Las características divinas del maestro

Conferencia General Octubre 1986

Las características divinas del Maestro

presidente Ezra Taft Benson

«Si en verdad llegamos a ser participes de la naturaleza divina, llegaremos a ser, como El.»

Mis amados hermanos, esta noche, al contemplar esta gran congregación de poseedores del sacerdocio y pensar en otras congregaciones parecidas que hay en todo el mundo, me conmueve un profundo sentimiento de gratitud y regocijo por las bendiciones que nuestro Padre Celestial nos ha dado.

El privilegio de poseer el sacerdocio, que es el poder y la autoridad para actuar en el nombre de Dios, es una gran bendición que lleva consigo igualmente grandes obligaciones y responsabilidades. Al meditar en la clase de hombres y muchachos que debemos ser como poseedores del sacerdocio, no puedo dejar de pensar en lo que dijo nuestro Salvador a los doce nefitas cuando preguntó: ,Que clase de hombres habéis de ser. En verdad os digo, aun como yo soy» (3 Nefi 27:27).

Ser como el Salvador . . . ¡que gran cometido para cualquier persona! El es miembro de la Deidad, es nuestro Salvador y  Redentor.

Fue perfecto en todos los aspectos de su vida. En El no hubo flaqueza ni imperfección. ¿Existe la posibilidad de que nosotros, como poseedores del sacerdocio, podamos llegar a ser aun como El es? La respuesta es si. No sólo podemos serlo sino que es el mandato que hemos recibido; es nuestra responsabilidad. El no nos hubiera dado ese mandamiento si no hubiese deseado que lo fuésemos.

El apóstol Pedro habló del proceso por el que una persona puede ser ‘ participe de la naturaleza divina» (véase 2 Pedro 1:4). Eso es importante puesto que si en verdad llegamos a ser participes de la naturaleza divina, llegaremos a ser como El. Examinemos detenidamente lo que nos enseña Pedro acerca de dicho proceso. He aquí lo que dijo:

»Vosotros también, poniendo toda diligencia por esto mismo, añadid a vuestra fe virtud; a la virtud, conocimiento;
»al conocimiento, dominio propio; al dominio propio, paciencia; a la paciencia, piedad;
»a la piedad, afecto fraternal; y al afecto fraternal, amor.» (2 Pedro 1:5-7.)

Las virtudes que menciona Pedro son parte de la naturaleza divina o el carácter de nuestro Salvador. Esas son las virtudes que tenemos que adquirir si deseamos ser mas parecidos a El. Echemos una mirada a algunas de esas importantes cualidades.

La primera característica, a la cual se añaden todas las demás, es la fe. La fe es el fundamento sobre el cual se edifica el carácter divino; es el requisito esencial de todas las demás virtudes.

Cuando pienso en la forma en que ponemos de manifiesto nuestra fe. pienso inevitablemente en el ejemplo de mi propio padre. Recuerdo vívidamente cómo llegó a mi vida el espíritu de la obra misional. Yo tenia casi trece años de edad cuando mi padre recibió su llamamiento de ir a la misión. Recuerdo que había una epidemia en nuestro pequeño pueblo de Whitney, Idaho. Los adultos podían ir a la reunión sacramental, pero se había pedido que a los niños se les dejara en casa para evitar que se contagiaran con la enfermedad.

Mi padre y mi madre se fueron a la reunión sacramental en un coche tirado por un caballo. Al terminar la reunión, el tendero abrió la tienda sólo unos minutos para que los agricultores del lugar fueran a buscar su correspondencia; lo hacia así porque la oficina de correos estaba en la tienda. Nadie compraba nada, sino que al hacerlo así, se ahorraban el tener que ir hasta allí el lunes. En aquel tiempo, no se repartía el correo a domicilio en los sectores rurales.

Mientras mi padre conducía el coche a casa, mi madre abrió la correspondencia y, para sorpresa de los dos, había allí una carta de la casilla postal B de Salt Lake City, o sea, un llamamiento para ir a la misión. En ese entonces, nadie le preguntaba a uno si estaba preparado para ir a la misión, si quería ir o si podía ir. El obispo tenía que saberlo, y el obispo era mi abuelo George T. Benson, el padre de mi padre.

Al entrar en el sendero que conducía a la casa, los dos lloraban, lo cual no habíamos visto nunca en nuestra familia. Los niños rodeamos el coche -éramos siete por aquel entonces- y les preguntamos que ocurría.

Ellos dijeron:

Todo anda bien

-Pero, ¿por que lloran? -les preguntamos.

-Vayamos a la sala y allí les explicaremos- nos dijeron.

Nos reunimos alrededor del viejo sofá de la sala y papa nos dijo de su llamamiento misional. Entonces. mama dijo:

-Nos enorgullece saber que al padre de ustedes se le ha considerado digno de ir a la misión. Si hemos llorado un poco es porque estaremos dos años separados. Ustedes saben que su padre y yo nunca nos hemos separado mas de dos noches seguidas desde que nos casamos y ello ha sido cuando ha ido a la montaña a buscar leña.

Y mi padre se fue a la misión. Aun cuando en aquella época yo no comprendía en toda su amplitud la intensidad de la dedicación de mi padre, ahora comprendo mejor que su pronta aceptación de ese llamamiento fue evidencia de su gran te. Todo poseedor del sacerdocio. ya sea joven o mayor, debe esforzarse por adquirir esa clase de fe.

Pedro sigue diciendo que debemos añadir a nuestra fe virtud. Un poseedor del sacerdocio es virtuoso. El ser virtuoso supone que sus pensamientos sean puros y sus acciones limpias. No mirará a una mujer para codiciarla en su corazón, porque hacerlo equivale a «negar la fe» y a perder el Espíritu (D. y C. 42:23) y, en esta obra, no hay nada mas importante que el Espíritu. Me habéis oído decirlo muchas veces.

No cometerá adulterio ni hará «ninguna cosa semejante» (D. y C. 59:6); esto ultimo significa fornicación, conducta homosexual, masturbación, abuso de un niño o cualquier otra perversión sexual. Eso significa que un joven honrara a las jovencitas y las tratara con respeto; que no haría nunca nada que las privara de lo que, como lo dice Mormón, es »lo . . . mas caro y precioso que todas las cosas, que es la castidad y la virtud» (Moroni 9:9).

La virtud esta emparentada con la santidad, una cualidad de la divinidad. Un poseedor del sacerdocio debe buscar lo que es virtuoso y bello y no lo que es bajo y sórdido. La virtud engalanara sus pensamientos incesantemente (véase D. y C. 121:45). ¿Podrá un hombre complacerse en la malignidad de la pornografía, de la blasfemia y la vulgaridad y considerarse totalmente virtuoso’?

Cada vez que un poseedor del sacerdocio se separa del camino de la virtud en cualquier forma o expresión, pierde el Espíritu y cae en el poder de Satanás; y entonces recibe el salario de aquel a quien ha escogido servir. Como resultado, a veces la Iglesia debe tomar medidas correctivas, porque no podemos tolerar ni perdonar actos inmorales e impenitentes. Todos los poseedores del sacerdocio deben ser moralmente limpios para ser dignos de llevar la autoridad de Jesucristo.

El siguiente paso que menciona Pedro en el camino a la perfección es el de añadir conocimiento a nuestra fe y virtud. El Señor nos ha dicho que es ‘imposible que el hombre se salve en la ignorancia» (D. y C. 131:6). Otro mandamiento de Dios nos dice: »Buscad palabras de sabiduría de los mejores libros; buscad conocimiento, tanto por el estudio como por la fe» (D. y C. 88: 118). Todo poseedor del sacerdocio debe hacer del aprendizaje una actividad de toda la vida. Si bien el estudio de toda verdad es valioso, las verdades de la salvación son las mas importantes que cualquier persona puede aprender. La pregunta del Señor: «Porque, ¿que aprovechará al hombre, si ganare todo el mundo, y perdiere su alma?» (Mateo 16:26) se puede aplicar a la preparación académica al igual que a la búsqueda de bienes materiales. El Señor también pudo haber preguntado: «Porque ¿que aprovechará al hombre, si aprendiere todo lo del mundo y no aprendiere a ganar su salvación?»

Tenemos que nivelar nuestro aprendizaje secular con el espiritual. Vosotros, los varones jóvenes, debéis poner tanto empeño en inscribiros en seminario para aprender las Escrituras como en aplicaros al estudio para graduaros de la escuela secundaria. Los jóvenes mayores que seguís una carrera universitaria u otros estudios superiores debierais aprovechar la oportunidad de tomar los cursos de los institutos de religión o, si concurrís a alguna escuela de la Iglesia, debierais tomar al menos un curso de religión por semestre o trimestre. Si unimos nuestra instrucción secular a la espiritual, conservaremos la mira en lo que mas importa en esta vida. Aun cuando dirijo este mensaje a vosotros, los poseedores del sacerdocio, la misma admonición también se aplica a las hermanas de la Iglesia.

El presidente J. Reuben Clark, hijo, dijo de ese equilibrio ideal lo siguiente: «Hay aprendizaje espiritual y aprendizaje secular, y ninguno de los dos es completo sin el otro; sin embargo, en lo que a mi respecta, si tuviera que escoger uno de los dos, escogería el aprendizaje de las cosas del espíritu, puesto que en la existencia venidera, o sea, en las eternidades que han de venir, tendré la oportunidad de aprender de las otras cosas; pero si no aprendo en esta vida de las cosas espirituales, mis desventajas en la vida venidera serán casi abrumadoras» (en Conference Report, abril de 1934, pág. 94).

El presidente Spencer W. Kimball lo dijo de este modo: »Jóvenes, amados jóvenes, ¿os dais cuenta de por que debemos dar el primer lugar al aprendizaje espiritual?, ¿de por que debemos orar con fe y perfeccionar nuestra vida como la del Salvador? ¿Podéis ver que el conocimiento espiritual se complementa con el secular en esta vida y sigue por la eternidad, en tanto que el secular sin el fundamento del espiritual no es sino semejante a la espuma de la leche: una sombra efímera?

«¡No seáis engañados! No hace falta escoger uno u otro, sino tan solo el orden de sucesión, porque se puede escoger aprender los dos simultáneamente; pero comprendéis que es preciso dar atención de preferencia a los cursos de seminario mas que a las asignaturas en la escuela secundaria, al instituto de religión mas que a los cursos universitarios; al estudio de las Escrituras mas que a los textos escritos por los hombres; que la asociación con la Iglesia es mas importante que los clubes y las cofradías; que el pago del diezmo es mas importante que el pago de matriculas y de cuotas de ingreso?

«¿Podéis ver que las ordenanzas del templo son mas importantes que los doctorados y que cualquier otro titulo académico?» («Beloved Youth, Study and Learn», Life’s Directions: A Series of Fireside Addresses, Salt Lake City: Deseret Book Company, 1962, pág. 190.)

Una vez terminados nuestros estudios académicos, debemos hacer del estudio diario de las Escrituras una actividad de toda la vida. Lo que dije en el pasado abril a los líderes del sacerdocio también se aplica a todo poseedor del sacerdocio:

«A la voz de estos sabios e inspirados hermanos, sumo la mía y os digo que una de las cosas mas importantes que podéis hacer como líderes del sacerdocio es compenetraros en las Escrituras. Escudriñadlas cuidadosamente. Alimentaos con la palabra de Cristo. Aprended la doctrina. Dominad los principios que se encuentran en ellas. Pocas son las cosas que producen mayor ganancia a vuestros llamamientos. Hay muy pocos medios mas por los cuales podéis obtener mayor inspiración . . .

«[Debéis daros cuenta de] que el estudiar y escudriñar las Escrituras no es una carga impuesta por el Señor, sino que es una bendición y una oportunidad maravillosas.» (»El poder de la , palabra», Liahona, jul. de 1986, págs. 73-74)

Otra cualidad que describió Pedro como parte de la naturaleza divina es el dominio propio. Un poseedor del sacerdocio tiene dominio propio, lo cual significa que reprime sus emociones y la expresión verbal de estas; que actúa con moderación y no se excede en nada. En suma, tiene autodominio, es decir, que es amo de sus emociones y no esclavo de ellas.

El poseedor del sacerdocio que maldiga a su esposa, que la maltrate con palabras o con acciones, o que haga lo mismo con alguno de sus hijos es culpable de un serio pecado. «¿Podéis enojaros y no pecar?», preguntó el apóstol Pablo. (Véase Efesios 4:26.)

Si un hombre no domina su mal genio -triste es reconocerlo-, tampoco domina sus pensamientos. Entonces llega a ser víctima de sus propias pasiones y emociones, lo cual lo lleva a cometer actos indignos de un comportamiento civilizado, y mucho mas indignos de un poseedor del sacerdocio.

El presidente David 0. McKay dijo una vez: «Es muy probable que el hombre que no pueda dominar su mal carácter tampoco pueda dominar sus pasiones y, no importa que profese en cuanto a religión, en la vida diaria se desenvuelve en un plano muy cercano al de los animales» (Improvement Era, jun. de 1958, pág. 407).

Al dominio propio tenemos que añadir la paciencia. Un poseedor del sacerdocio tiene que ser paciente. La paciencia es otra faceta del autodominio; es la capacidad de posponer la satisfacción y poner freno a las propias pasiones. En sus relaciones con sus seres queridos, el hombre paciente no incurre en un proceder impetuoso que después lamentar. La paciencia es conservar la calma en los momentos difíciles y de tensión nerviosa. El hombre paciente es comprensivo con las faltas de los demás.

El hombre paciente «espera a Jehová» (véase Isaías 8:17). A veces, leemos u oímos de personas que buscan recibir una bendición del Señor y que luego se vuelven impacientes al no recibir la bendición en seguida. Parte de la naturaleza divina es confiar en el Señor lo bastante para «consolarse y saber que El es Dios» (véase D. y C. 101:16).

El poseedor del sacerdocio que es paciente será tolerante con los errores y las debilidades de sus seres queridos. Por su amor por ellos, no los censurara ni los culpara.

Otra cualidad que menciona Pedro es la piedad o bondad . Un poseedor del sacerdocio es piadoso, bondadoso. El que es bondadoso es compasivo y benigno con los demás. Es considerado con los sentimientos de las demás personas y cortes en su proceder. Es servicial. La bondad perdona las flaquezas y las faltas de los demás. La bondad se proyecta a todos: al anciano y al joven, a los animales, y tanto a los ricos como a los pobres.

Esas son las verdaderas cualidades de la naturaleza divina. ¿Os dais cuenta de cómo nos vamos volviendo mas parecidos a Cristo al ser mas virtuosos, mas bondadosos, mas pacientes y al tener un mayor autodominio de nuestras emociones?

El apóstol Pablo empleó gráficas expresiones para ilustrar que un miembro de la Iglesia debe ser diferente del mundo. Nos instó a «revestirnos de Cristo» (Gálatas 3:27), a «despojarnos del viejo hombre y vestirnos del nuevo hombre» (Efesios 4:22, 24).

La ultima y principal virtud del carácter divino es el amor, la caridad o el amor puro de Cristo (véase Moroni 7: 47). Si de verdad procuráramos parecernos mas a nuestro Salvador y Maestro, el aprender a amar como El ama debiera ser nuestra meta mas elevada. Mormón dijo que la caridad «es mayor que todo» (Moroni 7:46).

El mundo de la actualidad habla muchísimo del amor y muchos lo buscan. Pero el amor puro de Cristo difiere considerablemente de lo que el mundo piensa que es el amor. La caridad nunca busca la satisfacción egoísta o lo suyo. El amor puro de Cristo busca únicamente el progreso y el regocijo eterno de los demás.

Cuando pienso en la caridad,  otra vez pienso en mi padre y en aquel día cuando fue llamado a la misión. Me imagino que habrá algunos en el mundo que dirán que el hecho de que el hubiera aceptado ese llamamiento es prueba de que en realidad no tenia amor a su familia. Quizá digan: «Dejar en casa solos a siete hijos y a su esposa esperando el octavo durante dos años . . . ¿Cómo puede eso ser amor verdadero?»

Pero mi padre tenia una visión mucho mas amplia del amor. El sabia que «a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien» (Romanos 8: 28). El sabia que lo mejor que podía hacer por su familia era obedecer a Dios.

Aunque le echamos muchísimo de menos durante esos dos años, y aun cuando su ausencia significó un buen numero de contratiempos para nuestra familia, su aceptación del llamamiento probó ser una dádiva de amor puro. Mi padre se fue a la misión y dejo a mi madre en casa con siete hijos. (El octavo nació cuatro meses después que mi padre llegó al campo misional.) Pero llego a nuestro hogar un espíritu de la obra misional que nunca se ha apartado de el. No fue sin algún sacrificio. Mi padre tuvo que vender unas tierras para pagarse la misión. Tuvo que llevar a un matrimonio a ocupar parte de nuestra casa para que cuidaran de los sembrados y dejo a sus hijos varones y a su esposa el deber de cuidar del cultivo del forraje, de las tierras de pastoreo y de algunas vacas lecheras.

Las cartas de mi padre eran una verdadera bendición para nuestra familia. A nosotros, los niños, nos parecía que venían del otro lado del mundo, pero solo venían de Springfield y de Chicago, Illinois, y de Cedar Rapids y Marshalltown, Iowa len los Estados Unidos. Si, llenó nuestro hogar, como resultado de la misión de mi Padre, un espíritu misional que nunca se ha alejado de el.

Después, la familia aumentó al numero de once hijos: siete hijos y cuatro hijas. Los siete varones fuimos todos a la misión, algunos de ellos a dos o tres misiones. Después dos de las hijas y sus respectivos esposos cumplieron misiones de dos años. Las otras dos hermanas, las dos viudas -una, madre de ocho hijos y la otra, de diez- fueron compañeros de misión en Birmingham, Inglaterra.

Es un legado que sigue bendiciendo a la familia Benson aun en la tercera y la cuarta generación. )No fue aquella una verdadera dádiva de amor’?

Eso es lo que nuestro Salvador quiere decir al hablar de la clase de hombres que hemos de ser. )No es acaso la propia vida de nuestro Salvador reflejo de perfecto esmero, de perfecta fe, de perfecta virtud’? Para llegar a ser como El, nosotros también debemos llegar a ser participes de la naturaleza divina.

Nuestro Salvador dijo que la vida eterna es conocer al único Dios verdadero y a su Hijo Jesucristo (véase Juan 17:3). Si eso es verdadero, y os doy mi testimonio solemne de que es verdadero, tenemos que preguntarnos cómo podemos llegar a conocer a Dios. El añadir una cualidad divina a la otra, como lo describió Pedro, es la clave para obtener el conocimiento que conduce a la vida eterna. Advertid la promesa que hace Pedro después de mencionar las diversas cualidades:

»Porque si estas cosas están en vosotros, y abundan, no os dejarán estar ociosos ni sin fruto en cuanto al conocimiento de nuestro Señor Jesucristo» (2 Pedro 1:8: cursiva agregada).

¡Ah!, mis amados hermanos, ruego que esas cualidades de nuestro Salvador abunden en nosotros a fin de que cuando comparezcamos ante El en el día del juicio. y nos pregunte. a cada uno: «¿Que clase de hombre eres?». podamos levantar la cabeza con gratitud y regocijo y decir: »Aun como Tu eres». Es mi humilde oración por cada uno y por todos los poseedores del sacerdocio, en el nombre de Jesucristo. Amén.

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2 Responses to Las características divinas del maestro

  1. Avatar de Desconocido Anónimo dice:

    Excelente discurso sobre el sacerdocio que todo varon deberia leer o escu
    char

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  2. Avatar de Luis Luis dice:

    Muy bueno 🙂

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