Se solicitan acabadores

Conferencia General Abril 1972

Se solicitan acabadores

Thomas S. Monson

por el élder Thomas S. Monson
del Consejo de los Doce


En días soleados, al medio día, por las calles de Salt Lake City, abundan hombres y mujeres que por un momento salen de su encierro en los altos edificios de oficinas y se entretienen en esa delicia universal llamada «ver aparadores».  En ocasiones, yo también participo de ella.

Un miércoles me detuve ante el elegante escaparate de una prestigiada mueblería y lo que llamó mi atención por un momento, no fue un sofá bellamente diseñado, ni una silla de apariencia confortable que estaba a su lado; tampoco la bella lámpara que pendía del techo.  En vez de eso, mis ojos se posaron sobre un pequeño letrero colocado en un rincón, a la derecha del cristal.  Su mensaje era breve: «Se solicitan acabadores de madera»

El almacén necesitaba algunas de aquellas personas que poseen talento y destreza para dar los últimos toques de lijado, pulido y barnizado a los finos y caros muebles que la firma fabricaba y vendía. «Se solicitan acabadores,» las palabras permanecieron en mi mente al retornar a las actividades del día.

En la vida, como en los negocios, siempre hay necesidad de esas personas que podrían llamarse acabadores, ya que terminan la obra que comenzaron. Su categoría es poca, sus oportunidades muchas y su contribución grande.

Desde el principio hasta la actualidad, una pregunta fundamental permanece para ser contestada por todo aquel que está en la carrera de la vida: ¿Fallaré? ¿Terminaré?  Dependiendo de esta respuesta, recibimos las bendiciones de gozo y felicidad aquí en la mortalidad, y la vida eterna en el mundo venidero.

No se nos ha dejado sin una guía para hacer esta importante decisión.  La Santa Biblia contiene esos relatos, aun aquellas lecciones que, si se estudian cuidadosamente, nos servirán y serán como la luz de un faro para guiar nuestros pensamientos e influenciar en nuestros actos.  A medida que leemos esos relatos, compadecemos a aquellos que fallan y honramos a aquellos que llegan hasta el fin.

El apóstol Pablo comparó la vida con una gran carrera cuando declaró:

«¿No sabéis que los que corren en el estadio, todos a la verdad corren, pero uno sólo se lleva el premio?  Corred de tal manera que lo obtengáis» (1 Corintios 9:24).  Y antes de que las palabras de Pablo cayeran en los oídos de quienes lo escuchaban, el consejo del predicador, aun el hijo de David, rey en Jerusalén, advirtió: » … ni es de los ligeros la carrera, ni la guerra de los fuertes. . (Eclesiastés 9:11).

¿Podría el hijo de David estarse refiriendo a su propio padre?  Juzgado bajo cualquier norma, el rey más grande que Israel haya tenido jamás, fue David, quien fue ungido por Samuel y honrado por el Señor.

En la primera floración de sus increíbles triunfos, David llegó a la cima de la popularidad.  Mientras ganaba nuevas victorias, las mujeres lo saludaban con nueva canción: » … Saúl hirió a sus miles y David a sus diez miles» (1 Samuel 18:7).

En su adoración el pueblo exclamó: «Henos aquí, hueso tuyo y carne tuya somos» (2 Samuel 5:1).

Ganó poder, pero perdió la paz.

«Y sucedió un día, al caer la tarde, que se levantó David de su lecho y se paseaba por el terrado de la casa real; y vio desde el terrado a una mujer que se estaba bañando, la cual era muy hermosa.

Envió David a preguntar por aquella mujer, y le dijeron: Aquella es Betsabé hija de

Eliam, mujer de Urías heteo.

«Y envió David mensajeros y la tomó. (2 Samuel 11:2-4).

El gran pecado de adulterio aun fue seguido por otro: » … Poned a Urías al frente, en lo más recio de la batalla, y retiraos de él para que sea herido y muera» (2 Samuel 11:15).  La lujuria y el poder habían triunfado.

La represión de David vino del Dios de Israel: «. . A Urías heteo heriste a espada, y tomaste por mujer a su mujer… por lo cual ahora no se apartará jamás de tu casa la espada. . .» (2 Samuel 12:9-10).

David comenzó bien la carrera, pero claudicó y no pudo terminarla.

Para que no nos engañemos pensando que sólo los pecados mayores nos harán claudicar, consideren la experiencia del joven rico que vino corriendo al Salvador e hizo la pregunta: «Maestro bueno, ¿qué bien haré para tener la vida eterna?»

Jesús le contestó: » … si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos.» El dijo: «¿Cuáles?»

Como respuesta a los mandamientos que Cristo enumeró, el joven le dijo:

«Todo esto lo he guardado desde mi juventud. ¿Que más me falta?»

Jesús le dijo: «Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes, y dalo a los pobres… y ven y sígueme.»

«Oyendo el joven esta palabra, se fue triste, porque tenía muchas posesiones» (Mateo 19:16-18, 20-22).

El joven prefirió las comodidades terrenales a los tesoros celestiales. No compraría la eternidad si tenía que renunciar a las cosas temporales; claudicó y falló.

Lo mismo sucedió con Judas Iscariote, quien comenzó su ministerio como un apóstol del Señor y terminó como un traidor.  Por treinta miserables piezas de plata, vendió su alma.  Por último, dándose cuenta de la magnitud de su crimen, gritó a los que le pagaron e incitaron al crimen: «Yo he pecado entregando sangre inocente» (Mateo 27:4).

El remordimiento lo llevó a la desesperación, la desesperación a la locura y la locura al suicidio.  Tuvo éxito al traicionar a Cristo, pero falló para terminar el ministerio apostólico al cual había sido llamado divinamente.

La ambición de poder, la avaricia del oro y el desdén por la honra, han aparecido siempre como facetas del fracaso en la vida.  Cautivados por su atracción engañosa, muchas almas nobles han tropezado y caído, perdiendo así la corona de victoria, reservada para los que finalicen esta gran carrera de la vida.

Respecto a aquellos que se rinden fácilmente, quiero recordarles las palabras de John Greenleaf Whittier que parecen particularmente apropiadas:

«Porque, de todas las palabras tristes de la lengua o de la pluma, las más tristes son estas: ¡Pude haber sido!» —»Mande Muller»

Dejemos las vidas de aquellos que claudicaron y consideremos por un momento algunas que terminaron y ganaron el premio.

Hubo un hombre en la tierra de Uz cuyo nombre fue Job, y este hombre fue recto y perfecto; temía a Dios y evitó el mal; fue de piadosa conducta y próspero en su fortuna; este hombre iba a enfrentar una prueba que tentaría a cualquier hombre.

Privado de sus posesiones, despreciado por sus amigos, afligido por sus sufrimientos y aun tentado por su mujer, Job aún declaraba desde las profundidades de su noble alma: «. . mas he aquí que en los cielos está mi testigo, y mi testimonio En las alturas» (Job 16:19).

Yo sé que mi Redentor vive. . . (Job 19:25).

Job nunca claudicó, él sí llegó a ser un «acabador.»

Siguiendo el ministerio terrenal del Señor, hubo muchos que, antes que negar su testimonio estarían dispuestos a perder la vida.  Uno de ellos fue Pablo el apóstol.  Su viaje a Jerusalén abrió la puerta de su destino y pasaría por ella para ayudar a darle forma a un nuevo mundo.

Dotado de una gran capacidad para motivar, mover y manejar grupos de gente, Pablo fue un incomparable ejemplo de alguien que noblemente se transformó de pecador a santo.  Aunque las decepciones, angustias y pruebas lo acosaban, al concluir su ministerio pudo decir: «He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe» (2 Timoteo 4:7).

Como Job, Pablo fue un «acabador».

El nos amonestó a despojarnos. . . «del pecado» y a correr con paciencia la carrera. . . «puestos los ojos en Jesús (buscando un ejemplo) el autor y consumador de la fe. . .» (Hebreos 12:1-2)

«Aunque Jesús fue tentado por el maligno, resistió; aunque fue odiado, amó; aunque fue traicionado, triunfó.  No fue en una nube de gloria, ni en carroza de fuego que El partió de la mortalidad, sino con los brazos extendidos en agonía sobre una cruel cruz.  La magnitud de su misión se muestra en la simplicidad de sus palabras.

A su padre él oró: «. . la hora ha llegado… yo te he glorificado en la tierra; he acabado la obra que me diste que hiciese» (Juan 17:1-4).  «… en tus manos encomiendo mi espíritu. . .» (Lucas 23:46).

Cuando la mortalidad terminó, también la inmortalidad comenzó.

Cambian los tiempos, las circunstancias varían, pero las verdaderas muestras de un «acabador», permanecen.  Observadlas bien, porque son vitales para nuestro éxito.

  1. La marca de la visión. Se ha dicho que las puertas de la historia giran sobre pequeños goznes, y así sucede con la vida.  Estamos haciendo constantemente pequeñas decisiones y el resultado de ellas determina el éxito o el fracaso de nuestra vida.  Es por esto que vale la pena ver hacia adelante, fijar un curso, y cuando menos, estar parcialmente listos para cuando llegue el momento de la decisión.  Los que van a terminar, tienen la capacidad de visualizar sus objetivos.
  2. La marca del esfuerzo. La visión sin el esfuerzo es como una ilusión, el esfuerzo sin visión es infructuoso cansancio; pero la visión aunada al esfuerzo, obtendrá el galardón.

Es necesaria la capacidad para hacer el segundo esfuerzo, cuando los desafíos de la vida nos abaten.  «Perseverad con vuestro trabajo hasta que os sea familiar; son muchos los que comienzan, pero pocos los que terminan.

Honra, poder, posición y alabanza vienen siempre de la mano para aquel que persevera.

Haced vuestro trabajo hasta que os sea familiar; inclinaos ante él, sudad con él sonreíd también con él; porque de la inclinación, el sudor y la sonrisa vienen al cabo del tiempo las victorias de la vida. (Autor desconocido.)

  1. La marca de la fe. Hace muchos años el salmista escribió: «Mejor es confiar en Jehová que confiar en el hombre. Mejor es confiar en Jehová que confiar en príncipes» (Salmos 118:8-9).  Reconoced que la fe y la duda no pueden coexistir, porque la una rechaza a la otra.
  2. La marca de la virtud. ”. . . y que la virtud engalane tus pensamientos incesantemente. . .» (D. y C. 121:45). Este consejo del Señor nos proveerá de fortaleza a través de nuestra emprendedora carrera.
  3. La marca del valor. El valor se torna en una virtud viva y atractiva, cuando no se limita a la voluntad de morir valientemente, sino a la determinación de vivir decentemente, Tener el valor:

«De lo imposible soñar; al mal combatir sin temor;  luchar contra el miedo invencible  y dispuesto el infierno arrostrar;  quitar la maldad del error;  amar la pureza sin par; luchar,  con los brazos abiertos y lograr la estrella alcanzar. … Y así llegaréis a ser un perfecto «acabador».

  1. La marca de la oración. Cuando las cargas de la vida se hacen más pesadas, cuando las desgracias ponen a prueba nuestra fe; cuando el dolor, la tristeza y la desesperación causan que la luz de la esperanza vacile y mitigue su luz, la comunicación con nuestro Padre Celestial provee la paz.

Estas marcas serán como una lámpara a nuestros pies durante nuestro viaje a través de la vida.  Siempre señalando hacia adelante y elevándonos hacia donde el Señor pidió; … ven, sígueme» (Lucas 18:22).

Con mucha frecuencia su ayuda viene silenciosamente, en ocasiones con dramático impacto.  Tal fue mi experiencia de hace algunos años, cuando, como presidente de misión, tuve el privilegio de guiar las actividades de valiosos hombres y mujeres, jóvenes misioneros, a quienes El llamó.

Algunos tenían problemas, otros requerían motivación; pero uno vino a mí en total desesperación.  Había tomado la decisión de dejar el campo misional cuando apenas estaba a la mitad.  Había empacado su ropa y ya había comprado su boleto de regreso.

Vino a despedirse de mí y hablamos, escuchamos, oramos, y aún así ahí permanecía oculta la verdadera razón de su inesperada decisión.

Cuando nos levantamos de estar arrodillados en la quietud de mi oficina el misionero comenzó a llorar.  Flexionando los músculos de su potente brazo derecho, dijo abruptamente: «Este es mi problema.  Durante toda la escuela, gracias a mi poder muscular gané honores en el fútbol y en la pista, pero descuidé mi poder mental.  Presidente Monson.  Estoy avergonzado de mis calificaciones escolares.  Elías revelan que, con esfuerzo, tengo la capacidad para leer a un nivel aproximado de cuarto grado.  No puedo aun leer el Libro de Mormón. ¿Cómo entonces podré entender su contenido y enseñar a otros sus verdades?»

El silencio del cuarto fue roto intempestivamente por mi pequeño hijo de nueve años, quien, sin llamar a la puerta, la abrió y, con sorpresa, disculpándose dijo: «Perdónenme, sólo quería poner este libro otra vez en su lugar.»

El me entregó el libro titulado: Una historia para niños acerca del Libro de Mormón, por el Dr. Deta P. Neeley.  Volví al Prefacio y leí estas palabras: «Este libro ha sido escrito con un vocabulario científicamente controlado, al nivel del cuarto grado». Una oración sincera de un corazón honesto había sido vivamente contestada.

El misionero aceptó el reto de leer el libro.  Medio riendo y medio llorando, declaró: «Será muy bueno leer algo que pueda entender.» Las nubes de la desesperación fueron alejadas por el brillante sol de la esperanza.

El completó una honorable misión.  Llegó a ser un «acabador».

Hoy pienso que puedo una vez más pasear por el almacén de muebles de nuestra ciudad y mirar nuevamente el pequeño letrero en el gran escaparate; el cual está impreso indeleblemente en mi mente con el verdadero significado de sus palabras: «Se solicitan acabadores».

Ruego humildemente que cada uno de nosotros pueda llegar al fin de la carrera de la vida y así ser dignos del precioso premio: la vida eterna con nuestro Padre Celestial en su reino.  Testifico que Dios vive, que esta es su obra, y pido que cada uno pueda seguir el ejemplo de su Hijo, un verdadero «acabador», en el nombre de Jesucristo.  Amén.

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2 Responses to Se solicitan acabadores

  1. Avatar de Ana Cremaschi Zañartu Ana Cremaschi Zañartu dice:

    Este excelente discurso ha llenado mi corazón y mi espíritu.
    Lo he leído varias veces y lo he compartido para que más personas puedan edificarse con las palabras de nuestro querido profeta Thomas S. Monson.
    Gracias por tenerlo publicado a nuestro alcance.

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  2. Avatar de Desconocido Anónimo dice:

    Hermoso discurso realmente me llego al corazon, me da la fuerza para ser un acabador, inspirador discurso de nuestro Profeta Monson

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