CAPÍTULO 14
Educación para todos
Investidura del presidente Dallin H. Oaks, Universidad Brigham Young, noviembre de 1971.
El Señor ha dado una comisión a esta Iglesia y al mundo:
“Y así mismo he enviado mi convenio eterno al mundo, para ser luz del mundo, y estandarte para mi pueblo, y para que los gentiles lo busquen, y para ser mensajero delante de mi faz para preparar el camino delante de mí.” (D. y C. 45:9.)
Esta revelación debe recordarnos que toda institución que forme parte del reino de Dios debe tener presente el propósito del evangelio restaurado de ser una luz para el mundo y un estandarte para este pueblo y para todos los hombres que lo busquen. Jamás debemos olvidar nuestro papel en hacer realidad la antigua profecía de edificar la montaña de la casa del Señor en lo alto de los montes, tan grande y gloriosa que todas las naciones vengan a este lugar y se vean compelidas a decir: “Mostradnos vuestro camino para que podamos andar en él.” (Véase Isaías 2:3.)
Exhortamos a nuestros líderes a recordar constantemente esa profunda y repetida amonestación del apóstol Santiago:
“Y si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, pídala a Dios, el cual da a todos abundantemente y sin reproche, y le será dada.
Pero pida con fe, no dudando nada; porque el que duda es semejante a la onda del mar, que es arrastrada por el viento y echada de una parte a otra.” (Santiago 1:5–6.)
Obediente a esa instrucción, el joven José Smith, de catorce años, en su búsqueda de la verdad, fue guiado a buscar, en ferviente oración a Dios Todopoderoso, la respuesta a una pregunta ardiente que le causaba gran inquietud. La respuesta a esa pregunta, entregada en la Arboleda Sagrada, dio comienzo a la dispensación del cumplimiento de los tiempos. Esta instrucción es tan aplicable para nosotros hoy como lo fue para José Smith: encontrar respuestas a problemas no resueltos y buscar guía más allá de la sabiduría de los hombres. También nosotros debemos, en muchas ocasiones, acudir a nuestra propia Arboleda Sagrada en nuestra búsqueda de la verdad.
Al enfrentar los desafiantes problemas de hoy, que podamos ver, por así decirlo, escritas en las paredes oscurecidas de nuestra cámara apartada, las palabras de sabiduría celestial que nos darán la seguridad, cuando nos enfrentemos a decisiones trascendentales, de que podemos confiar en Dios y dejar lo demás en Sus manos.
Cuando estemos en la encrucijada de dos decisiones alternativas, recordemos lo que el Señor dijo que debemos hacer: estudiar el asunto en su totalidad en nuestra mente hasta llegar a una conclusión; antes de actuar, preguntar al Señor si es correcto; y sintonizarnos con la respuesta espiritual—ya sea que nuestro pecho arda dentro de nosotros para saber que nuestra conclusión es correcta, o que sintamos un estupor de pensamiento que nos haga olvidarla si es incorrecta. Entonces, como el Señor ha prometido, “… el Espíritu os será dado por la oración de fe.” (D. y C. 42:14.)
Que siempre tengamos ante nosotros los ideales del estudio en los campos del conocimiento secular, y que jamás olvidemos aquellas metas elevadas a las que hemos sido señalados por nuestros líderes inspirados y por las revelaciones del mismo Señor. Me refiero a dos declaraciones inspiradas muy significativas: “es imposible que el hombre se salve en la ignorancia” (D. y C. 131:6) y “Un hombre se salva no más rápido de lo que adquiere conocimiento” (DHC, vol. 4, p. 588).
En la interpretación de estas citas, no cometamos el error de suponer que esto significa que aquel que posee un título avanzado en estudios seculares tiene mayor seguridad de salvación que alguien con solo estudios elementales. El profeta José Smith, hablando sobre este tema, declaró que “el conocimiento por medio de nuestro Señor y Salvador Jesucristo es la gran llave que abre las glorias y los misterios del reino de los cielos.” (Enseñanzas del Profeta José Smith, p. 298.) También declaró: “Un hombre se salva no más rápido de lo que adquiere conocimiento, porque si no obtiene conocimiento, será llevado cautivo por algún poder maligno en el otro mundo. … Por tanto, se necesita revelación que nos ayude y nos dé conocimiento de las cosas de Dios.” (Ibid., p. 217.)
La ilimitada extensión de estas verdades en su plenitud debe mantenerse siempre presente mientras nuestros maestros aconsejan a las mentes inquisitivas de sus alumnos.
“Creemos todo lo que Dios ha revelado, todo lo que actualmente revela y creemos que aún revelará muchas cosas grandes e importantes concernientes al Reino de Dios.” (Artículo de Fe 9.)
Nunca fue la intención que los líderes de esta Iglesia fueran un ministerio ignorante en cuanto al conocimiento del mundo. Permítanme citar algunos versículos para mostrar el inmenso campo que se nos ha dispuesto a fin de estar al nivel de los científicos y eruditos y del desarrollo del conocimiento moderno:
“Enseñad … de las cosas que están en el cielo y en la tierra, y debajo de la tierra; cosas que han sido, cosas que son, cosas que pronto han de suceder; cosas que están en el país y cosas que están en el extranjero; las guerras y las perplejidades de las naciones, y los juicios que hay sobre la tierra; y también un conocimiento de países y de reinos; a fin de que estéis preparados en todas las cosas cuando os vuelva a enviar a magnificar el llamamiento al cual os he llamado y la misión con la cual os he comisionado.” (D. y C. 88:78–80.)
Jamás debemos olvidar lo que fue enfatizado por los antiguos:
“La sabiduría es lo principal; adquiere sabiduría; y sobre todas tus posesiones adquiere inteligencia.” (Proverbios 4:7.)
Esta, pues, es nuestra instrucción y guía que debemos mantener siempre delante de nosotros: prepararnos a nosotros mismos y a quienes podamos enseñar para la obra del ministerio, al salir ellos a ocupar su lugar en los asuntos del mundo.
También debemos recordar la divina exhortación de que los que estén bajo nuestra tutela “estudien y aprendan, y lleguen a familiarizarse con todos los buenos libros, y con lenguas, idiomas y pueblos.” (D. y C. 90:15.)
El sistema educativo de la Iglesia se ha establecido con el fin de que todo conocimiento puro pueda ser adquirido por nuestro pueblo, transmitido a nuestra posteridad y compartido con todos los hombres. Encomendamos a nuestros maestros que den constante estímulo a los jóvenes científicos y estudiosos en ciernes en todos los campos, y que los impulsen a adentrarse cada vez más en los reinos de lo desconocido.
Una de estas posibilidades fue predicha por un gran científico, el Dr. David Sarnoff. Él esperaba que dentro de veinte años desde el momento en que hizo su predicción, comenzaríamos a resolver el enigma de la comunicación mediante algún dispositivo electrónico por el cual uno pudiera hablar en inglés y sus oyentes comprendieran cada uno en su propio idioma.
Dado que actualmente tenemos la responsabilidad de enseñar a los pueblos del mundo en cincuenta naciones y en diecisiete idiomas distintos, pensemos en lo que significaría para nuestros esfuerzos misionales y de enseñanza si algunos de nuestros eruditos pudieran contribuir a hacer realidad esa posibilidad.
Esperamos que nuestros estudiantes puedan hacer una contribución significativa al descubrimiento de una cura para el cáncer, o que podamos seguir graduando grandes maestros, inspirados por la vida y el magnífico ejemplo de los más grandes maestros de nuestra época. Esperamos poder ser instrumentos en la formación de estadistas—hombres no solo con una preparación jurídica insuperable, sino también con una fe inquebrantable en que la Constitución de los Estados Unidos fue divinamente inspirada y escrita por hombres que Dios levantó con ese propósito específico.
Maestros, presenten ante sus alumnos la declaración profética del profeta José Smith: que si y cuando nuestra inspirada Constitución esté como colgando de un hilo, habrá defensores preparados y bien calificados de la fe de nuestros padres—los élderes de esta Iglesia—quienes se adelantarán y salvarán la Constitución de la destrucción.
En el campo de la educación, los miembros de nuestra Iglesia tienen una gran tradición. Muchos ocupan posiciones destacadas en el mundo académico, así como en los negocios, la medicina, la política, los oficios y muchos otros campos.
Nuestra exhortación es que nuestros educadores, nuestros maestros, busquen ideales educativos equilibrados e inspiren a sus alumnos con un alto grado de competencia intelectual, preparados para enfrentar los problemas de la vida. En resumen, una educación equilibrada debe producir ciudadanos rectos y honorables, a quienes podamos señalar con orgullo como personas que hallan el favor no solo de sus semejantes, sino también de Dios.
Albergamos la esperanza de que se pudiera idear un método para descubrir la grandeza de aquel alma que, medida por algún criterio arbitrario de evaluación académica, tal vez no sea aceptada. Con la visión constante de una aceptación eterna en la presencia de Dios ante nosotros, se sienta así la base para el despertar de manantiales de poder espiritual que traerán logros milagrosos.
A quien ha sido instruido en las doctrinas de la salvación y en la historia de la restauración, y que posee un testimonio del origen divino de esta Iglesia, le recordamos que adquirir conocimiento por la fe no es un camino fácil hacia el aprendizaje. Exige esfuerzo riguroso y una continua lucha mediante la fe. Solo necesitamos recordar el medio por el cual Daniel aprendió el secreto de la visión de Nabucodonosor, o cómo tuvo que prepararse José Smith para su llamamiento profético.
David Whitmer, uno de los íntimos asociados de José en los primeros días de la Iglesia, nos da una idea de por qué José podía obtener conocimiento por medio de la fe: “José Smith era un buen hombre cuando yo lo conocí. Tenía que serlo o no podría haber seguido con su obra.”
En resumen, aprender por la fe no es tarea para un hombre perezoso. Alguien ha dicho, en efecto, que tal proceso requiere inclinar toda el alma, llamar desde lo profundo de la mente humana y vincularla con Dios: debe formarse la conexión correcta. Solo entonces llega el “conocimiento por la fe.”
Recuerdo aquella exhortación tantas veces repetida del presidente Brigham Young al primer director de la Universidad Brigham Young, Karl G. Maeser. Esa exhortación resume, en una sola frase, la amonestación espiritual que más ha influido en guiar a maestros y alumnos en sus actitudes y labores, más que cualquier instrucción proveniente de la sabiduría académica del mundo. Aquella profunda fórmula educativa consistía en no enseñar ni siquiera las tablas de multiplicar sin el Espíritu de Dios.
Así pues, decimos: nunca vacilen en declarar su fe, como lo hizo el apóstol Pablo, de que el evangelio de Jesucristo es, en verdad, “el poder de Dios para salvación.” (Romanos 1:16.)
Exhortamos a los Santos a dar el ejemplo adecuado en su conducta personal; a procurar que sus familias y su vida en el hogar estén en orden; a tener cuidado de no descuidar a sus familias; y a llevar a cabo las noches de hogar en familia.
Que mantengamos siempre un profundo sentido de gratitud por nuestra herencia pionera, amor por esta nación, y una reverencia arraigada por la Constitución de los Estados Unidos, a fin de que nunca olvidemos nuestras obligaciones cívicas y políticas. Nuestro mayor gozo llegará cuando, en los años venideros, nuestra juventud se convierta en ciudadanos honorables en sus comunidades y participantes activos en la edificación del reino de Dios.
Si buscamos con sinceridad, podemos alcanzar esa dimensión espiritual en busca de respuestas que nos asegurarán no solo grandes bendiciones, sino también el testimonio sublime en nuestro corazón de que nuestros actos, nuestra vida y nuestros esfuerzos llevan el sello de aprobación del Señor y Creador de todos nosotros.
























