Mitos del matrimonio: conceptos que se creen pero que son falsos

Liahona Junio 1986

Mitos del matrimonio:
conceptos que se creen pero que son falsos

Por Steve F. Gilliland


El matrimonio es una de las instituciones más sagradas y fundamentales del plan de Dios, pero a menudo se ve afectado por expectativas irreales y suposiciones erróneas que muchas personas aceptan como verdades. En este artículo, el autor Steve F. Gilliland, con la sensibilidad de quien ha servido como obispo y educador del Evangelio, aborda una serie de mitos comunes que distorsionan la comprensión del matrimonio eterno. A través de ejemplos reales y enseñanzas basadas en principios doctrinales, se invita al lector a reflexionar profundamente sobre las creencias que ha adoptado, a distinguir entre verdad y error, y a reemplazar los ideales ilusorios por compromisos reales de amor, esfuerzo mutuo y comprensión. Esta lectura ofrece guía y esperanza a quienes enfrentan desafíos conyugales, recordándoles que el éxito en el matrimonio no es automático, sino el fruto de la fe, la paciencia y la cooperación constante.

Este artículo explora diversas creencias erróneas sobre el matrimonio que muchas personas aceptan como verdades absolutas, como la idea de que existe un único compañero eterno, que el amor debe sentirse siempre con intensidad, o que los desacuerdos son señal de fracaso. A través de ejemplos prácticos y principios del Evangelio, el autor muestra cómo estas falsas expectativas pueden llevar a la desilusión y al dolor. En lugar de confiar en ideas idealizadas, Gilliland enseña que el éxito matrimonial se construye con esfuerzo mutuo, comunicación sincera, comprensión, y el compromiso conjunto de seguir a Cristo. El texto alienta a las parejas a reemplazar los mitos por verdades eternas que fortalezcan su relación.


Un domingo por la tarde, cuando era obispo, una muy desilusionada her­mana vino a conversar conmigo.

Ella y su numerosa familia se habían mu­dado recientemente al barrio. Me contó que desde pequeña se le había enseñado que si era fiel y buscaba la guía divina, encontraría su único compañero eterno y que el casamiento en el templo, acompa­ñado de una vida recta, le garantizarían éxito en el matrimonio. Se había esforza­do para seguir este consejo, pero después de varios años de matrimonio aparente­mente feliz, su esposo la había abandona­do por otra mujer, dejándola con varios hijos y ningún sostén económico.

Ella se preguntaba “¿qué fue lo que hicimos mal?” “¿No cumple Dios sus promesas?”

Después de aceptar sus sentimientos de dolor y confusión, le aseguré que Dios la amaba y le dije que, en mi opinión, el problema no yacía en Dios ni en ella, sino en su ex esposo, y en la gente que le había llevado a creer en cosas que no eran ciertas.

Es cierto que las estadísticas revelan un porcentaje más bajo de divorcios entre quienes se casan en el templo, pero aun cuando el matrimonio en el templo influye en el hecho de que la pareja permanezca junta, no garantiza una unión permanente.

El evangelio no dice que hay una sola persona para nosotros; sin embargo, sí nos enseña cómo crear matrimonios esta­bles. La revelación puede guiamos a que nos casemos con alguien que potencialmente será un buen compañero, pero tal persona tiene su libre albedrío y puede aceptar o rechazar ese potencial. Él es libre de violar convenios, ya sea come­tiendo actos ofensivos o dejando volunta­riamente que la relación se marchite.

El único sendero para lograr que un matrimonio tenga éxito es un esposo y una esposa que trabajen juntos desintere­sadamente para lograrlo. Quienes se sientan a esperar que el Señor haga de sus matrimonios un éxito, probablemente terminarán desilusionados. Quienes se esfuerzan, pero tienen un compañero que no coopera, tendrán la guía y el apoyo del Señor, y si continúan viviendo digna­mente, en la eternidad recibirán todas las bendiciones prometidas.

La desilusión de esta hermana no era sino un ejemplo de los muchos mitos que la gente tiene del matrimonio. Considere­mos otros.

“Mi novio o novia cambiará después que nos casemos”.

La gente cambia; sin embargo, la señal más exacta del tipo de cónyuge que su novio o novia será en el futuro es el tipo de compañero o compañera que es ahora mismo. Quienes se casan con una perso­na con la intención de cambiar completa­mente su personalidad o de convertirla, por lo general se enfrentan a serias desi­lusiones.

“Las cosas serán mucho mejor después que. . .”

Existen crisis pasajeras que deben so­brellevarse, momentos en que la tensión es alta y se requieren paciencia y sacrifi­cios. Pero a menudo, lo que vemos como una crisis del momento es realmente par­te del estilo de vida que hemos escogido. Es posible que el hombre que pospone el pasar tiempo con su esposa y familia has­ta que esté menos ocupado, puede que nunca encuentre ese tiempo libre. El ha­cer este tipo de postergación puede signi­ficar perderlos para siempre. Conozco a muchos hombres y mujeres que han sa­crificado importantes carreras profesio­nales e incluso oportunidades eclesiásti­cas para preservar su familia y no han lamentado su decisión.

“Si ella (o él) cambiara, todo sería mejor”.

Lo que realmente se está diciendo aquí es “La culpa no es mía”. A la única per­sona a quien podemos cambiar es a noso­tros mismos. El Salvador nos ha dicho que no podemos sacar la paja del ojo aje­no hasta que saquemos la viga del nues­tro (Mateo 7:3-5). Quizás no sea fácil ver la viga—nuestras debilidades—pero el encontrarlas y sacarlas de nuestra vida será de más provecho para fortalecer un matrimonio que destacar las faltas de nuestro cónyuge.

“Si realmente me amara sabría cómo me siento”.

Sé del caso de una mujer que estaba muy molesta con las costumbres higiéni­cas de su esposo. Cuando finalmente sé lo dijo, ella se sorprendió al ver la reac­ción de alivio de su esposo. Él no sabía por qué ella se había vuelto tan indiferen­te y pensaba que ya no lo amaba. El amor no elimina automáticamente las diferen­cias personales y las posibilidades de un desacuerdo, pero sí provee una base para compartir los sentimientos sin temor de ser rechazado o de resultar en objeto de burla.

“La manera correcta es la mía”.

Es fácil pensar que nuestra manera de ver las cosas es la correcta y una vez que cambiemos la manera de pensar de nues­tro cónyuge el problema se habrá resuel­to. De hecho, en la mayoría de los con­flictos, las dos partes están en lo “correcto” dependiendo de sus propios puntos de vista. Nuestro cometido no es convencer a la otra parte de que está equivocada, sino comprender los puntos de vista de nuestro cónyuge. El conocer los puntos de vista del cónyuge ayuda a compartir más eficazmente los propios. Es posible que la mayor parte del tiempo no concordemos, pero el escuchar y el tratar de comprender demuestran nuestro interés hacia la otra persona. De hecho, la mayoría de la gente es más propensa a escuchar a alguien que demuestra interés, que a alguien que dice tener “razón”.

«Si nos amamos mutuamente y tenemos el Espíritu del Señor, no tendremos desa­cuerdos graves”.

En todos los casos en que exista una interacción franca, será natural que ha­yan diferencias de opinión. La clave para lograr unidad en el matrimonio no es la ausencia de conflictos, sino el establecer un cometido hacia algo más grande que el “yo”: nuestro matrimonio, nuestra fa­milia, el Salvador. De vez en cuando, mi esposa y yo tenemos grandes diferencias de opinión, pero nos importa más nuestra relación que ganar un debate en particu­lar. Gracias a este cometido, nuestras di­ferencias de opinión por lo general nos han unido más; aunque nunca se llega a un acuerdo total, éstas nos ayudan a com­prendemos más profundamente y a esta­blecer metas comunes.

El Salvador enseñó que “aquel que tie­ne el espíritu de contención no es mío” (3 Nefi 11:29). La persona que es conten­ciosa “sabe” que tiene razón; no escucha razones; está demasiado ocupada defen­diendo su propio ego y tratando de de­mostrar que su cónyuge está equivocado como para considerar sus sentimientos o ideas. Se puede estar en desacuerdo sin que haya contención si se es sensible a los sentimientos e ideas de los demás y siendo “pronto para oír, tardo para ha­blar, tardo para airarse” (Santiago 1:19).

“Debo constantemente sentir un amor apasionado por mi cónyuge o de lo contrario significa que no le amo”.           

A veces interpretamos el sentimiento de éxtasis que experimentamos durante el noviazgo como amor verdadero. Luego, en el matrimonio, cuando surgen los con­flictos, sentimos que hemos cometido un error. La mayoría de las parejas felices han tenido que esforzarse para solucionar sus dificultades, incluso es posible que hayan tenido que pasar por breves perío­dos de antipatía mutua. Sin embargo, a pesar de cómo se sentían, permanecieron fieles a su relación. En vez de preocupar­se por sus sentimientos negativos, enfo­caron sus energías en su comportamiento amoroso, lo cual resultó en un amor más profundo, el cual ni siquiera se imagina­ron que fuera posible.

“Siempre debo ser franco y sincero en todos mis pensamientos y sentimientos, no importa cuánto duela”.    

La honradez y la sinceridad son esen­ciales en un matrimonio, pero el expresar opiniones súper críticas, dejándonos lle­var por los sentimientos de un disgusto pasajero, puede ser perjudicial. ¿Cuál es su meta con respecto a tales sentimien­tos? Si el objetivo es tratar “de hacerle pagar por lo que ha hecho” o “demostrar­le cuán necio es”, entonces es muy fácil destruir una relación. Es posible que se sienta mejor después de mostrar sus sen­timientos, pero los resultados de largo al­cance pueden hacerle sentir peor.

Por otra parte, si éstos se comparten por motivo del interés que se tiene hacia el cónyuge y se desea fortalecer su rela­ción con él, entonces la manera que uno se sienta es tan sólo una parte, y los senti­mientos y reacciones del cónyuge tam­bién le serán importantes. El cónyuge considerado no solamente comparte, sino que pregunta y escucha.

Es muy importante también el momen­to que se elige para compartir sentimien­tos. Si mi esposa ha tenido un día parti­cularmente difícil y está exhausta y desalentada cuando llego a casa, lo que menos necesita recibir de mi parte es crí­tica. Más tarde, después de haberle ayu­dado a bañar y acostar a los niños, es posible que esté en mejores condiciones de escuchar lo que yo tenga para decirle.

Tengamos presente que a veces es me­jor no decir ciertas cosas. Recuerdo que muchas veces hubo momentos en que es­tuve tentado a explotar por pequeñeces que en el momento parecían tragedias. Estoy agradecido por haber mantenido la boca cerrada y mi compostura. Pero tam­bién estoy agradecido por aquellos ínti­mos momentos difíciles en los cuales tu­ve la oportunidad de compartir sentimientos negativos importantes con claridad y la mayor ternura posible. No es fácil diferenciar entre las cosas trivia­les y las importantes. He notado que si lo que causa irritación persiste y parece crear un abismo en nuestra relación, en­tonces es algo que debemos compartir.

“Si me siento indispuesto, no soy respon­sable por la manera que trato a los demás”. 

Un esposo llega a casa malhumorado de su trabajo y mientras mira televisión, cómodamente sentado, critica a su espo­sa que está luchando con los niños para que se vayan a acostar, y después espera que ella sea complaciente con él. Cuando ella le hace saber cómo le afectó su com­portamiento, él se justifica diciendo: “Tuve un día pésimo en el trabajo”.

El haber tenido un día malo o el sentir­se abatido no son excusa para comportar­se en forma descortés e hiriente. Nuestro Salvador nos dio el ejemplo; su vida se vió colmada de “días malos”. La gente trató de confundirlo en sus propias pala­bras; le aceptaron cuando los alimentó, pero lo abandonaron cuando su doctrina parecía dura y finalmente lo mataron. Sin embargo, nunca usó estas experiencias como una excusa para menospreciar o herir a los demás.

Las suposiciones sin fundamento pue­den perjudicar y hasta destruir un matri­monio. Es de vital importancia que las parejas analicen sus ideas en cuanto a di­cha unión a la luz de las verdades del evangelio, a fin de rechazar los mitos y desarrollar una relación amorosa que per­durará para siempre. ■

Steve F. Gilliland, Director de Institutos en la Universidad de Long Beach, es padre de ocho hijos.

Hablemos al respecto

Luego de leer “Mitos del matrimonio: Conceptos que se creen pero que son fal­sos”, en forma individual o como pareja, pueden analizar las siguientes preguntas e ideas:

  1. Este artículo analiza diez suposicio­nes falsas acerca del matrimonio.

¿Cuáles otras pueden mencionar?

  1. ¿Cuál de éstas parece haber influido en su relación con su cónyuge?
  2. ¿Cómo pueden las diferencias de opinión en el matrimonio servir para unir en vez de para distanciar? ¿Cómo es po­sible discordar sin entrar en contención?
  3. Seleccione un “mito” que tenga que ver con su relación con su cónyuge y ana­licen la manera de reemplazarlo con amor y comprensión verdaderos.
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1 Response to Mitos del matrimonio: conceptos que se creen pero que son falsos

  1. Avatar de Desconocido Anónimo dice:

    calidad, buena información.

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