Vosotras enseñáis a orar

1977 Conferencia de Área en la ciudad de Lima, Peru
Vosotras enseñáis a orar
por el élder L. Tom Perry
del Consejo de los Doce
Sesión para madres e hijas

L. Tom PerryMis muy queridas hermanas, ¡qué placer es estar con vosotras esta noche! Estoy emocionado por vuestra bella música y también hay algo muy especial que me gusta de esta reunión y es vuestras hermosas sonrisas. Parecéis contagiar un sentimiento amistoso y un gran espíritu. ¡Qué placer es estar con vosotras hermanas, en esta sesión!»

Quisiera hablaros en esta oportunidad acerca de la oración, para encontrar una manera de prepararnos para comunicarnos con nuestro Padre Celestial. En Doctrinas y Convenios leemos:

“Sé humilde; y el Señor tu Dios te llevará de la mano y contestará tus oraciones.” (D. y C. 112:10.)

Una de las grandes bendiciones que nuestro Padre Celestial nos ha dado es el poder de comunicarnos con Él. ¡Cuán grande y esencial para nuestro desarrollo es esa bendición! La práctica de la oración ha existido sobre la tierra desde los principios del mundo, cuando el primer hombre y la primera mujer fueron puestos en él.

¿Recordáis esa gran historia acerca de Adán y Eva, que se encuentra en el Libro de Moisés? Después que Adán y Eva fueron echados del jardín de Edén, la única fuente de instrucción con que contaban era el Señor. Adán no tenía ningún padre terrenal que pudiera enseñarle hada con respecto a la forma de cultivar la tierra; y si el pan no salía bien, Eva tampoco contaba con una madre terrenal que pudiera instruirla con respecto a lo que hubiera hecho mal; por lo tanto tenían que depender del Señor. Una de las primeras cosas que nos dicen las Escrituras acerca de Adán y Eva, es que invocaron el nombre del Señor, y Él les escuchó y les dio instrucciones acerca de la forma en que deberían vivir. Les dio mandamientos con respecto a cómo deberían adorarlo, instruyéndolos también para que sacrificaran animales al Señor. Las Escrituras nos dicen:

“Y Adán bendijo a Dios ese día, y fue lleno, y empezó a profetizar concerniente a todas las familias de la tierra, diciendo: Bendito sea el nombre de Dios, porque a causa de mi transgresión se han abierto mis ojos, y tendré gozo en esta vida, y en la carne veré de nuevo a Dios.

Y Eva su esposa oyó todas estas cosas y se regocijó, diciendo: Si no hubiese sido por nuestra transgresión, jamás habríamos tenido simiente, ni hubiéramos conocido jamás el bien y el mal…” (Moisés 5; 10-11.)

Y más adelante las Escrituras nos dicen algo también muy importante, nos dicen que Adán y Eva juntos bendijeron el nombre del Señor y que perpetuaron la oración, enseñándola a sus hijos e hijas.

Qué agradecido estoy de haber sido criado en una familia en la que nos enseñaron a orar, porque nuestros padres nos enseñaron siempre que la oración formaba parte esencial de nuestra familia. El primer recuerdo de que tengo memoria acerca de mi niñez, es el de arrodillarme cada noche junto a mi madre, porque fue así que ella nos enseñó a orar. Cuán a menudo recuerdo sus susurros en mis oídos, recordándome algunas de las cosas que debía agradecer al Señor, por las bendiciones que Él me había dado durante el día. Nos enseñaron a dar oraciones de gratitud. El entrenamiento de mi madre no se limitó a nuestra niñez, sino que continuó enseñándonos a orar, aun después de ser jóvenes. Tenía dos hermanos con quienes compartía el mismo cuarto. Durante las frías noches de invierno, cuando íbamos a acostarnos, a menudo sentíamos la tentación de subir a la cama caliente en lugar de arrodillarnos a dar la oración. Pero sabíamos que nuestra madre estaba parada en la parte de afuera de nuestra puerta, escuchando para oír la adecuada combinación de sonidos que le indicaran que sus hijos habían estado de rodillas y orando; y si nos olvidábamos y subíamos a la cama en seguida, escucharíamos a mi madre decir: “Muchachos, ¿han dicho la oración?” Y así un poco avergonzado nos pararíamos y arrodillaríamos recordando al Señor. Después de haber orado oiríamos los pasos de mi madre bajando la escalera para volver a la planta baja.

Todas las mañanas éramos llamados para orar a la mesa de desayuno. Cuando llegábamos a la mesa, mi madre siempre tenía los espaldares de las sillas apoyados contra la mesa para recordarnos que deberíamos tener nuestra oración familiar, antes de tomar el desayuno. ¡Cómo nos gustaba escuchar orar a nuestro padre! El rogaba al Señor con toda su alma y corazón por la protección de su familia, para que nos cuidara y nos protegiera durante ese día. Qué consuelo era salir de la casa y alejarnos sabiendo que nuestro padre nos había recordado en oración para que el Señor nos cuidara y guiara durante ese día.

Mi madre también tenía una gran responsabilidad en el hogar en apoyar a mi padre. Él era muy activo en el servicio de la Iglesia. Cuando mi madre murió llevaban 42 años de casados; durante 40 de esos 42 años, mi padre había sido obispo, consejero de presidencia de estaca o presidente de estaca. Como veis, ella pasó casi toda su vida apoyando a mi padre en los llamamientos de la Iglesia. Cuando él se encontraba fuera de la casa, obligado por las responsabilidades de la Iglesia, mi madre siempre tomaba la directiva y nos guiaba en las oraciones. ¡Cómo oraba ella al Señor por sil marido y por las responsabilidades que él tenía en la Iglesia! ¡Qué gran privilegio sentíamos por las oraciones de nuestra madre!

He encontrado algo especial en las oraciones de las mujeres virtuosas. Nuestro Padre Celestial os ha investido de poderes muy especiales. Me siento muy humilde al comprender esta noche que estoy frente al grupo más poderoso que existe aun en todo el Estado del Perú, porque vosotras tenéis el poder de influenciar a los buenos hombres, para que sean mejores. En vuestros deberes como madres, podéis influir sobre vuestro esposo como ninguna otra persona puede hacerlo. Podéis ayudarlos a ser mejores líderes del sacerdocio, como consecuencia del dulce espíritu que tenéis en vuestro hogar y que irradiáis por vuestra cercanía a nuestro Padre Celestial. Queremos exhortaros a alentar a vuestros maridos para que sean buenos líderes del sacerdocio. Quisiera desafiaros a todas vosotras hermanas, a que os arrodilléis con vuestros esposos al comenzar cada día y también al finalizar el mismo, agradeciendo al Señor las bendiciones que recibís en vuestro hogar.

Con respecto a vuestros deberes como madre, se os ha dado la importante responsabilidad de entrenar a vuestros hijos. Los estudios y estadísticas indican que el 80% del conocimiento de los niños es formado durante sus primeros cinco años de edad. Ese es el período cuando tenéis mayor influencia sobre su vida. Es esencial que les enseñéis a orar; cada chico debe crecer en un hogar donde el padre y la madre le enseñen a orar.

Os desafío, como madres que sois, a que asumáis la responsabilidad de entrenar a vuestros chicos, y enseñarles cómo comunicarse con nuestro Padre Celestial por medio de la oración. Con vuestro dulce espíritu vosotras podéis influir poderosamente para que cientos de personas irradien la luz del Señor. Pedid fuerza en vuestras oraciones para ser capaces de vivir de la forma que debéis. Aseguraos de que todos los jóvenes a quienes tratéis, alcancen las metas y cumplan las normas que vosotras os habéis fijado para vosotras mismas. Nunca os permitáis decaer a un nivel que esté por debajo de lo que el evangelio os ha fijado.

Quisiera desafiaros para que oréis con todas las fuerzas de vuestro corazón, para que así os encontréis en condiciones de influenciar a la humanidad para bien.

Ahora, mis queridas hermanas, nos sentimos muy contentos y privilegiados de estar aquí en vuestra reunión esta noche.

Quiero que sepáis que tengo un testimonio de que el Señor contesta las oraciones, y también quisiera deciros que el Señor está tan cerca de nosotros como nosotros lo dispongamos. Si no recibimos de Él la fuerza necesaria, el problema se encuentra en nosotros, porque nosotros debemos aprender cómo comunicarnos con Él, cómo purificarnos y ser dignos de sus respuestas. También en Doctrinas y Convenios leemos:

“Y si sois purificados y limpios de todo pecado, y pidiereis lo que quisiereis en el nombre de Jesús, será hecho.”

Si os purificáis y limpiáis, y si pedís en el nombre del Señor, Él se asegurará de que sea hecho.

Que Dios os bendiga, que todos podamos seguir desarrollando nuestra habilidad de orar. Corno esposas, madres y hermanas, que podáis sostener y ayudar al sacerdocio y ayudarles a que estén más cerca de nuestro Padre Celestial. Queridas hermanas esta Iglesia es verdadera, hay un Padre en los cielos; Jesús es el Cristo, y tenemos el privilegio de tener un Profeta del Señor en nuestro tiempo. Pueda el Señor bendecirnos para que nos acerquemos más a Él, en oración y súplica, humildemente ruego en el nombre de Jesucristo. Amén.

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