La paciencia, clave de la felicidad

Conferencia General Abril 1987logo 4
La paciencia, clave de la felicidad
élder Joseph B. Wirthlin
del Quórum de los Doce Apóstoles

Joseph B. Wirthlin«A menudo nos impacientamos con nosotros mismos, con nuestros familiares y hasta con el Señor, exigimos lo que queremos en el mismo momento, sin tener en cuenta si lo hemos ganado, si será bueno para nosotros o si es correcto,»

Una de las mas grandes frases que puede oír el oído humano proviene del Libro de Mormón: «Adán cayo para que los hombres existiesen; y existen los hombres para que tengan gozo» (2 Nefi 2:25). Esa expresión contiene las mayores posibilidades de la vida. Pero deseo agregar que podemos tener verdadero gozo y felicidad sólo si aprendemos a ser pacientes.

Los diccionarios definen la paciencia como la virtud para sufrir los infortunios sin quejarse. Además, es lo contrario de la prisa y el impulso; es perseverancia, pese a la oposición, las dificultades o la adversidad.

En un pasaje del Libro de Mormón, Alma nos ayuda a entender la paciencia. Después de hablar de plantar una semilla que podría convertirse en árbol, agrega estas palabras que mueven a la reflexión: «Y he aquí, a medida que el árbol empieza a crecer, . . . si lo cultiváis con mucho cuidado, echará raíz, y crecerá, y dará fruto . . .

»Y a causa de vuestra diligencia, vuestra fe y vuestra paciencia . . . recogeréis su fruto, el cual es sumamente precioso, y el cual es mas dulce que todo lo dulce . . . y comeréis de este fruto hasta quedar satisfechos, de modo que no tendréis hambre ni tendréis sed . . .
«segareis el galardón de vuestra fe, y vuestra diligencia, y paciencia» (Alma 32:37, 42-43.)

No se si los miembros de la Iglesia apreciamos como deberíamos el Libro de Mormón, una de nuestras sagradas Escrituras. Una de las explicaciones mas claras de por que necesitamos paciencia para soportar las pruebas de la vida la dio Nefi en estas extraordinarias palabras;

«Porque es preciso que haya una oposición en todas las cosas. Pues de otro modo. . . no se podría llevar a efecto la justicia ni la iniquidad, ni tampoco la santidad ni la miseria, ni el bien ni el mal. De modo que todas las cosas necesariamente serian un solo conjunto . . .
«Y si decís que no hay ley, decís también que no hay pecado. Si decís que no hay pecado, decís también que no hay justicia. Y si no hay justicia, no hay felicidad. Y si no hay justicia ni felicidad, tampoco hay castigo ni miseria.  Y si estas cosas no existen, Dios no existe.  Y si no hay Dios, nosotros no existimos, ni la tierra; porque no podría haber habido creación de cosas, ni para actuar ni para recibir la acción; por consiguiente, todo se habría desvanecido.» (2 Nefi 2: 11, 13.)

El apóstol Pablo dijo en su epístola a los santos de Roma cuál es el propósito de la paciencia:

«Nos gloriamos en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce paciencia;

«y la paciencia, prueba; y la prueba, esperanza.» (Romanos 5:34.)

Hace sólo cuarenta años, el presidente J. Reuben Clark, hijo, de la Primera Presidencia, dio un discurso titulado «Se deslizan nuestras amarras», en el que describió cómo nos habíamos apartado del cumplimiento de los Diez Mandamientos. (Véase Church News, 8 de marzo de 1947, pág. 1 .)

Si nos habíamos apartado entonces, ¿cómo estamos cuarenta años después?  En 1947 la televisión y las computadoras estaban todavía en pañales.  No había transmisiones vía satélite, ni cintas de video, ni fraude por medio de computadoras.  Por cierto, nuestras normas morales de decencia y corrección se han deslizado de] lugar que ocupaban en 1947.  La obscenidad, la desnudez y otras formas de pornografía que entonces nos habrían hecho enrojecer y alejamos avergonzados, ahora se lanzan en medio de nosotros en los medios de publicación impresos y audiovisuales; y a menos que nos ocupemos de mantenerlos fuera, también se exhiben en nuestra casa.  Como pueblo hemos soltado más las amarras y nos apartamos más del lugar seguro porque no seguimos a nuestros profetas.

Una cierta cantidad de impaciencia puede ser buena para estimularnos y motivarnos a la acción.  Sin embargo, creo que una importante causa de las dificultades y la infelicidad en el mundo de hoy sea la falta de paciencia.  A menudo nos impacientamos con nosotros mismos, con nuestros familiares y hasta con el Señor.  Exigimos lo que queremos en el mismo momento, sin tener en cuenta si lo hemos ganado, si será bueno para nosotros o si es correcto.  Algunos buscan tener gratificación inmediata o adormecimiento de todos sus impulsos volviéndose al alcohol y las drogas, mientras que otros procuran hacerse ricos instantáneamente con inversiones cuestionabas o la improbidad, sin tener en cuenta las consecuencias.  Quizás el ejercicio de la paciencia sea más difícil, y sin embargo más necesario, ahora que en cualquier otra época.

Las Escrituras enseñan paciencia

El Señor mencionó la paciencia a los Santos de los Ultimos Días como uno de los atributos divinos que califican a una persona para el ministerio (véase D. y C. 4:6), los aconsejó ser pacientes en sus aflicciones (véase D. y C. 24:8; 31:9; 54: 1 0; y 98:2324), y los amonestó a tomar sus decisiones con paciencia (véase D. y C. 107:30).  El Salvador nos enseñó que debemos ser perfectos (véase Mateo 5:48; 3 Nefi 12:48), y dijo: «No podéis aguantar ahora la presencia de ¡)¡os, ni el ministerio de ángeles; por consiguiente, continuad en paciencia hasta perfeccionaras» (D. y C. 67:13).

Ejemplos de paciencia

El Señor Jesucristo es nuestro ejemplo perfecto de paciencia.  Aunque totalmente inflexible en su lealtad a la verdad, ejemplificó la paciencia continuamente en su ministerio terrenal.  Era paciente con sus discípulos, incluso sus Apóstoles, a pesar de la fe limitada de éstos y de su lentitud para reconocer y comprender la divina misión de El.  Fue paciente con las multitudes que se apretujaban a su alrededor, con la mujer sorprendida en pecado, con aquellos que buscaban su poder sanador y con los niños.  Y, además, se mantuvo paciente en el sufrimiento de los juicios falsos a que lo sometieron y de la crucifixión.

El apóstol Pablo, durante su ministerio de unos treinta años entre su conversión y su martirio en Roma, fue azotado cinco veces por los judíos, golpeado severamente tres veces por los romanos, tres veces echado en prisión, pasó por tres naufragios, y en una ocasión lo apedrearon y lo dejaron por muerto (véase 2 Corintios 1 1:23-27).  A través de toda esa tribulación él continuó su infatigable ministerio.  Escribió a los romanos diciendo que Dios «pagará a cada uno conforme a sus obras,

«vida eterna a los que, perseverando en bien hacer, buscan gloria y honra e inmortalidad, pero ira y enojo a los que son contenciosos [impacientes] y no obedecen a la verdad, sino que obedecen a la injusticia;

«tribulación y angustia» (Romanos 2:6-9).

Las aflicciones y los pesares del profeta José Smith se asemejaron a los de Pablo en muchos aspectos.  Además de encarcelamientos, atropellos y golpes, sufrió la angustia de la traición de compañeros desleales; pero les ofreció una mano de amistad y hermandad aun después que se le habían opuesto y lo habían traicionado. Hace unos años, el presidente Roy A. Welker, de la Misión Germano-austríaca tenía que asignar un misionero para trabajar en Salzburgo, Austria, a fin de resolver un problema en la rama del lugar.  Estaban por llegar ocho nuevos misioneros, y él oró para que uno de ellos tuviera la visa y la moneda apropiadas para ir a Austria.  Continuó orando durante dos semanas y esperando una respuesta.  La noche anterior al arribo de los misioneros, el Espíritu del Señor le indicó el nombre del misionero que debía asignar a Salzburgo.  Ese era el que tenía todo lo necesario para ir a la rama en aquella ciudad.  Ese élder era yo.

La paciencia del presidente no sólo le ayudó a resolver un problema en aquella rama, sino que también nos bendijo a mí y a mi familia en una forma que yo jamás hubiera previsto.  Poco después de llegar a Salzburgo, esa parte de la misión fue cambiada a la Misión Suizo-austríaca; más tarde me transfirieron a Zurich, Suiza, donde conocí al hermano Julius Billeter, un miembro sincero y amigable que era genealogista y conocía los registros genealógicos de mis antepasados.  El encontró los nombres de 6.000 de ellos, por los cuales más adelante se hizo la obra en el templo.

Nuestra paciencia

Debemos aprender a ser pacientes con nosotros mismos.  Reconociendo los puntos fuertes y los débiles que tenemos, debemos esforzarnos por tener buen juicio para todas nuestras decisiones, aprovechar toda oportunidad y poner lo mejor de nosotros mismos en todo lo que hagamos.  No debemos estar indebidamente desalentados cuando estamos haciendo lo más que podemos, sino más bien satisfechos con nuestro progreso aun cuando a veces sea lento.

Debemos ser pacientes al tratar de desarrollar y fortalecer nuestro testimonio.  En lugar de esperar manifestaciones inmediatas y espectaculares, aunque éstas vendrán si las necesitamos, debemos orar por un testimonio, estudiar las Escrituras, seguir los consejos de nuestro Profeta y otros líderes de la iglesia y vivir los principios del evangelio.  Entonces, nuestro testimonio crecerá y madurará naturalmente, quizás imperceptiblemente  a veces, hasta convertirse en una fuerza motivadora de nuestra vida.

La paciencia con los miembros de la familia y otras personas cercanas es vital para tener un hogar feliz; sin embargo, a menudo somos más corteses y amables con los extraños que con aquellos de nuestro propio círculo familiar.  No sé por qué, la crítica, las palabras cortantes y las disputas frecuentemente parecen más aceptables en el hogar.

Maridos, sed pacientes con vuestra esposa; esposas, sed pacientes con vuestro marido.  No esperéis perfección.  Buscad una forma amable de solucionar las diferencias que surjan.  Recordad el sabio consejo del presidente David O. McKay para el matrimonio: Tened los ojos bien abiertos antes de casaros, pero semicerrados después del casamiento (véase Conference Report, abril de 1956, pág. 9).  Quizás alguna vez le toque a la esposa impacientarse y apurar al marido, mientras él prepara a los niños para salir.

Padres, sed pacientes con vuestros hijos.  Leedles a vuestros niños pequeños y ayudadlos a hacer las tareas escolares, aunque tengáis que repetirles o demostrarles lo mismo muchas veces.  El élder Richard L. Evans dijo: «Si ellos saben que pueden confiarnos sus asuntos triviales, quizás más adelante nos confíen los importantes» (Ensign, mayo de 197 1, pág. 12).  Aprovechad su curiosidad natural y fomentad en ellos un amor por el conocimiento.  Enseñadles con sencillez los principios del evangelio.  Sed pacientes si molestan durante la noche de hogar o las oraciones familiares.  Comunicadles la reverencia que sentís por el evangelio, los líderes de la Iglesia y el Salvador.

Sed pacientes con vuestros jóvenes, especialmente mientras pasan de la adolescencia a la edad adulta.  Muchos de ellos tienen aspecto de adultos y creen que lo son, pero tienen escasa experiencia para tomar decisiones de adultos; ayudadas a obtener esa experiencia y a evitar los peligros que puedan dañarlos.

Por otra parte, exhorto a los hijos a ser pacientes con vuestros padres. Aunque parezcan anticuados en asuntos vitales como las salidas con jóvenes del sexo opuesto, la moda, la música moderna y otras cosas escuchadlos igual. Ellos tienen la, experiencia que a vosotros os falta. Muy pocos, si es que hay alguno, de los problemas y tentaciones que enfrentáis son nuevos para ellos, y si creéis que ellos no saben nada de los asuntos vitales que mencioné, pedidles que os muestran algunas fotografías que tengan de su época estudiantil.  Lo más importante es que ellos os quieren y harían cualquier cosa por ayudaros a ser realmente felices.

Os aconsejo ser pacientes en asuntos económicos y evitar las decisiones imprudentes o apresuradas; en eso se requiere paciencia y estudio.  Los proyectos de riqueza instantánea raramente resultan bien. Cuidaos de las deudas, y especialmente del crédito fácil de obtener, aun cuando se pueda deducir de los impuestos.  Vosotros, matrimonios jóvenes, no debéis pretender empezar vuestro hogar con una casa, un auto, aparatos electrónicos y otras comodidades que quizás vuestros padres tengan después de años de sacrificio.

Por último, sobre la paciencia con nuestro Padre Celestial y su plan de progreso eterno.  Es una increíble necedad impacientarse con El, el Padre de nuestros espíritus que todo lo sabe y cuya obra y gloria, por medio de su Hijo Jesucristo, es «llevar a cabo la inmortalidad y la vida eterna del hombre» (Moisés 1:39).  Como dijo el élder Neal A. Maxwell: «La paciencia está estrechamente relacionada con la fe en nuestro Padre Celestial.  En realidad, al ser indebidamente impacientes, le demostramos creer que sabemos lo que es mejor, mejor de lo que Dios lo sabe; o, al menos, que nuestro programa es mejor que el suyo.  Sea como sea, así ponemos en duda la realidad de la omnisciencia de Dios» (Ensign, oct. de 1980, pág. 28).

El élder Richard L. Evans dijo: «No me parece que haya ninguna evidencia de que el Creador del universo haya estado nunca apurado.  En todas las partes de esta hermosa y generosa tierra y hasta los rincones más remotos del firmamento, existe la evidencia de un propósito, y una planificación, y una labor, y una espera pacientes» (Conference Report, octubre de 1952, pág. 95).

Y citando las palabras del élder Marvin J. Ashton: «No tenemos por qué preocuparnos por la paciencia de Dios, porque El es la personificación de la paciencia, no importa dónde hayamos estado, lo que hayamos hecho, o lo que hasta este momento pensemos de nosotros mismos. . .

«Dios no nos abandonará.» (Speeches of the Year: BYU Devotional Addresses 1972-1973, Provo, Utah: Brigham Young University Press, 1973, pág. 104.)

Me siento muy agradecido por la paciencia del Señor con sus hijos.  Tengo infinita gratitud por su paciencia conmigo y por el privilegio que tengo de servir como testigo especial de la divinidad de Jesucristo.

Al viajar entre los miembros de la Iglesia, estoy complacido de ver cuántos viven verdaderamente los principios del evangelio.  A ellos quiero citarles una promesa del Señor: «Los que vivan, heredarán la tierra; y los que mueran, descansarán de todos sus trabajos. . . y en las mansiones de mi Padre recibirán una corona que he preparado para ellos.

«Sí, benditos son aquellos . . . que han obedecido ni¡ evangelio; porque recibirán como recompensa las cosas buenas de la tierra . . .
«Y también serán coronados con bendiciones de arriba.» (D. y C. 59:24.)

Ruego que podamos ser pacientes, especialmente en la adversidad, al enfrentar nuestros problemas de incertidumbre, pruebas, presión y tribulación en este mundo de hoy.

Termino con mi testimonio a vosotros de que la paciencia es un atributo divino.  Testifico que nuestro Padre Celestial vive y ama a cada uno de nosotros, y que Jesús es el Cristo, nuestro Señor y Salvador.  José Smith es el Profeta mediante el cual el Señor restauró el evangelio en estos últimos días.  El presidente Ezra Taft Benson es el Profeta del Señor que dirige esta obra hoy.  Dejo este testimonio en el nombre de Jesucristo.  Amén.

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1 Response to La paciencia, clave de la felicidad

  1. Avatar de Desconocido Anónimo dice:

    real sin niguna duda.es la palabra de dios.heviada a los que tenemos un testimonio de dios y un firme.propocito de regresar a nuestro hogar celestial.

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