Agosto de 2001
Anclados en la fe y la dedicación
por el élder M. Russell Ballard
del Quórum de los Doce Apóstoles
La fe, la obediencia, la gratitud y el sacrificio de nuestros antepasados son los regalos que podemos legar a nuestros hijos.
En un discurso pronunciado ante miles de personas en nauvoo en abril de 1844, el profeta José Smith habló de la importancia de empezar con un entendimiento correcto del carácter y los designios de Dios, y dijo: “si empezamos bien, es fácil seguir marchando bien; pero si empezamos mal, podemos desviarnos y será difícil volver a orientarnos” (enseñanzas del profeta José Smith, pág. 424). Al considerar lo que se nos avecina a nosotros, a nuestra familia y al reino de dios, ¿entendemos plenamente los designios de dios en nuestra vida?
En 1920, el hermano Marion G. Romney asistió a una conferencia de la Estaca Fremont en el Tabernáculo de Rexburg. Mi abuelo, el élder Melvin J. Ballard, del Quórum de los Doce Apóstoles, era la autoridad presidente. Debido a que el hermano Romney tenía 23 años de edad y a las difíciles circunstancias económicas de su familia, él no había considerado la idea de servir una misión.
Años más tarde, el 15 de octubre de 1963, el élder Romney, por entonces miembro del Quórum de los Doce Apóstoles, explicó su experiencia: “En la época en que me gradué, planeaba ir a la Universidad de Idaho en otoño. Tenía la intención de jugar al baloncesto y al fútbol americano, y prepararme para ser entrenador. A fines de agosto, asistí a una conferencia de estaca [y] me senté en la primera banca al extremo este de los asientos del coro, directamente al norte del púlpito. Al escuchar intensamente con mis ojos fijos en el perfil del [élder Ballard], vino a mí, por el poder del Espíritu, el irresistible deseo de ir a una misión. En ese instante abandoné mis planes de convertirme en entrenador. En noviembre salí a una misión en Australia” (discurso pronunciado en una reunión espiritual en el Colegio Universitario Ricks el 15 de octubre de 1963).
En su camino a Australia, el élder Romney fue a Salt Lake City, donde mi abuelo lo apartó como misionero, le dio consejo y, entre otras cosas, le dijo: “Uno nunca da un mendrugo al Señor sin recibir a cambio una barra de pan” (citado por F. Burton Howard, Marion G. Romney: His Life and Faith, 1988, pág. 66). Marion G. Romney nunca olvidó esa frase.
Al procurar entender la obra que el Señor desea que cumplamos, podemos considerar la situación actual de algunos países. A diferencia del pasado, cuando muchos adultos podían contar con el progreso continuo dentro de una ocupación particular hasta la jubilación, los cambios y los reveses profesionales son cada vez más la regla en lugar de la excepción. Por un lado, vemos el crecimiento de una economía mundial y el paso acelerado de los avances científicos y tecnológicos. También vemos la propagación del terrorismo, el aumento excesivo de las pandillas y el crimen, y el odio étnico que causa que naciones enteras se desintegren. Ciertas fuerzas poderosas de la sociedad están atacando los valores del Evangelio, destruyendo familias y minando los principios y la integridad de algunos líderes empresariales y gubernamentales.
Podemos anticipar con certeza algunas oportunidades emocionantes y maravillosas en los años venideros. No obstante, cada vez será más y más difícil seguir siendo un fiel seguidor de Jesucristo. Creo que los futuros seguidores de Cristo enfrentarán adversidad y persecución aún más intensas que las que hemos visto hasta hoy.
¿Qué rumbo seguiremos en el futuro? ¿Cuál será nuestra brújula en medio de las tormentas de la vida? ¿Cuál será el ancla que evitará que nos alejemos del curso que nos llevará a la vida eterna?
Busco las respuestas de estas preguntas en la vida del profeta José Smith; de su madre, Lucy Mack Smith; y de otros hombres y mujeres valientes que establecieron los cimientos de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días.
LA DEFINICIÓN DEL RUMBO: EL PROFETA JOSÉ SMITH
El nombre de José Smith es muy querido por todos los fieles Santos de los Últimos Días. Su nombre es especialmente querido para mí y mi familia porque tenemos la bendición de tener a su hermano mayor Hyrum como nuestro ancestro.
Con frecuencia pensamos en ese día de 1805, solamente dos días antes de Navidad, cuando el profeta José Smith nació en una casa humilde en las onduladas colinas de Vermont. Han pasado más de 195 años desde ese nacimiento. El 27 de junio de cada año recordamos el día en que José y Hyrum fueron martirizados en la cárcel de Carthage. Al enfrentarnos a nuestros propios desafíos en los años venideros, siempre debemos recordar la perseverancia de José Smith ante la fuerte tribulación y oposición para sacar adelante la Iglesia restaurada de Jesucristo.
Me gusta mucho la experiencia que el presidente Wilford Woodruff relata del mensaje que el Profeta dio a los élderes durante la preparación de la marcha del Campamento de Sión en 1834: “Un domingo por la noche, el Profeta pidió a todos los que poseían el sacerdocio que se reunieran en una pequeña cabaña que servía de escuela. Era una casa muy pequeña, quizá de unos 4,2 metros [14 pies] cuadrados. Ahí estaba todo el sacerdocio de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días que se encontraba entonces en la ciudad de Kirtland, y quienes se habían juntado para ir al Campamento de Sión. Ésa fue la primera vez que vi a Oliver Cowdery, o que lo oí hablar; y también la primera vez que vi a Brigham Young, a Heber C. Kimball, a los dos hermanos Pratt, a Orson Hyde y a muchos otros. No había apóstoles de la Iglesia en ese tiempo excepto José Smith y Oliver Cowdery. Cuando nos reunimos, el Profeta llamó a los élderes de Israel para que dieran testimonio de esta obra. Todos los que nombré hablaron, así como muchos otros que no nombré dieron su testimonio. Cuando concluyeron, el Profeta dijo: ‘Hermanos, he sido grandemente edificado e instruido con sus testimonios esta noche, pero quiero decirles ante el Señor, que lo que ustedes saben concerniente al destino de esta Iglesia y este reino se puede comparar al conocimiento de un bebé en brazos de su madre. Realmente no lo comprenden’. Me sorprendí. Luego dijo: ‘Esta noche sólo ven a un puñado de hombres con el sacerdocio, pero esta Iglesia se extenderá por América del Norte y del Sur, y se extenderá por todo el mundo’ ” (en Conference Report, abril de 1898, pág. 57).
Los Artículos de Fe aparecieron por primera vez en una carta que José Smith escribió al señor John Wentworth, editor de un periódico de Chicago. En la carta a Wentworth, con fecha de 1 de marzo de 1842, José Smith escribió una visión del destino de esta Iglesia en una profunda profecía: “El estandarte de la verdad se ha izado. Ninguna mano impía puede detener el progreso de la obra: las persecuciones se encarnizarán, el populacho podrá conspirar, los ejércitos podrán juntarse, y la calumnia podrá difamar; mas la verdad de Dios seguirá adelante valerosa, noble e independientemente, hasta que haya penetrado en todo continente, visitado toda región, abarcado todo país y resonado en todo oído, hasta que se cumplan los propósitos de Dios, y el gran Jehová diga que la obra está concluida” (Nuestro Legado, pág. 145).
Han pasado 17 décadas desde la organización de la Iglesia en 1830. Hemos tenido más de 170 años para observar lo que ha sucedido con el cumplimiento de esta profecía. La verdad de Dios ha llegado a las naciones a pesar de la persecución y la oposición. Se han provocado persecuciones, se han combinado populachos, se han formado ejércitos y se ha difamado con calumnias.
La Iglesia inició su primera década con sólo seis miembros, y las “manos impías” hicieron todo lo posible por detener la propagación del Evangelio y por destruir la Iglesia desde sus principios. José Smith supo muy pronto la forma en que se combinaban los populachos.
En la historia de la Iglesia leemos: “Algunos residentes de Hiram, Ohio, expresaron sus sentimientos con acciones de populacho dirigidas directamente en contra del Profeta y de Sidney Rigdon. Estimulados por el alcohol y ocultos tras rostros ennegrecidos, una pandilla de más de dos docenas de hombres sacaron a José de su cama durante la noche del 24 de marzo de 1832. Lo ahogaron hasta que perdió el sentido y luego le arrancaron las ropas, le arañaron la piel, le arrancaron el cabello y luego cubrieron su cuerpo con brea y plumas. Forzaron entre sus labios un frasco de ácido nítrico, golpeándole la cara y quebrándole un diente. Mientras tanto, otros miembros del populacho arrastraron a Rigdon fuera de su casa, tirándolo de los pies y golpeando su cabeza en el suelo congelado, lo cual lo dejó delirante por varios días. Los amigos del Profeta pasaron la noche quitándole la brea para que pudiera cumplir con su asignación [de predicar] en la mañana del domingo. Dirigió la palabra a una congregación que incluía a Simonds Ryder, organizador del populacho” (James B. Allen y Glen M. Leonard, The Story of the Latter-day Saints, 1976, pág. 71).
Ryder era un converso que se alejó de la Iglesia debido a que el profeta José había escrito mal su nombre; aparentemente él pensaba que un profeta tenía que saber escribir sin cometer faltas.
Más adelante, los santos descubrieron trágicamente en Misuri la forma en que se forman los ejércitos del enemigo. En 1838, el gobernador de Misuri, Lilburn W. Boggs, expidió la tristemente célebre “orden de exterminio” (véase History of the Church, 3:175). De allí resultó la horripilante historia de Haun’s Mill (véase History of the Church, 3:182–187).
En medio de todas esas tribulaciones, José dijo: “El infierno podrá derramar su ira como la lava ardiente del Vesubio o del Etna o la más terrible de las montañas ardientes, y sin embargo el ‘mormonismo’ perdurará. Dios es su autor. Él es nuestro escudo. Por Él recibimos nuestro nacimiento. Fue por Su voz que se nos llamó a una dispensación de Su Evangelio en el principio del cumplimiento de los tiempos. Por Él recibimos el Libro de Mormón; y es por Él que permanecemos hasta el día de hoy; y por Él permaneceremos, si acaso es para nuestra gloria; y en Su omnipotente nombre estamos resueltos a soportar las tribulaciones, como buenos soldados, hasta el fin” (Enseñanzas del Profeta José Smith, pág. 164).
DEDICADOS A LA CAUSA: LOS PRIMEROS MISIONEROS DE LA IGLESIA
A pesar de la intensa oposición en contra de los esfuerzos por erigir el estandarte de la verdad, se apartaron 597 misioneros durante la década de 1830, y alrededor de 20.000 conversos se unieron a la Iglesia durante esa primera década. Los misioneros enseñaron y bautizaron a personas en la mayor parte de los Estados Unidos, y tanto Canadá como Gran Bretaña se abrieron para la predicación del Evangelio, cuyo mensaje penetró dos continentes y empezó a extenderse por tres países.
Lorenzo Snow fue un gran misionero. Había sido miembro de la Iglesia por menos de un año cuando salió a su primera misión en 1837. Él nos relata sus primeras experiencias al predicar el Evangelio con estas palabras:
“Viajé alrededor de 48 kilómetros [30 millas] y cuando el sol estaba a punto de ocultarse hice la primera solicitud de alojamiento para la noche presentándome como un élder ‘mormón’, y se me rechazó; luego otro, y otros más, hasta la octava solicitud, cuando fui finalmente admitido a pasar la noche. Me fui a dormir sin haber cenado y salí en la mañana sin desayunar.
“La primera reunión que tuve fue en el vecindario de mi tío, de nombre Goddard, cerca de la sede del gobierno del Condado de Medina, Ohio. Se avisó al pueblo y se reunió una congregación respetable. Fue una prueba difícil enfrentarse a ese público en la capacidad de predicador, pero yo creía y sentía la certeza de que el Espíritu de inspiración me guiaría y me daría elocuencia… [Y así fue,] pues bauticé y confirmé en la Iglesia a mi tío, a mi tía y a varios de mis primos” (citado por Eliza R. Snow Smith en Biography and Family Record of Lorenzo Snow, 1884, pág. 16).
Hermanos y hermanas, debemos comprender que los primeros miembros de la Iglesia tuvieron éxito al enfrentarse a toda oposición debido a que tenían una fe inquebrantable para abrir sus bocas y declarar la verdad, y debido también a que llevaban con ellos la poderosa espada del Espíritu del Señor (véase D. y C. 27:16–18). Ellos recordaban su convenio bautismal de “ser testigos de Dios en todo tiempo, y en todas las cosas y en todo lugar… aun hasta la muerte” (Mosíah 18:9).
En 1839, algunos miembros del Quórum de los Doce salieron en misiones a Inglaterra bajo circunstancias muy difíciles:
“Wilford Woodruff y John Taylor fueron los primeros en partir. Wilford, en Montrose, llevaba varios días con escalofríos y fiebre. Su pequeña hija, Sarah Emma, que se encontraba gravemente enferma, era atendida por amigos que contaban con alojamiento más apropiado. El 8 de agosto, se despidió tiernamente de [su esposa] Phoebe y caminó hacia la ribera del río Misisipí. Brigham Young lo llevó al otro lado del río en una canoa. Cuando José Smith lo encontró descansando cerca de la estafeta de correos, Wilford dijo al Profeta que se sentía más como sujeto de la sala de disección que como un misionero…
“Les llevó el resto del mes a los élderes Woodruff y Taylor, que viajaban juntos, para llegar hasta Germantown, Indiana…
“Al llegar a Germantown, John Taylor estaba tan gravemente enfermo que le era imposible continuar…
“Permaneció enfermo, algunas veces al borde de la muerte, por alrededor de tres semanas. No obstante, su optimismo era tenaz, como lo sugiere la dulce carta que escribió a [su esposa] Leonora, con fecha de 9 de septiembre [de 1839]:
“ ‘Me preguntarás cómo voy a continuar mi jornada… No lo sé, pero algo que sí sé es que existe un ser que viste los lirios del campo, que alimenta a los cuervos y que me ha hecho comprender que todas estas cosas serán añadidas; eso es todo lo que necesito saber. Él me postró en un lecho de enfermo y me siento satisfecho, Él me levantó de nuevo y me siento agradecido. Detuvo mi camino y me siento contento… Si me hubiese llevado, habría estado bien. Él me ha preservado y es aún mejor’” (James B. Allen, Ronald K. Esplin y David J. Whittaker, Men with a Mission, 1837–1841: The Quorum of the Twelve Apostles in the British Isles, 1992, págs. 67–70).
ANCLADO EN LA FE: HENRY BALLARD
No sólo los apóstoles del Señor de los primeros años se aferraron al ancla de la fe en el Señor Jesucristo. Muchos hombres y mujeres siguieron un rumbo similar de dedicación y servicio gracias a un firme testimonio del Evangelio restaurado y una visión del destino de la Iglesia. Diez años después de que John Taylor y Wilford Woodruff llegaron a Inglaterra, mi tatarabuelo, Henry Ballard, conoció La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días gracias a un miembro fiel:
“Henry tenía sólo diecisiete años cuando se unió a la Iglesia [en 1849]… Durante los meses del invierno de 1849, viajó a London News, una pequeña comunidad… al norte de Londres, para vivir con su hermano George [quien] estaba casado… y tenía un próspero negocio de carruajes en el área. Ellos tenían mucho que ofrecer a Henry… principalmente cosas materiales. George fue siempre muy amable con Henry, y al ser once años mayor que él, sentía la necesidad de protegerle y cuidar de su bienestar. El incidente siguiente así lo demuestra.
“Era un domingo por la tarde y Henry acababa de regresar de la iglesia. George, deseoso de saber lo que hacía Henry, le preguntó dónde había estado. ‘En la iglesia’, respondió Henry. George, que había asistido a la iglesia y no había visto a Henry preguntó: ‘¿Qué iglesia?’. ‘La iglesia mormona’, dijo Henry con franqueza. Asombrado y boquiabierto, George se preguntó en voz alta por qué razón, en el nombre del cielo, había asistido a la ‘detestable’ iglesia mormona. ‘Porque pertenezco a ella’, replicó Henry. A continuación, Henry dio su testimonio de la veracidad de lo que él creía era la única iglesia verdadera. George, no convencido, se enfureció.
“George regañó a Henry muy severamente y le dijo que había cometido la mayor equivocación de su vida. Henry se mantuvo firme pero temía lo que su hermano mayor fuera a hacer.
“Cuando George se dio de cuenta de que no conseguía nada, buscó la ayuda de su ministro religioso. Durante tres días trataron de persuadir a Henry de que cambiara de idea. Se turnaban en oración en un esfuerzo para salvar a Henry. Éste se mantuvo firme en su convicción, sin titubeos ni dudas. El Espíritu Santo le había dicho que la Iglesia era verdadera y no se atrevía a negarlo. Convencido de que ningún argumento o razón… haría cambiar de idea a Henry, George optó por otro método.
“De la misma manera que Satanás tentó a Cristo, George tentó a Henry, o intentó hacerlo. Le ofreció el mejor carruaje de toda la ciudad de Londres. Le daría un cochero que lo llevase y complaciese todos sus caprichos. Henry sería un caballero y llevaría ropas finas, guantes de cuero y sombrero de seda.
“¿Cómo podía Henry negarse a recibir la hospitalidad de la lujosa casa de George por el tiempo que él quisiese? Henry no tendría que trabajar nunca, a menos que lo desease. Una parte del negocio sería suyo y nunca tendría que volver a vivir en la pobreza, como su padre y su madre vivieron toda la vida. Ninguna religión equivaldría a perder todo esto. Lo único que George pedía a Henry era que olvidara la ‘tonta creencia’ del mormonismo.
“Al igual que [el profeta] José Smith, Henry guardó la fe. Su testimonio y fortaleza de carácter prevalecieron.
“George estaba iracundo. Echó a Henry de su casa, para siempre. Henry se fue, con un corazón afligido por haber defraudado al hermano que amaba, un hermano que había sido muy bueno y generoso. Henry nunca volvió a verle en esta vida” (Henry Ballard: The Story of a Courageous Pioneer, 1832–1908, editado por Douglas O. Crookston, 1994, págs. 4–6).
Tres años más tarde, en condiciones de extrema pobreza y prácticamente sin posesiones materiales, Henry Ballard se embarcó en un viaje de 63 días de Liverpool a Nueva Orleans; tomó un barco hacia Winter Quarters en Omaha, Nebraska; y caminó toda la jornada hasta Utah. Llevó un rebaño de ovejas a través de las llanuras para pagar su viaje. Más adelante, Henry recordaba su llegada al valle de Salt Lake. “En octubre, cuando llevaba las ovejas cuesta abajo por la entrada del cañón Emigration, vi por primera vez el valle de Salt Lake. A la vez que me regocijé por ver la ‘tierra prometida’, sentía gran temor de que alguien me viera. Me escondí detrás de unos arbustos todo el día hasta el anochecer debido a que mis harapos no cubrían mi cuerpo y tenía vergüenza de ser visto. Al anochecer, crucé el campo hasta una casa donde brillaba una luz, cerca de la entrada del cañón, y toqué la puerta tímidamente. Afortunadamente, un hombre abrió la puerta y la luz de la vela no alumbraba mi cuerpo, de manera que los otros miembros de la familia no me vieron. Le imploré que me diera ropa para cubrir mi cuerpo desnudo y pudiese continuar con mi jornada y encontrar a mis padres. Se me dio ropa y al siguiente día continué mi camino y llegué a Salt Lake City el 16 de octubre de 1852, con un gran agradecimiento a Dios por haber llegado a salvo a mi futuro hogar” (citado en Henry Ballard, págs. 14–15).
A propósito, la historia de Henry indica que una de las primeras investiduras vicarias que efectuó en el Templo de Logan fue a favor de George, su hermano mayor.
AVANZAR CON LA CONFIANZA PUESTA EN DIOS: LUCY MACK SMITH
La madre del profeta José, Lucy Mack Smith, es un gran ejemplo de fe y dedicación inquebrantables. En una ocasión, se encontraba viajando de Nueva York a Kirtland, Ohio. Su relato de un incidente en Buffalo, Nueva York, ilustra su fe en los profetas del Señor y en el Evangelio restaurado:
“[En Buffalo] encontramos a los hermanos de Colesville, quienes nos informaron que llevaban una semana detenidos en ese lugar, esperando que el canal de navegación se abriera [ya que se encontraba bloqueado por el hielo]. También [supimos] que el señor Smith y Hyrum se habían ido a Kirtland por tierra, para poder llegar el 1 de abril.
“Pregunté [a los hermanos de Colesville] si habían dicho que eran ‘mormones’. ‘Naturalmente que no’, contestaron, ‘y ni siquiera usted debe mencionar palabra alguna acerca de nuestra religión porque no obtendríamos ni una casa ni un barco’.
“Les dije que yo iba a decir con certeza quién era; ‘y además’, continué, ‘si sienten vergüenza de Cristo, no pueden esperar bendiciones; y ya verán si no llegamos a Kirtland antes que ustedes’ ” (Lucy Mack Smith, History of Joseph Smith, editado por Preston Nibley, 1958, pág. 199).
A continuación, Lucy Mack Smith buscó y encontró al capitán Blake, quien estaba dispuesto a llevar al grupo de Lucy en su barco. “Al llegar [al barco], el capitán Blake pidió a los pasajeros que se quedaran a bordo desde entonces, como era su deseo, para que estuvieran preparados llegado el momento de partir; al mismo tiempo, envió a un hombre para que midiera la profundidad del hielo, quien, al regresar, informó que éste llegaba a una altura de seis metros, y que en su opinión debíamos permanecer en el puerto por lo menos dos semanas más” (History of Joseph Smith, pág. 202).
La mayoría de los santos que viajaban con Lucy Mack Smith supusieron que tendrían que permanecer allí por un largo tiempo y muchos de ellos murmuraron y se quejaron. Al escuchar y ver la reacción de éstos, la madre del Profeta respondió: “ ‘¿Dónde está su fe? ¿Dónde está su confianza en Dios? ¿No se dan cuenta de que todas las cosas fueron hechas por Él, y que Él gobierna las obras de Sus propias manos? Si todos los santos aquí reunidos levantásemos nuestros corazones en oración a Dios para que nos abriese el camino, ¡qué fácil sería para Él romper el hielo y que pudiésemos continuar nuestra jornada!…
“ ‘Ahora, hermanos y hermanas, dirijamos todos nuestros deseos al cielo, para que el hielo se rompa y podamos continuar nuestro viaje, y como vive el Señor, será hecho’. En ese momento, se escuchó un ruido, como un gran trueno. El capitán gritó: ‘Todos a sus puestos’. El hielo se partió dejando sólo el espacio suficiente para el barco… El ruido del hielo y los gritos y la confusión de los espectadores presentaban una escena verdaderamente terrible. Habíamos pasado justamente por la abertura cuando el hielo se volvió a cerrar y los hermanos de Colesville se quedaron en Buffalo, sin poder seguirnos.
“Cuando dejamos el puerto, uno de los espectadores exclamó: ‘¡Allí va la compañía “mormona”! Ese barco va hundido en el agua 23 centímetros más de lo normal, y verán como se hunde por seguro’. De hecho, estaban tan seguros que se fueron directamente al periódico e hicieron que se publicara que nos habíamos hundido; de manera que cuando llegamos a Fairport leímos la noticia de nuestra propia muerte.
“Tras nuestro milagroso escape del embarcadero de Buffalo, reunimos a la compañía y oramos juntos para ofrecer nuestro agradecimiento a Dios por su misericordia” (History of Joseph Smith, pág. 203–205).
En la actualidad necesitamos hermanas con una fe inquebrantable semejante a la de la madre del profeta José Smith.
ASEGURANDO EL FUTURO: NUESTRO LEGADO DE FE
¿Por qué he tomado de las páginas de la historia estos ejemplos de testimonios inquebrantables de los primeros miembros de la Iglesia? Lo he hecho por esta razón: siempre debemos recordar la gran bendición que es el pertenecer a La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. No debemos tomar a la ligera ni olvidar el precio que nuestros antepasados pagaron gustosamente por el establecimiento de la única Iglesia verdadera sobre la tierra.
Vivimos en un mundo que necesita el Evangelio. Un testimonio firme y una vida llena de servicio para edificar el reino de Dios sobre la tierra nos salvarán eternamente.
¿Cómo podemos nosotros, como Santos de los Últimos Días, asegurarnos de que estamos realizando una contribución significativa al fortalecimiento de la Iglesia del Señor? Si nuestro testimonio y nuestro servicio pueden igualar a los de los fundadores de la Iglesia, el mañana será seguro y fuerte. Ruego que sus ejemplos nos den el valor para que siempre seamos fieles y firmes en nuestras mayordomías al servicio de Dios, nuestro Padre Eterno. Recordemos las palabras del profeta José Smith: “Si empezamos bien, es fácil seguir marchando bien” (Enseñanzas, pág. 424). Debemos vivir guiados por este legado de fe y pasarlo a nuestros hijos para que la Iglesia siempre tenga hombres y mujeres fieles que continúen preparándose para la Segunda Venida de nuestro Señor Jesucristo.

























Es largo y son historias interesantes. Ojalá pudieran pasar en la actualidad, una seria que se pudieran reunir en oración y ayuno todos los mlembros un domingo de ayuno y pedir qué se acabe la violencia aquí en nuestro país. Lo otro sería que se partiera el corazón de tanto mal gobernante y cambiará para bien ya que estamos siendo llevados a la más cruel miseria.
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