El poder sanador de Cristo

Conferencia General Octubre 1988logo 4
El poder sanador de Cristo
por el presidente Gordon B. Hinckley
Primer Consejero de la Primera Presidencia

Gordon B. Hinckley«Como miembros de la Iglesia de Jesucristo tenemos el ministerio de sanar, y el deber de vendar las heridas y calmar el dolor de los que sufren.»

Quisiera contaros una experiencia reciente.

Estabamos en la ciudad de Bacolod, en la isla de Negros Occidentales, en las Filipinas. Allí, para mi sorpresa, me encontré con un amigo al que no había visto en muchos años.

El tiempo estaba húmedo y caliente, como suele ser siempre en esa isla, el centro de la antes floreciente industria azucarera de las Filipinas. Mi amigo vestía una camisa blanca de manga corta, pantalón oscuro y zapatos lustrados. Su esposa, Marva, estaba con él. Al verlo, le pregunte:

-Victor Jex, ¿qué haces por aquí?
-El se sonrió y me contestó:
-Estamos haciendo la obra del Señor ayudando a la gente. Somos misioneros.
-¿Dónde viven’?
-En una casita en Iloilo en la isla de Panay. Vinimos en balsa para la conferencia.

Recordé la ultima vez que los había visto; ya hacia varios años. En ese tiempo vivían en una hermosa casa en Scarsdale, Nueva York.

Él era un químico de renombre que tenia un doctorado en ingeniería química. Trabajaba para una de las grandes empresas internacionales con cabecera en Nueva York. Había inventado la fórmula química de un producto que ahora se vende en todo el mundo y que es conocido por millones de personas. La ganancia de la venta de dicho producto le ha dado a esa compañía muchos millones de dólares.

Era un hombre que ganaba bien y era muy respetado.

También era el presidente de la Estaca Yorktown de nuestra Iglesia, La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Ultimos Días, y tenia bajo su cargo un grupo de miembros que servían fielmente en sus propios barrios. Muchos de ellos viajaban todos los días a Nueva York, donde tenían cargos de gran responsabilidad en varias de las grandes corporaciones de Estados Unidos. Él era su líder eclesiástico.

Para ese entonces estaba jubilado. El y su esposa habían vendido su lujosa casa, habían dado a sus hijos los muebles que quisieran y donado el resto a otras personas. Se habían deshecho de sus automóviles y de todo lo demás, excepto la ropa, las fotografías de la familia y los registros de historia familiar. Se habían puesto a disposición del Señor y de Su Iglesia para ir adonde los mandaran y ellos correrían con los gastos. Estaban en la Misión Filipinas Bacolod, trabajando entre la gente amigable de ese país. En esa región es mucho el desempleo y bastante la pobreza. Pero dondequiera que vayan, el élder y la hermana Jex benefician la vida de la gente a la que sirven.

Están allí para aliviar a los que sufren, enseñar el Evangelio de Cristo, dar animo, fortaleza, esperanza y fe. Están allí para curar las heridas que causan los malentendidos y la contención. Están allí para bendecir a los enfermos y ayudar a los desalentados. Su sonrisa es contagiosa; su risa, un deleite para el oído. ¡Viven humildemente entre los pobres! al nivel de estos, prestos a tender la mano y elevar a los demás.

Este ex ejecutivo neoyorquino y su encantadora compañera están al servicio del Salvador; donan todo su tiempo, sus recursos y su amor para bendecir como con un bálsamo la vida de muchos que están descorazonados y necesitan ayuda. Este hombre de gran capacidad y conocimiento vive en una casa con muy pocas conveniencias, un lugar pequeño que cabria en la sala de su casa anterior.

El y su esposa están allí, con otros matrimonios que sirven como ellos, dos entre un grupo de dedicados matrimonios misioneros que atienden a las necesidades de personas que tienen numerosos problemas. No reciben sueldo; se pagan su estadía. Las riquezas de este mundo significan poco para ellos. Vendieron todo lo que tenían cuando fueron a las Filipinas. Van a quedarse allí por todo el tiempo que la Iglesia les pida y después quieren ir a otra misión. Son los que ejercen el poder de sanar en la causa del Maestro, el que cura todos los males.

Desde entonces he reflexionado mucho sobre el poder de Cristo para curar y bendecir. El mismo dijo; »Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia» (Juan 10:10). En un mundo lleno de enfermedades y tristeza, conflictos, celos y ambición, tiene que haber muchas curaciones para que haya vida abundante.

El profeta Malaquías declaro: » . . . a vosotros los que teméis mi nombre, nacerá el Sol de justicia, y en sus alas traerá salvación» (Malaquías 4:2).

La profecía de Malaquías se cumplió. Jesús, el hijo de Dios, vino a la tierra con poder sobre la vida y la muerte. Sanó a los enfermos, hizo ver a los ciegos, hizo caminar a los lisiados y revivió a los muertos. Era el hombre de los milagros que andaba haciendo el bien por todos lados (Hechos 10:38).

»Vino, pues, Jesús otra vez a Cana de Galilea. . . Y había en Capernaum un oficial del rey, cuyo hijo estaba enfermo.
»Este, cuando oyó que Jesús habla llegado de Judea a Galilea, vino a él y le rogó que descendiese y sanase a su hijo, que estaba a punto de morir.
»Jesús le dijo: Ve, tu hijo vive. Y el hombre creyó la palabra que Jesús le dijo, y se fue.
«Cuando ya él descendía, sus siervos salieron a recibirle, y le dieron nuevas, diciendo: Tu hijo vive.» (Juan 4: 46-47, 50-51.)

Este, el segundo milagro que hizo el Maestro, fue seguido de otras curaciones.

Cristo curaba con el poder de Dios y les dio ese mismo poder a sus discípulos escogidos, diciéndoles: «Y os doy las llaves del reino de los cielos».

Ese mismo poder ha sido restaurado en esta época. Se recibió por medio de la imposición de manos de Pedro, Santiago y Juan, quienes, a su vez, lo recibieron del Señor mismo. Ellos se lo dieron a José Smith, el profeta de esta dispensación Y ese poder todavía se encuentra entre nosotros. Muchos de vosotros conocéis lo que dice la historia de la Iglesia y estáis familiarizados con lo que relato Wilford Woodruff sobre los acontecimientos del 22 de julio de 1839, pero vale la pena repetirlo. Nauvoo en ese entonces era un lugar pantanoso e insalubre. Había muchas enfermedades. José Smith era uno de los enfermos, pero, con la influencia del Espíritu, se levantó de la cama y fue a curar a los demás enfermos. Después, cruzo el río para llegar al campamento Montrose en Iowa. Estas son las palabras del élder Woodruff:

«La primera casa que visito al llegar fue la que ocupaba el hermano Brigham Young, presidente del Quórum de los Doce, que yacía enfermo. José lo sanó, y entonces se levanto y salió con el Profeta para visitar a otros que se hallaban en la misma condición. Visitaron al élder W. Woodruff y también a los élderes Orson Pratt y John Taylor, todos los cuales vivían en Montrose. Estos también lo acompañaron. El siguiente hogar que visitaron fue la casa de Elías Fordham, a quien se creía agonizante. Cuando el grupo entró en el cuarto, el Profeta de Dios se acercó al moribundo, tomó su mano derecha y le hablo, pero el hermano Fordham no pudo contestar; ya tenia vidriosa la mirada y no estaba consciente de nada de lo que acontecía en su derredor, José retuvo su mano en la de él, y durante algún tiempo fijo la vista en los ojos del enfermo sin decir palabra. Al poco tiempo todos los presentes notaron un cambio en el semblante del hermano Fordham. Recobro la vista y, al preguntarle José si lo conocía, contesto en voz baja y débil: ‘Sí’. Entonces le pregunto si tenia fe para ser sanado, y aquel respondió:

‘Temo que ya sea demasiado tarde. Si usted hubiese venido antes, creo que yo habría sanado.’ El Profeta le dijo. ‘¿Crees en Jesucristo?’ El enfermo débilmente contestó que sí, José entonces se enderezo, retuvo su mano en la de él por varios momentos y en seguida le dijo en voz muy fuerte: ‘Hermano Fordham, en el nombre de Jesucristo te mando que te levantes de tu cama y seas sanado.’ Era como la voz de Dios y no de hombre. La casa pareció estremecerse hasta sus cimientos. El hermano Fordham se levantó de la cama e inmediatamente sanó. Tenia los pies envueltos en cataplasmas. Se las quitó, se vistió y, después de comer una taza de pan con leche, siguió al Profeta a la calle.» (Elementos de la Historia de la Iglesia, págs. 284-285.)

Santiago declaro: »¿Esta alguno enfermo entre vosotros’? Llame a los ancianos de la iglesia, y oren por él, ungiéndole con aceite en el nombre del Señor.

»Y la oración de fe salvara al enfermo, y el Señor lo levantara; y si hubiere cometido pecados, le serán perdonados.»

Ese poder para sanar a los enfermos todavía esta entre nosotros. Es el poder del sacerdocio de Dios. Es la autoridad que tienen los élderes de esta Iglesia.

Estamos agradecidos por los avances de la medicina moderna que ha hecho tanto por aliviar el sufrimiento humano y para alargar la vida. Todos estamos en deuda con los dedicados hombres de la ciencia y de la medicina que han conquistado tantas enfermedades, que han mitigado el dolor y detenido la mano de la muerte. Faltan palabras para agradecerles.

Sin embargo, ellos son los primeros que admiten las limitaciones de su conocimiento y las imperfecciones de su destreza en lo que se refiere a muchos asuntos de vida o muerte. El gran Creador de los cielos y de la tierra y de todo lo que en ellos hay ha dado a sus siervos el poder divino, que muchas veces va mucho mas allá del poder y del conocimiento humanos. Me atrevería a decir que la gran mayoría de los élderes fieles que me escuchan pueden relatar momentos en los que el poder sanador de Cristo se ha hecho manifiesto en beneficio de los enfermos.

Y hay muchas enfermedades entre nosotros que no son las del cuerpo.

Esta la enfermedad del pecado. Una de las revistas de este país publicó un articulo detallado sobre una película sacrílega que se esta exhibiendo en todo el mundo. Y muchísimas personas escribieron al editor en protesta. Una de ellas decía: «Soy un ex alcohólico y adúltero que fue liberado por el poder de Jesucristo» (Time, 5 de septiembre de 1988, pág. 7).

Miles han testificado del poder sanador de Cristo, que los ha sacado de la desolación del pecado y los ha llevado a una vida noble y elevada.

También hay otra categoría de enfermedades entre nosotros. Me refiero a los conflictos, a las peleas, a las discusiones, las que son enfermedades debilitantes que atacan en particular a las familias. Si hay problemas como estos en el hogar de los que me escuchan, les pido que recurran al poder curador de Cristo. Él dijo a los que estaban en el Monte:

»Oísteis que fue dicho: Ojo por ojo, y diente por diente.

»Pero yo os digo: No resistáis al que es malo; antes, a cualquiera que te hiera en la mejilla derecha, vuélvele también la otra. . .

«y a cualquiera que te obligue a llevar carga por una milla, ve con el dos.» (Mateo 5: 38-41.)

La aplicación de este principio es difícil, pero tiene poderes curativos maravillosos y puede tener un efecto milagroso en nuestros hogares. El egoísmo es la causa de la mayoría de las desgracias y es una enfermedad ulcerativa. El poder sanador de Cristo, que se encuentra en la doctrina de ir la segunda milla, hace maravillas para acallar discusiones, acusaciones, críticas y calumnias.

El mismo espíritu curativo puede hacer maravillas por la enfermedad de nuestra sociedad. El Señor ha declarado que es nuestro deber, ya que hemos sido bendecidos con el poder sanador de Maestro, socorrer a los débiles, levantar las manos caídas y fortalecer las rodillas débiles (D. y C. 81:5).

Es enorme la capacidad curativa de los que siguen los consejos que dio Santiago: «La religión pura y sin mácula delante de Dios el Padre es esta: Visitar a los huérfanos y a las viudas en sus tribulaciones, y guardarse sin mancha del mundo» (Santiago 1:27).

Vivimos en un ambiente en el que hay mucha litigación y conflicto, de pleitos y contra pleitos. Aun en eso se pueden utilizar los poderes de curación. Cuando era joven, trabaje con el élder Stephen L. Richards, entonces del Consejo de los Doce. Cuando pasó a integrar la Primera Presidencia de la Iglesia, me pidió que le ayudara con un asunto muy delicado que podría acarrear muy serias consecuencias. Una vez que me explicó de que se trataba, le pregunte:

-Presidente Richards, yo no soy la persona indicada; usted necesita un abogado.

Y él me contestó:

-Yo soy abogado, pero no quiero un litigio; yo quiero a alguien que pueda solucionar el asunto.

Los dos nos dedicamos a solucionarlo y alcanzamos muy buenos resultados. Se ahorró mucho dinero, se evitó pasar vergüenza, la obra siguió adelante sin publicidad negativa y se curaron muchas heridas. Se utilizaron los poderes sanadores del Maestro y los principios del Evangelio de Jesucristo en una situación difícil y delicada para solucionar lo que pudo haber sido catastrófico.

No siempre es fácil vivir esos principios ya que nuestra naturaleza nos impulsa a defendernos. Por ejemplo, están los que parecen tener como misión en la vida tratar de destruir la obra de Dios. Ha sido así desde el comienzo de la Iglesia y ahora, recientemente, estamos viendo mas muestras de acusaciones falsas e indirectas para tratar de poner en ridículo la obra y a los que trabajan en ella. La inclinación natural del ser humano es defenderse y luchar para contrarrestar las calumnias y llamar al orden a los que las divulgan. Pero cuando sintamos esas inclinaciones, debemos tener presentes las palabras del Maestro sanador que dicen:

»Oísteis que fue dicho: Amaras a tu prójimo, y aborrecerás a tu enemigo.

»Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen.» (Mateo 5:43-44.)

La mayoría de nosotros no ha llegado todavía a ese estado de compasión, amor y perdón. No es fácil. Requiere casi mas autodisciplina que la que podemos tener. Pero si tratamos, llegamos a darnos cuenta de que hay un bálsamo, una curación, un poder grandioso y sanador en Cristo, y que para ser sus verdaderos siervos no sólo debemos ejercitar ese poder salvador a favor de los demás, sino que también debemos dirigirlo hacia nosotros mismos.

Yo ruego que el poder sanador de Cristo pueda extenderse por toda la tierra, difundirse en nuestra sociedad y llegar a nuestros hogares, para que cure el corazón de los seres humanos de la maldad y de los elementos negativos como la ambición, el odio y los conflictos. Yo creo que puede suceder. A fin de que el cordero pueda echarse con el león. La paz tendrá que vencer los conflictos y el poder curativo tendrá que sanar las heridas.

Jesús de Nazaret sanó a los enfermos que lo rodeaban. Su poder regenerador nos asiste en la actualidad por medio del santo sacerdocio. Sus enseñanzas divinas, su ejemplo incomparable, su vida perfecta, su sacrificio completo traerán curación a los corazones sufrientes y reconciliación a los que discutan y griten, incluso paz a las naciones en guerra si la buscamos con humildad y perdón y amor.

Como miembros de la Iglesia de Jesucristo, tenemos el ministerio de curar y el deber de vendar las heridas y calmar el dolor de los que sufren. Invoco al poder sanador de Cristo para que auxilie a este mundo lleno de ambición y contención; a familias desgraciadas por las discusiones y el egoísmo; a personas abrumadas por el pecado, los problemas y la tristeza, y doy mi testimonio de su eficacia y maravilla.

Testifico sobre Jesucristo, el origen de toda curación. Él es el Hijo de Dios, el Redentor del mundo, el Sol de Justicia, que en sus alas trajo la salvación. Testifico sobre esto en el nombre de nuestro Señor, Jesucristo. Amén.

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1 Response to El poder sanador de Cristo

  1. Avatar de Desconocido Anónimo dice:

    Inspirador

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