Una Casa de Gloria


Parte 6

Una Casa de Acción de Gracias

Te e rogamos por los miembros de Tu Santa Iglesia en todo el mundo, para que Tu pueblo a tal grado sea guiado y gobernado por Ti, que todos los que profesan ser y se llaman Santos sean preservados en la unidad de la fe, en la vía de la verdad, en los lazos de la paz y en santidad de vida. (Oración Dedicatoria del Templo de Salt Lake)


Capítulo 21

El Río Crece


Deseo concluir con un testimonio los pensamientos que he tratadode compartir sobre el templo. No importa lo que leamos sobre el templo, nuestra experiencia allí será siempre personal. A cada uno de nosotros nos traerá bendiciones hermosas y únicas. Esto es parte de su poder—satisface nuestras necesidades individuales de un modo perfecto. Conforme sus frutos llegan a ser más dulces en nuestra vida, sentimos una profunda gratitud y nos damos cuenta más plenamente por qué el Señor llama al templo “un lugar de acción de gracias para todos los santos” (D. y C. 97:13). De un modo muy significativo, la primera palabra de la oración dedicatoria del Templo de Kirtland (el primer templo de esta dispensación) es la palabra gracias. ¿Hay acaso una palabra más apropiada para empezar la dedicación de un templo al Señor? Es una hermosa ironía de las Escrituras que digamos “gracias” cuando damos a Dios algo que nos bendecirá infinitamente más a nosotros que a Él.

En momentos de quietud y de reflexión, vamos de nuevo al templo para expresar nuestra gratitud. Vamos al templo una y otra vez no solamente por nuestras necesidades, en busca de guía o de consuelo, sino también para estar cerca del Espíritu del Señor y decirle “gracias”. Cuanto más contemplemos el templo como una casa de instrucción, una casa de refugio, una casa de orden y una casa de gloria, más entenderemos por qué es también una casa de acción de gracias.

En uno de los más hermosos salmos, David expresa su amor por el Señor por cuanto le “ha hecho bien”. Él pregunta: “¿Qué pagaré a Jehová por todos sus beneficios para conmigo?”, y entonces responde a su propia pregunta: “Te ofreceré sacrificio de alabanza, e invocaré el nombre de Jehová. A Jehová pagaré ahora mis votos delante de todo su pueblo, en los atrios de la casa de Jehová. …Aleluya” (Salmos 116:7,12,17-19; énfasis añadido). La adoración en el templo es una manera hermosa de agradecer al Señor por “hacernos bien”.

He llegado a amar mucho el templo. Si alguien me hubiera dicho hace años, cuando salí de él después de mi investidura, que la adoración en el templo llegaría a ser un amor central en mi vida, simplemente no lo habría creído posible. Aún, a través de los años, he sentido crecer continuamente en mi vida las aguas del río descrito por Ezequiel. Desconozco cuán profundamente me he metido en el río. Quizás no esté aún ni por las rodillas. No obstante, he sentido su dulzura refrescante lo suficientemente como para saber que nunca desearé salir de él. En cuanto más crece el río, mayor es la gratitud que siento por tenerlo cerca para meterme en él con frecuencia.

Me emociona siempre escuchar el anuncio de otro templo que será construido en alguna parte del mundo. ¡Qué hermoso es que otros miembros puedan tener ahora fácil acceso a la Casa del Señor! ¡Ellos podrán sentir que las aguas crecen en su propia vida y recibir sus propias y extraordinarias bendiciones! Creo que la construcción continua de templos va a ser cada vez más y más importante conforme las fuerzas del mal empiezan a prevalecer en el mundo. Los templos llegarán a ser una necesidad en nuestra vida y nos sentiremos más y más agradecidos de poder entrar a ellos con frecuencia.

Quisiera, a modo de testimonio, concluir con tres grandes gratificaciones que el templo ha traído a mi familia. Las comparto como una expresión de acción de gracias al Señor por la bondad que ha inundado mi vida gracias a Su Casa. Ellas incluyen tanto la sanidad que recibimos en el templo como sus poderes dadores de vida. Espero que estos testimonios puedan expresar de la mejor manera por qué amo tan profundamente la Casa del Señor.

VOLVER EL CORAZÓN DE LOS HIJOS

Cuando era tan solo un bebé, mis padres se separaron y poco tiempo después se divorciaron. Fuí criado por mi madre, quien me enseñó a amar el Evangelio de Jesucristo, a estudiar las Escrituras y a confiar en mi Padre Celestial. Vi a mi padre muy poco mientras crecía. Una vez al año, mientras visitaba a mis abuelos en Utah, mi padre nos llevaba a mí y a mi hermana a Lagoon, un parque de diversiones cerca de Salt Lake City. Ése era mi único contacto con él durante mis primeros dieciocho años de vida. No había nada en ello que pudiera establecer una relación. Mi padre era simplemente una persona que nos llevaba a mí y a mi hermana una vez al año a un parque de diversiones. No tenía ningún sentimiento por él, ni negativo ni positivo.

Cuando cumplí dieciocho años de edad, salí de California y fuí a estudiar a la Universidad Brigham Young, en Provo, Utah. Estaba profundamente interesado en la genealogía. Disfrutaba estar en la universidad, pero lo que realmente quería hacer era ir a Salt Lake City y pasar todo el día en el Centro de Genealogía. En los fines de semana trataba que alguien me llevara a Salt Lake City para buscar a mis antepasados y tenía que conseguir luego cómo regresar cada noche a Provo.

Mi padre vivía en Salt Lake City y tenía un sofá cama en uno de sus cuartos. Lo llamé y le pregunté si yo podía quedarme en su casa los viernes y los sábados por la noche para así pasar más tiempo en el Centro de Genealogía. No solamente estuvo él de acuerdo con que me quedara en su casa, sino que también se ofreció para ir a recogerme a Provo, llevarme y traerme de ida y vuelta del Centro de Genealogía a su casa, y llevarme de regreso a la universidad cuando hubiera terminado.

Me encantaban los fines de semana y los esperaba con ansias todos los días. Trataba de hacer todas mis tareas de modo que tuviese todo el fin de semana disponible para pasarlo en Salt Lake City. Nunca pude anticipar a lo que aquellos viajes de fin de semana me conducirían eventualmente. En la noche hablaba con mi padre y le mostraba lo que había encontrado. Empecé a quererlo y aprendí a amarlo. Mi corazón empezó a volverse hacia él. El primer padre a quien el espíritu de Elias me hizo volver no fue un antepasado distante al que conocería algún día en la Resurrección. Fue mi propio padre.

Desde ese día, mi padre ha ido al templo muchas veces. He continuado la investigación de nuestros antepasados. He enviado sus nombres para las ordenanzas del templo y mi padre ha ido al templo todas las semanas para hacer la obra por ellos. No dudo del poder inherente de la promesa de Malaquías. El espíritu de Elias puede extenderse a través de los siglos y unir nuestro corazón a los padres cuyos nombres leemos en viejos manuscritos góticos. También puede extenderse a través del dolor del divorcio y unir el corazón de un hijo a su padre y el de un padre a su hijo. Ésta es una de las grandes recompensas que he recibido por haber venido Elias a hacer realidad la promesa dada en Malaquías.

¿CUÁL SERÁ TU SALARIO?

Cuando era un muchacho me caí en el cemento y se me estropeó la parte superior de mi boca. No me dí cuenta del daño sino hasta cuando me fue revelado por un examen de rayos X muchos años más tarde. Para entonces era ya muy tarde para preservar mis dientes. Tuve varias operaciones durante mi adolescencia. Mis dientes superiores fueron extraídos y se me colocó un puente para corregir el daño. Durante esos años en que tuve que usar un puente dental, viví con una sonrisa sin dientes. Ésos fueron los años de mi secundaria.

Aprendí a hablar sin mostrar mis dientes. Recuerdo que el hacerlo no representó una gran dificultad; sin embargo, resultó en una completa pérdida de confianza en el ámbito social. Nunca tuve una cita con una muchacha y en general tuve muy poco trato con las jóvenes. Recuerdo que cuando fui a una misión sentí un gran sosiego, ya que por dos años más no tendría que preocuparme por mis contactos sociales ni por salir con una joven.

Cuando alcancé la madurez creí que no podría ni me casaría con una mujer hermosa. Llegué a aceptarlo como parte de mi vida y me había resignado a tomar una esposa que fuese menos de lo que yo anhelaba. Aún así anidaba siempre mis sueños. Había formado un retrato de la esposa perfecta hasta el último detalle—sus talentos, su personalidad, sus compromisos en la vida, su apariencia y hasta el color de su pelo y de sus ojos. Era un bello sueño el cual creía que jamás se haría realidad.

Las Escrituras nos enseñan que el Señor premia a Sus hijos dán doles esposas muy especiales (Proverbios 19:14). Si esto es cierto, de seguro que ningún hombre ha sido mejor premiado que yo. Laura Chipman llegó a mi vida poseyendo cada detalle de mi retrato, aún el color de su cabello y de sus ojos.

Podrá entender cómo me sentí cuando me arrodillé en el Templo de Alberta, en Canadá, y escuché las hermosas palabras de promesa y de cumplimiento que allí fueron pronunciadas. Sabía que esta unión y este amor, los cuales había pensado que nunca llegarían a mi vida, ahora serían para siempre si permanecía fiel a mis convenios.

Cuando ella colocó su mano en la mía, mientras nos arrodillábamos ante el altar, sentí en todo mi ser tal espíritu, luz y belleza que desde entonces, cuando escucho la palabra gloria, revive en mi mente ese momento. En los altares del templo, el Señor abre una ventana del cielo un poquito para permitir que la luz celestial toque nuestras almas y saboreemos lo que puede ser nuestro para siempre si somos fieles a nuestros convenios. Nunca antes tuve ni he tenido desde entonces tal júbilo de gozo puro.

Un pensamiento de Arthur Henry King ha llegado a significar mucho para mí desde que lo leí hace algunos años. Él dijo: “Nací en la extrema pobreza y sin embargo no tenía ambiciones; me sorprendía cada vez que algo bueno me sucedía. Aún continúo siendo así. Lo que uno no espera, puede llegar a ser una fuente de gratitud, y la gratitud es uno de los atributos fundamentales del Evangelio. Es lo que sentimos que tenemos que dar de vuelta al Señor en todas las cosas” (The Abundance of the Heart, pág. 78).

Nunca esperé tener una estrecha relación con mi padre y tampoco la dulzura de una hermosa compañera; sin embargo, la casa del Señor no solamente trajo estos regalos a mi vida sino que también me asegura que pueden ser eternos. ¿Qué otros sentimientos podrían ser más dignos de gratitud? Cuando fuí al templo por primera vez, no esperaba que me llenase de tal modo y me brindase tanto gozo. Dudo que muchos podamos comprender la primera vez lo que el templo puede hacer realmente por nosotros. Quizás es por eso que nuestro corazón se ensancha más y más con gratitud conforme las bendiciones fluyen y nuestra vida se enriquece más.

Me encanta la historia de Jacob y Raquel en el Antiguo Testamento. Pienso que es una de las historias de amor más hermosas en la literatura, aún cuando solamente se escribió en pocos versículos. Labán le preguntó a Jacob: “¿Por ser tú mi hermano, me servirás de balde? Dime cuál será tu salario”.

Jacob respondió: “Yo te serviré siete años por Raquel tu hija menor”. Los siete años resultaron en catorce, pero a Jacob “le parecieron como pocos días, por que la amaba” (Génesis 29:15-20).

Puedo imaginar una escena similar en mi propia vida alguna vez en el futuro. Mi Padre Celestial me hará una pregunta como la que Labán le hizo a Jacob: “¿Por ser tú mi hermano, me servirás de balde? Dime cuál será tu salario”.

Yo sé la respuesta que le daré. No pediré una mansión en los cie los, sino que le pediré una recompensa aún mayor. Aun sé que es una recompensa que Él desea darme. Le responderé: “Te serviré toda mi vida por la eterna compañía de tu hija Laura. Por favor sella mi matri monio con el Espíritu Santo de la Promesa. Preserva, Padre, el fruto que hemos cosechado juntos en nuestra vida”. ¿Qué mayor retribución podría uno pedir que ésa?

Wilford Woodruff entendía bien esta verdad, porque amaba profundamente a su esposa. Él dijo: “Bendito eres si hubieses vivido en la carne mil años, tanto como nuestro Padre Adán, y hubieses vivido y trabajado toda la vida en pobreza, y cuando esto acabe, por tus actos pudieses asegurarte de tener contigo a tu esposa y a tus hijos en la mañana de la primera resurrección para morar juntos en la presencia de Dios. Solamente eso multiplicaría el pago de mil años de trabajo” (Journal of Discourses, 21:284).

ELLOS SEGUÍAN LLEGANDO

Una tarde llevé a mi hijo de doce años al templo para hacer bautismos por varios de nuestros antepasados. Él había ido conmigo en varias ocasiones a la Biblioteca de Historia Familiar y había hallado por sí mismo algunos de sus antepasados. Ésta no era la primera vez que íbamos juntos al templo para ser bautizados por los muertos, pero resultó ser una de las más especiales. Había un espíritu tranquilo y hermoso en el templo esa tarde. Hicimos los bautismos y luego las confirmaciones. Después de que él fue confirmado por sus antepasados, me contó una experiencia especial que recibió durante las confirmaciones. Esta historia dice mucho acerca de la maravilla del templo y de la gratitud que engendra.

Me dijo: “Cuando los obreros pusieron sus manos sobre mi cabeza, vi una imagen en mi mente. Te vi a ti, papá, que estabas solo. Luego llegó mamá y se quedó junto a ti y te tomó de la mano. Luego llegamos Kirsten, Megan, Ben, Mckay y yo, y nos quedamos con ustedes. Vi luego a la abuela y al abuelo que llegaron a unirse con nosotros. Después, muchas personas empezaron a venir de varias direcciones diferentes. Yo no los conocía, pero ellos llegaron y se quedaron con nosotros y nos tomaron de la mano. Ellos seguían llegando y llegando hasta que no podía ver el final de ellos”.

¿Habría acaso un momento más dulce que un padre pudiera compartir con su hijo que aquel que yo compartí con el mío esa tarde en el templo de nuestro Dios? ¡Cuánta gratitud continúa creciendo en mi corazón cuando medito sobre esa experiencia! Algún día mi hijo conocerá quiénes son todas aquellas personas y la experiencia descrita por Enoc llegará también a ser suya: “Entonces tú y toda tu ciudad los recibiréis allí, y los recibiremos en nuestro seno, y ellos nos verán; y nos echaremos sobre su cuello, y ellos sobre el nuestro, y nos besaremos unos a otros” (Moisés 7:63).

La esencia del templo está contenida en este versículo. Que la experiencia descrita sea la recompensa de todos lo que verdaderamente aman la casa del Señor.

GRITAMOS DE GOZO

Cuando medito sobre todo el gozo que el templo ha traído a mi vida y en la fortaleza que da a cada miembro de la Iglesia, no es difícil entender entonces por qué gritamos de gozo cuando se dedica un templo. Esa ocasión solemne y santa es una celebración de felicidad que armoniza con aquella que el nuevo templo traerá a todos los que pasen por sus puertas.

He tenido el privilegio de participar en la dedicación de tres templos. Cada oportunidad fue una ocasión sagrada que siempre recordaré y atesoraré. Solamente en las ocasiones más santas gritamos porque nuestra felicidad es tan plena que nos hace alabar a nuestro Padre y a Su Hijo. Las Escrituras mencionan solamente unas pocas ocasiones como ésas. Job menciona cómo “alababan todas las estrellas del alba, y se regocijaban todos los hijos de Dios” cuando la tierra fue creada (Job 38:7). José Smith citó ese grito de gozo mencionado por Job en su gran himno de la Restauración mencionado en un capítulo anterior (véase D. y C. 128:23).

Cuando Jesús entró triunfalmente en Jerusalén para completar Su gran sacrificio redentor por la salvación del mundo, la multitud “gozándose, comenzó a alabar a Dios en grandes voces” (Lucas 19:37). Clamaban: “¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor, el Rey de Israel!” (Juan 12:13). Zacarías describió esta promesa triunfal de la inminente Expiación con estas palabras: “Alégrate mucho, hija de Sión; da voces de júbilo, hija de Jerusalén; he a aquí tu Rey vendrá a ti” (Zacarías 9:9; énfasis añadido).

El apóstol Pablo escribió a los Tesalonicenses que el Señor, en Su Segunda Venida, “con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá de cielo; y los muertos en Cristo resucitarán primero” (1 Tesalonicenses 4:16). Todos estos momentos son profundamente significativos en cuanto a la salvación de la humanidad. La Creación, la Expiación y la Resurrección son todas ocasiones para gritar “¡Hosanna a Dios y al Cordero!” No es coincidencia que la dedicación de la Casa del Señor esté también acompañada por un grito de gozo, porque es esencial para la salvación de los hijos de nuestro Padre. Ruego que ese grito pueda hacer eco una y otra vez en toda la tierra, entre todos los pueblos, y que pueda resonar en cada oído.