Capítulo 4
Una fórmula para
la adoración en el templo
Una fórmula poderosa y práctica para la adoración en el templo se encuentra en las palabras del Salvador a los nefitas cuando Él los visitó después de Su resurrección. Jesús pasó el día con los nefitas enseñándoles verdades hermosas, muchas de las cuales ellos no comprendían por completo, particularmente los versículos de Isaías con los que Él concluyó. “Veo que sois débiles”, les dijo, “que no podéis comprender todas mis palabras que el Padre me ha mandado que os hable en esta ocasión” (3 Nefi 17:2).
Estas palabras expresan cómo nos sentimos a menudo cuando salimos del templo. Sé que ellas expresan como yo me sentí la primera vez que fui al templo de Los Angeles para recibir mi investidura. Todos somos débiles y no podemos entender todo lo que el Padre nos ha enseñado. Algunas veces nos sentimos un poco culpables por no comprender más, pero culpables o no, ésa no es la respuesta apropiada. En ocasiones nos sentimos con apatía y ya no vamos al templo con tanta frecuencia, o no prestamos atención cuando vamos. Éstas cosas son aún más inapropiadas.
¿Qué debemos hacer? El Salvador nos dice que debemos hacer cinco cosas, y la primera es la más fácil: “Por lo tanto, [1] id a vuestras casas, y [2] meditad las cosas que os he dicho, y [3] pedid al Padre en mi nombre que podáis entender; y [4] preparad vuestras mentes para mañana, y [5] vendré a vosotros otra vez” (3 Nefi 17:3). Si no entendemos todo lo que vemos y escuchamos en el templo, no debemos tener temor ni ser apáticos o tener sentimientos de culpa. Debemos ir a casa, meditar, orar, prepararnos y entonces regresar.
Muy a menudo, el único paso que damos es el primero. Simplemente nos vamos a casa. O damos solamente el primero y el quinto paso. Vamos a casa y regresamos pero no meditamos, ni oramos ni nos preparamos. Debemos aprender a hacer todas las cinco cosas.
APRENDER A MEDITAR
Meditar en las cosas espirituales es siempre una invitación para recibir revelación. Las Escrituras nos dan numerosos ejemplos de profetas que reflexionaron, meditaron o estudiaron y recibieron experiencias espirituales gloriosas como resultado (ver 1 Nefi 11, D. y C. 76, o D. y C. 138 como ejemplos). Meditar requiere una concentración profunda de pensamiento y enfoque.
Para meditar eficazmente sobre las ordenanzas del templo, debemos estar familiarizados con ellas. Si queremos meditar en cuanto a las Escrituras, debemos leerlas y releerlas, concentrándonos en cada palabra o frase y en cómo se relacionan con otras verdades halladas en otras partes del texto. Podemos hacer esto con las ordenanzas del templo solamente si están escritas en nuestra mente y en nuestro corazón, por cuanto no podemos estudiarlas en una página impresa. Esto ocurre cuando participamos más frecuentemente en ellas. Es casi imposible meditar en algo con lo cual no estamos familiarizados.
A veces, mientras escuchamos la ordenanza de la investidura, quisiéramos hacer una pausa para reflexionar acerca de algunas de las visiones que estamos descubriendo. Desearíamos que pudiésemos detener la sesión, lo cual nos permitiría reflexionar un poco más profundamente. Algunas veces quisiéramos poder escribir una nota acerca de la visión que estamos recibiendo para reflexionar un poco más sobre ella cuando la ceremonia termine. Tememos olvidar nuestra visión una vez que la sesión termine. Desde luego que no podemos escribir notas ni pedir que se detenga la sesión. Debemos aprender a mantener los pensamientos en nuestra mente y entonces, en momentos de quietud dentro y fuera del templo, meditar sobre ellos y dejar que el Espíritu nos enseñe. Cuanto más asistamos al templo, las frases y palabras de la ordenanza de la investidura permanecerán más firmemente con certeza en nuestra mente, en donde ellas estarán disponibles para una meditación futura.
RUGUEMOS RECIBIR ENTENDIMIENTO
Se nos ha dicho que debemos orar por entendimiento. ¿Cuán a menudo nos arrodillamos antes o después de asistir al templo e imploramos al Señor que nos enseñe alguna verdad edificante acerca de la ordenanza de la investidura? El Señor quiere enseñarnos si nosotros le preguntamos. Debemos permitirle, sin embargo, usar Su propia sabiduría acerca de cuándo y cómo nos va a revelar cierta verdad. Algunas veces, Él hablará directamente a nuestra mente. Otras veces la respuesta vendrá a través de las Escrituras. La visión nos puede ser presentada por un cónyuge, madre o padre durante una quieta conversación en el salón celestial.
“ENSEÑAOS EL UNO AL OTRO”
Estas conversaciones son perfectamente apropiadas y pueden ser la manera mediante la cual el Señor contestará nuestras oraciones en las que pedimos recibir entendimiento. En ocasiones nos preguntamos qué podemos y qué no podemos decir acerca de las ordenanzas del templo. Fuera del templo debemos tener extremo cuidado de hablar solamente de aquellas cosas que están en las Escrituras o en publicaciones oficiales de la Iglesia. Aún así, debemos dejar que este consejo sea nuestra guía: “Recordad que lo que viene de arriba es sagrado, y debe expresarse con cuidado y por constreñimiento del Espíritu; y en esto no hay condenación” (D. y C. 63:64; énfasis añadido).
Dentro del templo, entre quienes sean dignos de las ordenanzas, podemos, por constreñimiento del Espíritu, enseñarnos el uno al otro, particularmente con aquellos que sean de nuestra propia familia. Sobre algunas cosas no hablamos aun cuando nos encontremos dentro de las paredes del templo, pero estas cosas son pocas y obvias. En el contexto de aprender sobre el templo, el Señor nos instruye con las siguientes palabras: “Y por cuanto no todos tienen fe, buscad diligentemente y enseñaos el uno al otro palabras de sabiduría” (D. y C. 88:118; énfasis añadido). Recuerde que el templo ha sido llamado “un sitio de instrucción para todos aquellos que son llamados a la obra del ministerio en sus varios llamamientos y oficios; a fin de que se perfeccionen en el entendimiento de su ministerio, en teoría, en principio y en doctrina” (D. y C. 97:13-14; énfasis añadido).
En forma ideal, el Espíritu, mediante el uso de los símbolos y de la atmósfera que reina en el templo, enseña a cada persona de acuerdo con sus necesidades y en respuesta a sus oraciones personales. Pero el Espíritu puede también enseñarnos mediante las palabras y la visión de otros. En una ocasión, los discípulos de Jesús no entendieron el significado más profundo de Sus parábolas o del lenguaje figurativo. En privado le pedían que diera una interpretación de esas enseñanzas. Él raramente se negó a explicarlas. Sus discípulos eran débiles pero tenían el deseo de aprender. No debemos temer en hacer preguntas para pedir aclaraciones del Señor o el uno del otro. Cuando tenemos la visión, es apropiado, especialmente en nuestra familia y bajo la guía del Espíritu, enseñar y explicar como lo hizo el Salvador.
“Los jóvenes y algunas veces los adultos”, dijo el élder John A. Widtsoe, “preguntan esto o aquello acerca del servicio en el templo. ‘¿Es esto o aquello necesario?’ ‘¿Es esto o aquello razonable?’ ‘¿Por qué debemos hacer esto o aquello?’. Aun cuando tales preguntas nos parezcan innecesarias, es mejor contestarlas, especialmente si son hechas por quienes no han recibido capacitación o no tienen la experiencia y por lo tanto no son capaces de pensar claramente por ellos mismos” (Temple Worship, págs. 59-60). Mientras estamos aprendiendo a recibir con claridad instrucción por medio del Espíritu Santo, permitamos, sin ansiedad, “enseñarnos el uno al otro palabras de sabiduría” en cuanto tengamos palabras de sabiduría que impartir y el Espíritu nos dirija de esa manera. Esta forma de compartir puede ser la res puesta del Señor a las oraciones de alguien.
En nuestra familia, el compartir entendimiento puede ser un factor de unidad. Como profesor en el Sistema Educativo de la Iglesia, he podido compartir momentos muy enternecedores al enseñar a alumnos con hambre de aprender, pero ninguno ha sido tan dulce como cuando me he sentado quietamente en el salón celestial con mi esposa, con mis hermanas, con mis hijos o con mis padres y he contestado preguntas según mi mejor entendimiento y he recibido en retribución la visión de ellos. Muchas de mis oraciones acerca del templo han sido contestadas de esta manera. Al hacer esto, debemos tener cuidado de actuar en base al Espíritu y nunca limitar el significado del templo a nuestros propios pensamientos. Un mundo de nuevos significados puede ser descubierto si nuestra mente permanece abierta.
A menudo tenemos que meditar y orar por muchos años antes de que cierto símbolo nos sea revelado. Yo personalmente busqué la guía acerca de un símbolo del templo por más de veinte años. Una mañana, mientras me encontraba en una sesión, de repente la verdad llegó callada pero hermosamente a mi mente. Cuando estas experiencias nos llegan, nos dan esperanza y confianza. No sé por qué el Señor no contestó antes mis oraciones acerca de ese símbolo. Quizás yo no estaba preparado para recibirlo, u otras experiencias en mi vida hicieron que el símbolo fuese más poderoso cuando se me reveló. El Señor es un juez mucho mejor en estos asuntos que nosotros mismos. Debemos tener fe en que, cuando el tiempo sea correcto, Él contestará nuestras oraciones y nos dará el entendimiento, ya sea en forma directa, a través de las Escrituras, o a través de las enseñanzas y del discernimiento de otros, especialmente miembros de nuestra familia.
TODO ES HERMOSO
Conforme oramos por entendimiento, podemos estar seguros de que cada cosa en el templo es hermosa. “No hay ni una jota ni tilde de los ritos del templo que no sea ennoblecedor y santificante” escribió el élder James E. Talmage (La Casa del Señor, pág. 90). He visto la belleza detrás de cada símbolo lo suficiente como para entender ahora que cada cosa en el templo es hermosa. Si no entendiendo un símbolo, debo confiar en que cuando lo entienda será edificante y maravilloso, porque así ha acontecido ya con otros símbolos en los que he meditado y por los que he orado.
La tentación de rechazar un símbolo por no considerarlo edificante dice más acerca de nuestra ignorancia de su significado que del símbolo mismo. Si lo entendiéramos, sería hermoso y poderoso. Debemos orar constantemente por entendimiento, y hasta que éste llegue, confiemos en que el Señor nunca presenta a la mente humana nada que no sea edificante.
PREPAREMOS LA MENTE
Se nos ha dicho que preparemos la mente para recibir las palabras del Señor. ¿De qué modo preparamos la mente para recibir revelaciones? Ya hemos visto que el meditar es una forma excelente de preparación. Las Escrituras nos enseñan que la humildad también dispone la mente para la revelación. El Señor dijo a los primeros Santos: “Aprenda sabiduría el ignorante, humillándose y suplicando al Señor su Dios, a fin de que sean abiertos sus ojos para que él vea, y sean destapados sus oídos para que oiga; porque se envía mi Espíritu al mundo para iluminar a los humildes y contritos” (D. y C. 136: 32-33). Alma vio que las aflicciones de los zoramitas “realmente los habían humillado, y que se hallaban preparados para oír la palabra” (Alma 32:6).
El tener hambre y sed de justicia prepara la mente para recibir revelación. La promesa que se nos ha dado es que si tenemos hambre y sed de justicia, seremos “llenos del Espíritu Santo” (3 Nefi 12:6). Debido a que el Espíritu Santo es el principal maestro en el templo, cualquier cosa que hagamos para ser “llenos del Espíritu” va a aumentar nuestras oportunidades de aprendizaje. Sin el Espíritu, realmente, aprenderemos muy poco en el templo.
Soy un educador de profesión. En mi opinión personal, una cosa que le es absolutamente irresistible a un educador es tener un alumno hambriento. Cuando veo a una persona así, motivada por aprender y dándome toda su atención, me siento impulsado a enseñarle todo lo que sé. Podría pasar horas con ese alumno escudriñando las Escrituras y compartiendo mi entendimiento. Cuando tengo una clase donde todos los alumnos están quietos, atentos y prestando atención, enseño mejor la lección. Comparto entonces cosas que comúnmente no compartiría. Éstos son momentos hermosos que todo educador anhela.
Cuando Jesús vino a la tierra, vino como maestro. Estoy seguro que a Él los alumnos hambrientos también le fueron irresistibles. Vayamos al templo hambrientos, con el deseo de entender cada cosa. Si vamos al templo con esta actitud, nuestra mente estará preparada para recibir cualquier cosa que el Señor desee que recibamos ese día. Saldremos del templo satisfechos, pues fuimos a él con hambre.
La humildad es importante, por cuanto los orgullosos piensan que ya lo saben todo. Ellos no están hambrientos. Ellos ya van llenos al templo. Los humildes saben que están vacíos y que necesitan alimento. Y van al templo deseando tener un banquete. Cuanto mayor sea nuestra hambre y más deseosos estemos de satisfacerla, tanto más grande será nuestro banquete.
EVITEMOS LAS COSAS OFENSIVAS AL ESPÍRITU
El evitar entretenimientos, ambientes o actividades que ofendan al Espíritu nos ayuda a preparar la mente para recibir revelaciones. Sería incompatible, por ejemplo, que un viernes por la noche fuésemos a ver una película que contenga escenas crudas, lenguaje vulgar, o escenas sugestivas o violentas y que el sábado por la mañana esperemos recibir una revelación en el templo. Sería incongruente escuchar música mundana cuya letra o ritmo esté fuera de los estándares establecidos por el Señor mientras manejamos hacia el templo, y entonces esperar ser sensible a la voz suave y apacible una vez dentro de sus paredes.
En ocasiones nuestra ropa y nuestra apariencia pueden ser ofensivas. El élder Boyd K. Packer nos enseñó esta verdad de su propia experiencia: “En ocasiones, cuando he oficiado un casamiento en el templo, ha asistido algún testigo quien obviamente ha puesto muy poca atención al consejo que se ha dado a los hermanos acerca los extremos en el estilo de la ropa, el largo del cabello y los atavíos, etc. Me he preguntado, si tal persona fue lo suficientemente madura para ser admitida al templo, ¿cómo no ha sido lo suficientemente sensible para saber que el Señor no se complace con quienes muestran la preferencia obvia de seguir los caminos del mundo?” (The Holy Temple, pág. 74).
En verdad, la asistencia frecuente al templo nos protege contra la fascinación por las cosas del mundo. El presidente Brigham Young prometió a los Santos que si ellos “estuviesen en el templo de Dios, trabajando por los vivos y los muertos, [sus] ojos y corazones no deberían estar preocupados por las modas ni las riquezas del mundo” (Discourses of Brigham Young, pág. 642-643).
Arthur Henry King, quien fue presidente del Templo de Londres y un gran educador, explicó cómo las Escrituras influyen en nuestra habilidad para discernir entre aquellas cosas que son ofensivas al Espíritu y aquellas que son aceptables. Las verdades que él explicó relativas a las Escrituras son igualmente verdaderas acerca de la adoración frecuente en el templo, porque la investidura es una de las formas más puras de Escritura que nosotros tenemos. Él dijo: “Cuando tenemos las Escrituras en nuestro corazón y en nuestra mente y en nuestra alma, entonces tenemos los medios para medir todas las cosas; tenemos también los medios para juzgar cada cosa…. Si nos empapamos en las Escrituras, no querremos mirar cosas malas en nuestras paredes ni escuchar música mala. Nosotros las rechazaremos intuitivamente, así como abrazamos lo que es bueno, porque tendremos en la mente un sentido firme y sano de lo que es el buen gusto (Abundance of the Heart, págs. 129-130).
La asistencia constante al templo nos ayuda a estar preparados para recibir conocimiento a través del Espíritu. Es un motivador poderoso y una guía para mantener los deseos, estilos, entretenimientos y las modas del mundo fuera de nuestra vida. Cuando estas distracciones de cosas mundanales sean menos dominantes, el Espíritu influirá cada vez más en nuestros pensamientos, deseos y apetitos, doblegándose ellos ante la voluntad del Señor y haciéndonos más receptivos a mayores instrucciones.
HAGAMOS LA OBRA POR NUESTROS ANTEPASADOS
Nuestra investigación personal de genealogía parece también prepararnos la mente para las revelaciones. Nos ayuda a crear un ambiente receptivo para las cosas espirituales. Yo he notado que cuando hago la obra por uno de mis antepasados o los de mi esposa, el velo parece más delgado y la inspiración fluye con más prontitud. Quizás sea el resultado de un cometido más profundo a las ordenanzas al ser ellas hechas por uno de nuestros familiares. Nuestra concen-tración parece estar enfocada más agudamente. A veces podemos sentir aun la presencia de nuestros antepasados a nuestro lado en el templo, enseñándonos el significado y la trascendencia de lo que estamos viendo y oyendo.
El Presidente Howard W. Hunter habló acerca de recibir el total de una bendición y relató la siguiente historia de la obra del templo: “Algunos miembros…hacen la obra del templo, pero no llevan a cabo la investigación de la historia familiar de las líneas de su propia familia. Pese a realizar un servicio divino al asistir a otros, ellos se privan de bendiciones por no buscar a sus queridos antepasados muertos, como han sido divinamente enseñados por profetas de los últimos días.
“Recuerdo una experiencia de hace pocos años que sirve para ilustrar esta enseñanza. Al cierre de una reunión de ayuno y testimonios, el obispo comentó: ‘Hemos tenido hoy una experiencia espiritual al escuchar testimonios muy personales. Esto es porque hemos ayunado de acuerdo con la ley del Señor. Pero no olvidemos que la ley consiste de dos partes: que nosotros ayunemos mediante la abstinencia de alimento, y que contribuyamos lo que hemos ahorrado para beneficio de quienes son menos afortunados’. Entonces añadió: ‘Espero que ninguno de nosotros salga hoy con solamente la mitad de la bendición’.
“He aprendido que quienes trabajan en la investigación de la historia familiar y luego realizan en el templo la obra de las ordenanzas en favor de aquellos cuyos nombres han investigado, conocerán el gozo adicional de recibir la totalidad de la bendición…
“Qué cosa más gloriosa para nosotros es tener el privilegio de ir al templo para nuestras propias bendiciones. Entonces, después de ir al templo por nuestras propias bendiciones, qué privilegio tan glorioso es hacer la obra por quienes han partido antes que nosotros. Este aspecto de la obra del templo es carente de egoísmo. Aún cuando hacemos dicha obra en el templo por otras personas, existe una bendición para nosotros” (Ensign, febrero de 1995, págs. 4—5).
Quizás parte de la otra mitad de la bendición es la receptividad acrecentada al sentir las cosas espirituales que los hermosos símbolos nos ofrecen.
DEBEMOS REGRESAR
El último aspecto de nuestra fórmula es regresar. Debemos regresar tan a menudo como nuestras circunstancias nos lo permitan. Con la frecuente repetición, se nos revelarán diferentes niveles de signifi cado simbólico. Cuán a menudo podemos ir al templo, varía entre una persona y otra. El Señor entiende nuestras limitaciones de tiempoy de distancia.
Yo vivo a unos diez minutos del Templo Jordán River, en Utah. Obviamente el Señor ha de esperar que yo asista con más frecuencia que aquellas familias que conocí en el campo misional en Francia. Creo que Él toma estas cosas en consideración y que nos bendice con visión, verdad y conocimiento. Él activará la memoria de quienes no puedan ir a menudo e incrementará el entendimiento que ellos reciben, aun cuando no puedan asistir más de una vez al año. Él nos magnificará de acuerdo con nuestros esfuerzos y limitaciones. Pero para aquellos de nosotros que tenemos los medios de ir a menudo se nos recuerda que “aquel a quien mucho se da, mucho se requiere” (D. y C. 82:3).
Ésta es, entonces, la fórmula. Cuando nos sentimos débiles y no podemos entender todas las palabras del Padre, vayamos a casa, meditemos, oremos y preparemos la mente. Regresemos frecuentemente a la Casa del Señor, donde nuestra debilidad en entender puede ser fortalecida por el Espíritu Santo, el que sirve como un tutor privado en todas las cosas sagradas.
























