La resurrección

Conferencia General Abril 1985logo 4
La resurrección
élder James E. Faust
del Quórum de los Doce Apóstoles

James E. Faust«Con la abundancia de testimonios, tanto antiguos como modernos, confirmados por el testimonio del Santo Espíritu de Dios, permanecemos firmes e inequívocos en nuestro conocimiento de que Jesucristo es el Salvador resucitado.»

Durante la Segunda Guerra Mundial, me encontré por unos días en un hospital militar africano con una infección en las vías respiratorias. Servían allí muchos empleados nativos a los que se les había encargado la tarea de limpiar, cambiar las sabanas y atender a los pacientes. Debido al paludismo, tan común en esos lugares, y a la abundancia de mosquitos que lo transmitían, dormíamos debajo de mosquiteros que colgaban del techo y rodeaban la cama. Una noche, puse mi billetera debajo de la almohada y me dormí.

Un poco mas tarde, me desperté asustado al sentir que unas manos tanteaban la cama. Sospeche que era un ladrón que trataba de apoderarse de mi billetera, e instintivamente le agarre de la mano y encendí la luz. Con el movimiento, la billetera apareció debajo de la almohada. Me sorprendió encontrar que la mano era la del asistente encargado de limpiar mi cuarto. Todo lo que dijo en su defensa fue: «No se preocupe, soy un discípulo». Podía darse cuenta por la expresión de mi cara que yo no comprendía, de manera que continuó y dijo sencillamente: «Soy un discípulo, un cristiano. No quiero su billetera; sólo estaba metiendo el mosquitero debajo del colchón para que no lo picaran los mosquitos mientras dormía». Llegue a reconocer que este joven no sólo era cristiano sino que era un discípulo.

Los verdaderos discípulos no se limitan a tener fe sino que la ponen en practica. El Salvador dijo: «El que quiera hacer la voluntad de Dios, conocerá si la doctrina es de Dios, o si yo hablo por mi propia cuenta». (Jn. 7:17; cursiva agregada.) Los discípulos siguen al Divino Maestro. Sus acciones armonizan con sus creencias; saben quienes son y lo que Dios espera de ellos; irradia una paz interior y una seguridad en cuanto a la misión y la resurrección de Cristo; tienen hambre y sed de justicia; saben que están en la tierra con un propósito; entienden que existe la vida después de la muerte; creen firmemente que el acontecimiento trascendental del ministerio de Cristo fue la Expiación, la cual terminó en la Resurrección.

El profeta Eter dice que un discípulo tiene la «seguridad de un mundo mejor . . . y esta esperanza viene por la fe, proporciona un ancla a las almas de los hombres y los hace seguros y firmes, abundando siempre en buenas obras»(Et. 12:4).

En esta temporada de la Pascua quisiera testificar que todos los discípulos pueden sentir esa seguridad por medio de la resurrección de Cristo. La resurrección de Jesús es uno de los grandes mensajes del cristianismo. Es un don divino de la Expiación para toda la humanidad. La idea de que una persona que ha muerto puede volver a vivir era tan extraordinaria, algo tan nuevo para la experiencia humana, que incluso los Apóstoles, a quienes se les había dicho que iba a suceder, casi no podían creerlo.

Cuando María Magdalena, Juana y María (la madre de Jacobo), y las otras mujeres dijeron a los Apóstoles que habían visto al Jesús resucitado,

«les parecían locura las palabras de ellas, y no las creían» (Luc. 24:11; Mat. 28:9-10).

No obstante, Pedro y Juan deben de haber recibido una confirmación del Espíritu de que el testimonio de las mujeres no debía pasarse por alto. Juan testificó que Pedro y el corrieron al sepulcro para cerciorarse de lo sucedido. Encontraron la tumba vacía, tal como las mujeres habían dicho, excepto por los lienzos que habían cubierto a Jesús (Jn. 20:3-10). Pedro se fue «maravillándose de lo que había sucedido»(Luc. 24:12).

Mientras María lloraba fuera del sepulcro, oyó que le dirigía la palabra uno que ella pensaba era un extraño, quien le hizo dos preguntas llenas de compasión y ternura: «Mujer, ¿por que lloras? ¿A quien buscas?» En medio de su tristeza, y cegada por las lagrimas, le imploró al extraño, que pensaba era el hortelano: «Señor, si tu lo has llevado, dime dónde lo has puesto, y yo lo llevare».

«Jesús le dijo: María!» (Jn. 20: 15-16). Una sola persona en el mundo, sólo una, podía pronunciar su nombre de esa manera. Con esa palabra se esfumaron la duda, la confusión y la incertidumbre. En ese instante, María llegó a la conclusión, al conocimiento sublime, de que Jesús, el que había sido crucificado, y por el cual ella había estado llorando, se había levantado de los muertos, tal como los ángeles habían testificado esa misma madrugada con las palabras: «ha resucitado». (Luc. 24:6.)

María no habría de ser el único testigo del milagro de la Resurrección. Aunque el Salvador fue «las primicias» de los que dormían ( I Corintios 15:23), las Escrituras testifican que «se abrieron los sepulcros, y muchos cuerpos de santos que habían dormido, se levantaron; y saliendo de los sepulcros, después de la resurrección de el, vinieron a la santa ciudad, y aparecieron a muchos.» (Mat. 27:52-53.)

Jesús se apareció a dos de sus discípulos en Emaus «mas los ojos de ellos estaban velados, para que no le conociesen» (Luc. 24: 16), y ellos le suplicaron: «Quédate con nosotros, porque se hace tarde, y el día ya ha declinado. Entró pues a quedarse con ellos». (Lucas 24:29.) Al comer Jesús con ellos, lo reconocieron. Cuando se apareció a diez de los Apóstoles, después de la Resurrección, se llenaron de temor y pensaron que habían visto a un espíritu. Pero Jesús los consoló y les dijo: «Mirad mis manos y mis pies, que yo mismo soy; palpad, y ved; porque un espíritu no tiene carne ni huesos, como veis que yo tengo.

«Y diciendo esto les mostró las manos y los pies.» (Luc. 24:39-40.)

Tomas estaba ausente, y cuando le dijeron que Jesucristo había resucitado, mostró incredulidad: «Si no viere en sus manos la señal de los clavos, y metiere mi dedo en el lugar de los clavos, y metiere mi mano en su costado, no creeré.» Cuando se apareció de nuevo una semana mas tarde, Cristo le dijo a Tomas: «Pon aquí tu dedo, y mira mis manos; y acerca tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente.

«Entonces Tomas respondió y le dijo: ¡Señor mío, y Dios mío!» (Jn. 20:25-28.) Fue así que durante cuarenta días el Salvador sirvió y enseñó a sus Apóstoles y a sus otros discípulos.

Durante esos cuarenta días gloriosos, Cristo «apareció a mas de quinientos hermanos a la vez, de los cuales muchos viven aun. . . Después apareció a Jacobo; después a todos los apóstoles.»

Y Pablo agrega: «Y al ultimo de todos . . . me apareció a mí ‘ (1 Cor. 15:S8).

Los Santos de los Ultimos Días poseen testimonios adicionales de la resurrección de Jesucristo y de la certeza de la vida después de la muerte. Uno de esos testigos es el Libro de Mormón, un registro que contiene el ministerio del Cristo resucitado sobre el continente americano después de su muerte y resurrección en Jerusalén. Su aparición la precedió una voz que parecía provenir del cielo: «Y no era una voz áspera ni una voz fuerte; no obstante, y a pesar de ser una voz suave, penetró hasta lo mas profundo de los que la oyeron. . .; si, les penetró hasta el alma misma, e hizo arder sus corazones» (3 Ne. 11:3).

La voz anunció: «He aquí a mi Hijo Amado, en quien me complazco, en quien he glorificado mi nombre. . .

«y he aquí, vieron a un Hombre que descendía del cielo; y estaba vestido con una túnica blanca; y descendió y se puso en medio de ellos. Y los ojos de toda la multitud se fijaron en el.» (3 Ne. 11:7-8.)

Extendió su mano y dijo: «He aquí, yo soy Jesucristo, de quien los profetas testificaron que vendría al mundo» (3 Ne. 11:10). Y luego dijo a la multitud: «Levantaos y venid a mi, para que podáis meter vuestras manos en mi costado, y para que también podáis palpar las marcas de los clavos en mis manos y en mis pies, a fin de que sepáis que soy el Dios de Israel, y el Dios de toda la tierra, y que he sido muerto por los pecados del mundo» (3 Ne. 11:14).

El testimonio de testigos modernos también se encuentra registrado en Doctrina y Convenios. El profeta José Smith y Sidney Rigdon testificaron:

«Y ahora, después de los muchos testimonios que se han dado de el, este es el testimonio, el ultimo de todos, que nosotros damos de el: ¡Que vive!

«Porque lo vimos, sí, a la diestra de Dios; y oímos la voz testificar que el es el Unigénito del Padre;

«que por el, por medio de el y de el los mundos son y fueron creados, y sus habitantes son engendrados hijos e hijas para Dios.» (D. y C. 76:22-24.)

El profeta José Smith describió el glorioso aspecto de Jesucristo cuando apareció en el Templo de Kirtland:

«Sus ojos eran como llama de fuego; el cabello de su cabeza era blanco como la nieve pura; su semblante brillaba mas que el resplandor del sol; y su voz era como sonido del estruendo de muchas aguas, sí, la voz de Jehová, que decía:

«Soy el primero y el ultimo; soy el que vive, soy el que fue muerto; soy vuestro abogado ante el Padre.» (D y C. 110:3-4.)

José Smith también testificó sobre la aparición del Padre y del Hijo cuando era un jovencito: «Al reposar sobre mí la luz, vi en el aire arriba de mí a dos Personajes, cuyo fulgor y gloria no admiten descripción. Uno de ellos me habló, llamándome por mi nombre, y dijo, señalando al otro: Este es mi Hijo Amado: ¡Escúchalo!» (José Smith-Historia 17.)

¿Que es, entonces, la resurrección? En el Libro de Mormón se encuentra una buena descripción; el profeta Alma explica que Jesucristo desato las ligaduras de la muerte temporal para todos nosotros. Dijo que todos se levantaran de esta muerte.

«El espíritu y el cuerpo serán reunidos otra vez en su perfecta forma; los miembros así como las coyunturas serán restaurados a su propia forma . . . y seremos llevados ante Dios, conociendo tal como ahora conocemos, y tendremos un vivo conocimiento de toda nuestra culpa.

«Pues bien, esta restauración vendrá sobre todos, tanto viejos como jóvenes, esclavos así como libres, varones así como hembras, malvados así como justos; y no se perderá ni un solo pelo de su cabeza, sino que todo será restablecido a su perfecta forma . . . cual se encuentra ahora. . .

«y también acerca de la resurrección del cuerpo terrenal. Te digo que este cuerpo terrenal se levanta como cuerpo inmortal, es decir, de la muerte, sí, de la primera muerte a vida, de modo que no pueden morir ya mas; sus espíritus se unirán a sus cuerpos para no ser separados nunca mas; por lo que esta unión se torna espiritual e inmortal. . .» (Alma 11 :42-45.)

Los miembros de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Ultimos Días creen en la salvación universal así como también en la individual. Creemos que mediante la Resurrección y la Expiación tanto los justos como los injustos resucitaran: «Porque así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados» (1 Cor. 15:22).

¿Aceptamos a Jesús de Nazaret?

Aceptamos gozosos y sin reservas el hecho de que E1 es el ser mas importante que ha vivido sobre la faz de la tierra.

Creemos que es el Mesías, nuestro Redentor.

Nos regocijamos en su misión y su doctrina.

Nos alegramos de que haya sido las primicias de los que durmieron.

Lo adoramos como el segundo miembro de la Trinidad.

Humildemente nos dirigimos al Padre por medio de El, creyendo en sus palabras: «Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí» (Juan 14:6).

Las siguientes palabras del Maestro describen la característica clave de un discípulo: «En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros» (Juan 13:35).

Junto con Job podríamos hacer la eterna pregunta: «Si el hombre muriere, ¿volverá a vivir?» (Job 14: 14.) Y responderíamos con el testimonio de que Jesucristo hizo posible la resurrección: «Yo se que mi Redentor vive, y al fin se levantara sobre el polvo; y después de deshecha esta mi piel, en mi carne he de ver a Dios» (Job 19:25-26).

Testificamos, junto con Isaías, que se le llamará «Admirable, Consejero, Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de paz» (Is. 9:6). Al igual que Pablo, podemos declarar de la Resurrección: «¿Dónde esta, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria?» (1 Cor. 15:55.)

Con la abundancia de testimonios, tanto antiguos como modernos, confirmados por el testimonio del Santo Espíritu de Dios, permanecemos firmes e inequívocos en nuestro conocimiento de que Jesús de Nazaret es el Salvador resucitado. Sus brazos se extienden hacia todos los hombres, incluso hacia mi amigo africano, quienes al aceptarlo a El y a sus enseñanzas, no solo llegan a ser creyentes sino verdaderos discípulos, que esperan, al igual que Pablo, «obtener mejor resurrección» (Hebreos 11 :35).

A todos declaramos: «Cristo te anime . . . y la esperanza de su gloria y de la vida eterna reposen en tu mente para siempre» (Moroni 9:25). En el nombre de Jesucristo. Amén.

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