alcanzado por la predicación de nuestros élderes en esta vida. Creo que en verdad serán muy pocos los espíritus de aquellos que no recibirán gustosamente el Evangelio cuando se les presente. Las circunstancias allí serán mil veces más favorables” (Millennial Star, 6 de octubre de 1893, pág. 218). Aprecio mucho la actitud del Señor hacia esa cosecha. Debemos participar de ese espíritu cuando ayudamos a nuestro Salvador en esta obra. Él dijo: “Si tenéis deseos de servir a Dios, sois llamados a la obra” (D. y C. 4:3; énfasis añadido). En otras palabras, la obra es tan maravillosa que el Señor nos va a dar el privilegio de participar en ella junto con Él, pero solamente cuando así lo deseemos. Él no nos tuerce el brazo, ni nos obliga, ni nos inyecta obediencia por medio de sentimientos de culpa. Él simplemente nos dice que la obra en sí misma será la propia recompensa. De hecho, será algo maravilloso.

La obra es tan maravillosa que “quien mete su hoz con fuerza atesora para sí” bendiciones de gozo sempiternas (D. y C. 4:4). Muy a menudo enfatizamos “la grandeza” de la obra y olvidamos su “maravillosa” naturaleza. Pero el Señor mismo indicó el aspecto “maravilloso” de la obra venidera (véase D. y C. 4:1). Es difícil hallar a alguien que haya invertido mucho tiempo en la obra del templo y que no piense que ha sido algo maravilloso. Puedo ilustrar con un ejemplo personal cómo llegué a entender de una manera pequeña cuán maravillosa es realmente la obra.

LOS NOMBRES ESCRITOS EN UN LIBRO.

Hace pocos años mientras investigaba sobre mis antepasados daneses, fui profundamente conmovido cuando leí las siguientes anotaciones en los archivos de la parroquia de Torup. Es la historia de dolor y de lucha de dos campesinos daneses: Jorgen Larsen y Magrethe Hansdatter. Sus tribulaciones me brindaron una de las lecciones más grandes de mi vida. Presento aquí un resumen de las anotaciones del libro de esa parroquia que nos relata acerca de su vida.

A Jorgen Larsen y Magrethe Hansdatter les nació su primer hijo el 17 de noviembre de 1776, al que llamaron Lars por su abuelo paterno. El niño murió dos semanas después, el 2 de diciembre. Tuvieron un segundo hijo que nació el 1 de mayo de 1778, al que también llamaron Lars. El niño murió tres semanas después, el 21 de mayo. Tuvieron un tercer hijo el 15 de agosto de 1779, al que llamaron Hans por su abuelo materno. Ese niño murió dos semanas después, el 29 de agosto. El 20 de agosto de 1778, Magrethe dio a luz a una niña a quien nombró como ella, Magrethe. Esta hija vivió solamente siete días y murió el 27 de agosto de 1780. Un cuarto hijo nació el 14 de octubre de 1781 a quien también llamaron Lars. Este falleció el 18 de noviembre de ese año, tan sólo un mes después de haber nacido. El 7 de septiembre de 1783 les nació una nueva hija, Karen. Ella murió una semana después, el 14 de septiembre.

No puedo expresar la emoción de mi corazón cuando leía esta historia en las páginas viejas de los archivos de la iglesia. Finalmente, el 5 de septiembre de 1784, Jorgen y Magrethe tuvieron una nueva hija a la que llamaron Maren, quien vivió hasta su madurez. Tuvieron luego un hijo a quien llamaron, muy apropiadamente, Lars, por su abuelo paterno. Éste nació el 26 de mayo de 1787 y fue mi cuarto bisabuelo.

Mi esposa y yo fuimos al Templo de Jordán River, en Utah, para sellar a esta familia y a otras como unidades eternas. El Señor nos promete que habrá ocasiones en que nos remontaremos “en la imaginación de [nuestros] pensamientos como si fuera en alas de águila” (D. y C. 124:99). En otras palabras, en ciertas ocasiones nos mostrará verdades sagradas y hermosas en nuestra mente por medio del ejercicio de nuestra imaginación. Ésta fue una de esas ocasiones. Me parecía ver a mis queridos parientes daneses y a todos sus hijos reunidos alrededor de sus padres. Se hallaban todos vestidos de blanco y estaban felices y se abrazaban el uno al otro cuando se efectuó el sellamiento. De pronto, se volvieron al unísono mirando sobre ellos a un ser a quien yo no podía ver, pero que supe Quién era por la expresión de gratitud de todos ellos.

Dijeron: “Te agradecemos, Padre, por permitirnos nacer en una época y en un lugar donde nuestros nombres pudieron ser escritos en los archivos de una iglesia, de modo que nuestro descendiente pudo hallarlos y traernos aquí, a Tu casa, para ser limpiados y unidos eternamente como familias. No necesitamos esperar más. Nuestra vida es completa. Te agradecemos porque nuestros nombres fueron escritos en un libro”. Solamente por las bendiciones del templo, pudieron olvidar todo el dolor y las dificultades de su vida mortal. A pesar de sus sufrimientos, su vida fue completa gracias al registro de sus nombres en un libro de una iglesia luterana. Quizás el apóstol Pablo tenía estas bendiciones en mente cuando escribió a los santos de Roma: “Tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse” (Romanos 8:18).

Volviéndose hacia mí y con ojos de asombro, mis antepasados parecían decirme: “Y a ti, nuestro descendiente, te es permitido arrodillarte ante el altar en la Casa del Señor. Has vivido toda tu vida con la seguridad de una familia eterna. Puedes sentarse a los pies de profetas vivientes y leer palabras de las Escrituras que nunca soñamos que existiesen. ¡Cuan agradecido debe estar tu corazón a nuestro Padre Celestial por todas Sus bondades! Para nosotros, fue suficiente que nuestros nombres fuesen escritos en los archivos de una iglesia”.

Verdaderamente, ángeles descienden las gradas del Señor y nos edifican, nos instruyen y promueven nuestra humildad conforme ascendemos por las mismas gradas a nuestra mansión eterna para reunimos con ellos. No puedo pensar en ninguna persona que haya vivido o que viva ahora que tenga más razones para regocijarse que los Santos de los Últimos Días, por cuanto a ellos se les ha encargado una obra que es maravillosa en su naturaleza y es santificadora en su realización.