El propósito de la oración
por William G. Dyer
Un día en que mi madre se encontraba de visita en nuestra casa, y toda la familia se preparaba para salir de paseo, sucedió un pequeño desastre: en el momento de salir no podíamos encontrar las llaves del auto. Los padres, todos los niños y la abuela buscamos por todas partes, pero las llaves no se encontraban y pensamos con desmayo que probablemente tendríamos que quedarnos en casa. Fue entonces cuando mi madre se disculpó por un momento y se fue a su dormitorio. A los pocos minutos, uno de los niños encontró repentinamente las llaves… que habían caído debajo de una alfombra, quedando allí escondidas.
Cuando nos dirigíamos felices a nuestro paseo, uno de los niños le preguntó a la abuela:
— Abuela, ¿por qué te fuiste a tu dormitorio en lugar de ayudar a buscar las llaves?
La respuesta de la abuela penetró lentamente en las atentas mentes de los cinco niños que la escuchaban:
— Como sabía muy bien lo desilusionados que estarían toaos si no podíamos ir a nuestro paseo, me aparté para orar a fin de que pudiéramos encontrarlas. Yo sabía que después de eso las encontraríamos.
Algún tiempo después ocurrió otra pequeña crisis familiar. Mi hija adolescente perdió ambos lentes de contacto; afligida, sólo podía acusarse diciendo:
— ¡Cómo pude ser tan estúpida!
El silencio de los demás de la familia le dio a entender que todos estaban más o menos de acuerdo con ella. Nuevamente, todos nos embarcamos en la tarea de buscar los lentes de contacto perdidos. Mientras yo mismo me encontraba en dicha búsqueda, pasé frente al cuarto de mi hija; la puerta estaba entreabierta, y pude verla arrodillada junto a su cama y oír sus suplicantes palabras rogando al Padre Celestial que “por favor, por favor”, nos ayudara a encontrar los lentes. Aunque todos buscamos cuidadosamente durante horas, y aun a pesar de nuestros mejores esfuerzos, aquellos anteojos nunca aparecieron. Mi hija se encontraba perpleja y más tarde me dijo:
—Después de orar, yo estaba segura de que encontraría mis lentes de contacto; recordaba el día en que la oración de abuela nos ayudó a encontrar las llaves del auto. Pero no los encontramos y no puedo comprender por qué.
Esta jovencita se encontraba luchando con uno de los grandes problemas a los que se enfrentan muchas personas: ¿Es verdad que el Señor realmente oye y contesta nuestras oraciones? A veces parecería que recibimos respuesta a nuestras oraciones, pero otras veces parecería que son totalmente ignoradas. En otras ocasiones, por causa de experiencias como las que tuvimos con las llaves del auto y los lentes de contacto, nos hacemos preguntas como: ¿Contesta el Señor las oraciones de las abuelas y no las de los adolescentes? ¿Tienen algunas personas más influencia sobre el Señor que otras? ¿O es que acaso el encontrar las llaves o lentes de contacto es mera casualidad, sin que Él tenga nada que ver con ello?
¿Qué debemos pedir y cómo debemos orar?
A fin de responder a estas preguntas examinemos las Escrituras. Cuando el Salvador se encontraba en la tierra, Él nos dio un modelo para nuestras oraciones, diciendo: “Vosotros, pues, oraréis así” (Mat. 6:9-13).
A. “Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre.”
Primeramente, tenemos el reconocimiento de que Dios es nuestro Padre que está en los cielos, y la expresión de la reverencia personal que Él nos inspira.
B. “Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra.”
Como vemos, Jesús nos aconseja que siempre pidamos al orar que se haga la voluntad del Padre. Muchas personas no recuerdan esto cuando oran. Aun cuando pedimos por llaves o lentes de contacto que se han perdido, a menudo lo que deseamos es que se haga nuestra voluntad, que se encuentren inmediatamente. Cuando se encuentran en juego asuntos de mayor importancia —un ser amado está enfermo, un hijo se ha ido de la casa, se debe tomar una difícil decisión—, muchas personas quieren que el Señor les responda a sus oraciones en una determinada manera; tienen miedo de que si piden que se cumpla la voluntad de Dios, Su voluntad o plan pueda ser diferente del que ellas tenían. Para hacer a un lado nuestros propios deseos y estar dispuestos a que se cumpla la voluntad del Señor, es necesario tener gran madurez y fe. Aun en asuntos de poca monta como la pérdida de un par de anteojos, el Señor puede pensar que las lecciones que aprenderemos de esa experiencia, serán mucho más importantes que el otorgarnos lo que queremos inmediatamente. En la perspectiva del Señor, lo que necesitamos puede tener mucho mayor importancia que lo que queremos.
C. “El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy.”
¿Debemos orar por cosas tan simples como artículos que se nos hayan perdido? Ciertamente. El Señor está perfectamente enterado de cada pequeña cosa que nos sucede; Jesús enseñó claramente que aun los pelos de nuestra cabeza están contados (Mat. 10:29-30). Se nos aconseja que oremos siempre, sobre todas nuestras preocupaciones, temores, aflicciones, esperanzas, aspiraciones y problemas.
En el Libro de Mormón se nos dice que oremos acerca de todas las cosas de nuestra vida diaria. En este libro leemos que al pueblo se le aconsejó orar acerca de sus rebaños y sus campos, como representación de las preocupaciones de cada día, en la misma forma en que el Salvador dijo que debemos orar por nuestro pan cotidiano. Pero debemos recordar siempre que la admonición es de orar por nuestras necesidades, no por lujos, no por cosas innecesarias ni por caprichos del día. Cuando no estamos seguros de si estaremos orando por algo que sea realmente necesario, la regla que debemos aplicar siempre es pedir “que se haga tu voluntad”.
D. “Y perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores.”
Esto de perdonar es tan importante que, inmediatamente después de la oración que el Señor enseñó y que se encuentra en Mateo, el Salvador volvió a dar énfasis a la importancia de perdonar, diciendo:
“Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre Celestial;
Mas si no perdonáis a los hombres sus ofensas, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas.” (Mat. 6:14-15.)
Cuando oramos debemos meditar sobre lo que es nuestra propia vida y pedir ayuda para que podamos ponerla en orden. Es interesante notar que el Salvador dio énfasis al aspecto del perdón como algo en lo cual todos debemos tratar de mejorar.
E. “Y no nos metas en tentación, mas líbranos del mal…”
¿Nos apartaría Dios del buen camino? Por supuesto que no. El apóstol James E. Talmage comenta esta parte de la oración en la siguiente manera:
“No debemos entender que Dios en alguna ocasión vaya a meter a un hombre en tentación… El significado de la súplica parece ser que seamos preservados de las tentaciones que nuestras fuerzas débiles no puedan resistir..(Jesús el Cristo, p. 255.)
Al examinar el consejo que hemos recibido del Señor en estos últimos días, encontramos que muchas de las referencias que se hacen a la oración en Doctrinas y Convenios, son para aconsejarnos que oremos a fin de que podamos resistir el poder del adversario, que el pecado no nos pueda vencer, que podamos ser librados del mal. A veces, oramos solamente por las cosas pequeñas de cada día, tales como llaves o lentes de contacto perdidos, e ignoramos los asuntos que tienen mucho más importancia. Por supuesto, debemos pedir ayuda en las cosas pequeñas; y también debemos orar constantemente para que podamos tener el poder de resistir la tentación.
F. “…porque tuyo es el reino, y el poder, y la gloria, por todos los siglos. Amén.” (Mat. 6:9-13.)
Al final de la oración, nuevamente debemos reconocer la majestad y el poder de Dios. Él es nuestro Creador, nuestro Padre Celestial, y dependemos absolutamente de Él. Algunas veces, pensando sobre todas las cosas que son importantes en Su reino y en la grandeza de Su poder y Su gloria, quizás nos sintamos avergonzados de que podamos siquiera molestarlo con problemas como artículos que hemos perdido. Pero debemos recordar que Él tiene contados a cada pajarillo en este mundo, a cada pelo de nuestra cabeza, y nunca está demasiado ocupado para escuchar la oración sincera.
¿Escucha Dios algunas oraciones más que otras?
A algunos quizás les parezca que el Padre Celestial pueda dejarse influenciar más por las oraciones de una persona mayor que por las de un adolescente, puesto que una persona mayor ha vivido muchos años de dedicación y servicio, y los adolescentes están comenzando su vida. Pero Dios no hace acepción de personas (véase D. y C. 1:35), Él no tiene favoritismos entre sus hijos, sino que cada uno es precioso ante Su vista. Por supuesto, todos sabemos que una mayor dignidad nos hace más merecedores de recibir las bendiciones de nuestro Padre que está en los cielos, y no es tan importante quién diga la oración, sino el espíritu con que esa oración se ofrece y la fe de la persona que la dice.
También debemos recordar que Jesús condenó a aquellos que oran para ser vistos por los hombres (Mat. 6:7), a los que gustan de la palabrería, y a los orgullosos. En cambio, le impresionaba favorablemente la humilde oración del pecador que no se atrevía siquiera a levantar los ojos a los cielos (véase Lucas 18:13) y que cuando oraba, solamente suplicaba que Dios pudiera tener misericordia de él.
En las Escrituras se nos dice:
“Sé humilde; y el Señor tu Dios te llevará de la mano y contestará tus oraciones.” (D. y C. 112:10.)
En el Libro de Mormón se nos enseña lo siguiente:
“…y los invita a venir a Él, y participar de sus bondades; y a ninguno de los que a Él vienen desecha, sean negros o blancos, esclavos o libres, varones o hembras; y se acuerda de los paganos; y todos son iguales ante Dios, tanto los judíos como los gentiles.” (2 Nefi 26:33.) ¿Es posible que las cosas sucedan por casualidad y no como resultado de la oración?
¿Acaso no hubieran aparecido las llaves aunque la abuela no hubiera orado por ellas? Sí, ciertamente es posible. Muchas cosas buenas ocurren por casualidad, por la diligencia o por la práctica de las personas, y no solamente por la oración. Jesús dijo que la lluvia y el sol son tanto para el justo como para el injusto (Mat. 5:45); cada uno de nosotros recibirá algo de buena fortuna. Pero se nos dice también que “hay una ley irrevocablemente decretada en el cielo antes de la fundación de este mundo, sobre la cual todas las bendiciones se basan; y cuando recibimos una bendición de Dios, es porque se obedece aquella ley sobre la cual se basa” (D. y C. 130:20-21). Esto significa que cualquiera que obedezca una ley, recibirá la bendición que se basa en esa ley; habrá veces en que recibamos algunas bendiciones debido a nuestra obediencia a una ley que no está relacionada con la oración.
En una oportunidad, un famoso deportista hizo un tanto que era fundamental para ganar en una competencia. Uno de los asistentes comentó: “¡Qué suerte tuviste!” El deportista entonces respondió: “Me resulta muy interesante notar que cuanto más practico más ‘suerte tengo”. ¿Contestaría el Señor a las oraciones de aquellos que quieren hacer tantos, si ellos no hubieran practicado lo suficiente como para hacerlos? Probablemente no. Algunas bendiciones que deseamos recibir requieren algo más que el orar por ellas, tal como Santiago declaró:
“Así también la fe, si no tiene obras es muerta en sí misma.” (San. 2:17.)
Sin embargo, las Escrituras declaran que Dios está al tanto de todas las cosas que suceden. Jesús nos dijo que el Padre conoce nuestras necesidades, aun antes de que nosotros le hayamos pedido por ellas. Y agregó:
“Y en nada ofende el hombre a Dios, o contra ninguno está encendido su enojo, sino aquellos que no confiesan su mano en todas las cosas, y no obedecen sus mandamientos.” (D. y C. 59:21.)
La mano del Señor está en todas las cosas, y siempre debemos recordar que nuestro Padre Celestial tiene influencia en todo aquello que sea para nuestro beneficio.
Entonces, ¿qué debemos pensar de la oración? La oración es uno de los eslabones más eficaces que nos unen con el Padre Celestial, y debemos ser cuidadosos en usarlo sabiamente y con el espíritu correcto. El conoce nuestras necesidades y en Su sabiduría nos dará las bendiciones que necesitamos y que merecemos. En todos los aspectos de nuestra vida, debemos orar siempre porque se haga Su voluntad y también pedirle la fe para aceptarla.
























