Conferencia General Abril 1980
Preparación del camino
Por el élder Thomas S. Monson
del Consejo de los Doce
Damos una cordial bienvenida a la nueva presidencia de la Primaria en sus nuevas responsabilidades. Por cierto que la presidenta Naomi Shumway y sus consejeras han prestado un valioso servicio que servirá de cimiento para que sobre él otros puedan edificar.
Deseo hoy rendir homenaje a otra líder de la Primaria —una noble dama y amiga personal. Me refiero a LaVern W. Parmley, ex Presidenta de la Asociación Primaria de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días y también ex miembro del Consejo Asesor Nacional del programa Scout de los Estados unidos. La hermana Parmley, como afectuosamente la llamaban quienes la conocían, culminó su misión aquí en la tierra el domingo 27 de enero de 1980. Los funerales en su honor tuvieron lugar días después, en los que mediante cantos y palabras se vertieron elogios y se expresó consuelo a quienes estaban presentes.
LaVern Parmley y Naomi Shumway, junto con sus respectivas consejeras, dieron gran parte de su tiempo y talentos por el curso de muchos años con el fin de enseñar a los niños a caminar en la luz del evangelio de Cristo. Enseñaron a todos los niños a cantar con convicción: «Soy un hijo de Dios. Guiadme, enseñadme por sus sendas a marchar, para que algún día yo, con El pueda morar.»
Parte de su gran pasión era enseñar a los muchachitos, y su inspirado objetivo era prepararles para recibir el Sacerdocio Aarónico y cumplir con las muchas responsabilidades que recibe un jovencito de esa edad.
Bajo su dirección, se les pidió a todos los varones de once años que memorizaran los Artículos de Fe de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, los cuales estoy seguro que recordaréis. Permitidme citar tan sólo dos de ellos:
«Nosotros creemos en Dios el Eterno Padre, y en su Hijo Jesucristo, y en el Espíritu Santo.»
«Creemos en ser honrados, verídicos, castos, benevolentes, virtuosos y en hacer bien a todos los hombres; en verdad, podemos decir que seguimos la admonición de Pablo: Todo lo creemos, todo lo esperamos; hemos sufrido muchas cosas, y esperamos poder sufrir todas las cosas. Si hay algo virtuoso, bello, o de buena reputación o digno de alabanza, a esto aspiramos.»
¿Podéis concebir un cimiento mas firme, una filosofía más elemental para orientar a un muchacho que los Artículos de Fe? ¡Qué maravilloso don nos legaron estas nobles mujeres cuando establecieron que cada jovencito supiera tales normas y por cierto viviera conforme a ellas. Sin duda estas dos hermanas aceptaron el mandato divino de: «Apacienta a mis ovejas»; «apacienta a mis corderos».
Algunos pueden preguntarse: ¿Cuál es la trascendencia del Sacerdocio Aarónico que hace necesaria tal preparación? ¿Es acaso tan importante para la vida de un muchacho? El Sacerdocio de Aarón 4 1 es una dependencia del… Sacerdocio de Melquisedec, y tiene el poder para administrar las ordenanzas exteriores». (D. y C. 107:14.)
Juan el Bautista era descendiente de Aarón y tenía en su poder las llaves del Sacerdocio Aarónico. Quizás sería una buena idea que repasáramos la vida y misión de Juan a fin de que pudiera percibirse en toda su magnitud la importancia del Sacerdocio Aarónico.
Hace muchos años y a mucha distancia de este lugar, en la conquistada tierra de Palestina, ocurrió un maravilloso milagro. La época era sombría y tumultuoso. En los días de Herodes, rey de Judea, vivían un sacerdote llamado Zacarías y su esposa, Elisabet. «Ambos eran justos delante de Dios . . .» (Lucas 1:6). Sin embargo, por largos años anhelaron un hijo, sin haberse este sueño convertido en realidad.
Entonces llegó aquel día tan señalado que sería recordado para siempre. Se le apareció a Zacarías el ángel Gabriel, quien proclamó:
«Zacarías, no temas; porque tu oración ha sido oída, y tu mujer Elisabet te dará a luz un hijo, y llamarás su nombre Juan . . . porque será grande delante de Dios.» (Luc. 1:13, 15.)
Elisabet finalmente concibió y en su debido tiempo dio a luz un hijo que, conforme a las instrucciones del ángel, recibió el nombre de Juan.
Tal como en el caso del Maestro Jesucristo, poco es lo que se menciona en las Escrituras del siervo Juan tocante a sus años de adolescencia. Una sola frase encierra todo lo que sabemos de su vida por espacio de treinta años —la totalidad del tiempo transcurrido entre su nacimiento y el momento en que emprendió su jornada hacia el desierto para comenzar su ministerio entre los hombres:
«Y el niño crecía, y se fortalecía en espíritu; y estuvo en lugares de¬siertos hasta el día de su manifestación a Israel.» (Lucas 1:80.)
Su vestimenta era similar a la de los antiguos profetas: estaba confeccionada con una tela hecha con pelos de camello. Su alimento, lo único que el desierto es capaz de ofrecer: langostas y miel silvestre. Su mensaje era breve; predicaba en cuanto a la fe, el arrepentimiento, el bautismo por inmersión y al otorgamiento del Espíritu Santo por medio de una autoridad superior a aquella que él poseía.
«Yo no soy el Cristo,» (Juan 1:20) declaró a sus fíeles discípulos, «mas delante de El soy enviado». «Yo a la verdad os bautizo en agua… pero el que viene tras mí… os bautizará en Espíritu Santo y fuego.» (Mat. 3:11.)
Luego surge el punto culminante de la misión de Juan: el bautismo de Cristo. Jesús vino de Galilea expresamente «para ser bautizado» por Juan. Humilde de corazón y de espíritu contrito, Juan manifestó: «Yo necesito ser bautizado por ti, ¿y tú vienes a mí?
Pero Jesús le respondió:
Deja ahora, porque así conviene que cumplamos con toda justicia.» (Mat. 3:14-15.)
«Y Jesús, después que fue bautizado, subió luego del agua; y he aquí los cielos le fueron abiertos, y vio al Espíritu de Dios que descendía como paloma, v venía sobre él.
Y hubo una voz de los cielos, que decía: Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia.» (Mat. 3:16-17.)
Juan no tuvo jamás reparos en hacer escuchar su testimonio de que Jesús era el Redentor el mundo. Sin miedo v con sumo valor, enseño: «. . . He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo». (Juan 1:29.)
El Salvador testificó luego de Juan: «. . . entre los nacidos de mujeres, no hay mayor profeta que Juan el Bautista . . . » (Lucas 7:28.)
El ministerio público de Juan llegó a su punto final. Primeramente había condenado la hipocresía y lo mundanal de los fariseos y saduceos, y tenía ahora la oportunidad de proclamar la lascivia de un rey.
El resultado es por todos bien conocido. La combinación de la cobardía de un rey y la furia de una mujer trajeron aparejada la muerte de Juan.
El sepulcro en el que fue colocado su cuerpo no pudo sujetarlo, así como tampoco pudo el asesino callar su voz. Declaramos al mundo que el 15 de mayo de 1829 en Harmony, Estado de Pennsylvania, un ángel, el cual se anunció a sí mismo como Juan, el mismo a quien conocemos con el nombre de Juan el Bautista en el Nuevo Testamento, vino en su condición de ser resucitado a visitar a José Smith y a Oliverio Cowdery. El visitante celestial expresó estar actuando bajo la dirección de Pedro, Santiago v Juan, los antiguos apóstoles, quines poseían las llaves del sacerdocio mayor, llamado el Sacerdocio de Melquisedec. Fue así que el Sacerdocio de Aarón fue restaurado a la tierra.
Gracias a tan memorable acontecimiento, yo tuve el privilegio de ser poseedor del Sacerdocio Aarónico, al igual que millones de jóvenes en estos últimos días. El transcendental significado de tal posesión me fue enseñado por mi ex presidente de estaca, el extinto Paul C. Child.
Al aproximarme a mis dieciocho años de edad, y estando yo pre-parándome para entrar en el servicio militar durante la Segunda Guerra Mundial, se me recomendó para recibir el Sacerdocio de Melquisedec.
Debía entonces de ponerme en contacto con el presidente Child para hacer los arreglos para una entrevista. Este hombre en verdad comprendía y amaba las Escrituras v pensaba que los demás también deberían sentir lo mismo que él. Estando enterado por otras personas de sus inquisitivas y detalladas entrevistas, nuestra conversación telefónica se desarrolló más o menos de la siguiente forma:
«Hola ¿presidente Child? le habla el hermano Monson. El obispo me pidió que hiciera los arreglos para tener una entrevista con usted.»
«Muy bien, hermano Monson. ¿Cuándo puede venir por mi oficina?»
Sabiendo que su reunión sacramental comenzaba a las seis de la tarde, y queriendo verme expuesto lo menos posible a que descubriera mi falta de conocimiento de las Escrituras durante la entrevista, le sugerí:
«¿Qué le parece a las cinco?»
Su respuesta fue: «Pero, hermano Monson, a esa hora no tendríamos tiempo de repasar algunas Escrituras. ¿Qué le parece si viene a las dos de la tarde? Y de paso, no olvide traer sus propios libros canónicos, los que ya ha de tener marcados y con sus referencias.»
Finalmente llegó el domingo y me dirigí al hogar del presidente Child. Fui cálidamente recibido y pocos minutos después comenzó la entrevista. Me dijo: «Hermano Monson, usted posee el Sacerdocio Aarónico. ¿Ha tenido usted alguna vez ángeles que le ministraran?»
«No, presidente Child», fue mi respuesta.
«¿Sabe usted», me dijo, «que tiene derecho a tal privilegio?»
Una vez más mi respuesta fue negativa.
Entonces me pidió: «Hermano Monson, dígame de memoria la decimotercera sección de Doctrinas y Convenios.»
Comencé diciendo: «Sobre vosotros, mis consiervos, en el nombre del Mesías confiero el Sacerdocio de Aarón, el cual tiene las llaves de la ministración de ángeles…» (D. y C. 13.)
«Suficiente», me dijo el presidente Child, y entonces con un tono de voz calmo y bondadoso me dijo: «Hermano Monson, jamás olvide que como poseedor del Sacerdocio Aarónico usted tiene derecho a la ministración de ángeles.» Era como si un ángel hubiera estado en aquel cuarto. Jamás he olvidado la entrevista; todavía recuerdo el solemne espíritu de esa ocasión. Venero el sacerdocio del Dios Todopoderoso: he sido testigo de su poder; he visto su fortaleza; me he maravillado ante los milagros que ha realizado.
Hace casi treinta años conocí a un muchacho, un presbítero que poseía la autoridad del Sacerdocio Aarónico. Siendo yo su obispo, era también su presidente de quórum. Este joven llamado Roberto era tartamudo, sin poder en ese sentido llegar a controlarse. Tenía complejo de inferioridad, era tímido, tenía miedo de la gente, y le abrumaba sobremanera el impedimento que tenía en el habla. Jamás cumplía una asignación, ni se atrevía a mirar a nadie a los ojos; siempre se le veía cabizbajo. Mas un día, tras una serie de circunstancias poco comunes, aceptó la asignación de llevar a cabo la responsabilidad sacerdotal de bautizar a otra persona.
Me senté a su lado en el salón anexo a la pila bautismal en este mismo recinto (el Tabernáculo de Salt Lake). El estaba vestido de blanco, preparado para la ordenanza que estaba a punto de llevar a cabo. Le pregunté cómo se sentía. Con la cabeza gacha y tartamudeando al punto que su habla era casi incoherente, me dijo que se sentía terriblemente nervioso.
Junto a él oré fervientemente a fin de que pudiera cumplir con su deber. Entonces, quien oficiaba como encargado de los servicios leyó las siguientes palabras: «Ahora, Nancy Ann McArthur será bautizada por el hermano Roberto Williams, presbítero.» Roberto se puso de pie, caminó hacia el frente del salón, tomó a Nancy de la mano y la ayudó a entrar en el agua que limpia la vida del ser humano y provee un renacimiento espiritual. Elevó entonces su mirada como hacia los cielos; y manteniendo su brazo derecho en forma de escuadra, pronunció las palabras: «Nancy Ann McArthur, habiendo sido comisionado de Jesucristo, yo te bautizo en el nombre del Padre- y del Hijo, y del Espíritu Santo.» No tartamudeó ni una sola vez. Pronunció admirablemente cada una de las palabras. Todos habíamos sido testigos de un milagro.
En el vestuario, al felicitarle, esperé escucharle hablar de la misma forma que lo había hecho en la pila bautismal; mas me equivoqué. Miró hacia abajo y tartamudeando me dio las gracias.
A cada uno de vosotros os testifico hoy de que cuando Roberto actuó en virtud de la autoridad del Sacerdocio Aarónico, habló con poder, con convicción v contó con ayuda celestial.
Tal es el legado de quien se llamó Juan, el mismo Juan el Bautista. Aun en la actualidad escuchamos su voz que nos enseña humildad, que nos dota de valor, que nos inspira fe.
Es mi ruego que podamos ser impulsados por su mensaje, que sea¬mos inspirados por su misión. Ruego que seamos edificados mediante el ejemplo de su vida hasta, llegar a apreciar en su total magnitud el Sacerdocio Aarónico y su divino poder. Tales cosas ruego en el nombre de Jesucristo. Amén.
























