Conferencia General Abril 1987
¿Estoy «vivo» en el evangelio?
élder Howard W. Hunter
Presidente en Funciones del Quórum de los Doce Apóstoles
¿Soy dedicado y devoto, soy un miembro verídico y estoy vivo en el evangelio?
En un momento crítico de la batalla de Waterloo, cuando todo dependía de la firmeza de los soldados para resistir, un ansioso mensajero se precipitó ante el Duque de Wellington y le anunció que, a menos que las tropas inglesas recibieran un relevo o se retiraran, tendrían que rendirse ante el ataque inminente del ejército francés. El duque le respondió:
-¡Resistid!
-¡Pero vamos a perecer! -protestó el oficial.
-¡Resistid! -le repitió el intrépido duque.
-¡Allí estaremos firmes! contestó el mensajero mientras se alejaba al galope.
Y, por supuesto, como resultado de tal lealtad y determinación, los británicos salieron victoriosos aquel día. (Walter Baxendale, ed., Dictionary of Anecdote, Incident, Illustrative Fact, New York: Thomas Whittaker, 1889, pág. 225.)
En nuestros días tiene lugar otra guerra de consecuencias mucho más serias; es la que se lleva a cabo por las almas de los hombres. Al igual que la anterior, el resultado también depende de la firme resistencia de los soldados. El toque de clarín del capitán se deja oír sobre la feroz artillería del enemigo, y nos dice: «¡Resistid! ¡Sed leales!»
Mis hermanos, siento gratitud porque la mayoría de los que se encuentran al alcance de mi voz resisten firmemente y son leales al reino de Dios. Como los jóvenes guerreros de Helamán, «permanecen firmes en esa libertad con la que Dios los ha hecho libres; y son exactos en acordarse del Señor su Dios de día en día; sí, se esfuerzan por obedecer sus estatutos y sus juicios y sus mandamientos continuamente; y su fe es fuerte en las profecías concernientes a lo que está por venir» (Alma 58:40). Me refiero a los miembros de la Iglesia que sin ostentación practican sus creencias cristianas en su vida diaria.
El 1º de noviembre de 1831, durante una conferencia de la Iglesia en Hiram, estado de Ohio, en la sección que sirve de prefacio a Doctrina y Convenios, el Señor reveló que ésta es «la única iglesia verdadera y viviente sobre la faz de toda la tierra», y agregó, «con la cual yo, el Señor, estoy bien complacido, hablando a la iglesia colectiva y no individualmente». (D. y C. 1:30.) Esto debe hacer surgir en nuestra mente una pregunta de importancia eterna: Sabemos que, como institución, ésta es la Iglesia verídica y viviente, o sea, llena de vitalidad; pero, individualmente, ¿soy yo un miembro verídico y estoy «vivo», en el evangelio?
Esta pregunta puede parecer un juego de palabras con lo que dijo el Señor de que ésta es la única iglesia verdadera y viviente. Cuando pregunto, «¿Soy un miembro verídico y estoy ‘vivo’ en el evangelio?», lo que quiero decir es: ¿Estoy profunda y totalmente dedicado a guardar los convenios que he hecho con el Señor? ¿Estoy completamente dedicado a vivir el evangelio y a ser un hacedor de la palabra y no sólo un oidor? (Santiago 1:23.) ¿Vivo de acuerdo con mi religión? ¿Permaneceré fiel? ¿Resisto firmemente las tentaciones de Satanás? Él está tratando de hacemos apartar del camino en medio de una tormenta de escarnio y una marea de falsedad. No obstante, podemos obtener la victoria sí respondemos a esa voz interior que nos dice: «¡Resiste!»
El responder afirmativamente a la pregunta «¿Soy un miembro ‘vivo’ en el evangelio?» confirma nuestro compromiso, y significa que hoy y siempre amaremos a Dios y a nuestro prójimo como a nosotros mismos (véase Mateo 22:37, 39); significa que en nuestras acciones se reflejará quiénes somos y lo que creemos; significa que somos cristianos constantemente, día tras día, andando por la vida como Cristo quiere que lo hagamos.
Los miembros que están vivos en el evangelio son aquellos que se esfuerzan por dedicarse totalmente y siguen la admonición de Nefi, que escribió:
«Y ahora, amados hermanos míos, después de haber entrado en esta recta y angosta senda, quisiera preguntar si ya quedó hecho todo. He aquí, os, digo que no; porque no habéis llegado hasta aquí sino por la palabra de Cristo, con fe inalterable en él, confiando íntegramente en los méritos de aquel que es poderoso para salvar.
«Por tanto, debéis seguir adelante con firmeza en Cristo, teniendo un fulgor perfecto de esperanza y amor por Dios y por todos los hombres. Por tanto, si marcháis adelante, deleitándoos en la palabra de Cristo, y perseveráis hasta el fin, he aquí, así dice el Padre: Tendréis la vida eterna. » (2 Nefi 31:19-20.)
Los miembros que están vivos en el evangelio reconocen su deber de marchar adelante. Se bautizan como primer paso en su jornada vital, y esto es una señal para Dios, los ángeles y los cielos de que obedecerán la voluntad de Dios. Damos una bienvenida especial a todos vosotros, en todo el mundo, que hayáis tomado sobre vosotros estos convenios recientemente. Os expresamos nuestro amor y queremos que sepáis que nos interesamos en vosotros y en todos los miembros de la Iglesia. Os damos la bienvenida a la fraternidad de los Santos de los Ultimos Días. La palabra santos no significa que ninguno de nosotros sea perfecto, sino que todos nos esforzamos por serlo, todos servimos y nos comprometemos a permanecer firmes en la fe.
Un miembro que está vivo en el evangelio jamás se aparta de su camino de dedicación. En una oportunidad, un hombre fue al Salvador y le dijo:
«Te seguiré, Señor; pero déjame que me despida primero de los que están en mi casa.
«Y Jesús le dijo: Ninguno que poniendo su mano en el arado mira hacia atrás, es apto para el reino de Dios.» (Lucas 9:61-62.)
A fin de abrir un surco derecho, el labrador tiene que mantener los ojos fijos en un punto que está por delante de él; esto lo mantiene en un curso recto. Pero si se vuelve para mirar el camino recorrido, aumenta la posibilidad de que se desvíe, y como resultado los surcos le saldrán torcidos e irregulares. A todos vosotros que sois miembros nuevos os invitamos a tener la atención fija en vuestra nueva meta y no mirar jamás hacia atrás a los problemas y transgresiones pasados, excepto que esto os sirva como recordatorio de vuestro progreso y vuestra dignidad, y de las bendiciones que recibís de Dios. Si concentramos nuestras energías en lo que está delante -en la vida eterna y el gozo de la salvación- y no en lo que está detrás de nosotros, ciertamente los obtendremos.
Los miembros que están vivos en el evangelio prestan atención al Espíritu que da vida interior, y buscan constantemente su guía; oran pidiendo fortaleza y vencen las dificultades. No «han puesto su corazón en las cosas de este mundo» (D. y C. 121:35), sino en el infinito; no sacrifican la renovación del espíritu por el placer del cuerpo.
Para los miembros que están vivos en el evangelio, Cristo ocupa el primer lugar en su vida, porque ellos saben que Él es la fuente de su vida y su progreso. El hombre tiene la tendencia a colocarse en el centro del universo y pensar que los demás deberían conformarse a sus caprichos, necesidades y deseos. Sin embargo, la naturaleza no hace honor a ese concepto erróneo. El papel central en la vida lo tiene Dios. En lugar de pedirle que se avenga a nuestras súplicas, debemos tratar de ponemos en armonía con su voluntad, para así progresar estando vivos en el evangelio.
El primer gran mandamiento es amar «al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente» (Mateo 22:37). A fin de amarlo, debemos hacer todo lo que Él nos ha pedido que hagamos; debemos demostrarle que deseamos llegar a ser como Él.
Una vez que se convierten, los miembros que están vivos en el evangelio cumplen el mandamiento de fortalecer a sus hermanos. Están deseosos por compartir con otros su gozo y nunca pierden ese deseo.
El estadista estadounidense Patrick Henry dijo, llegando ya al final de su vida: «Ya he dividido todas mis posesiones entre mi familia . . . Ahora hay algo más que quisiera poder dejarles, y es la religión cristiana. Si la tuvieran, aunque no les dejara ni un centavo, serían ricos; y no teniéndola, pese a que les dejara el mundo entero, serían pobres.» (Citado en Tryon Edwards, The New Dictionary of Thoughts, Garden City, New York: Standard Book Company, 196 1, pág. 561.)
Los miembros que están vivos en el evangelio reconocen la necesidad de poner en acción sus creencias. Estos santos están anhelosamente consagrados a llevar a cabo muchas obras nobles y buenas por voluntad propia. El presidente Heber J. Grant una vez dijo:
«El poder está en nosotros para ser nuestros propios agentes; no debemos esperar que se nos mande en todas las cosas, porque el que es compelido en todo es un siervo negligente y no sabio. [D. y C. 5 8:26-28.1 Debemos tener la ambición, debemos tener el deseo, debemos estar decididos a que, al grado que el Señor Todopoderoso nos ha dado talento, haremos nuestra parte en la batalla de la vida. El no permitir que otro haga más que nosotros, en proporción a nuestra capacidad, por hacer avanzar la obra de Dios sobre la tierra, debe ser una cuestión de amor propio.» (Improvement Era, oct. de 1939, pág. 585.)
Los miembros que están vivos en el evangelio se aman unos a otros, visitan a los huérfanos y a las viudas en sus aflicciones, y se guardan sin mancha del mundo. (Véase Santiago 1:27.)
Por ser miembros de la Iglesia «viviente» creemos en el Dios viviente. Antes de cruzar el río Jordán, Josué convocó a los hijos de Israel, diciendo: «Acercaos, y escuchad las palabras de Jehová vuestro Dios. . . En esto conoceréis que el Dios viviente está en medio de vosotros» (Josué 3:9- 1 0). El joven David, respondiendo al desafío de Goliat, les dijo intrépidamente a los hombres que estaban cerca de él: «¿,Quién es este filisteo incircunciso, para que provoque a los escuadrones del Dios viviente’?» (1 Samuel 17:26). Y en la misma forma, Jeremías se refirió al Señor diciendo que «él es Dios vivo y. . . eterno» (Jeremías 10:10).
Tenemos una creencia inalterable de que ésta es la iglesia verdadera y viviente del Dios verdadero y viviente. Lo que todavía nos queda por responder es: ¿Soy dedicado y devoto, soy un miembro verídico y estoy vivo en el evangelio?
Que podamos resistir firmemente, ser miembros verídicos de la Iglesia y estar vivos en el evangelio, y recibir la recompensa de encontramos entre aquellos de quienes se habla en Doctrina y Convenios, «los que han venido al monte de Sión y a la ciudad del Dios viviente, el lugar celestial, el más santo de todos» (D. y C. 76:66). Es mi oración, en el nombre de Jesucristo. Amén.
























