La observancia de la palabra de sabiduría… con cortesía

Febrero de 1984
La observancia de la palabra de sabiduría… con cortesía
Por el élder Robert E Wells
Del Primer Quórum de los Setenta

Robert E. WellsLa manera de lidiar con los problemas del protocolo cuando somos huéspedes o anfitriones de personas que tienen costumbres diferentes de las nuestras

Debido a que, por varios años, he sido huésped y anfitrión de personas que no son miembros de la Iglesia, con frecuencia se me pregunta cómo se debe actuar cuando uno se enfrenta con un problema de costumbres, particularmente en lo concerniente a la Palabra de Sabiduría. Quizás la mejor manera de contestar esta pregunta sea relatar algunas de las maneras en que yo he procedido en ese tipo de situaciones y compartir algunos de los principios que he aprendido por medio de dichas experiencias.

Primero me referiré al problema de un anfitrión cuando recibe amigos que no son miembros de la Iglesia.

Actualmente, mi esposa y yo pedimos a nuestros Invitados que en nuestro hogar observen la Palabra de Sabiduría. No tenemos ceniceros y, no servimos bebidas alcohólicas ni café; incluso les pido que no fumen en el auto ni en los aviones pequeños que a veces tengo que pilotear. Nunca se ha ofendido nadie, pero no ha sido siempre fácil.

Recuerdo un tiempo difícil, poco después de haber contraído matrimonio. Acababa de regresar de la misión y acepté un cargo para trabajar en uno de los bancos internacionales más importantes en todo el mundo. Nos enviaron a Sudamérica, donde debíamos ofrecer reuniones sociales para nuestros amigos del banco y muchos dignatarios. Durante esos años, aprendí algo muy Importante acerca de las diferentes costumbres; aprendí que todas tienen protocolos sociales y ritos para brindar hospitalidad, amabilidad y acogida; algunos de estos protocolos no Interferían para nada con la Palabra de Sabiduría, pero otros sí. Sin embargo, vimos que en casi todas las situaciones, ya fuera como huéspedes o como anfitriones, podíamos modificar la esencia de dichos ritos sociales y hacer algo que nos permitiera participar de una manera cálida y sincera en la amabilidad implícita en dicho rito.

Por ejemplo, el tradicional brindis con champaña. Cuando yo era el invitado, le pedía al mozo que me diera algún jugo en lugar de champaña. Todo lo que se necesita hacer es hablarle al respecto en cuanto uno llega, sin esperar al momento de brindar, porque no se puede pretender que todos los invitados esperen a uno; una propina al mozo ayuda a que éste tenga presente lo que se le ha pedido. Si se trata de un grupo numeroso, es también conveniente decirle dónde va a estar uno.

Cuando un miembro de la Iglesia es el anfitrión, el problema es más delicado. La primera vez que me enfrenté con una situación así y pude solucionarlo sin dificultades fue en Paraguay, y desde ese entonces he utilizado la misma táctica. Se trataba de un gran banquete, en el que debía ofrecer un brindis al presidente del Paraguay, a los ministros de su gabinete y al país en sí. Uno de los clientes del banco era la nueva compañía municipal de agua potable, la primera que, por primera vez en la historia del país, proveía a la población de agua pura, de buen sabor e incontaminada. Llegado el momento, levanté en alto mi copa de champaña llena de agua y dije en medio de toda aquella gente importante: “No sé lo que tienen ustedes en sus vasos, pero en el mío tengo el más puro de los líquidos: tengo agua de la Compañía Municipal de agua potable de Asunción, y ofrezco un cordial brindis a su Excelencia, el Presidente», etc., etc. El elogio fue sincero y dio resultado. Todos se rieron y nunca nadie olvidó ese “brindis mormón”.

Como anfitriones utilizábamos dos sistemas. De acuerdo con el arreglo que habíamos hecho con el banco, recibíamos a la gente “ni estilo del banco”, por ásenle, do negocios, cuando el banco fregaba por ello, incluyendo a los mozos, el servicio para el banquete, etc. Pero había muchas oportunidades en que nuestros amigos del trabajo pasaban a visitarnos en forma inesperada, y entonces los invitábamos a cenar. Al extender la invitación decíamos algo así como:

“Ustedes son amigos, y deseamos tratarlos como a nuestra propia familia”. Entonces servíamos solamente lo que estábamos acostumbrados a servir a la familia: nada de té, café ni bebidas alcohólicas.

En otras oportunidades, cuando la reunión era por un motivo especial de parte nuestra, como fiestas para nuestros familiares o por la visita de autoridades de la Iglesia de Salt Lake City, les decíamos a nuestros invitados, por adelantado, que iba a ser una “fiesta mormona”, y comprendían perfectamente lo que se esperaba de ellos. Si alguien, por rara casualidad, se olvidaba y comenzaba a fumar, salía para afuera cuando otra persona se lo hacía notar.

El ser huésped de una persona que no es miembro de la Iglesia es mucho más fácil que ser anfitrión, pero presenta una serie de problemas diferentes. Nuestros anfitriones trataban de hacernos sentir cómodos, y nosotros les ayudábamos. Por ejemplo, me di cuenta de que el substituto más fácil del café era los jugos de frutas, y no la leche. Comprendí que cuando nos ofrecían café, lo que deseaban era complacernos, y aceptaban gustosos cuando les contestábamos: “No, gracias, pero si tiene algún jugo se lo aceptaría”. Si no tenían, simplemente les asegurábamos de que realmente no nos apetecía nada. A la próxima vez que íbamos a su casa, siempre tenían alguna clase de jugo para nosotros. En la mayoría de los países hay diferentes clases de infusiones de cereal o “tés” de hierbas, los que son sencillos substitutos del té o café.

He utilizado el mismo sistema en cenas formales, donde he solicitado jugo de uvas sin fermentar en lugar de vino. Generalmente, la primera vez no lo tenían, pero a la segunda, ya lo habían incluido en el menú. En dichas oportunidades, casi todos deseaban probar dicho jugo en las comidas. No tratábamos de disimular, sino que lo hacíamos parte de la agradable conversación característica de una cena.

Generalmente, cuando nos invitaban a una fiesta, nos llamaban para preguntarnos si teníamos preferencia por algún jugo en particular, si había ciertos alimentos que no pudiéramos comer, o si éramos vegetarianos. En cada situación siempre les explicábamos en qué consiste la Palabra de Sabiduría, y por lo general sentían un gran alivio al ver que es algo tan sencillo.

En cuanto al tabaco, nunca tuvimos problemas porque no se necesita fumar para ser sociable. Quizás existan sociedades en las que haya un protocolo determinado con respecto al tabaco, pero no las he conocido. En los círculos sociales internacionales que he frecuentado, el abstenerse de fumar es una señal de prudencia.

Pero hay una situación en particular que requiere mucho más tacto, y que puede crear un problema, a menos que uno lo sepa de antemano. Esto sucede en esas casas muy elegantes, en las colaciones donde se sirve té, rito que usualmente se reserva para los miembros de la familia y amigos íntimos. La tremenda formalidad de la costumbre es verdaderamente impresionante y casi simbólica. El algunos casos, el juego de té es de plata labrada, a veces de antigüedad centenaria, y las tazas de fina porcelana importada. La dueña de casa ocupa su lugar y brinda el honor a una de las damas invitadas para que le ayude a verter en las tacitas el té, o el agua en caso de que se utilicen bolsitas de té. Entonces mira al Invitado y le pregunta: “¿Lo toma con azúcar, o lo prefiere amargo?»

Se podría responder: “No acostumbro a tomar té, gracias, pero un té de limón sería delicioso”. Esto facilita las cosas para la anfitriona, ya que sólo tiene que verter el agua caliente sobre una de las rodajas de limón, que nunca faltan, y uno puede disfrutarlo conjuntamente con los sabrosos pastelillos de repostería, delicadamente dispuestos en bandejas de plata.

Por mi parte, yo nunca he tenido que dejar de asistir a un acontecimiento social debido a la Palabra de Sabiduría. Si no encontraba una manera fácil o humorística de salir del asunto, no había nada de malo con decir en forma clara: “No, gracias”. Nunca nadie hizo un comentario fuera de: “¿Puedo servirle otra cosa?”

Nunca he enfrentado una situación difícil o vergonzosa por observar la Palabra de Sabiduría, ni he encontrado a un anfitrión que no deseara servirnos exactamente lo que deseábamos. Nadie puso jamás en tela de juicio nuestras normas; de hecho, no recuerdo haber asistido a un acontecimiento social en el que no se nos haya preguntado acerca de nuestra religión; la mayoría de las veces, era precisamente la Palabra de Sabiduría lo que daba comienzo a la conversación, y siempre pude percibir el respeto de nuestros amigos y colegas por nuestra posición.

Hablemos de ello

Es posible que después de leer este artículo desee meditar acerca de algunas de las siguientes preguntas;

  1. ¿En qué manera afecta la posición que una persona tenga hacia la Palabra de Sabiduría su actitud con respecto a aquellos cuyas normas difieren de las suyas?
  2. ¿Cuáles de las sugerencias del autor son de más valor en su caso particular?
  3. ¿Qué otras maneras ha descubierto para hacer saber a otras personas, con cortesía, sus normas con respecto a la Palabra de Sabiduría?
  4. ¿Bajo qué condiciones puede un anfitrión miembro de la Iglesia pedir, en forma apropiada, a sus huéspedes que observen sus propios principios? ¿Bajo qué condiciones no lo haría?
  5. El decidir ahora cómo proceder ante la clase de situaciones sociales a que se refiere el autor de este artículo, ¿en qué forma puede ayudarle a evitar momentos embarazosos o difíciles cuando se presente una situación similar?
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