Conferencia General Octubre 1985
El cable salvavidas del evangelio
élder Rex D. Pinegar
del Primer Quórum de los Setenta
«Sujetémonos del cable salvavidas del Señor aceptándolo como nuestro Salvador y luego extendiendo ese cable a otros: nuestras familias, nuestros amigos, y a quienes hemos sido llamados a servir.»
Hace algunos años, cuando formaba parte de la tripulación del portaaviones Bairoko, tuve una experiencia que me enseñó la importancia de tener un cable salvavidas digno de confianza. El portaaviones estaba patrullando frente a la costa de Corea en un mar muy picado. En una ocasión en que uno de los aviones caza estaba por aterrizar, el portaaviones se bamboleó agudamente, el avión rebotó en la cubierta de aterrizaje, dio una voltereta quedando boca abajo, una parte en el agua y la otra en la nave. El piloto fue rescatado por un equipo de hombres unidos por una cuerda de salvamento que les permitió llegar por el ala a la cabina. Sin embargo, fue necesario utilizar una gran grúa para rescatar el avión.
El aguilón o brazo de la grúa estaba almacenado en una especie de cuna que sobresalía por un lado de la cubierta a unos dos metros de distancia sobre el agua. Yo recibí la peligrosa asignación de soltarlo.
Me puse un salvavidas y me colocaron alrededor de la cintura y por entre las piernas una cuerda de salvamento que estaba asegurada a una cuña de acero en la cubierta. Había tres hombres parados en la cubierta para sostener la cuerda y salvarme en caso de que me resbalara y cayera.
Asido fuertemente al brazo de la grúa, me fui deslizando sobre las agitadas aguas. Los hombres que sostenían la cuerda me aseguraban que no me iban a dejar caer cuando menos no muy lejos.
Al llegar hasta la cuna donde descansaba el brazo de la grúa. vi que el perno y la tuerca que lo aseguraban estaban muy oxidados a causa de haber estado meses en el mar. Todo indicaba que serla necesario utilizar una gran fuerza para soltarlo lo cual no iba a ser tarea fácil mientras me encontraba a horcajadas en el resbaloso y redondo brazo. Los hombres que sostenían el cable se prepararon, pues sabían que el esfuerzo de aflojar la tuerca con la escarpia podía hacerme perder el equilibrio y caer.
Con la escarpia en su lugar, me incline a empujar la tuerca con todas mis fuerzas, no esperando que se aflojara fácilmente. Pero inesperadamente esta giró, y debido a la fuerza perdí el equilibrio. Sin embargo, para sorpresa de todos, en lugar de caer en el agua, di una vuelta completa alrededor del brazo, quedando en una posición vertical. Sujetándome de la cuna de acero pude recobrar el equilibrio. Los hombres que sostenían la cuerda de salvamento hablan permanecido firmes en su lugar sosteniéndola con cuidado a fin de que la situación en que me encontraba fuera lo mas segura posible.
Pronto pudimos maniobrar el brazo, subimos el avión a la cubierta y los miembros de la tripulación regresamos a las tareas normales.
Varios días después arribamos al puerto en Japón donde me esperaba una carta de mi madre. Después de los saludos acostumbrados y las noticias de la familia, mama decía: «Tratamos de no preocuparnos mucho por ti, Rex; oramos por ti todos los días».
La horripilante experiencia que había tenido en alta mar había producido en mi un agradecimiento infinito por la fuerza y el apoyo de aquella cuerda salvavidas en manos de hombres fuertes y dignos de confianza. La carta de mi madre me hizo recordar la cuerda mas segura que tenemos, el evangelio de Jesucristo, la cual esta asegurada en las manos de Dios. Si me aferro a ella y vivo de acuerdo con sus leyes, me sostendrá hasta alcanzar la vida eterna.
Hace algunas semanas asistí al bautismo de un hombre que he conocido por muchos años. Fue una ocasión maravillosa. Rodeado de su esposa, con la cual ha estado casado 47 años, de hijos y nietos y otros seres queridos, este buen hombre entró a la pila bautismal y al convenio, y se convirtió en miembro de la Iglesia a la que por tanto tiempo había sostenido y apoyado.
Desde que llevó a su joven esposa a vivir en su amada tierra del sur, habla respetado las creencias de ella y su deseo de enseñarlas a sus hijos. Debido a que no habla una rama de la Iglesia en el pueblo, su casa se convirtió en el primer lugar de reuniones para los pocos miembros que su esposa pudo localizar e invitar a adorar con ella. Las puertas de su hogar siempre estaban abiertas para los misioneros quienes podían contar con una buena comida y un lugar para dormir. (Su esposa recuerda que en una ocasión llegaron a tener hasta catorce misioneros durmiendo en su pequeña casa.)
Su fiel esposa e hijos laboraron con los misioneros para edificar la Iglesia, y llegó el día en que los miembros ya no cabían en la casa; entonces el dio apoyo monetario para la construcción de una rama, un barrio y finalmente un centro de estaca.
Durante todos los años, el evangelio ha sido la cuerda salvavidas que permitió que esta mujer mantuviera su esperanza y confianza en el Señor; ha sido la tuerza que ha mantenido unida a la familia.
Sin embargo, no podían obtener las bendiciones plenas que el Señor ofrece hasta que el jefe de familia fuera digno y tuviera el deseo de aceptar el convenio del bautismo y recibir el sacerdocio de Dios. Esta familia puede ahora recibir las ordenanzas en el templo que llevan a la exaltación y pueden aferrarse del cable que los guiara a la vida eterna, bendiciones que no podían conseguir por si mismos.
Un diccionario define ese cable salvavidas como «cualquier cosa que sostenga o ayude a sostener algo que no puede existir por si mismo».
Una cuerda salvavidas debe estar firmemente aferrada a un objeto inmóvil que pueda soportar la presión y tensión de fuerzas opuestas y permanecer firme en su lugar.
El sacerdocio fija la cuerda salvavidas del evangelio con nuestro Padre Celestial, de la misma manera que todo buen cable esta atado a un lugar seguro.
«Así que, todos los que recibieron el sacerdocio reciben este juramento y convenio de mi Padre, que el no puede quebrantar, y que tampoco puede ser traspasado» (D. y C 84:40).
Hermanos, como poseedores de este sacerdocio, tenemos una grandiosa y tremenda responsabilidad.
La plenitud de las bendiciones y promesas de Dios en la vida de nuestra esposa e hijos depende de nuestra dignidad y la forma correcta en que los guiemos.
El presidente N. Eldon Tanner, al dirigir la palabra ante un grupo del sacerdocio, dijo:
«No podéis comprender y apreciar la influencia que el sacerdocio podría tener en el mundo entero si todo hombre magnificara este poder. Hermanos, el sacerdocio, si se magnifica, es una influencia estabilizadora y fuerte. Debe serlo. Toda esposa y madre tiene el perfecto derecho y responsabilidad de acudir a su esposo que posee el sacerdocio para recibir dirección, fortaleza y orientación. Y el a la vez tiene la responsabilidad de magnificar su sacerdocio a fin de poder brindar esta dirección, esta seguridad y fortaleza que se necesitan en el hogar» (Seek Ye First The Kindom of God, Salt Lake City: Deseret Book Co.. 1973, pág. 177) .
Algunos estudios recientes efectuados para el Comité Ejecutivo del Sacerdocio de la Iglesia intentaron determinar cuales factores, de acuerdo con los antecedentes de un joven en la Iglesia, podrían predecir su curso futuro.
Hemos aprendido que hay dos factores que ejercen la mayor influencia para que un joven tenga el deseo de permanecer moralmente limpio, de salir al campo misional y de casarse en el templo. Estos son: las actividades religiosas en el hogar (tales como: la oración familiar, la noche de hogar, el estudio de las Escrituras) y el estar de acuerdo con los padres en los valores y metas para el futuro. Se llegó a la conclusión de que de todos los demás factores combinados para crear estos deseos esenciales, esos dos factores tenían el mayor impacto.
Estos resultados afirman la importancia de que el padre, como patriarca de su familia y oficial principal del sacerdocio, sea un ejemplo recto, haciendo que el evangelio, como una cuerda salvavidas, sea eficaz en su propia vida, y luego la extienda a su familia. Así como Lehi, en el Libro de Mormón, vio en una visión el significado del fruto del evangelio de Jesucristo y después invitó a su familia a participar de el, así también los padres en la Iglesia deben participar del fruto del evangelio y extender ese cable a su esposa e hijos. Y así como Nefi fue obediente a su padre, y fielmente participó del fruto del evangelio y recibió sus bendiciones, así también cada joven hoy día debe asirse firmemente a la barra de hierro, la cuerda salvavidas del evangelio, de la cual habló Nefi, y seguir el recto ejemplo de su padre y sus lideres del sacerdocio.
El presidente Tanner dijo a los jóvenes del sacerdocio: «Jóvenes, tenemos una responsabilidad hacia nuestras hermanas», y mencionó que las jovencitas deberían poder mirar a un poseedor del sacerdocio, ya sea que tenga doce años o mas, «con el derecho de esperar que ese poseedor sea un ejemplo viviente de lo que el sacerdocio debe ser. y acudir a el para recibir fortaleza, consejo y dirección, y sentirse segura con el» (Seek Ye First The Kindom of God, pág. 177).
También dijo que toda joven debería sentirse segura de que un poseedor del sacerdocio «aun en peligro de muerte, protegería su femineidad y su virtud, y jamas la privaría de ello si magnifica el sacerdocio; y este no será tentado si esta pensando en el sacerdocio que posee y su responsabilidad». (En Conference Report, abril de 1973, pág. 124).
Un poseedor del sacerdocio actúa como mediador entre las personas y Dios, representándolas oficialmente en reuniones de adoración y en las ordenanzas sagradas. Debido a que es un representante de Dios, no puede tomar este oficio para sí mismo, sino que tiene que ser llamado de Dios. En cierto sentido, un poseedor de este poder y autoridad del sacerdocio delegado por Dios le pertenece a El. Debe ser puro y limpio ante El. Representa al Señor y funciona como su agente cuando oficia en los deberes del sacerdocio. Estos derechos del sacerdocio están inseparablemente unidos con los poderes del cielo y por lo tanto, sólo pueden utilizarse eficazmente en base a su rectitud personal. (D. y C. 121:36.)
Hermanos, no debemos tratar de diseñar nuestro propio curso. El cable salvavidas del Señor ya esta en su lugar, como una guía fuerte y segura. Cuando un poseedor del sacerdocio no sigue el programa del Señor, corta el cable y no permite que la guía divina llegue hasta el y hasta los que tiene bajo su dirección.
Como mayordomos de este gran poder y autoridad del sacerdocio, compartimos una responsabilidad eterna con el Señor. Nosotros, los que sostenemos el cable salvavidas para su pueblo, debemos permanecer firmes, así como lo hicieron los tres marineros en el portaaviones Bairoko, y cuidadosa y fervientemente sostener el cable salvavidas del evangelio a fin de que aquellos que dependan de el puedan mantenerse en un lugar seguro.
Hubo otra ocasión, durante mi corta carrera naval, en que las cuerdas salvavidas llegaron a ser. muy importantes para mí. Nuestro barco se encontraba en el Pacifico frente a Japón cuando se desato un huracán. El mar estaba tan violento que fue necesario colocar cables salvavidas por toda la cubierta y en todos los pasillos inferiores. Durante tres días el encrespado mar causó que el barco se bamboleara de un lugar a otro haciendo que fuera peligrosísimo caminar, a menos que uno se agarrara de un cable. Hasta las tareas mas comunes a bordo se convirtieron en dificultades sin un cable salvavidas. Solo un marinero inexperto o necio se aventura a caminar sin sostenerse de un cable en medio de una tempestad. El sabe que aun cuando el mar este tranquilo se conserva un cable salvavidas a la mano.
Poseedores del sacerdocio, aferrémonos firmemente al evangelio de Jesucristo. Sujetémonos del cable salvavidas del Señor aceptándolo como nuestro Salvador y luego extendiendo ese cable a otros: nuestras familias, nuestros amigos, y a quienes hemos sido llamados a servir. Ese es nuestro cable salvavidas eterno para apoyarnos no sólo en casos de emergencia y crisis, sino para proveernos la dirección necesaria para hacer frente a los problemas y decisiones diarias.
Me gustaría finalizar con las palabras de una de mis poetisas favoritas.
El cable salvavidas por Kristen Pinegar 30 de septiembre de 1985
Mi vida en una ocasión
ningún objeto tenía.
Confuso me hallaba yo c on corazón helado
hasta que la luz y la verdad
en mi guía se convirtieron,
pues el cable salvavidas hasta mí había llegado .
Ahora, cuando me hallo turbado
por los tempestuosos mares,
no sabiendo lo que es malo o lo que eleva,
al llegar la tentación de caer
el cable salvavidas me recoge,
y por donde debo ir me lleva.
Cuando los malos deseos
de la envidia o de la fama
me incitan a la vida que el hombre común lleva
el cable salvavidas aleja
los pensamientos malvados
y a una vida pura me eleva.
Cuando todo el mundo
desplomándose esta,
cuando por amigos y familia soy abandonado;
rodeado de escombros
llega a mí el consuelo;
el cable salvavidas mis dolores ha calmado.
Asiéndolo con firmeza,
mi fuerza restaura
y me da un poder de fuente superior
para bendecir y dar
a los que me necesiten
y compartir con ellos ese maravilloso amor.
El camino de la vida me lleva
a un gozo que me es desconocido,
cuando el cable salvavidas uso para guiarme
cada paso que doy
trae a mi ser la paz
mientras a mi lado este el cable para apoyarme.
El buen y fiel amigo
en quien tanto confío
firme y seguro se halla en secreto lugar
y yo ansío conocer
el origen del cable salvavidas
y a este Salvador cara a cara mirar.
Ah, cuando yo muera
y toda mi existencia
ante mis ojos ávidos se habrá de desplegar
reconoceré entonces
que en manos del Señor
ese cable seguro siempre me llegaba a salvar.
En el nombre de Jesucristo. Amen.
























