Liahona Noviembre 1984
En busca de la influencia del Espíritu Santo a través del estudio diario de las Escrituras
Por Bruce T. Harper
En una ocasión nuestra hija pasó la noche con unas amiguitas. Al prepararse para acostarse, repentinamente recordó algo que se le había olvidado hacer.
—Oh —dijo en voz alta—, todavía no he leído las Escrituras hoy.
Dos de sus amigas recordaron que ellas tampoco lo habían hecho, así que pidieron prestado un Libro de Mormón y leyeron juntas.
Tal diligencia en la lectura de las Escrituras era un hábito que recientemente se había establecido en nuestra familia. Quizás no éramos tan diferentes a muchas otras familias en la Iglesia con respecto a nuestra lectura de las Escrituras, pues sabíamos que debíamos hacerlo, y deseábamos hacerlo, pero nunca habíamos tenido mucho éxito en nuestros esfuerzos. Finalmente decidimos dedicarnos a formar el hábito de leer las Escrituras, y para ayudarnos a alcanzar esta meta adoptamos un método que nos presentó el hermano Carvel Whiting, presidente de la Escuela Dominical de nuestra estaca.
Su método era muy sencillo: el objetivo principal de su programa era formar el hábito de leer algo cada día. La meta era establecer una actitud, y obtener en nuestra mente una conciencia de las Escrituras. No especificó cuánto debíamos estudiar al día, ni tampoco sugirió que lo hiciéramos en una manera específica, simplemente nos instó a leerlas cada día, sin importar cuán breve fuera nuestra lectura, y a llevar un registro de cuántos días consecutivos habíamos leído, aunque fuera un solo versículo.
Mediante este método sencillo, podíamos leer unos cuantos versículos o diez páginas en un determinado día; podíamos leer los libros canónicos capítulo por capítulo, o estudiar temas; podíamos utilizar ese tiempo para leer nuestra asignación para la clase de la Escuela Dominical el siguiente domingo. En ocasiones podíamos variar y leer los capítulos en secuencia, pero de vez en cuando podíamos pasar a otra sección de las Escrituras o concentrarnos en un tema específico. Incluso podíamos fijarnos una meta secundarla de leer un capítulo al día (o leer una media hora, o cinco páginas), pero si no siempre lográbamos esa meta secundarla, aun así continuábamos teniendo éxito y manteniendo nuestro hábito de estudiar diariamente las Escrituras en tanto leyéramos aunque fuera un solo versículo durante el día.
Nos dimos cuenta de que el llevar un registro del número de días consecutivos que leíamos nos proporcionaba un sistema útil y flexible de motivación y refuerzo positivo. Cierto número de días consecutivos (por ejemplo, 10 días, 30 días, 50 días, 100 días, 200 días 365 días) podían Identificarse como objetivos, y al alcanzar éstos, cada miembro de la familia recibiría alguna forma de recompensa o reconocimiento. La frecuencia y naturaleza de las recompensas podría variar de acuerdo con la edad o la madurez de los participantes. Por ejemplo, nosotros teníamos hijos pequeños, de modo que por cada diez días consecutivos proporcionábamos una golosina a los niños más pequeños.
Este programa dio a nuestra familia la motivación que necesitábamos para comenzar. Durante los primeros dos años en que utilizamos este método, solamente en dos ocasiones fallamos en leer las Escrituras juntos como familia. Tres de nosotros hemos rebasado la marca de los 365 días, y Tomás, nuestro hijo mayor, posee el récord de la familia, pues leyó 446 días consecutivos antes de perder. Durante este tiempo tenía ocho y nueve años de edad. Nuestros dos hijos mayores, Lori y Tomás, han leído el Libro de Mormón, la Perla de Gran Precio y el Libro de Génesis y ahora están leyendo el Nuevo Testamento.
Obviamente la idea es establecer el hábito de tener un contacto diario con las Escrituras. No es particularmente importante el método que se utiliza para desarrollar este hábito, lo Importante es desarrollar la actitud de que las Escrituras son una parte esencial en nuestras vidas diarias.
Tanto mi familia como otras familias que leen diariamente las Escrituras hemos descubierto que la palabra del Señor tiene un efecto sumamente poderoso en nuestras vidas. El primer cambio que notamos fue que las Escrituras y otras cosas espirituales comenzaron a adquirir una mayor prioridad en nuestras vidas. Reflexionábamos en ellas con mayor frecuencia y las extrañábamos cuando las descuidábamos. Incluso encontramos que cuando surgían desviaciones de nuestro horario normal comenzábamos a hacer planes con tal de no perder nuestra lectura. Un día mi esposa Jean y los niños tenían pensado recogerme después del trabajo con el fin de poder viajar a una ciudad cercana para visitar a unos amigos. Cuando nos dimos cuenta de que los niños posiblemente estarían dormidos cuando regresáramos a casa, decidimos llevar las Escrituras en el automóvil para poder leerlas en el camino.
El considerar la lectura de las Escrituras como una prioridad en nuestro hogar también ha afectado y motivado a nuestros hijos pequeños. Descubrimos que casi todos los miembros de la familia, sin importar su edad, podían participar en la lectura de las Escrituras. Cuando comenzamos a leer diariamente, nuestra segunda hija, Shelly, tenía sólo cinco años de edad, y nuestros hijos David y Richard tres y uno y medio. Ya que ninguno de ellos podía leer, les pedimos a los niños mayores que les leyeran de los relatos ilustrados de las Escrituras. Después de que Shelly aprendió a leer, le gustaba leerles esos relatos a sus hermanitos más pequeños. Nuestros hijos han progresado al ayudar a los niños más pequeños a entender los relatos.
Una noche mi esposa y yo habíamos salido a cumplir diferentes asignaciones de la Iglesia. Pensé que regresaríamos con suficiente tiempo para leer con los niños, pero mi reunión duró más de lo que yo había pensado. Cuando llegué a casa eran las nueve de la noche, ya bien pasada la hora acostumbrada en que los niños se acuestan. Jean ya estaba en casa y los niños estaban acostados. “¿Se nos pasó leer las Escrituras hoy?”—le pregunté a mi esposa.
—No, Lori y Tomás (quienes tenían diez y ocho años de edad) leyeron con los niños más pequeños antes de que yo llegara—me respondió. Una iniciativa de este tipo era novedosa en nuestros hijos.
Unos miembros de nuestro barrio explicaron con entusiasmo algunos de los resultados que habían obtenido con su familia mediante la lectura diaria de las Escrituras. El hijo mayor ya había terminado de leer el Libro de Mormón; su hija, en vez de leer las Escrituras capítulo por capítulo, estaba estudiando las referencias por temas. En especial le había interesado el tema de la Segunda Venida.
La familia de Ben y Ruby Ann Smith ya había estado leyendo las Escrituras como familia con cierta constancia y habían terminado de leer los libros canónicos. Pero cuando se pusieron la meta de estudiarlas diariamente, comenzaron a hacerlo siete días a la semana en vez de cinco y descubrieron que los niños tenían más ánimo para leer. Estos comenzaron a tomar la iniciativa por sí mismos, en vez de depender de la presión que sus padres ejercían en ellos. Su hija Jody ha rebasado ya los 365 días.
Durante una actividad de campamento de las Mujeres Jóvenes de un barrio, cuando las jovencitas ya casi estaban dormidas, escucharon una voz que gimió:
—Oh, no, se me olvidó leer las Escrituras hoy. Entonces otra voz admitió:
—A mí también se me olvidó.
Después otra voz, y varias más. Ya que nadie se había acordado de llevar consigo un libro canónico, las líderes y las señoritas contaron sus relatos favoritos de las Escrituras, convirtiendo esta experiencia en una ocasión sumamente memorable.
Además de obtener un mayor conocimiento de las Escrituras, la mayoría de los que las leen diariamente se sienten más cerca del Espíritu, tanto en forma Individual como en familia. Una noche la familia de Dean Cleverly se encontraba leyendo pasajes de los Evangelios, cuando su hija Rebeca, de siete años de edad, dijo:
—Estoy sintiendo algo muy bonito dentro de mí.
La familia aprovechó la oportunidad para hablar sobre la vivida manifestación del Espíritu, y los otros hijos reconocieron que ellos también sentían la Influencia del Espíritu.
Una familia de nuestro barrio dice que el estudio diario de las Escrituras los motivó a comenzar a efectuar su oración familiar y su noche-de hogar con regularidad. Muchos han percibido una mayor sensibilidad a los susurros del Espíritu y una mayor conciencia de su relación con Dios.
Muchos han notado también que al leer diariamente las Escrituras como familia, ha aumentado la unidad y armonía familiar. La lectura de las Escrituras presenta valiosas oportunidades para resolver problemas y enseñar el evangelio en el hogar. Al leer juntos, los miembros de la familia aprenden a aplicar los principios en sus propias vidas, lo cual permite que la familia analice detenidamente estos principios en un espíritu de armonía y amor. Con frecuencia, los principios y relatos del evangelio se convierten en tema de conversación cuando la familia se reúne a tomar los alimentos.
El leer cuando menos unos cuantos versículos al día puede acarrear grandes bendiciones en las vidas de los que lo practican. Carvel Whiting, quien nos presentó este plan, dice: “Creo que he experimentado los cambios más fundamentales y poderosos de mi vida como resultado directo de mi estudio diario de las Escrituras.”
La lectura diaria de las Escrituras, deleitándonos diariamente en la palabra de Cristo, puede ser una de las experiencias más poderosas, influyentes y satisfactorias que podemos tener, una fuerza que permitirá que el Espíritu Santo penetre nuestras vidas diarias. ■
Bruce T. Harper es padre de cinco hijos y es director de los recursos misionales en el Departamento Misional de la Iglesia. También enseña la clase de Doctrina del Evangelio en el Barrio Butler 18, Estaca de Salt Lake Butler West.

























El título debe decir “ estudio” en lugar de “ estadio”
Saludos
Matías
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