Lo mejor aún está por venir
Por el élder Jeffrey R. Holland
Del Quórum de los Doce Apóstoles
Discurso pronunciado en la Universidad Brigham Young el 13 de enero de 2009.
Miren hacia delante y recuerden que la fe siempre señala hacia el futuro.
La fe pone los cimientos en el pasado pero nunca anhela quedarse allá. La fe confía en que Dios tiene grandes cosas reservadas para cada uno de nosotros.
Todos ustedes se ven muy bien. La hermana Holland entró y dijo: «Creo que voy a llorar». Deben entender: Dense 20 o 30 años, entonces sabrán cómo nos sentimos al regresar aquí. Amamos este campus. Estamos encantados de estar aquí con ustedes y los amamos personalmente con todo nuestro corazón.
Ustedes han tenido, tendrán y ahora tienen mejores presidentes universitarios de lo que fui yo, pero nunca tendrán uno que los ame a ustedes y a esta universidad más de lo que yo lo hago. Gracias por servir aquí, y gracias por estar presentes en una mañana de enero brillante y clara.
Estamos agradecidos con el presidente y la hermana Samuelson por su amabilidad y liderazgo en esta universidad. En realidad sabemos algo sobre sus trabajos y lo que implican. Ustedes y nosotros somos muy afortunados de tenerlos al timón de esta escuela especial, y los elogiamos públicamente por el tiempo que dedican, el éxito que están teniendo y la fortaleza que brindan. Amé cada palabra de su consejo la semana pasada, y oro para que mis palabras hoy sean consistentes con sus mensajes sobre la luz, la confianza y el privilegio de tener el evangelio de Jesucristo enriqueciendo nuestros estudios en BYU. Presidente y hermana Samuelson, los amamos. Tienen nuestras oraciones, nuestra gratitud y nuestro apoyo.
El comienzo de un nuevo año es el momento tradicional para hacer un balance de nuestras vidas y ver hacia dónde vamos, medido en el contexto de dónde hemos estado. No quiero hablarles sobre resoluciones de Año Nuevo, porque solo hicieron cinco y ya han roto cuatro. (Le doy a esa última una semana más). Pero sí quiero hablarles sobre el pasado y el futuro, no tanto en términos de compromisos de Año Nuevo, sino más con un ojo hacia cualquier momento de transición y cambio en sus vidas, y esos momentos llegan virtualmente todos los días de nuestras vidas.
Como tema escritural para esta discusión, he elegido el segundo versículo más corto de todas las sagradas escrituras. Me han dicho que el versículo más corto, un versículo que todo misionero memoriza y mantiene listo en caso de que lo llamen espontáneamente en una conferencia de zona, es Juan 11:35: “Y lloró Jesús”. Élderes, aquí tienen una segunda opción, otro corto que deslumbrará a su presidente de misión en caso de que los llamen en dos conferencias de zona consecutivas. Es Lucas 17:32, donde el Salvador advierte: “Acordaos de la mujer de Lot”.
Hmmm. ¿Qué quiso decir con una frase tan enigmática? Para averiguarlo, supongo que necesitamos hacer lo que Él sugirió. Recordemos quién era la esposa de Lot.
La historia, por supuesto, se desarrolla en los días de Sodoma y Gomorra cuando, después de haber tolerado todo lo que le fue posible soportar de lo peor que hombres y mujeres podían hacer, el Señor le dijo a Lot y a su familia que huyeran porque esas ciudades iban a ser destruidas. “Escapa por tu vida”, le dijo, “no mires tras ti… escapa al monte, no sea que perezcas” (Génesis 19:17; cursiva agregada).
Con algo menos que una obediencia inmediata y algo más que un intento de negociar, Lot y su familia abandonaron al fin la ciudad, pero lo hicieron a último momento. Las Escrituras nos dicen lo que pasó al amanecer del día siguiente:
“…hizo llover Jehová sobre Sodoma y sobre Gomorra azufre y fuego de parte de Jehová desde los cielos;
“y destruyó las ciudades” (Génesis 19:24–25).
Mi tema se encuentra en el versículo siguiente. Con el consejo del Señor de “no mires detrás de ti” sin duda todavía sonándole claramente en los oídos, según el registro, la esposa de Lot “miró atrás” y se convirtió en una estatua de sal (véase el versículo 26).
En el tiempo que tenemos esta mañana, no voy a hablarles sobre los pecados de Sodoma y Gomorra, ni sobre la comparación que el Señor mismo ha hecho de esos días y nuestro tiempo. Ni siquiera voy a hablar sobre obediencia y desobediencia. Solo quiero hablarles unos minutos sobre mirar atrás y mirar adelante.
Uno de los propósitos de la historia es enseñarnos las lecciones de la vida. George Santayana, quien debería ser más leído de lo que es en un campus universitario, es más conocido por decir: “Aquellos que no pueden recordar el pasado están condenados a repetirlo” (Reason in Common Sense, vol. 1 de The Life of Reason [1905–1906]).
Entonces, si la historia es tan importante, y seguramente lo es, ¿exactamente qué hizo la esposa de Lot que fue tan malo? Como me gusta estudiar historia, he pensado sobre eso y tengo una respuesta parcial al respecto. Aparentemente, lo malo que hizo no fue solo mirar atrás, sino que lo que su corazón deseaba era volverse atrás. Parece que, aun cuando ya había salido de los límites de la ciudad, echaba de menos lo que Sodoma y Gomorra le habían ofrecido. Como lo expresó el élder Neal A. Maxwell (1926–2004), del Quórum de los Doce Apóstoles, esas personas saben que deben tener su residencia principal en Sión, pero todavía esperan mantener una casa de veraneo en Babilonia.
Es posible que la esposa de Lot haya mirado atrás con resentimiento hacia el Señor por lo que Él le mandaba dejar tras de sí. Sabemos con certeza que Lamán y Lemuel estaban resentidos cuando se mandó a Lehi y a su familia que abandonaran Jerusalén. Así que no se trata de que ella mirara atrás, sino de que haya mirado con ansia de volver; en suma, su apego al pasado tuvo en ella una influencia mayor que su confianza en el futuro. Aparentemente, eso fue al menos parte de su pecado.
Al comenzar un nuevo año y tratar de beneficiarnos con una visión apropiada de lo que quedó atrás, les ruego que no insistan en el recuerdo de los días que no volverán ni en un vano anhelo del ayer, por muy bueno que ese ayer haya sido. El pasado es para aprender de él pero no para vivir en él. Miramos atrás con el deseo de reclamar las brasas de las experiencias radiantes pero no las cenizas. Y una vez que hayamos aprendido lo que tengamos que aprender y que guardemos con nosotros lo mejor de lo que hayamos experimentado, entonces miremos adelante y recordemos que la fe siempre señala hacia el futuro. La fe está siempre relacionada con bendiciones, verdades y acontecimientos del futuro que tendrán efecto positivo en nuestra vida.
Por consiguiente, una forma más teológica de referirnos a la esposa de Lot sería decir que no tuvo fe, que dudó del poder del Señor para darle algo mejor de lo que ya tenía. Al parecer, pensó que nada de lo que le esperaba podía ser de ninguna manera mejor que lo que dejaba atrás.
En este momento de la historia desearíamos que la esposa de Lot hubiera sido estudiante en BYU, inscrita en una clase de inglés de primer año. Con suerte, podría haber leído, como yo lo hice, este verso de Edwin Arlington Robinson:
Miniver Cheevy, hijo del desprecio,
Adelgazó mientras maldecía las estaciones;
Lloraba por haber nacido,
Y tenía sus razones.
Miniver amaba los días de antaño
Cuando las espadas brillaban y los corceles galopaban;
La visión de un guerrero audaz
Lo hacía bailar.
Miniver suspiraba por lo que no era,
Y soñaba, y descansaba de sus labores;
Soñaba con Tebas y Camelot,
Y los vecinos de Príamo. . . .
Miniver maldecía lo común
Y miraba con desdén un traje caqui;
Echaba de menos la gracia medieval
De la armadura de hierro. . . .
Miniver Cheevy, nacido demasiado tarde,
Se rascaba la cabeza y seguía pensando;
Miniver tosía, y lo llamaba destino,
Y seguía bebiendo.
[Miniver Cheevy (1910), estrofas 1–3, 6, 8]
Anhelar regresar a un mundo que ya no puede ser vivido; estar perpetuamente insatisfecho con las circunstancias presentes y tener solo una visión sombría del futuro; perder el aquí, el ahora y el mañana porque estamos tan atrapados en el allá, entonces y ayer, estos son algunos de los pecados, si podemos llamarlos así, tanto de la esposa de Lot como del viejo señor Cheevy. (Ahora, como un comentario de pasada, no sé si la esposa de Lot, como Miniver, era bebedora, pero si lo era, ciertamente terminó con mucha sal para sus pretzels).
Uno de mis libros favoritos del Nuevo Testamento es la carta de Pablo a los Filipenses, que se lee con demasiada poca frecuencia. Después de examinar la vida privilegiada y compensadora de sus años de juventud —su primogenitura, su educación y su reputación en la comunidad judía—, dice a los filipenses que todo aquello era “basura” comparado con su conversión al cristianismo. Luego agrega, y lo parafraseo: “He dejado de glorificar los ‘buenos tiempos pasados’ y ahora contemplo con ansias el futuro ‘por ver si logro asir aquello para lo cual fui también asido por Cristo Jesús’” (véase Filipenses 3:7–12). Y después, estos versículos:
“…pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante,
“prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús” (Filipenses 3:13–14).
No hay ahí una esposa de Lot; no se mira atrás hacia Sodoma y Gomorra. Pablo sabe que allá en el futuro, adelante y dondequiera que el cielo nos lleve, es donde ganaremos el “premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús”.
En este punto, permítanme hacer una pausa y agregar una lección que aplica tanto en su propia vida como en la vida de los demás. Dentro de nosotros hay una particularidad que nos impide perdonar y olvidar errores pasados, ya sean nuestros o de otras personas. Eso no es bueno; no es cristiano, y está en directa oposición a la grandiosidad y la majestad de la expiación de Cristo. El permanecer sujetos a errores de antaño es la peor manera de seguir sumergidos en el pasado, de lo cual se nos manda detenernos y desistir.
Una vez me contaron de un joven que durante muchos años fue objeto de más o menos todo tipo de bromas en su escuela; tenía algunas desventajas, por lo que era fácil para sus compañeros burlarse de él. Más adelante se mudó a otro lugar y terminó por alistarse en el ejército donde tuvo buenas experiencias al obtener una educación y, en general, al alejarse del pasado. Sobre todo, como muchos otros militares, descubrió la belleza y la majestad de la Iglesia, se reactivó y se sintió feliz. Después de varios años, regresó al pueblo de su niñez. La mayoría de los de su generación se habían ido de allí, pero no todos. Al parecer, cuando volvió siendo hombre de éxito y nacido de nuevo, aún existía entre las personas el mismo prejuicio anterior, esperando su regreso. Para la gente de su pueblo natal, él todavía era “aquel fulano, ¿se acuerdan? El tipo que tenía aquellos problemas, aquella idiosincrasia y rarezas, y que hizo esto y lo otro. ¡Y cómo nos reíamos!”
Bueno, saben lo que pasó. Poco a poco, el esfuerzo que este hombre había hecho, similar al de Pablo, de dejar lo que quedaba atrás y asir el premio que Dios había puesto ante él, fue disminuyendo gradualmente hasta que al fin murió de la manera en que había vivido durante su niñez y adolescencia, haciendo un giro completo: otra vez inactivo y desdichado y objeto de un nuevo repertorio de bromas. Sin embargo, había pasado en su madurez por aquel momento resplandeciente y hermoso en que le había sido posible elevarse sobre su pasado y verdaderamente ver quién era y lo que podía llegar a ser. Lo lamentable, lo triste es que estuviera una vez más rodeado de un grupo de “esposas de Lot”, personas que consideraron su pasado más interesante que su futuro, y que se las arreglaron para arrebatarle aquello para lo cual Cristo lo había asido. Y murió triste, aunque no realmente por su propia culpa.
Lo mismo sucede en el matrimonio y en otros tipos de relaciones. No puedo decirles cuántas son las parejas a las que he aconsejado que, cuando se sienten profundamente heridas o incluso bajo mucha presión, se remontan cada vez más lejos en el pasado en busca de rocas de recriminación para tirar contra la estructura de su matrimonio. Cuando algo se da por terminado, cuando el arrepentimiento ha sido tan completo como podía serlo, cuando la vida ha continuado en la debida forma y desde aquel momento han tenido lugar muchos otros sucesos buenos y maravillosos, entonces no está bien volver atrás y abrir antiguas heridas para sanar aquellas por las que murió nada menos que el Hijo de Dios.
Dejen que las personas se arrepientan; déjenlas progresar. Crean que la gente puede cambiar y mejorar. ¿Es eso fe? ¡Sí! ¿Es eso esperanza? ¡Sí! ¿Es eso caridad? ¡Sí! Y sobre todo, es caridad, el amor puro de Cristo. Si algo quedó enterrado en el pasado, déjenlo enterrado; no sigan volviendo atrás con su baldecito y su palita de playa para escarbar en la arena, blandirlo en el aire y luego lanzárselo a alguien diciendo: “¡Eh! ¿Te acuerdas de esto?” ¡Paf!
Y, ¿saben qué? Esa acción probablemente dé como resultado que se desentierre del basurero de ustedes algún fragmento desagradable y les respondan: “Sí, me acuerdo. Y tú, ¿te acuerdas de esto?” ¡Paf!
Y antes de lo pensado, todos salen de ese intercambio sucios y embarrados, desdichados y heridos, cuando lo que nuestro Padre Celestial desea es pureza, bondad y felicidad y redención.
Esa insistencia en volver a la vida pasada, incluso a los errores cometidos tiempo atrás, simplemente no es buena. No es el evangelio de Jesucristo. En algunos aspectos, es peor que el caso de la esposa de Lot, porque por lo menos ella se destruyó solo a sí misma; pero en los casos de matrimonio y familia, de barrios y ramas, de complejos de apartamentos y de vecindarios, podemos terminar destruyendo a muchas otras personas.
Al comienzo de este nuevo año, tal vez no se nos requiera nada más grande que lo que el Señor mismo dijo que hace: “…quien se ha arrepentido de sus pecados es perdonado; y yo, el Señor, no los recuerdo más” (D. y C. 58:42).
Por supuesto, la condición es que el arrepentimiento sea sincero, pero cuando lo es y cuando se está haciendo un verdadero esfuerzo por progresar, somos culpables de un pecado mayor si seguimos recordando y reprochando a alguien sus errores pasados, ¡y ese alguien puede ser nosotros mismos! A veces las personas son demasiado duras consigo mismas, con frecuencia ¡mucho peores que con los demás!
Y ahora, como los anti-nefi-lehitas del Libro de Mormón, entierren sus armas de guerra y déjenlas enterradas (véase Alma 24). Perdonen y hagan lo que a veces es más difícil que perdonar: olviden. Y cuando les venga otra vez a la memoria, vuelvan a olvidarlo.
Pueden recordar lo suficiente para no repetir el error, pero luego echen todo lo demás en la pila de basura que Pablo mencionó a los filipenses. Desechen lo destructivo y sigan desechándolo hasta que la hermosura de la expiación de Cristo les haya revelado su futuro resplandeciente así como el de su familia, sus amigos y sus vecinos. A Dios no le importa dónde hayan estado tanto como le importa dónde están ahora y, con Su ayuda, a dónde están dispuestos a llegar. Eso es lo que la esposa de Lot no entendió, ni tampoco Lamán y Lemuel ni muchas otras personas de las Escrituras.
Éste es un asunto importante para considerar al comienzo de un nuevo año; y cada día debe ser el principio de un año nuevo y de una vida nueva. Ése es el prodigio de la fe y del arrepentimiento, y el milagro del evangelio de Jesucristo.
Comenzamos esta hora con un pequeño verso recordado de una de mis clases de inglés en BYU. Permítanme acercarme al final con unas líneas de otro poeta favorito que probablemente conocí en esa misma clase o en una similar. Para beneficio de todos los estudiantes de BYU en el nuevo año de 2009, Robert Browning escribió:
Ven, ¡envejece junto a mí!
Lo mejor aún está por venir,
el resto de la vida, para el cual hubo un comienzo:
Nuestra existencia en las manos está
de Aquel que dijo: “Un todo es mi plan,
la juventud la mitad sólo deja ver; confía en Dios:
al verlo todo, ¡no tienes que temer!”
La hermana Holland y yo nos casamos alrededor del tiempo en que ambos estábamos leyendo poemas como ese en las aulas de BYU. Estábamos tan embelesados y tan temerosos como la mayoría de ustedes a estas edades y etapas de la vida. No teníamos absolutamente nada de dinero. Cero. Por una variedad de razones, ninguna de nuestras familias pudo ayudar a financiar nuestra educación. Teníamos un pequeño apartamento al sur del campus, el más pequeño que pudimos encontrar: dos habitaciones y medio baño. Ambos estábamos trabajando demasiadas horas tratando de mantenernos a flote financieramente, pero no teníamos otra opción.
Recuerdo un día de otoño, creo que fue en el primer semestre después de nuestro matrimonio en 1963, estábamos caminando juntos colina arriba, pasando el Edificio Maeser en la acera que se dirigía entre la Casa del Presidente y el Edificio Brimhall. En algún lugar de ese camino nos detuvimos y nos preguntamos en qué nos habíamos metido. La vida ese día parecía tan abrumadora, y los años de pregrado más los de posgrado que aún anticipábamos ante nosotros parecían monumentales, casi insuperables. Nuestro amor mutuo y nuestro compromiso con el evangelio eran fuertes, pero la mayoría de las otras cosas temporales a nuestro alrededor parecían particularmente ominosas.
En un lugar que probablemente todavía podría marcarles hoy, me volví hacia Pat y le dije algo como esto: “Cariño, ¿deberíamos rendirnos? Puedo conseguir un buen trabajo y ganarnos bien la vida. Puedo hacer algunas cosas. Estaré bien sin un título. ¿Deberíamos dejar de intentar lo que ahora parece tan difícil de enfrentar?”
En mi mejor recreación de la esposa de Lot, dije, en efecto, “Volvamos atrás. Vamos a casa. El futuro no tiene nada para nosotros”.
Entonces, mi amada pequeña esposa hizo lo que ha hecho durante 45 años desde entonces. Me agarró por las solapas y dijo: “No vamos a volver atrás. No vamos a casa. El futuro tiene todo para nosotros”.
Ella se paró allí en la luz del sol ese día y me dio una verdadera charla. No recuerdo que haya citado a Pablo, pero ciertamente había mucho en su voz que decía que estaba comprometida a dejar de lado todo lo pasado para “proseguir a la meta” y asir el premio de Dios que aún estaba por delante. Fue una demostración viviente de fe. Fue “Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve.” (Hebreos 11:1). Así que nos reímos, seguimos caminando y terminamos compartiendo una cerveza de raíz, un vaso, dos pajillas, en el entonces recién construido Wilkinson Center.
Veinte años después, en ocasiones, miraba por la ventana de la Casa del Presidente al otro lado de la calle del Edificio Brimhall y me imaginaba allí en la acera a dos recién casados de BYU, sin dinero y con aún menos confianza. Y mientras miraba por esa ventana, generalmente de noche, ocasionalmente no veía a Pat y Jeff Holland, sino a ustedes, y a ustedes, y a ustedes, caminando por esa misma acera. A veces los veía como parejas, a veces como un grupo de amigos, a veces como un solo estudiante. Sabía algo de lo que estaban sintiendo. Algunos de ustedes estaban teniendo pensamientos como estos: ¿Hay algún futuro para mí? ¿Qué me depara un nuevo año o un nuevo semestre o una nueva carrera o un nuevo romance? ¿Estaré seguro? ¿Será la vida segura? ¿Puedo confiar en el Señor y en el futuro? ¿O sería mejor mirar atrás, volver atrás, ir a casa?
A los de toda generación que se hagan esas preguntas, les digo: “Recuerden a la esposa de Lot”. La fe es para el futuro. La fe pone los cimientos en el pasado pero nunca anhela quedarse allá. La fe confía en que Dios tiene grandes cosas reservadas para cada uno de nosotros y en que Cristo es en verdad el “sumo sacerdote de los bienes venideros” (Hebreos 9:11).
Mis jóvenes hermanos y hermanas, oro para que tengan un semestre maravilloso, un año nuevo maravilloso y una vida maravillosa, todo lleno de fe, esperanza y caridad. Mantengan los ojos puestos en sus sueños, por muy distantes y fuera de su alcance que parezcan. Vivan para ver los milagros del arrepentimiento y del perdón, de la confianza y del amor divino que transformarán su vida hoy, mañana y para siempre. Esa es la resolución de Año Nuevo que les ruego que guarden, y les dejo una bendición a cada uno de ustedes para que puedan hacerlo y ser felices, en el nombre de Aquel que lo hace todo posible, incluso el Señor Jesucristo, amén.
RESUMEN:
El élder Holland aborda temas de fe, esperanza, arrepentimiento y la importancia de mirar hacia el futuro con optimismo y confianza en el Señor.
El discurso comienza con una expresión de amor y gratitud hacia la universidad, los estudiantes y el liderazgo actual de Universidad Brigham Young. El élder Holland subraya su profunda conexión personal con la institución y destaca la importancia de la labor educativa en el contexto del evangelio.
Utilizando el comienzo de un nuevo año como una oportunidad para reflexionar, el élder Holland insta a los oyentes a aprender del pasado pero a no quedarse atrapados en él. Enfatiza la necesidad de mirar hacia adelante con fe y esperanza.
A través de la historia de la esposa de Lot, quien miró hacia atrás y se convirtió en una estatua de sal, el élder Holland ilustra el peligro de aferrarse al pasado. Explica que el verdadero pecado de la esposa de Lot no fue solo mirar atrás, sino desear regresar y no confiar en el futuro que Dios le ofrecía.
El élder Holland aborda la importancia de dejar atrás los errores pasados, tanto propios como ajenos. Insiste en la necesidad de perdonar y olvidar, permitiendo que las personas se arrepientan y progresen sin estar constantemente recordando sus fallos anteriores.
Citando a Pablo y su carta a los Filipenses, el élder Holland resalta que la fe siempre mira hacia adelante, confiando en que Dios tiene grandes cosas reservadas. Recalca que la fe se basa en la certeza de lo que se espera y la convicción de lo que no se ve.
Compartiendo una anécdota personal sobre los desafíos financieros y emocionales que él y su esposa enfrentaron al comienzo de su matrimonio, el élder Holland muestra cómo la fe y la determinación pueden superar las dificultades. Su esposa Pat le recordó que el futuro tenía todo por ofrecerles, rechazando la tentación de rendirse y regresar al pasado.
El discurso del élder Holland es un llamado poderoso y alentador a vivir con fe y esperanza, mirando siempre hacia adelante en lugar de aferrarse al pasado. Su uso de historias bíblicas y experiencias personales le da un toque accesible y relatable, permitiendo a los oyentes conectar de manera profunda con su mensaje.
La historia de la esposa de Lot se usa de manera eficaz para enseñar sobre el peligro de mirar atrás con nostalgia o resentimiento. Es un recordatorio de que la fe en Dios y en su plan para nosotros es fundamental para avanzar en la vida.
Al enfatizar la necesidad de perdonar y olvidar, el élder Holland resalta uno de los principios centrales del evangelio: la expiación de Jesucristo. Este énfasis en la redención y la capacidad de cambiar y mejorar es crucial para vivir una vida cristiana plena.
El título del discurso, «Lo Mejor Aún Está por Venir», encapsula perfectamente el mensaje de optimismo y esperanza. Es una invitación a todos los oyentes a confiar en que, sin importar los desafíos presentes, el futuro puede y será mejor si seguimos adelante con fe.
La inclusión de una anécdota personal añade autenticidad y humanidad al mensaje del élder Holland. Su relato de lucha y perseverancia refuerza la idea de que todos enfrentamos dificultades, pero que con fe y apoyo, podemos superarlas.
En resumen, el discurso del élder Holland es una poderosa exhortación a mirar hacia el futuro con fe y esperanza, dejando atrás los errores y desafíos del pasado. Es un mensaje de optimismo y confianza en el plan de Dios, recordando a los oyentes que, con la fe como guía, lo mejor aún está por venir.

























Necesito dar una clase mañana en la sociedad de socorro y me parece apropiada esta por el inicio de un nuevo año, por favor me podrian ayudar con ideas, soy muy mala para hablar frente a la gente y ahora con los cambios que hay de hacer que la participacion de todas sea más emotiva, que hago⁉ por favor ayudenme❗❗❗
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