Principios para convertirnos en el pueblo de Sión

Febrero de 1980
Principios para convertirnos en el pueblo de Sión
por R. Quinn Gardner
Director administrativo del Departamento de los Servicios de Bienestar de la Iglesia.

Sión es el nombre que se da en las Escrituras al reino de Jesucristo en la tierra (D. y C. 105:32). Esta sociedad está compuesta por los santos que han hecho el convenio de vivir en rectitud, y que, por medio de vivir plenamente las leyes y ordenanzas del evangelio, son “los puros de corazón” (D. y C. 97:21). (Véase D. y C. 76:54-70.)

El concepto de Sión abarca muchos otros: lugar, gente, cualidad. Pero las ideas expresadas aquí se han desarrollado principalmente alrededor de la cualidad que realmente hace a Sión exclusivo: pureza de corazón; porque solamente cuando el pueblo del convenio se convierta en “los puros de corazón”, podrán cumplirse las promesas que ha recibido y se establecerá una sociedad de Sión en toda su plenitud.

Cuando esta sociedad haya alcanzado toda su madurez en el Milenio, será la única aceptable en la tierra porque estará regida por Jesucristo. Sin embargo Sión debe., comenzar desde ahora a desarrollarse hacia su esplendor futuro, convirtiéndose en la Ciudad Santa y el Tabernáculo de Dios, habitada por personas puras. (Véase Moisés 7:62.)

Los habitantes de la Sión de los últimos días solamente lograrán esta madurez, a medida que vivan “de acuerdo con los principios de la ley del reino celestial; de otra manera, no la puedo recibir” (D, y C. 105:5).

Deberíamos sentir la gran necesidad de vivir estos principios hoy, por la promesa que existe de que Sión debe ser y será edificada en nuestros días, como uno de los preparativos para la segunda venida del Señor.

Los principios de la ley del reino celestial fueron hermosamente enunciados por el presidente Spencer W. Kimball, en la sesión de los Servicios de Bienestar durante la conferencia general de octubre de 1977. Al nombrar las seis “verdades fundamentales” que gobiernan nuestras actividades de bienestar en la actualidad, el Profeta indicó:

“Solamente si aplicamos estas verdades podremos acercarnos al ideal de Sión.” (Liahona, febrero de 1978, pág. 112.)

  1. El amor

“Primero es el amor. La medida de nuestro amor por nuestro prójimo y, en gran parte, la medida de nuestro amor por el Señor, se ve en lo que hacemos el uno por el otro y por el pobre y el destituido.”

Sión no puede establecerse por medio de las formas más elementales de amor, sino que se requiere que todos aquellos que se sometan a los convenios y poderes de la expiación, sean investidos con el amor puro de Cristo como un don, (Véase Moroni 7:44-48.)

Desde el amoroso espíritu familiar del hogar hasta la hermandad de los quórumes del sacerdocio, y desde la camaradería que se disfruta trabajando en las granjas de bienestar hasta la amistad compartida por las hermanas de la Sociedad de Socorro, todo el plan del evangelio y el programa de la Iglesia tienen como objetivo engendrar en nosotros ésta, la más pura de las cualidades: el amor. El amor puro de Cristo es un poder santificador y purificador, la única fuerza lo suficientemente potente como para convertirnos en “LOS PUROS DE CORAZÓN” (D. y C. 97:21).

  1. El servicio

“Segundo, es el servicio. Servir es humillarse, socorrer a los que necesiten socorro, impartiendo ‘de sus bienes al pobre y necesitado, dando de comer al hambriento, sufriendo toda clase de aflicciones por amor de Cristo’ (Alma 4:13).”

No se puede ser miembro de la Iglesia por mucho tiempo sin aprender que el servicio es fundamental para toda la obra del reino. Aunque mis padres me enseñaron a servir a los demás por medio del precepto y del ejemplo, llegué a tener una verdadera comprensión del significado de servir durante una lección del quórum de diáconos. Un domingo por la mañana, nuestro asesor trató de penetrar en nuestras desatentas mentes poniéndose ambas manos sobre la cabeza y preguntándonos:

—¿Podrían por favor cerrar un momento los ojos a fin de que pueda darme yo mismo una bendición?

Con juvenil asombro yo exclamé:

—¡Pero, usted no puede bendecirse a sí mismo!

—¿Por qué no?

—Porque no tendrá poder ninguno, a menos que sus manos estén sobre la cabeza de otra persona.

Yo sabía que esto era así, aunque no sabía por qué; pero al finalizar aquella lección, nuestro habilidoso maestro nos había convencido de que sólo podemos bendecirnos a nosotros mismos cuando servimos a los demás.

  1. El trabajo

“Tercero es el trabajo. El trabajo acarrea felicidad, auto estimación y prosperidad. Es el medio para alcanzar todos los logros; es lo opuesto a la ociosidad, y se nos ha mandado trabajar (véase Génesis 3:19). El tratar de obtener nuestro bienestar temporal, social, emocional o espiritual por medio de la limosna, viola el mandato divino de que debemos trabajar por lo que recibimos. El trabajo debe ser el principio gobernante en la vida de los miembros de la Iglesia. (Véase D. y C. 42:42; 75:29; 68:30-32; 56:17.)”

Aunque el trabajo es el principio gobernante en la Iglesia, su objetivo no es la egoísta acumulación de riquezas, sino más bien el generoso establecimiento del reino.

En esta dispensación, el Señor nos ha advertido: “Además, te mando no codiciar… tus propios bienes…” (D. y C. 19:25-26).

En un excelente artículo titulado “Los dioses falsos”, el presidente Kimball dice lo siguiente al Israel de nuestros días:

“Me temo que muchos de nosotros nos hemos apartado rebaños, manadas, tierras, graneros y toda clase de riquezas, habiendo comenzado a adorarles como dioses falsos que cada vez ejercen un poder más firme y determinado sobre nosotros… Mucha es la gente que dedica la mayor parte de su tiempo laborando al servicio de su propia imagen, lo que incluye suficiente dinero, acciones, inversiones, propiedades, créditos, mobiliarios, automóviles y demás riquezas similares, que les garantizan la seguridad camal a lo largo de… una vida larga y feliz.

Se olvida así el hecho de que nuestra asignación es la de utilizar esa abundancia de recursos en nuestra familia y quórumes, para desarrollar el reino de Dios, para llevar a cabo el esfuerzo misional, la obra genealógica y el templo; para criar a nuestros hijos como fieles y fructíferos siervos del Señor; para bendecir a otros en toda forma posible para que ellos también puedan ser fructíferos.” (Liahona, agosto de 1977, pág. 3.)

  1. La autosuficiencia

“Cuarto, es la autosuficiencia. El Señor ha mandado a la Iglesia y a sus miembros que sean autosuficientes e independientes. (Véase D. y C. 78:13-14.)

La responsabilidad por el bienestar social, emocional, espiritual, físico, o económico de cada persona, descansa primeramente sobre sí misma, segundo sobre su familia, y tercero sobre la Iglesia si es un fiel miembro de la misma.

Ningún fiel Santo de los Últimos Días que esté física o emocionalmente capacitado, cederá voluntariamente la carga de su propio bienestar o del de su familia a otra persona, sino que mientras pueda, bajo la inspiración del Señor y con sus propios esfuerzos, se abastecerá a sí mismo y a su familia con las necesidades espirituales y temporales de la vida, (véase 1 Timoteo 5:8.)”

Es fundamental que la autosuficiencia continúe siendo una virtud esencial entre los Santos de los Últimos Días. Esto no implica que no sintamos necesidad de los demás, sino que la autosuficiencia significa que por medio del ejercicio de nuestro libre albedrío, nuestros dones personales, y nuestras habilidades, haremos por nosotros mismos aquello que es nuestra directa responsabilidad. Una buena forma de determinar cuáles son nuestras responsabilidades hacia nosotros mismos, sería preguntarse: “¿A quién hace el Señor directamente responsable de tal y cual cosa, a mí o a otra persona?” (Por ejemplo, ¿quién es responsable de que nos levantemos a la hora debida en la mañana? ¿Quién tiene la responsabilidad cuando decimos una mentira?) Para cualquier persona de inteligencia despierta, la respuesta es muy fácil de encontrar.

No obstante, en el evangelio nuestras promesas al Señor nos llevan más allá de la autosuficiencia, hacia la abundante productividad. En esta forma, no solamente debemos cuidar de nuestras propias necesidades, sino que debemos procurar tener un exceso que nos permita ayudar a los demás en la manera del Señor.

  1. La consagración.

“Quinto, es la consagración, la cual comprende el sacrificio. Consagración es donar el tiempo, los talentos y los medios para cuidar a aquellos que lo necesiten —ya sea espiritual o temporalmente—, y edificar el reino de Dios. En los Servicios de Bienestar, los miembros consagran cuando trabajan en los proyectos de producción, donan materiales a las Industrias Deseret, comparten sus talentos profesionales, dan una generosa ofrenda de ayuno, y responden a los proyectos de servicio del barrio y los quórumes; consagran su tiempo en su hogar o en la orientación familiar. Consagramos, cuando damos de nosotros mismos.”

Al usar la palabra consagración, hay muchos miembros que piensan instantáneamente en la ley que fue suspendida, la orden establecida por el Señor y que legalmente nos pone en obligación económica. Por lo tanto, suponen que ninguno de los principios de la consagración se aplica actualmente; esto no es verdad. Aunque la ley de consagración será reinstituida por el Señor cuando Él lo crea conveniente, y por medio de sus profetas, Él no ha rechazado el convenio de la consagración que hacemos durante la ceremonia de investidura en el templo. Este convenio se encuentra en plena vigencia y debe ser aplicado activamente por los Santos de los Últimos Días. Solamente viviéndolo podemos demostrarle al Señor que somos dignos de que restablezca en el futuro la ley de consagración.

Algunas de las maneras de aplicar esta ley en nuestra vida diaria, son: pagar el diezmo y una generosa ofrenda de ayuno, contribuir a la edificación de capillas y de templos y a la adquisición de instalaciones de granjas, ayudar a mantener a los misioneros, y a preparar a otras personas a que mejoren sus habilidades de trabajo.

Puesto que para el Señor “todas las cosas son espirituales”, la consagración de bienes materiales es simplemente una manera más de lograr la santificación espiritual (D. y C. 29:34). La consagración y la santificación del corazón es lo que hace a Sión: los puros de corazón.

Helamán nos habla de un grupo de personas fieles que “se volvieron… más y más firmes en la fe de Cristo… hasta purificar y santificar sus corazones; santificación que viene por entregar a Dios el corazón” (Hel. 3:35, cursiva agregada).

Se nos ha enseñado que cuando podamos dominar el principio y el convenio de la consagración y dar libremente nuestros corazones y voluntad a Cristo, la sociedad de Sión en toda su plenitud y el remado terrenal del Salvador comenzarán.

  1. La mayordomía

“Sexto, es la mayordomía en la Iglesia; una mayordomía es una sagrada confianza espiritual o temporal por la cual se tienen que rendir cuentas. A causa de que todas las cosas le pertenecen al Señor, somos mayordomos sobre nuestro cuerpo, mente, familia, y propiedades. (Véase D. y C. 104:11-15.) Un mayordomo fiel es aquel que ejerce justo dominio, cuida de los suyos y cuida del pobre y el necesitado. (Véase D. y C. 104:15-18.)” (Véase Liahona, feb. de 1978, pág. 111.)

La mayordomía usualmente se considera como una ramificación de la ley de consagración. Puesto que esta ley se fundamenta en la verdad de que todas las cosas pertenecen al Señor, cuando la obedecemos consagramos al Señor todo lo que poseemos; El entonces nombra a cada persona mayordomo sobre la porción de propiedad que necesita para sí y su familia; cada mayordomo es responsable ante el Señor por la forma en que disponga de su mayordomía (véase D. y C. 42).

Sin embargo, el principio de la mayordomía también se aplica bajo los convenios del bautismo y la consagración que tenemos actualmente. Todo lo que poseemos es realmente una mayordomía; nuestro tiempo, nuestros talentos, posesiones, familia, llamamientos en la Iglesia y en el sacerdocio, todos se nos han confiado como parte de nuestra mayordomía personal, y somos responsables de ellos.

Es necesario que tratemos de llegar a conocer a fondo los principios de la mayordomía en esta vida, porque tendremos que guiarnos por ellos tanto aquí como en el más allá:

“…El Señor requiere de la mano de todo mayordomo un informe de su mayordomía, tanto en esta vida como en la etemidad.”(D. y C. 72:3.)

En realidad, la forma en que manejemos los asuntos de nuestra familia y las responsabilidades del sacerdocio, determinará el grado de felicidad que obtendremos como ciudadanos del reino de Dios. Los Santos de los Últimos Días que ponen en práctica fielmente los principios de la mayordomía, no solamente estarán contribuyendo a la creación de una sociedad de Sión, sino que también estarán haciendo algo por su propia salvación:

“Y el que fuere mayordomo fiel, justo y sabio, entrará en el gozo de su Señor y heredará la vida eterna.” (D. y C. 51:19,)

En resumen, es fácil ver como un pueblo que en forma completa v perseverante vive estos seis principios fundamentales, puede establecer un orden más elevado de vida terrenal que el del resto de la humanidad. El poder y la pureza de su ejemplo pueden convertirse en un emblema ante el mundo. Esta sociedad no solamente debe existir sino que existirá, según lo explica el Señor:

“Y aun así he enviado mi convenio sempiterno al mundo, a fin de que sea una luz para él, y un estandarte a mi pueblo, y para que lo busquen los gentiles, y para que sea un mensajero delante de mi faz, preparando la vía delante de mí.

Y acontecerá que los justos serán recogidos de entre todas las naciones, y vendrán a Sión, cantando canciones de gozo sempiterno.” (D. y C. 45:9, 71.)

Más adelante el Señor promete:

“Porque, he aquí, os digo que Sión florecerá, y la gloria del Señor descansará sobre ella;

Y llegará el día en que temblarán las naciones de la tierra a causa de ella, y temerán por causa de sus valientes.” (D. y C. 64:41, 43.)

Sión va desarrollándose en etapas; por lo tanto quizás no siempre podamos ver su crecimiento, pero una reciente encuesta llevada a cabo en la Iglesia, nos asegura que el proceso continúa a un paso cada vez más rápido.

El presidente Kimball, que continuamente nos está estimulando para que alarguemos el paso a fin de establecer a Sión, nos ayuda a comprender mejor el papel que podemos tener en ello:

“Aun cuando es importante tener esta imagen en la mente, el definir y describir a Sión no la hará realidad; eso puede lograrse solamente mediante el esfuerzo diario y constante de todo miembro de la Iglesia. No importa cuál sea el costo ni el sacrificio, debemos hacerlo.” (Liahona, agosto de 1978, pág. 129.)

Aunque cada una de las actividades que tenemos en la Iglesia contribuye a su desarrollo, la obra misional, la del templo y la genealógica, y la de los Servicios de Bienestar, tienen un papel de fundamental importancia en el establecimiento de Sión.

Por medio de la labor proselitista los elegidos de Dios son reunidos en la red del evangelio.

Por medio de la obra genealógica los miembros pueden convertirse en “salvadores en el monte de Sión”. Mediante la asistencia al templo y la renovación de los convenios allí, nos preparamos y obtenemos fortaleza para llevar a cabo el cometido diario de hacer que esta sociedad de Sión se convierta en una realidad.

La obra de los Servicios de Bienestar nos proporciona algunas maneras de vivir el convenio de consagración que hacemos en el templo: con generosas ofrendas de ayuno, donaciones para los Servicios de Bienestar, oportunidades para utilizar nuestro tiempo, talentos, y medios para ayudar a los pobres, los necesitados, y los afligidos.

Nuestro más importante llamamiento es amar, servir, trabajar, ser autosuficientes, consagrar, y llevar a cabo nuestro deberes misionales, genealógicos y del templo, y de los Servicios de Bienestar, como fieles mayordomos. En medio de este proceso, podemos ser santificados de corazón y purificados tanto en mente como en cuerpo (véase D. y C. 84:33). Al hacer esto tendremos la seguridad de que el juramento que el Señor hizo a Enoc se cumplirá en nuestro beneficio:

“… Y haré que la justicia y la verdad inunde la tierra como un diluvio, a fin de recoger a mis escogidos de las cuatro partes de la tierra a un lugar que yo he de preparar, una ciudad santa… porque allí estará mi tabernáculo, y se llamara Sión, una nueva Jerusalén.

Y el Señor le dijo a Enoc: Entonces tú y toda tu ciudad los recibiréis allí, y los recibiremos en nuestro seno, y ellos nos verán; y nos echaremos sobre sus cuellos, y ellos sobre los nuestros, y nos besaremos los unos a los otros;

Y allí será mi morada, y será Sión, la cual saldrá de todas las creaciones que he hecho; y por el espacio de mil años la tierra descansará.” (Moisés 7:62-64.)

Con esta visión del futuro y estas aspiraciones, debemos todos unimos al presidente Kimball en su súplica por Sión:

“Unámonos y oremos con todas las fuerzas de nuestro corazón, para que podamos ser sellados por este vínculo de caridad; que podamos edificar esta Sión de los últimos días. Que el reino de Dios pueda seguir su marcha hacia adelante, para que el reino de los cielos pueda venir.” (Liahona, agosto de 1978, pág. 130.)

Esta entrada fue publicada en Sin categoría y etiquetada , , , , . Guarda el enlace permanente.

Deja un comentario