Conferencia General Abril 1982
El sistema de empleos de la Iglesia
por el élder J. Thomas Fyans
de la Presidencia del Primer Quórum de los Setenta
Viendo las primeras planas de los diarios y revistas llenas de pesimismo y de malos presagios acerca de la economía, es bueno para nosotros recordar el consejo que, como cuerpo de la Iglesia, hemos oído por años. Ese consejo ha incluido conceptos tales como el obtener y almacenar comida para un año, mantenerse sin deudas y prepararse para conseguir un buen empleo. Seguir ese consejo ha significado la salvación económica de muchos que se han encontrado sin trabajo durante el año pasado.
El Señor nos ha mandado que seamos autosuficientes, a fin de retener así nuestra independencia. Nos ha dicho:
«He aquí, esta es la preparación con la cual os preparo, y el fundamento y el modelo que os doy, mediante los cuales podréis cumplir los mandamientos que os son dados;
«a fin de que mediante mi providencia, no obstante las tribulaciones que os sobrevengan, la iglesia pueda sostenerse independiente de todas las otras criaturas bajo el mundo celestial.» (D. y C. 78:13-14.)
¿Y cómo podemos mantenernos independiente «de todas las otras criaturas bajo el mundo celestial»? En 1946, el élder Albert E. Bowen manifestó sobre este pasaje de Escritura algunas ideas que encontraron eco en mi corazón:
«La única manera en que la Iglesia puede ser independiente es que sus miembros lo sean, porque la Iglesia ES sus miembros. No es posible concebir una Iglesia independiente formada por miembros dependientes, miembros que estén bajo la ineludible obligación de la dependencia. Tiene que ser el deseo y la intención del Señor que su pueblo se vea libre de la compulsión, impuesta o no por la fuerza.
No creemos que ninguna persona ni pueblo puedan vivir de la dádiva, depender de ella como medio de subsistencia y al mismo tiempo mantenerse libres en pensamiento, propósito y acción. No hay registros de ello en la historia. Por eso, la Iglesia se preocupa de que todos sus miembros con capacidad física y mental para hacerlo rindan servicio de acuerdo con sus posibilidades, para retribuir cualquier ayuda que reciban. Por eso, la Iglesia no aprueba ningún sistema que mantenga a la gente apta permanentemente dependiente, e insiste, por el contrario, que la verdadera función de la dádiva es ayudar a las personas a alcanzar una posición en la que puedan ayudarse a sí mismas y, en esa forma, ser libres.
La vacilación en darles a los principios básicos de bienestar esta aplicación, en la que no se había pensado antes, surge, sin duda, de la tendencia natural que existe en el ser humano de no dejar pasar un beneficio aparente que está disponible y evidentemente no nos costará nada; aunque esto último es un engaño, puesto que nadie puede obtener algo por nada, el recipiente siempre paga, si no con dinero, con la pérdida de algún derecho invalorable o de parte de su libertad.» (Albert E. Bowen, The Church Welfare Plan, pág. 77.)
La independencia de la Iglesia nunca podría ser mayor que la pendencia colectiva de sus miembros. Nos pesa que algunos malentiendan el objeto de los recursos del programa de bienestar y caen en un falso sentido de seguridad que los conduciría a reducir sus esfuerzos por ser autosuficientes. No es económicamente posible, ni tampoco sería un principio sano, que la Iglesia acumulara el capital necesario para «cuidar» de aquellos miembros que son físicamente capaces de trabajar. Todos los esfuerzos del programa de bienestar están dirigidos a ayudar a las personas a que sean autosuficiente. Por supuesto, aquellos que no son capaces de valerse por sí mismos son una excepción. El programa para los capacitados provee refugio temporario contra la tormenta, y no tiene como objeto ser un lugar permanente. Porque la Iglesia, como organización, para ser independiente tendría básicamente que duplicar el capital de cada uno de sus miembros. Esto no es práctico, ni posible, ni prudente. A todos se nos ha enseñado que no es bueno depender del gobierno. Tampoco lo es depender de la Iglesia. El principio es tan importante y básico como el del libre albedrío.
A fin de ser económicamente independiente, los miembros deben tener empleos. El estado de la economía no permite actualmente la fácil obtención de un empleo. Estos son algunos de los problemas con los que nos enfrentamos.
El año pasado, en los Estados Unidos, se comenzaron a construir 1.1 millón de casas nuevas o edificios de apartamentos. Esta cifra ha sido la más baja que se ha registrado desde el año 1946. Los primeros meses que van de este año muestran signos de ser aún más problemáticos. Los intereses para prestamos han subido desde el 9 por ciento hasta mas de un 17 por ciento en los últimos meses.
La venta de automóviles ha experimentado la mayor baja en veinte años, y las pérdidas en la industria automovilística han sido astronómicas. Las compañías que proveen a estas industrias con la materia prima, como el acero, también están empezando a sentir lo crítico de la situación.
El resultado de estas condiciones es un gran aumento en la desocupación. En el presente el porcentaje de desocupación se acerca al 9 por ciento y muchos economistas pronostican que alcanzará niveles aún elevados antes de que empiece a decrecer otra vez. Este nueve por ciento de desempleo significa en los Estados Unidos nueve millones v medio de desocupados.
Los problemas que he mencionado no se limitan a los Estados Unidos. El porcentaje de desocupación en Canadá es de 8.6 por ciento y en los países de Europa de 9 por ciento. En otras partes, como Sudamérica, enormes cantidades de personas se encuentran sin trabajo.
Estos tiempos económicamente turbulentos no deberían tomar de sorpresa a los miembros de la Iglesia que han estado escuchando lo que sus líderes les advierten. Tampoco deberían ser devastadores para aquellos que hayan seguido esos consejos. Las Escrituras nos dicen que tendremos que pasar por esto y mucho más, y al mismo tiempo otras palabras nos tranquilizan: «… si estáis preparados, no temeréis» (D. y C. 38:30); y, «. . . todas estas cosas te servirán de experiencia y serán para tu bien» (D. y C. 122:7).
Por lo tanto, en estos tiempos de dificultades económicas, regocijémonos en el hecho de que tenemos el evangelio restaurado, el cual nos da una mejor perspectiva de los altibajos de 3 la vida. Hagamos que los tiempos difíciles sean el catalítico que nos llama a la introspección y que la siga un aumento de espiritualidad. Debemos ser más sensibles para darnos cuenta de los sentimientos de aquellos que nos rodean y que puedan estar más afectados que nosotros para ayudarlos a enfrentar esta situación difícil. Colectivamente, debemos ponernos a la altura del problema y lograr progreso por medio de él. Es necesario proceder con optimismo y no caer víctimas de los efectos debilitantes de las actitudes pesimistas que prevalecen.
Quisiera dedicar el resto de este discurso a hablar de un programa que tendrá gran impacto para ayudarnos a resolver estos problemas actuales. Me refiero al programa de empleos de la Iglesia. No se trata de un programa nuevo, sino que, como sucede a menudo, no se aprecia o comprende hasta que llega el momento en que se necesita desesperadamente.
Los líderes del sacerdocio recibirán una copia de la Guía para el sistema de empleos de la Iglesia, que detalla el funcionamiento del sistema. Esto también se enseñará en los distintos consejos de la Iglesia. Los objetivos del sistema de empleos de la Iglesia son: 1) ayudar a las personas a encontrar empleos recolectando y compartiendo inmediatamente información acerca trabajo, obtenida de los miembro, y de otras personas en la comunidad; 2) proveer consejo y mejores oportunidades a aquellos que necesiten un mejor empleo o rehabilitación de algún tipo; 3) ayudar a los padres, por medio de los quórumes del sacerdocio y de la Sociedad de Socorro, a aconsejar a los hijos acerca de hacer planes para obtener capacitación para un trabajo o seguir una carrera. Para ayudar a coordinar este esfuerzo, se llama a especialistas en los barrios y en la estacas para ayudar a los miembros a encontrar empleo. Se debe hacer una cuidadosa selección al elegir a estas personas. Obispos, ya sabéis el tiempo y las energías que estáis dedicando actualmente a los problemas que están directa o indirectamente relacionados con la desocupación. Permitan que dicho especialista sirva como recurso para ayudarnos a resolver algunos de ellos. Instamos a todo barrio y estaca a que en un futuro cercano llamen especialistas en empleos bien calificados.
Se puede establecer un centro de empleos a pedido de los líderes locales del sacerdocio, y siempre que sea aprobado por el Administrador Ejecutivo de Area y por el Comité General de los Servicios de Bienestar. Los objetivos de los centros de empleo son: 1) coordinar, oportunidades de trabajo; 2) colocar en empleos a los que no los consigan por medio del barrio; 3) capacitar especialistas en empleos para estaca y barrio, a solicitud de los lideres del sacerdocio; y 4) coordinar la búsqueda de empleos en la comunidad.
Hago hincapié en el hecho de que el éxito del programa de empleos de la Iglesia depende del esfuerzo individual de los miembros. Los estudios que se han llevado a cabo en los Estados Unidos muestran que un 80 por ciento de las vacantes de trabajos se llenan por medio del intercambio de información entre personas, y sólo el 20 por ciento por medio de oficinas de empleos, avisos en los diarios u otro tipo de propaganda. Si el 10 por ciento de nuestros miembros están desocupados, quiere decir que el 90 por ciento están empleados. Por medio de éstos se pueden encontrar oportunidades de trabajo para los que no lo están. Instamos a cada uno de vosotros a estar alerta en cuanto a las posibilidades de trabajo que se puedan presentar para los miembros de vuestros barrios. En esta época de escasez de empleos, es vital que haya intervención de los líderes del sacerdocio para solucionar la situación.
No subestimemos nuestra posición como miembros de la Iglesia. Al ponerse en contacto con los negocios, los gerentes de los centros de empleo han sabido que, por lo general, los miembros de la Iglesia tienen una buena reputación como empleados. Por cierto que cualquier miembro que viva todo lo que se le ha enseñado será un empleado ideal. En épocas de mucha desocupación, los empleadores pueden tomarse la libertad de seleccionar muy bien a sus empleados. Sabemos que nuestros miembros son excelentes candidatos para los limitados puestos que hay en estos momentos.
Pedimos a los miembros de los quórumes que pongan empeño en ayudar a los desocupados, orientándolos para que sepan cómo buscar un trabajo. Muchos de los que se encuentran desempleados lo están por primera vez en su vida, y quizás necesiten ayuda para llenar las solicitudes, para hacer un resumen de sus calificaciones, y, para presentarse a las entrevistas. Los miembros de los quórumes pueden hacer mucho por ayudar también en cuanto a la forma apropiada de solicitar un trabajo. Otro aspecto en el que los quórumes y los especialistas en empleos pueden ser de gran ayuda es con respecto a muchos de nuestros miembros que no tienen el trabajo adecuado y viven con el constante temor de perderlo o no se sienten satisfechos con el empleo que tienen. Por lo tanto, otro propósito de este programa es el de mejorar el nivel de trabajo de los miembros.
Aconsejamos a los obispos que utilicen a sus especialistas de barrio para coordinar trabajos temporarios para aquellos que estén desempleados y recibiendo asistencia de la Iglesia. Podemos hacer mucho en cuanto a tratar de proveer oportunidades para que las personas trabajen por aquello que reciben mientras se encuentran desocupados.
Este programa puede aplicarse en la mayoría de los países. Por supuesto, no debe hacerse nada que sea contrario a las leyes del país donde vivís. Sabemos que, teniendo en cuenta la economía actual y nuestro objetivo de permanecer siempre independiente económicamente, este programa tiene mucho que ofrecer. Nadie puede contemplar el deterioro que tiene lugar en el espíritu de una persona que está desempleada, sin sentir el deseo de ayudarla de alguna manera. Pero lo deseable no es sólo aliviar el infortunio humano, sino también prevenirlo y eliminar su causa. Se puede lograr el progreso utilizando al máximo los talentos, el tiempo y los recursos de muchas personas bien dispuestas. El sistema de empleos de la Iglesia da oportunidad al 90 por ciento de sus miembros que están trabajando de ayudar al 10 por ciento que están sin trabajo.
Que podamos comprometernos empeñosamente en responder con entusiasmo al mandamiento del Señor: «Que os améis unos a otros; como yo os he amado . . .» (Juan 13:34).’ Lo ruego en el nombre de Jesucristo. Amén.
























