Capítulo 8
En tiempos de dificultades
Las Escrituras con frecuencia nos enseñan sobre el poder protector asociado con la Casa del Señor. “Necesitamos simplemente recordar”, afirmó el élder John A. Widtsoe, “que la historia del Antiguo Testamento de Israel, el pueblo escogido de Dios, se centra en sus templos” (Temple Worship, pág. 53). Más ejemplos de los que tendríamos tiempo para presentar comprueban la conexión que existe entre el templo y el poder salvador de Jehová. Sin embargo, unos pocos ejemplos, tanto antiguos como modernos, nos serán instructivos.
En el Antiguo Testamento, David asegura que “[el Señor nos] esconderá en su tabernáculo en el día del mal; [nos] ocultará en lo reservado de su morada; sobre una roca [nos] pondrá en alto” (Salmos 27:5). En otro salmo David llama al Señor “nuestro escudó” y agrega: “porque mejor es un día en tus atrios que mil fuera de ellos. Escogería antes estar a la puerta de la casa de mi Dios, que habitar en las moradas de maldad. Porque sol y escudo es Jehová Dios… No quitará el bien a los que andan en integridad” (Salmos 84: 9-11; énfasis añadido).
UN ENEMIGO QUE PREVALECE Y SE COMBINA
En Doctrina y Convenios, el Señor explica a los Santos la condición del mundo al inicio de los días finales: “Porque toda carne se ha corrompido delante de mí; y los poderes de las tinieblas prevalecen en la tierra…y toda la eternidad padece, y los ángeles esperan el gran mandamiento de segar la tierra… y he aquí, el enemigo se ha combinado” ( D. y C. 38: 11-12; énfasis añadido). ¿Cómo podemos nosotros, como Santos y padres, hacer frente a un enemigo que prevalece y se combina (u organiza)? ¿Cómo podemos evitar que nuestros hijos y nietos sean arrastrados por tales fuerzas?
El Señor nunca describe en las Escrituras un problema sin dar también una solución. Note cómo las palabras de José Smith en la oración dedicatoria del Templo de Kirtland armonizan con lo que dice en la sección 38: “Te pedimos, Padre Santo, que establezcas al pueblo que adorará y honorablemente retendrá un nombre y posición en ésta tu casa, por todas las generaciones y por la eternidad; que ninguna arma forjada en contra de ellos prospere;… que ninguna combinación inicua tenga el poder para levantarse y vencer a los de tu pueblo, sobre quienes se ponga tu nombre en esta casa” (D. y C. 109:24-26 énfasis añadido). Todos aquellos sobre quienes se ha puesto el nombre del Padre no deben temer de las fuerzas del mal que “prevalecen y se combinan”.
EL NOMBRE DEL PADRE
Los ecos de esta doctrina se escuchan resonar desde el Antiguo y el Nuevo Testamento. En el libro del Apocalipsis, Juan ve a cuatro ángeles que detenían los vientos de destrucción previos a la Segunda Venida. Un quinto ángel aparece con “el sello del Dios vivo” e instruye a los cuatro ángeles a no soltar los vientos destructores hasta que Él haya “sellado en sus frentes a los siervos de nuestro Dios” (Apocalipsis 7:1-9). Aprendemos más adelante que el sello escrito en sus frentes es “el nombre del Padre” (Apocalipsis 14:1). “Y verán su rostro, y su nombre estará en sus frentes” (Apocalipsis 22:4). Una mirada rápida en el diccionario nos da cuatro interesantes sinónimos para la palabra sello. Ellos son marca, signo, símbolo y señal. Al usar estas imágenes, Juan se refiere a dos acontecimientos similares mencionados en el Antiguo Testamento: la Pascua, cuando el ángel destructor pasó en los tiempos de Moisés en Egipto, y una visión dada al profeta Ezequiel antes del cautiverio en Babilonia.
En el libro del Éxodo, los hijos de Israel son protegidos del “destructor” (Éxodo 12:23) por tener sus puertas marcadas con la sangre de un cordero: “Cuando vea la sangre en el dintel y en los dos postes, pasará Jehová aquella puerta, y no dejará entrar al heridor en vuestras casas para herir” (Éxodo 12:23). En hebreo la palabra “pasar” lleva la connotación de “resguardarse de un golpe u oponerse a la amenaza de la entrada de un enemigo” (véase Wüsorís Oíd Testament Word Studies, páginas 303-304). Este episodio en la historia de Israel fue para enseñarles que la sangre expiatoria de Cristo protege, a quienes tienen fe en Él, del poder de Satanás, quien es un “ángel destructor”. La expiación del Salvador se opondrá a la entrada de Satanás y nos resguardará de sus golpes.
Un modelo similar se encuentra en el libro de Ezequiel, quien ve en visión a seis hombres que llegan a Jerusalén. Cinco de ellos son verdugos y cada uno lleva “en su mano su instrumento para destruir. Y entre ellos había un varón vestido de lino, el cual traía a su cintura un tintero de escribano”. El hombre vestido con ropas de lino, era un poseedor del sacerdocio. En esta historia, el sacerdocio pone la marca, el signo, o sello en la frente de los justos. El Señor llama “al varón vestido de lino, que tenía a su cintura el tintero de escribano, y le dijo Jehová: Pasa por en medio de la ciudad, por en medio de Jerusalén, y ponles una señal en la frente a los hombres que gimen y que claman a causa de todas las abominaciones que se hacen en medio de ella. Y a los otros dijo, oyéndolo yo: Pasad por la ciudad en pos de él y matad;… y comenzaréis por mi santuario” (Ezequiel 9:2-6). La ciudad fue entonces destruida, todos excepto quienes tenían la marca puesta en sus frentes.
Es interesante que en los últimos días, en la limpieza final de la tierra, el Señor también empiece en Su casa: “Empezará sobre mi casa, y de mi casa se extenderá, dice el Señor; primero entre aquellos de vosotros que habéis profesado conocer mi nombre, dice el Señor, y no me habéis conocido, y habéis blasfemado en contra de mí en medio de mi casa, dice el Señor” (D. y C. 112:25-26).
En los tres ejemplos, en Apocalipsis, en Éxodo y en Ezequiel, una marca o señal de algún tipo fue colocada en quienes serían protegidos de las fuerzas destructoras. Aprendemos en Apocalipsis que en nuestros días la marca o señal será el “nombre del Padre”. Aprendemos de la oración dedicatoria del templo de Kirtland que el nombre del Señor es puesto en todos aquellos que “adorarán y honorablemente retendrán un nombre y posición en ésta [la Casa del Señor]” (D. y C. 109:24). En esa oración dedicatoria, José Smith también ora que los siervos del Señor “salgan de esta casa armados con tu poder, y que tu nombre esté sobre ellos, y los rodee tu gloria, y tus ángeles los guarden” (D. y C. 109:22; énfasis añadido). La entrada amenazadora del enemigo encontrará la oposición de aquellos que han recibido el nombre del Padre. “Ángeles que no se ven” los guardarán. La adoración en el templo será tan importante en nuestro día, como fue para los hijos de Israel la marca en sus puertas con la sangre del cordero cuando el ángel destructor pasó sobre Egipto.
No deseo sugerir que existe una manera mística por la cual recibimos el nombre del Padre en el templo. Debemos ser sabios al interpretar y aplicar el lenguaje simbólico. Moisés enseñó a los antiguos israelitas: “Amarás a Jehová tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y con todas tu fuerzas…como una señal en tu mano y …como frontales entre tus ojos” (Deuteronomio 6:5-8). En otras palabras, el amor y la adoración de Dios debían estar constantemente delante de sus ojos y su vida debía ser guiada por ese amor. Ellos debían, en esencia, tener “la mira puesta únicamente en la gloria de Dios” (D. y C. 4:5).
Cuando amamos y servimos a Dios con todo nuestro corazón, alma y fuerza, somos verdaderamente Sus hijos. Su nombre está en nosotros, así como el nombre de mi propio padre terrenal está en mí. Pertenecemos a Su familia y llevamos Su nombre. ¿Dónde sino en el templo, como miembros de la Iglesia, prometemos que amaremos y serviremos a Dios con todo nuestro corazón, alma y fuerza? ¿A dónde están nuestros ojos dirigidos tan completamente para gloria del Señor? Cuando nos esforzamos por mantener nuestros convenios, Su nombre está en nosotros. No debemos entonces temer los poderes del destructor. El destructor pasará de nosotros. Él no puede prevalecer, aun cuando sus fuerzas se combinen. Su entrada amenazante en nuestros hogares y en nuestra vida será resistida.
En el libro de Apocalipsis Juan prometió a los Santos de Filadelfia que, al que venciere las tentaciones de sus días, el Señor lo haría “una columna en el templo…y nunca más [saldría] de allí”. Una vez en el templo, dice el Señor, “escribiré sobre él el nombre de mi Dios, y el nombre de la ciudad de mi Dios, la nueva Jerusalén, la cual desciende del cielo, de mi Dios, y mi nombre nuevo” (Apocalipsis 3:12). Vemos de nuevo aquí la relación entre la adoración en el templo y el nombre de Dios. Pero para alcanzar esta gran bendición de entrar al templo debemos vencer la tentación. Una vez que seamos dignos de entrar, procuramos llegar a ser “una columna” en la casa del Señor, alguien sobre quien Él pueda poner peso, alguien que sea firme, fuerte y constante.
LA VERDADERA ADORACIÓN
A la luz de la grandeza de la protección prometida por el Señor, es provechoso regresar a la sección 109 de Doctrina y Convenios y examinar un poco más de cerca lo que necesitamos hacer para que el nombre del Señor sea puesto en nosotros. La sola asistencia al templo puede que no sea suficiente. El versículo 24 establece dos cosas que debemos hacer:
- Debemos “adorar” al Padre en el templo.
- Debemos “retener honorablemente un nombre y una posición” eneltemplo.
La adoración a Dios en Su Casa significa más que solamente ir al templo. La verdadera adoración es emulación o imitación. Recuerdo una vez cuando preparaba una lección sobre el tercer capítulo de Helamán. Estaba acostado leyendo el Libro de Mormón, subrayando y escribiendo algunas notas. Mi hijo de seis años me miró por un momento, se fue luego corriendo a su dormitorio y regresó con su ejemplar del Libro de Mormón. Se colocó junto a mi asumiendo mi misma postura, y empezó a “colorear” también su Libro de Mormón. Yo estaba vagamente consciente de lo que él hacía porque lo había visto antes colorear sus Escrituras. Una media hora más tarde, terminé la lección y miré su libro. Allí ante mis ojos tenía una copia exacta de mis marcas en el capítulo tercero de Helamán. Él encontró la misma página, subrayó los mismos versículos, trazó las mismas flechas, coloreó las mismas palabras, y aun empezó a escribir algunas de las notas que yo había escrito en los márgenes. Desde luego que sus letras eran muy grandes, de modo que solamente pudo escribir las primeras tres palabras en la página.
Había una parte en mi página en donde mi lapicera roja ya no marcaba bien por lo que quedó subrayada muy débilmente. Mi hijo marcó el mismo lugar en su libro y lo borró de manera que luciera similar. Cuando me vio que estaba contemplando su página, bajó su cabecita y casi empezó a llorar. “¿Qué te sucede, hijo?, le pregunté. Con voz tímida me contestó: “Mis líneas no son tan derechas como las tuyas”.
Mi hijo me enseñó la más grande lección sobre el significado de la adoración que jamás he recibido. Cuando adoramos al Señor en Su templo, debemos estudiar cuidadosamente todo lo que aprendemos acerca de Él allí. Debemos luego tratar de seguir exactamente cada cualidad como nos ha sido mostrada. Queremos caminar, hablar, perdonar, amar, obedecer, bendecir, adorar, soportar como Él lo hizo. Nuestras “líneas” no serán tan derechas como las de Él, pero nuestros más sinceros esfuerzos serán siempre aceptables para Él. Cuando emulamos al Salvador, conforme llegamos a percibirlo en las ordenanzas del templo, descubrimos el verdadero significado de la adoración y, desde luego, no existe mejor manera de emularlo que hacer una obra vicaria abnegada por los muertos ya que ellos no lo pueden hacer por sí mismos, así como en forma vicaria Él dio Su vida por nosotros.
CREZCAMOS EN LA CASA DEL SEÑOR
En el versículo 15 de la sección 109 de Doctrina y Convenios, José ora al Señor para que los Santos “crezcan en [Él]” mientras estén en el templo. Cuando somos bautizados en la Iglesia, se nos dice que “nacimos de nuevo”. Llegamos a ser inocentes como un bebé mediante el sacrificio del Salvador. Él es por lo tanto el “padre” de nuestro renacimiento. Necesitamos entonces ser nutridos con la leche de Sus doctrinas hasta que la madurez nos permita deleitarnos comiendo carne.
No es la intención de Dios que Sus bebés nacidos de nuevo en Cristo permanezcan siendo niños pequeñitos. Él quiere que crezcamos y que alcancemos la plena madurez. Él desea enseñarnos, protegernos, guardarnos mientras maduramos como cualquier padre lo hace. Cada uno de nosotros debe llegar “a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo” (Efesios 4:13; énfasis añadido). Por cuanto Jesús es el padre de nuestro renacimiento y el templo es Su Casa, Él invita a todos Sus hijos para que “crezcan” bajo Su techo, donde pueden recibir Su cuidadosa guía. Aquí podemos aprender a mirarlo y aprender a emularlo.
Si pensamos bien en esto, podemos, a excepción de nuestro propio hogar, tener más libre acceso al templo que casi a cualquier otro edificio. Aun las capillas están cerradas para nosotros más a menudo que el templo. Desde luego, debemos tener una llave para la puerta principal del templo, así como debemos tenerla para la puerta principal de nuestra propia casa. La llave del templo es una recomendación, pero una vez que seamos dignos de una recomendación, podemos entrar al templo en cualquier momento que lo deseemos, desde las cinco de la mañana hasta las diez de la noche, y podemos permanecer allí tanto tiempo como lo deseemos mientras el templo esté abierto. El templo es nuestra segunda casa. Nuestro segundo hogar. Estamos invitados a “crecer allí”.
En Su Casa, aprendemos a alcanzar “la medida de la estatura de [Su plenitud]”, así como los hijos en nuestro hogar terrenal aprenden observando el ejemplo de sus padres. En el templo nosotros observamos el perfecto ejemplo del Salvador y aprendemos a caminar en Sus pisadas. Sin el templo permanecemos como niños espiritualmente. Con el templo aprendemos a emular la imagen madura del Salvador.
Pablo escribió: “Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba como niño, jugaba como niño; mas cuando ya fui hombre, dejé lo que era de niño” (1 Corintios 13:11). En el templo aprendemos a “dejar lo que es de niño” y a alcanzar la madurez espiritual. Así es como adora-mos al Señor en Su Casa.
RETENGAMOS HONORABLEMENTE UN NOMBRE Y UNA POSICIÓN
La oración dedicatoria del templo de Kirtland también nos instruye a “honorablemente retener un nombre y una posición” en el templo. Con el fin de “crecer” y adorar, necesitamos una llave para la puerta principal. Cada año nos es dada una oportunidad al recibir una recomendación para el templo. Ello nos permite retener un nombre y una posición en la casa del Señor. Pero no debemos solamente obtener una recomendación; debemos retenerla “honorablemente”. La palabra honor tiene muchas connotaciones. Significa obedecer, confiar, dar gloria, respetar y conducir los negocios de alguien con integridad. Todos esos significados nos ayudan a entender cómo mantener honorablemente nuestra posición en el templo.
Es posible para los jóvenes recibir una recomendación de grupo que dura un año. Qué hermoso sería si cada miembro de la Iglesia pudiera honorablemente retener una recomendación cada año, desde los doce hasta el día en que muera. Qué gran lección podríamos enseñar a nuestros hijos si nosotros les animáramos a retener una recomendación de grupo a través de su juventud y a participar en los bautismos por los muertos tan a menudo como las circunstancias se lo permitiesen.
La palabra posición implica una asistencia frecuente. El diccionario nos da los siguientes significados de la palabra posición: duración; algo permanente y no cambiable; algo no movible; algo estacionario; algo de alta reputación o estima. Todos estos significados están implícitos en las palabras del Señor en Doctrina y Convenios e implican el continuo y constante uso de la recomendación.
En conclusión, si deseamos la protección prometida del nombre del Padre, debemos recibir nuestra recomendación para el templo, retenerla honorablemente y usarla frecuentemente, no sólo para asistir al templo sino para adorar allí.
























