Una Casa de Gloria


Capítulo 5

Cuando el alma está en sosiego


Algunas veces, las verdades que aprendemos en el templo no se enseñan mediante símbolos. A menudo ellas nos llegan mediante los susurros del Espíritu por cuanto el alma está en sosiego en la serenidad de la Casa del Señor. Clamaremos ante el Señor en nuestra ansiedad, pero con más frecuencia Él nos responde cuando nuestra mente y nuestro corazón están en calma. El templo crea un ambiente que conduce al Espíritu y podemos ser enseñados directamente, quizás aun por quienes ofician en el templo.

Recuerdo haber ido al templo por dos personas distintas quienes vivieron en situaciones completamente diferentes. Una de ellas fue un hombre de gran nobleza, la otra fue un esclavo de uno de mis antepasados. Recuerdo haberme sentido complacido de que tenía una línea de nobleza en mi familia y aún así cuando hice la obra por mi antepasado, sentí cierta vergüenza al usar su título terrenal durante las ordenanzas. Fue como si él me dijera: “Esas cosas ya no tienen trascendencia para nosotros aquí. Ya no pensamos más en ellas. Ésos son vestigios olvidados de los honores de la vida mortal”.

Sentí cuando fue ordenado al Sacerdocio de Melquisedec, lo que él consideraba como el honor supremo de su vida y que valía más que todos aquellos títulos que había tenido durante su existencia mortal. Tuve conmigo esos pensamientos a lo largo de la sesión de la investidura. En mi propia vida había perdido recientemente lo que entonces pensaba que era una posición de respeto y de honor y me lamentaba un poco ante tal pérdida.

Mis impresiones aquel día curaron en efecto mi tristeza. Desde entonces he considerado siempre en una luz diferente los honores de los hombres, cuando los he recibido o me han sido negados. He hallado consuelo en las tribulaciones terrenales porque el templo ha sosegado mi alma y me ha permitido ser enseñado desde más allá del velo.

Del esclavo aprendí el gozo de la total consagración individual al Señor. Ese hombre había pasado toda su existencia terrenal obligado a dar su tiempo, su esfuerzo y su vida a un amo terrenal. Podía sentir su deleite y gratitud pues ahora podía dar con toda libertad su alma entera, su corazón, y todo su tiempo, energía y talentos a un amo celestial. Casi envidiaba esa entrega sin limitaciones de su voluntad a Dios. Esto no era esclavitud; no era un deber obligatorio. Esto era el amor profundo y confiado de un hijo dado libremente a un Padre digno de su más profunda intensidad.

Me he preguntado a menudo si tales dones de entendimiento y de inspiración nos serán acaso ofrecidos por nuestros antepasados a cambio del tiempo y el servicio que hemos dado por ellos. Éstas son las recompensas dulces, dadas libremente, por las horas que hemos pasado investigando en las bibliotecas y por la obra paciente en los templos.

PROBLEMAS PRÁCTICOS

La influencia tranquilizante del templo también nos ayuda a recibir respuestas a los problemas prácticos y las decisiones de la vida. El presidente Ezra Taft Benson dijo: “En virtud del sagrado sacerdocio que poseo … les prometo que con una asistencia más frecuente a los templos de nuestro Dios, recibirán una revelación también acrecentada para bendecir su vida y bendecir a quienes han muerto” (Conference Report, abril de 1987, pág. 108).

El élder John A. Widtsoe, una mente brillante en los círculos académicos, recibió un conocimiento práctico del templo. “Yo prefiero llevar mis problemas prácticos a la casa del Señor, antes que a ningún otro lugar”, dijo. Él compartió la siguiente experiencia con los Santos: “Por muchos años, bajo un programa del gobierno federal de los Estados Unidos, con el grupo de empleados de mi oficina, habíamos obtenido miles de datos sobre la humedad de los suelos; sin embargo, no había podido extraer ninguna ley general de esos datos. Me di por vencido. Mi esposa y yo fuimos al templo ese día para olvidar el fracaso. En el tercer salón de la ordenanza de la investidura, fuera de todo lo previsto, me vino la solución, la cual desde entonces ha estado impresa” (In a Sunlit Land, pág. 177).

Si el Señor revela soluciones acerca de la humedad del suelo, con seguridad que también nos dará guía para nuestro matrimonio, nuestros hijos, nuestras ocupaciones o toda otra decisión o problemas que estemos enfrentando. En otra ocasión, el élder Widtsoe dijo: “No puedo pensar en una preparación mejor para nuestro trabajo en la finca, en la oficina o donde quiera que sea, que pasar unas horas en el templo y participar de su influencia, dándonos de nosotros mismos sin egoísmo para el beneficio de aquellos que han ido más allá del velo” (Improvement Era, octubre de 1952, pág. 719).

Vamos al templo cuando necesitamos ayuda con nuestros desafíos, cuando tenemos preguntas o problemas personales. En ese ambiente estamos más alertas a las enseñanzas del Espíritu Santo. En la oración dedicatoria del templo de Salomón, éste rogó al Señor que mostrase Su gracia y misericordia y escuchase cuando su gente viniese a Él con sus necesidades.

Salomón oró diciendo: “Toda oración y toda súplica que hiciere cualquier hombre, o todo tu pueblo Israel, cuando cualquiera sintiere la plaga en su corazón, y extendiere sus manos a esta casa, tú oirás en los cielos, en el lugar de tu morada, y perdonarás, y actuarás, y darás a cada uno conforme a sus caminos, cuyo corazón tú conoces” (1 Reyes 8:38—39; énfasis añadido).

En el libro de Crónicas también está escrita la oración de Salomón. Ahí se usan diferentes palabras para describir las necesidades de quienes oran en la casa del Señor: “Cualquiera que conociere su llaga y su dolor en su corazón” (2 Crónicas 6:29 énfasis añadido). En la atmósfera serena del templo podemos recibir respuestas a nuestras llagas y dolores y hallar ayuda y sanidad por cuanto nuestro espíritu está en sosiego.