Enseñad el porqué

Conferencia General Octubre 1981logo pdf
Enseñad el porqué
por el élder Paul H. Dunn
del Primer Quórum de los Setenta

Paul H. DunnQué gran deleite me causa, mis hermanos y hermanas, el pararme ante vosotros una vez más.  Me regocijo en la amistad que nos une.

Las conferencias generales nos dan la gran oportunidad de elevarnos espiritualmente y de renovar nuestra asociación con otras personas, así como de recibir sabios consejos.  Con todo lo que hasta el momento he escuchado, no pude menos que recordar la anécdota del joven deportista que había probado todos los deportes, menos el paracaidismo.  Fue así que tomó varias clases teóricas.

Al llegar el día en que tendría que hacer su primer salto, se sentía atemorizado.

-No estoy muy seguro de poder hacerlo -le dijo al instructor.

-No se preocupe -le respondió aquél-, le colocaremos dos paracaídas adicionales para el caso de que el primero le falle.

El avión levantó vuelo hasta llegar a una altura de unos diez mil metros.  Ante su notorio temor, literalmente lo empujaron hacia afuera.

Cuando estaba cayendo a seis mil quinientos metros, recordó que debía tirar del cordón para que se abriera el paracaídas.  Así lo hizo, pero el paracaídas no se abrió; tiró entonces del cordón de uno de los de emergencia que le habían colocado y tampoco se abrió.  Lo mismo sucedió cuando tiró del cordón del segundo paracaídas de emergencia.

Para su asombro, justo en ese momento se encontró en el aire con otro hombre que iba subiendo en lugar de caer.  El joven deportista le gritó:

-Perdone, caballero … ¿Entiende usted algo de paracaídas?

-No -le respondió el otro.- ¿Qué sabe usted de explosiones de estufas?

Creo que no cabe duda de que todos, en algún momento de nuestra vida, necesitamos buenos consejos.  Bastante a menudo, tanto padres como jóvenes formulan la pregunta: «¿Cómo puede uno enseñar el evangelio de forma tal que tenga significado y sea aplicable?» Sabréis vosotros, mis hermanos y hermanas, que para aprender cualquier concepto o principio o para modificar conducta alguna, se requiere seguir cinco pasos importantes:

Primero, la práctica. Segundo, la ley de repetición. Tercero, dotar de entendimiento, explicar el porqué.  Las personas, no obstante la edad que tengan, quieren siempre saber los porqués del evangelio y no solamente las reglas.  Este es el aspecto más importante de la enseñanza, puesto que el cuarto paso que es el de obtener una convicción, y el quinto, la aplicación de lo aprendido no se puede cristalizar a menos que la persona entienda.

Demasiado a menudo nuestras respuestas a los jóvenes se ajustan a: «Bueno, simplemente porque las Escrituras así lo dicen», o «Eso es lo que nos dicen los líderes».

La juventud quiere saber la razón por la cual las Escrituras dicen eso y por qué los líderes se preocupan tanto.

Permitidme compartir con vosotros una pequeña experiencia personal que viví hace algunos años.

Había participado en una reunión muy especial con algunos jóvenes, en la que habíamos estado hablando sobre el tema del matrimonio en el templo.  Tras terminar la sesión salí caminando con tres jovencitas, a una de las cuales conocía muy bien.  Me había enterado de que ella estaba saliendo con un joven de otra religión y con mucho cuidado le mencioné al pasar que, por lo general, uno se casa con quien está saliendo.  Le dije:

-Quiero que sepas que aguardo ansioso el día en que pueda oficiar en tu sellamiento en el templo.

La joven me miró y me dijo:

-Bueno, puede que no me case en el templo.

Le pregunté por qué no; y ella, mirándome de esa forma tan particular con que únicamente los jóvenes miran, me preguntó a su vez:

-¿Por qué debería hacerlo?

Pues bien, padres v maestros: ¿Qué responderíais vosotros en un caso así?

Como lo hacen la mayoría de los maestros, hice una pausa para meditar por unos segundos y luego, rogando recibir inspiración, le dije:

-¿Y por qué no?

Me miró y me respondió:

-¿En verdad desea saber la razón?

Le dije que sí y ella contestó:

-¿Cuán bien conoce a mi padre?  Le contesté que lo conocía más o menos bien.

-Mi padre se las ingenia para causar una buena impresión en la gente -me dijo- es básicamente un buen hombre, pero muchas veces actúa hipócritamente.  Debería usted ver cómo nos trata a mi madre y a nosotros en casa.  Y ¿sabe una cosa?  Están casados en el templo.  Créame que no deseo para mí un matrimonio como el de ellos.

Después me preguntó:

-¿Conoce a los hermanos… ?

Se trataba de un matrimonio a quien yo conocía bastante bien y así se lo dije.

-A menudo cuido a sus niños -me dijo.  Ellos también se casaron en el templo y le puedo asegurar que no me interesaría que mi matrimonio fuera así.

A continuación me preguntó en cuanto a otra pareja.  El es un hombre muy conocido en la comunidad y no es miembro de la Iglesia.

-Tienen diez hijos -me dijo y también suelo ir a cuidar los niños de esta familia; a decir verdad, quisiera tener un matrimonio como el de ellos.

¿Qué puede uno responder? ¿Qué responderían una madre, o un padre, o un maestro?  Que eso es lo que nos enseñan las Escrituras.  Al menos, eso enseñan los líderes.  Pero los jóvenes desean saber los «porqués» y los «cómos».

Debo confesar que me encontraba todavía un tanto indeciso.  A nuestro lado había otra jovencita.  Me volví hacia ella y le pregunté:

-¿Cómo responderías tú a eso?

La joven estaba atenta a la conversación que habíamos estado manteniendo.  Miró a su amiga y le dijo:

-No eres justa en lo que dices y en la forma en que piensas.

-¿Por qué no? -le preguntó la otra.

-Porque estás juzgando a toda una iglesia por dos o tres ejemplos que para nada representan aquello que creemos y enseñamos, ni la forma en que debemos vivir.  Déjame hacerte una pregunta: ¿Cuándo fue la última vez que te enfrentaste a una crisis emocional a causa de un problema con un muchacho, un examen difícil, o alguna otra situación personal, en que tu padre presintió que algo no estaba del todo bien y fue a tu dormitorio, se sentó al borde de tu cama, te acarició la cabeza y te preguntó si deseabas que te diera una bendición?

Su amiga la miró y le respondió:

-Mi padre nunca ha hecho una cosa así.
-Mi padre sí -le contestó la joven.

Después pasaron algunos minutos hablando de la forma en que el padre de la segunda joven enseñaba a su familia y también de una experiencia relacionada con la oración familiar.  La chica mencionó unas cuantas circunstancias similares sin tener que detenerse a pensarlo.  Pude advertir que se registraba un pequeño cambio en la actitud de la primera joven, y pude percibir en sus ojos una expresión que significaba: «¡Cuánto me gustaría tener un esposo así!»

Pocos meses después tuve la maravillosa oportunidad de oficiar en su casamiento, el cual se llevó a cabo en el templo.  Quisiera suponer que fue en aquella oportunidad cuando se registró un cambio en su corazón.

La mayoría de las decisiones equivocadas, antes y después del casamiento, no son producto de la rebeldía ni de errores premeditados, sino de la falta de información, de la carencia de comunicación y de la ausencia total de entendimiento.  En la mayor parte de los casos, si las parejas en verdad comprendieran los «qués» y los «porqués» del matrimonio eterno, no necesitarían que nadie los encaminara para adoptar las decisiones acertadas, y tampoco nadie podría apartarlas de éstas.

Jóvenes, ¿os habéis preguntado alguna vez la razón por la cual Dios nos restringe en algunas cosas?  Por qué nos amonesta en contra de ellas; por qué nos advierte; por qué nos da mandamientos al respecto. ¿Suponéis acaso que sus mandamientos son antojos arbitrarios o pruebas inútiles, generalidades que resultan importantes para algunas personas mas para otras no?

No lo creo.  Sus mandamientos constituyen un consejo amoroso dado por un Padre sabio.  Nuestro entendimiento y el concepto que tenemos de Dios como Padre Celestial amoroso y personal no nos permite otra definición.  El nos da mandamientos por una sola razón: porque nos ama y desea que seamos felices.

La castidad es un ejemplo perfecto. Dios sencillamente sabe que la virtud tiene su recompensa en sí misma, que el reservarnos para un compañero eterno hace que ese compromiso sea más hermoso, más lleno de dicha.  Simplemente, se trata de decidir si uno desea una moneda ahora o un diamante más tarde.  Cualquier placer pasajero que pueda resultar de una relación premarital no puede compararse con la enorme dicha que proporciona la unidad en el matrimonio.  La indulgencia en aquella relación puede llegar a destruir el potencial de esta última.

La castidad es como tener dinero ahorrado en el banco.  Al reservarse a sí mismo, uno estará automáticamente ahorrando la dicha de pertenecer exclusivamente a una persona.  Ahorra para más adelante el gozo de poder decir: «Soy todo tuyo.  Jamás he pertenecido a nadie más».

Algunos se preguntarán: «¿Qué sucede si ya sabemos quién es ese ‘uno’? ¿Qué pasa si ya existe un compromiso y lo único que aguardamos es la consumación de la ceremonia?» Debe entenderse que no se trata simplemente de una ceremonia sino de un convenio, tanto con Dios como con el compañero, y el saber esperar demuestra el profundo amor y respeto que ambos se tienen.

También habrá quien dirá: «Lo que sucede es que nos amamos demasiado para esperar».  La respuesta a tal declaración es que no existe el término «demasiado» en el amor; que es el exceso de egoísmo y no de amor lo que hace olvidar el consejo divino y viola la virtud.

Cualquier amor que tenga que llegar a ser eterno debe incluir respeto, fe, confianza, admiración, honor y debe contemplar los aspectos espirituales y mentales así como los físicos y emocionales.  No hay relación alguna, ya sea eterna o temporal, que pueda existir sin tales atributos.  Todas las telenovelas están plagadas de claras ilustraciones de miseria y desdicha, precisamente por falta de las virtudes mencionadas.

Sí, en el caso de algún de vosotros, lo físico predomina sobre lo demás, es razón más que suficiente para «tirar de las riendas», para refrenarse y encontrar las otras dimensiones. «Refrenar» es la palabra que utilizó Alma, quien como un padre sabio aconsejó a su hijo Shiblón, y la promesa que agregó es la clave del entendimiento: «refrena tus pasiones», le dijo «para que puedas estar lleno de amor» (Alma 38:12).

Cuando nos refrenamos, aumentamos nuestra fortaleza, nuestro poder, y acrecentamos el amor.

Hay dos formas de controlar por completo a un caballo. (Hemos aprendido algo acerca de  caballos en el discurso del élder Packer en la reunión del sacerdocio.) Una de ellas es matarlo; la otra es tirar de las riendas y refrenarlo.

Alma no dijo en ningún momento que debíamos matar nuestras pasiones. No se trata de que las pasiones sean malas, de que no debamos tenerlas. Por el contrario, refrenamos o controlamos aquello que amamos, aquello por cuyos poderes sentimos respeto.

E1 caballo tiene mas fuerza que el hombre; esa es la razón por la que el hombre le coloca las riendas, para refrenarlo controlando de ese modo la fuerza del animal y usándola de una forma productiva. Las pasiones son también más fuertes que nosotros; por eso debemos refrenarlas, controlando su fuerza y utilizándolas solo para fortalecer el matrimonio y encaminarlo hacia la eternidad.

El hombre debe saber como refrenar sus pasiones así como el jinete debe saber como controlar un caballo.

Recordad siempre que la relación física es demasiado hermosa como para ensuciarla, demasiado maravillosa como para echarla a perder. Es una bandeja de plata demasiado valiosa como para manchar su hermosura antes del banquete.

Recordemos siempre que el entender el «porque» es lo que fomenta las actitudes mas apropiadas y modifica la conducta equivocada. Que Dios nos bendiga con la sabiduría que nos permitirá enseñar debidamente y también con entendimiento. Lo ruego en el nombre de Jesucristo. Amen.

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