Lealtad

Lealtad

por el élder Harold B. Lee

(Discurso dado al personal de Seminarios e Institutos en la Universidad Brigham Young, 8 de julio de 1966)

El hermano William E. Berrett siempre es muy cortés y tiene la virtud de tratar de ayudar al individuo a ponerse a la altura de la presentación que ha hecho. Comprendo que rechazar cualquier porción de su presentación significaría, posiblemente, negar la divinidad del llamamiento que viene a un hombre que ocupa su posición.

Me sentí muy conmovido por este hermoso cuarteto. Vosotros, los que habéis cantado, a vuestra edad quizás no comprendéis cuán cierto es lo que habéis dicho en la canción. (La composición musical se intitulaba: “Tal vez nunca vuelva a transitar por esta senda”.) Mark Twain lo expresó de esta manera cuando perdió a su hija de veinticinco años de edad. El estaba ausente a causa de una gran gira de conferencias y no pudo estar presente en los servicios funerarios. Escribió de ella: “Susana falleció en el mejor momento de su vida. Vivió sus años de oro, veinticinco, pues después de eso viene el riesgo, las responsabilidades y las tragedias inevitables de la vida.”

Vosotros, amigos, habéis vivido vuestros años de oro y ahora estáis en la etapa en que se presenta el riesgo, las responsabilidades y las tragedias inevitables de la vida. Fue una pareja semejante a estos jóvenes que nos han cantado, la que vino a mí para pedir guía en cuanto a cuál debería ser el área en la que debían trabajar: si educación, artes, ciencias, oficios, etc. Yo dije: “No me creo lo suficientemente capacitado para aconsejaros sobre eso. Seguid una profesión honorable en la cual podáis ser útiles. Creo que tal vez hay solamente dos cosas que debo deciros y pienso que entonces habréis llegado a la conclusión de que habéis malgastado vuestro tiempo y gasolina viniendo desde Provo hasta las Oficinas de la Iglesia. Hay solamente un día por el cual vosotros y yo debemos vivir y preocuparnos, y ese día es hoy. No hay nada que podáis hacer en cuanto al ayer, excepto arrepentiros y bien podría no haber mañanas. Lo único que tenemos que hacer al levantarnos, al concedernos Dios este día, es orar porque todo lo que venga a nuestras manos hoy, podamos hacerlo en el mayor grado de excelencia que nos sea posible. Si hacéis eso cada día, cuando llegue el fin de vuestra vida y haya dulces melodías y palabras bondadosas y se envíen flores perfumadas para vosotros, se dirá que la vuestra fue una vida de éxito. Ciertamente no volveréis a transitar nuevamente por esta senda. Así es. Habéis transitado por la senda y ahora proseguís el viaje sin poder volver atrás.”

Bien, eso no fue lo que se me asignó. Afortunadamente el hermano William E. Berrett conoce a las Autoridades Generales y tiene suficiente valor como para correr riesgos con nosotros. Contamos con muy pocas personas mejor informadas en cuanto a los principios básicos de la Iglesia aparte del hermano Berrett. Sin embargo, él me ha dado un tema del cual debo hablaros; de manera que es mejor que lo anuncie para que sepáis de qué se trata lo que comencé a decir, por si acaso no llego a expresarlo. Es el tema de la lealtad y sucede como con la mayoría de los temas cuando uno comienza a estudiarlo: ellos empiezan a agrandarse más y más hasta que uno se encuentra pensando que tiene que dar toda una serie de discursos. Uno no sería capaz de cubrir por completo un tema como ese.

Fue muy buena idea haceros volver a este centro de estudios. Al pensar en la universidad (y todos vosotros sois graduados), recordé lo que dijo el querido tío Joe Cannon, de Illinois: “Si un hombre tiene una inteligencia común, no tiene que preocuparse; estudiar en una universidad no lo dañará mucho.”

“Si tiene una inteligencia común”,… he pensado mucho en eso y hay mucha sabiduría en ello. Si vosotros traéis a vuestros estudios una inteligencia común, corriente, el hecho de ajustaros a una universidad no os hará mucho daño. Estáis viviendo en un día en el que debéis recordar dos cosas. Algunos de vosotros estáis justamente en el cruce de caminos. Alguien dijo: “Quien viva la última porción de su vida con honor y decencia, debe, cuando es joven, considerar que algún día será viejo, y cuando sea viejo deberá recordar que una vez fue joven.” Siempre que encontramos a un maestro que ha olvidado que una vez fue joven, comenzamos a buscar la forma de jubilarlo del sistema de escuelas, porque una de las cosas esenciales en un maestro de instituto o seminario con éxito, es recordar cuando se es viejo, que una vez se fue joven. Y eso no está muy apartado del tema que quiero desarrollar, o que el hermano Berrett quiere que explique.

Había un doctor, un neurocirujano, que hace algunos años me llamó y me preguntó si podía venir a verme a mi oficina. Cuando llegó dijo que aquella mañana su pequeño hijo le hizo un recordatorio que le causó sobresalto. En la época de la Navidad le había comprado un trineo a este niñito y no había nieve. Había sido una de aquellas Navidades sin nieve en la que ésta vino unos treinta días después. Pero finalmente hubo una gran nevada y el padre dijo al levantarse aquella mañana para dirigirse apresuradamente al hospital: “Cuando papá vuelva del hospital, saldremos a pasear en el trineo.”

El niñito no se sintió muy entusiasmado. Dijo: “Oh, no, no lo harás, Papá. Tú no tienes tiempo para jugar conmigo.”

Y el padre me dijo: “Eso me ha preocupado todo el día. Mi pequeño hijo se da cuenta de que tiene un padre que no tiene tiempo para jugar con él.”

Y seguimos hablando y él hizo algunas preguntas. “¿Dónde se apoyan mis lealtades? ¿Dónde está mi obligación en la vida? Soy neurocirujano y esa es una rama de la medicina que progresa rápidamente en tiempo de guerra y yo podría dedicarme por entero y usar todo mi tiempo para el beneficio de mis pacientes, es cierto, pero aquí ahora hay un niñito que dice que tengo para con él una responsabilidad y para con los demás de mis hijos y mi familia. ¿Y dónde más está mi deber… mi lealtad?”

Mientras hablábamos desarrollamos estos pensamientos. Primero: el hombre tiene responsabilidad para consigo mismo: una lealtad individual. Como me dijo la hermana [Frida Joan Jensen] Lee mientras veníamos hacia acá: “Sé leal contigo mismo.” Y cuando ella dijo eso recordé las palabras del Señor: que deberíamos amar a nuestros semejantes como a nosotros mismos. Bien, ¿os dais cuenta? eso implica que debemos amarnos en una forma sana. El Señor sabe que tenemos estimación, pero es como cuando oraba el viejo tejedor: “Oh, Dios, ayúdame a mantener una buena opinión de mí mismo.” Tenemos eso como parte fundamental de la lealtad: mantener una elevada opinión de nosotros mismos.

Tenemos responsabilidad para con nuestra familia. Al visitar la Iglesia, a veces pienso que estoy viendo a un hombre que usa su trabajo en la Iglesia como un escape de su responsabilidad familiar. Y a veces cuando hemos hablado en cuanto a si está prestando atención a su familia o no, a sus hijos y esposa, dice algo parecido a esto: “Bien, estoy tan ocupado cuidando de la obra del Señor, que en realidad no tengo tiempo.” Y yo le digo: “Mi querido hermano, la obra más grande que el Señor tiene para cada uno de nosotros, es aquella que hacemos dentro de las paredes de nuestro propio hogar.”

No os hagáis ideas falsas en cuanto a dónde comienza la obra del Señor. Esa es la más importante de las obras del Señor. Y vosotras, esposas, tenéis que hacer que vuestros esposos recuerden eso a menudo. En el hogar —especialmente en la noche de hogar para la familia— debéis ver que todos los principios se apliquen de manera que el padre tome su lugar y no deje a un lado a los hijos. Sí, tenemos una responsabilidad para con nuestras profesiones, como tenía aquel médico; y debemos hacer todo lo que podamos para afilar nuestras herramientas y aprender nuevas cosas, nuevos métodos, nuevas formas de hacer las cosas. A eso se os expone hoy aquí. Recordáis el dicho: “Aquel que hace la obra de hoy con las herramientas de ayer, pronto quedará sin trabajo.” Nuevas herramientas, nuevas formas, información al día y a la altura de la época; la profesión del individuo reclama una parte de su lealtad.

Y luego está la lealtad del hombre para su Iglesia y su Dios. No voy a decir más sobre eso porque está fuera de mi tema asignado, pero creí conveniente mencionarlo. Pensadlo.

Y ahora, para llegar más definidamente a lo que estamos diciendo cuando hablamos de lealtad. Me dirigí a la Enciclopedia Británica para encontrar una excelente disertación acerca de la lealtad, y elegí una o dos oraciones para compartir con vosotros. “Lealtad… significa la devoción, sentimiento o unión de una persona con un objeto en particular, el cual puede ser otra persona o un grupo de ellas, un ideal, un deber o una causa… La lealtad se convierte en fanatismo cuando se vuelve salvaje e irracional, y en resignación cuando expone las características de una aceptación de mala gana. El hombre sin lealtad no existe. Ella lo sacude y lo levanta, da sentido, dirección y propósito a su vida y unión a sus actividades.”

Nosotros tenemos algunas lealtades de las que quiero hablar y las cuales el hermano Berrett quiere que mencione. Hay lealtad para con el personal que lo supervisa a uno en el Sistema de Escuelas de la Iglesia. Si no hubiera tales lealtades desde abajo hacia vuestros supervisores en la zona, hacia el director de la escuela, al administrador y al supervisor de área, todo el sistema de seminario estaría en confusión. Cada uno estaría reclamando su lugar. Pero en esto hay algo que vosotros los que no habéis llegado a ser supervisores no entenderíais. Vosotros estáis al final de la fila, podría decirse la persona menor en la organización. Recién comenzáis como instructores. Permitidme advertiros de una cosa que es una de las más tristes que vemos y que violan este principio de la lealtad. Los celos o la envidia de la posición que ocupa uno de vuestros supervisores, es lo más destructivo que podría invadiros; llegar a estar celosos, ansiosos de ocupar su lugar, deseando que se muera, deseando que algo le suceda, esperando sacarlo del camino para que vosotros podáis tomar su lugar.

Leí una interesante historia acerca de un joven que tenía algunas ideas, era de esta clase de personas. Trabajaba bajo la dirección de un “viejo que no sabe nada” el cual era la cabeza de una institución. Y aquel joven se había dirigido al “viejo nublado” con algunas ideas y sugerencias en cuanto a cómo mejorar el negocio. El ejecutivo escuchó pacientemente y dijo: “Muy bien, lo consultaré con mi superior en algún momento cuando se presente la oportunidad.” Eso enojó muchísimo al joven de la historia y hubo un intercambio de palabras cortantes entre los dos. El ejecutivo mantuvo su calma y este joven impaciente se fue a su casa preguntándose si debía ir a otra parte y dejar este trabajo a si debía hacer alguna otra cosa. Pensó en ir a consultar con el superior que había mencionado el jefe y le diría en cuanto a la clase de “hombre sin visión” que tenía como encargado del negocio.

Cuando llegó a su casa, su padre, cansado y sin fuerzas, entró y dijo: “Oh, hijo, me pregunto si me traerías mis pantuflas y me ayudarías a quitarme el saco. Estoy completamente cansado y preocupado.”

“¿Qué es lo que sucede, papá?”

“Tenemos en la oficina a algunos jóvenes ambiciosos que quieren precipitarse y subir a la cima sin siquiera pagar el precio que eso requiere. Ellos no han estado en la tierra cavando y trabajando con la pala, cosa que todos los que estamos arriba hemos hecho. Quieren dar un salto de rana por encima de todo eso; y de pronto quieren mandar y constantemente están ejerciendo presión.”

Y aquí estaba el hijo escuchando a su propio padre reaccionando ante aquello. Entonces el padre dijo: “Hijo, todo le llega al hombre a su tiempo cuando se prepara con paciencia.” El joven escuchó esto de su propio padre. Se retiró en silencio y comenzó a prepararse con paciencia a fin de estar listo para cuando el llamado viniera, si es que venía, para subir un peldaño más en su profesión.

En una organización en la que yo ejerzo cierto cargo hay un joven que está actuando en esa forma exactamente. El vino a nosotros directamente de la universidad, donde se graduó; es contador. Ahora viene, después de cinco años, tratando de poner palabras en la boca de alguien diciendo que cuando llegó a trabajar con nosotros se le había asegurado que después de cinco años él podría ser el dirigente. Yo le dije: “Hijo, nadie te dijo jamás semejante cosa. Nadie lo pensó. Vuelve a tu trabajo. No serás tú ni el gerente quien tomará la decisión, seremos nosotros. Nosotros somos quienes tomamos la decisión y no tú.”

Y así digo que una de las primeras cosas en la lealtad hacia aquellos que os presiden es que os preparéis con paciencia. No hemos encontrado a un hombre perfecto para que sea administrador en este sistema de escuelas, o para que sea un director o un supervisor. No lo hemos encontrado. Y cuando vosotros lleguéis a esos puestos, tampoco seréis perfectos; pero preparaos y trabajad, trabajad con la pala. Ved que vuestro trabajo se haga apropiadamente, y luego todo llegará a vosotros si os preparáis en esa forma.

La lealtad debe ser una calle de dos sentidos. Muchos piensan que la lealtad es solamente algo que uno le debe a un superior, y hay mucha gente que hará reverencias, rendirá homenaje, dirá cosas lindas y le llevará manzanas al supervisor; y principalmente eso nace de la idea de que el supervisor está en una posición que le permite recompensar con cosas buenas a cambio de todo aquello. Pero la lealtad verdadera es una calle de dos sentidos. El supervisor debe ser leal a aquellos que trabajan con él, y los que trabajan con él deben igualmente ser leales.

Un oficial ejecutivo de una compañía de seguros de las más grandes del mundo, dijo: “Alguien ha mencionado que el liderato es el arte de inducir a otra persona a hacer el trabajo de uno en una forma mejor que la que uno mismo podría hacerlo.” Usted es desgraciadamente y para su sorpresa, un ejemplo, tal vez no lo quiera aceptar, pero es un hecho inevitable e implícito. No puede permitir que otros se desilusionen por su conducta o por sus creencias. [Ahora, él está hablando al supervisor, al gerente.] Si un líder es indigno, ¿quién querrá imitarle y seguir sus pasos para lograr un éxito semejante? ¿Para qué tratar de tener éxito si este es el resultado? Como líder usted ya no tiene más libertad de hacer lo que le plazca en muchas grandes áreas de su vida. En realidad usted se ve limitado por la necesidad de la disciplina inexorable. Como líder primero debe luchar para alcanzar la humildad. [En otras palabras no hay que dejar que el cargo se le suba a uno a la cabeza.] Afortunadamente hay guía útil en esta lucha. Nadie es indispensable y todos deben encontrar su apoyo para continuar como líderes, después de haber trabajado para ello. Uno no puede tener éxito sin el apoyo de aquellos que están asociados con uno y que son sus subordinados. Usted es tan bueno como ellos saben que lo es.”

Cuando pienso en aquella palabra, humildad, recuerdo un pensamiento: “La humildad es una virtud muy rara. Cuando la mayoría de los hombres llegan a ser humildes, pronto se tornan orgullosos de ser humildes.” De manera que uno debe esforzarse continuamente para conservar la humildad.

Sed leales a las autoridades del barrio y estaca donde se os asigne a trabajar, o a las autoridades de la misión, si estáis en un distrito de misión. Tenemos consejos de educación de estaca y de barrio. Algunos de nosotros viajamos ocasionalmente y a menudo nos encontramos allí donde hay seminarios. Preguntamos en cuanto a nuestros maestros de seminario y las relaciones que los integrantes de los consejos de educación tienen con ellos. Es maravilloso oír decir a un presidente de estaca o un obispo: “¡Es un joven maravilloso! Es realmente una maravilla.” Y nosotros nos reunimos con él, charlamos y pide consejo en cuanto a esto y aquello y notamos que este joven tiene la habilidad de mantener el consejo local de educación siempre alerta.

Sin embargo, estuve en una estaca en la que, cuando hice la misma pregunta, implicó una crítica de la relación. El presidente de estaca dijo: “Oh, yo no estoy haciendo nada. Todo lo que quieren que haga es simplemente hablar del presupuesto para poner en funcionamiento al instituto (o seminario, cualquiera que fuese) y quieren nuestro consejo con relación a un conserje. Eso es todo. No estoy haciendo nada porque se me ha dado a entender que no tengo nada que ver con el asunto y que las cosas se manejan desde otro punto.” Bien, ese es el contraste que tenemos si vosotros fracasáis al establecer las mejores relaciones públicas. Y el hombre más importante, naturalmente, es el presidente del consejo, el cual es el presidente de la estaca o el obispo del barrio, según sea el caso. Si tenéis problemas o preguntas, tal vez concernientes a las normas de la Iglesia, su administración o doctrina, ¡cuán sabio es el joven maestro que busca consejo de parte de las autoridades locales y logra que ellos sientan que deben participar en el desempeño de este sistema educativo de la Iglesia!

Otro punto: Al volver a vuestros respectivos lugares, seríais sabios si aceptaseis alguna responsabilidad en la unidad de la Iglesia en la cual estáis enseñando, pero solamente al grado de que tal responsabilidad no os impida ejercer vuestra habilidad de actuar tal como estáis asignados a hacerlo en seminario o instituto. Mostrad siempre deseos de extender vuestros servicios. Y vosotras, esposas, esa es la mejor manera del mundo para poder integrarse a una nueva comunidad.

Lealtad a las Autoridades Generales, y lo estoy diciendo a grandes rasgos porque dispongo de poco tiempo. En toda la Iglesia se os pregunta lo siguiente: “¿Qué piensa la Iglesia de esto o aquello?” “¿Qué piensa la Iglesia en cuanto a la legislación de los derechos civiles?” “¿Qué piensa la Iglesia en cuanto a la guerra de Vietnam? “ “¿En cuanto al problema de los negros?” O, “¿Qué piensa la Iglesia de la obra misional en Nigeria?” “¿Cuál es la opinión respecto a tomar Coca-Cola o café de tal o cual marca?” ¿Habéis oído eso vosotros? “¿Qué opina la Iglesia en cuanto al Partido Democrático o a los candidatos de éste o aquél partido político?” ¿Alguna vez oísteis esas preguntas? “¿Por quién debemos votar en estas próximas elecciones?” Con la mayoría de esas preguntas, si las respondéis, os encontraréis en dificultades. El hombre inteligente dirá: “Hay solamente un hombre en esta Iglesia que habla por la Iglesia, y yo no soy ese hombre. Es mejor que usted le escriba enviándole su pregunta y permita que él le diga lo que la Iglesia opina de esto o de aquello.”

Supongo que si tratásemos de decirte a la gente cómo votar, tendríamos problemas. Pero yo lo hago; yo digo: “Yo les voy a decir cómo votar”, y todos escuchan atentamente. Los demócratas, si es que ellos piensan que soy republicano, están listos para apalear a alguien, y si la gente cree que soy demócrata, los otros están ansiosos para lo mismo.

Y entonces digo: “Les voy a decir cómo votar. Lean la sección 134 de Doctrinas y Convenios y el capítulo 29 de Mosíah, y luego oren al respecto y sabrán exactamente por quién deben votar en esa elección. Esa es la manera de votar.”

Creo que no hay otra cosa que pueda meterlo a uno en aprietos con más rapidez que responder a la gente cuando pregunta: “¿Qué opina la Iglesia…?” Vosotros queréis ser listos y tratáis de responder diciendo cuál es la norma de la Iglesia. Bien, vosotros no sois los que hacéis las normas de la Iglesia. Recordaréis lo que el apóstol Pablo escribió a los corintios. Dijo: “Pues me propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a éste crucificado” (1 Cor. 2:2). Como maestros de la juventud, no tenéis que saber ninguna otra cosa que no sea Jesucristo y a éste crucificado. Sobre ese tema se espera que seáis expertos. Se espera que conozcáis el tema. Se espera que tengáis un testimonio. Y en eso tendréis gran fortaleza. Si el Presidente de la Iglesia no ha declarado la posición de ella, entonces vosotros no debéis salir a comprar la respuesta.

A veces tenemos a alguien en vuestra posición que escribe un número de cartas a las Autoridades Generales, y si sucede que escribe a algunos que no son el Presidente de la Iglesia, obtendrá tantas respuestas como cartas envíe. Y luego anda exhibiendo con ostentación y proclamando lo siguiente:

“Miren, en esto las Autoridades Generales están divididas porque no concuerdan.” Todo eso puede constituir en las comunidades en las cuales vosotros estáis, el más flagrante acto de deslealtad para con las Autoridades Generales. Recordadlo; es un asunto importante.

Hace algunos años estaba tratando de averiguar cómo definían a un conservador, hombres provenientes de diferentes medios. He vivido bastante ahora como para saber que los hombres han cambiado el significado de esos términos. Un liberal de ayer es un moderado de hoy. Como sabéis, hemos cambiado. Escribí cartas a todo el país, dirigidas a hombres del campo de los negocios, de la política, de la educación y de la Iglesia. Y les pedí que me hicieran el favor de definir estos tres términos: conservador, liberal y radical, en su campo particular. Sucedió algo bastante divertido. En cada caso, con excepción de uno o dos, recibí cartas escritas por los subordinados de aquellos a quienes yo había escrito. Ellos habían pasado la carta a otra persona para que escribieran la respuesta a mis preguntas. Y la segunda cosa que decían en esas cartas era: “Una vez que haya hecho un resumen de todo lo que está averiguando, ¿tendría la bondad de enviarme una copia de su resumen?” Bien que recuerdo una definición dada por un hombre con el cual estaba asociado en la Junta de la Union Pacific. Él dijo: “Un radical es uno que actúa con todo el vigor después que ha perdido de vista a su objetivo.”

Escribí a algunos hombres de vuestro grupo, y no voy a identificarlos porque estas eran cartas confidenciales. Pero voy a leeros una o dos declaraciones que creo que son importantes en cuanto a este tema. “Liberales, conservadores, radicales”, dijo uno al responderme, “me siento sorprendido de pensar que hay tal cosa como un radical en la Iglesia, o un conservador o un liberal. Nosotros somos enteramente Santos de los Últimos Días”, dijo, “y no tenemos esa clase de calificativos para nosotros mismos.”

Aquí tengo una buena respuesta a una de las cartas:

Hay algunos que se llaman liberales a sí mismos, basándose en que se oponen al institucionalismo de lo que ellos llaman la jerarquía alta. Los sentimientos de esas personas son que el individualismo de pensamiento y la libertad de pensamiento se pierden en una organización autoritaria que recalca la obediencia y que castiga al rebelde mediante la amenaza de una acción de suspensión de derechos o excomunión. Lo que estas personas a menudo fallan en reconocer es el hecho de que esta es la Iglesia de Jesucristo y no una mera organización de hombres. Uno debe reconocer que si fuéramos a omitir a Jesucristo del cuadro y cerráramos todas las sendas de comunicación con los cielos, la Iglesia de Dios podría convertirse rápidamente en iglesia del hombre. Si ese fuera el caso, uno podría esperar la transformación en la cual nuevas verdades y nuevas normas cesarían, y toda la energía de los líderes podría ejercerse para conservar aquello que ha existido. Esta ha sido ciertamente, la historia de muchas iglesias y es la historia de la iglesia primitiva de Jesucristo después de la desaparición de los apóstoles. La pregunta, entonces, en cuanto a si la Iglesia es conservadora o liberal en su actividad general, coincide con la pregunta de si la revelación ha cesado o no, en pocas palabras: si la Iglesia sigue siendo la Iglesia de Jesucristo o no; si es guiada por El con las ordenanzas reconocidas por El; o si la revelación ha cesado y la Iglesia ha llegado a ser meramente una iglesia de hombres. Y justamente aquí es donde se presenta el problema. [Bien, yo quiero que pongáis atención en esto.] El miembro de la Iglesia que no tiene un testimonio del Dios viviente, considera a ésta como una institución hecha por hombres y manejada enteramente por ellos; aunque sean hombres de integridad y de elevado propósito moral pero, sin comunicación directa con el Dios al cual sirven. Tales hombres ven la revelación como una conveniencia administrativa a menudo impuesta sobre los líderes por las circunstancias en lugar de pensar que proviene de una Deidad benigna. Esa es una poderosa declaración.

El hermano John A. Widtsoe acostumbraba contarnos en cuanto a un grupo de hombres que se reunió alrededor de él entre una y otra sesión de una conferencia de estaca y uno dijo: “Ah, hermano Widtsoe, ¿cuánto tiempo hace desde que la Iglesia recibió una revelación?” Y el hermano Widtsoe tocándose la barbilla un momento dijo: “Pues, probablemente desde el jueves pasado.” Al decir jueves se estaba refiriendo a la reunión que se efectúa en el piso más alto del templo: en donde la Presidencia y los Doce se reúnen cada jueves. El hermano Widtsoe sabía, como sé yo y como lo saben todos los que asisten a esas reuniones, que allí vemos al futuro de la Iglesia, por medio de sus representantes. Vemos sabiduría superior a la sabiduría humana, decisiones dictadas por poderes más allá de nosotros mismos. Al salir de nuestra reunión hace una semana con el presidente Hugh B. Brown, él dijo: “¿No fue maravilloso ver esa demostración de inteligencia cuando presentamos estos problemas tan difíciles?” Posiblemente es desde el jueves pasado, entonces, que la Iglesia tuvo su última revelación.

Algunas personas piensan que toda la revelación que esta Iglesia ha tenido está escrita en Doctrinas y Convenios. De hecho, tenemos muchas revelaciones en la Oficina del Historiador de la Iglesia que no han sido publicadas en Doctrinas y Convenios, y algunas personas dicen: “¿Por qué no?” Bien, cuando vivamos a la altura de todo lo que hay en Doctrinas y Convenios, posiblemente el Señor nos dé instrucción para incluir más de sus revelaciones allí. Pero vosotros podéis estar seguros de que si vais a ser maestros eficientes y leales a su ministerio, debéis buscar, cada uno por sí mismo, un testimonio permanente de que la revelación está aquí y ahora.

Uno de nuestros hermanos que fue Autoridad General y ahora no lo es, tenía un amigo que vino a él y le dijo: “¿Sabes? Yo aceptaría esta Iglesia y todo lo que ella tiene si tan sólo dejaran a un lado el tema de la revelación continua.” Y la Autoridad General me sorprendió cuando me dijo: “¿Sabe? Me pregunto si no deberíamos hacer algo al respecto.” ¡Cáspita!, si alguna vez llegamos a una época en la que el Señor no se revele más a esta Iglesia, en ese momento ésta deja de ser la Iglesia de Jesucristo. No tengan conceptos erróneos a ese respecto.

Ahora en cuanto al tema de la doctrina, y aquí es donde podéis encontraros con dificultades; recordaréis a Joseph F. Merrill, uno de los miembros de los Doce en tiempos pasados. Uno de los hermanos que hacía poco había sido llamado como Autoridad General fue a una conferencia con él, y dijo: “Hermano Merrill, ¿tiene usted alguna sugerencia sobre algún tema del que yo pueda hablar en la conferencia general?”

El hermano Merrill dijo: “Pues, mi buen hermano, no entiendo que usted o yo estemos bajo obligación alguna de dar a luz algo nuevo. ¿De qué otra cosa podemos hablar que no sea del evangelio?”

Y así venimos conferencia tras conferencia, sin traer nueva doctrina. Vosotros, como maestros, no sois enviados a enseñar nueva doctrina. Debéis enseñar los viejos principios, no tan claramente que los alumnos no tengan más remedio que entender sino que debéis enseñar la doctrina de la Iglesia tan claramente que nadie malentienda.

Recuerdo algo del presidente Joseph F. Smith que me resulta interesante. El agrupó, basado en comentarios, todas las enseñanzas de la Iglesia en cinco categorías y dijo que son las mismas hoy en día excepto que cada una ha sido aumentada. Noten los cinco temas que constituyen el corazón y alma del evangelio de Jesucristo:

Primero, la paternidad de Dios.

Segundo, el reino de Dios, sujetos o miembros del reino. (Él puso todo eso junto: el reino de Dios, el cual está constituido por sujetos o miembros de la Iglesia.)

Tercero, el Mesías, Jehová, el Salvador.

Cuarto, el Espíritu Santo.

Quinto, la unidad triple de Dios.

El presidente Smith veía en esos cinco grupos, todo lo que nosotros enseñamos y cómo él mismo dijo: “No encontraremos nada nuevo sino el aumento de cada uno de estos puntos básicos.”

Tengo una gran oportunidad de examinaros a vosotros como maestros. Cuando tengo tiempo, tomamos a cada grupo de misioneros después que han ido al templo por primera vez, y antes de salir a sus misiones, los llevamos al quinto piso o salón de asambleas del templo y allí durante una hora más o menos se les permite hacer preguntas. Algunas de ellas son de las cosas que algún maestro de seminario o instituto ha enseñado de tal forma que les han confundido… cosas como” ¿posee la Iglesia el Urim y Tumim?” Y he contestado que no lo sé. Entonces un joven presente allí mencionó a un maestro que había dicho que la Iglesia lo tenía, y yo respondí así: “Afortunadamente ese maestro no tiene dificultad alguna en cuanto a la información sobre el tema.” A veces un maestro habla acerca de lo que cree saber y nadie puede desmentirlo porque nadie sabe nada en cuanto al asunto… ni siquiera él mismo, sin embargo, aún así habla de tal o cual cosa como si tuviera el conocimiento.

Otra pregunta que a menudo se formula es: “¿Es necesario que uno reciba su segunda investidura para ser sellado por el Santo Espíritu de la Promesa?” Y yo pregunto: “¿De dónde han sacado eso?” Muchas de tales preguntas se remontan a un maestro. Casi en cada clase parece existir un tema favorito del maestro. Y yo he dicho: “Lo que él les ha dicho es absolutamente falso, de manera que eso es algo que ustedes deben olvidar.”

Estos son sólo ejemplos. Podría seguir mencionando otros. Creo que podría haber hecho todo mi discurso sobre este tema. Por ejemplo, algunos dicen que el Manifiesto relativo al matrimonio plural no fue una revelación, y sin embargo el presidente Wilford Woodruff declaró que lo era, que él escribió lo que el Señor le dictó y le dijo que escribiese. Si eso no es una revelación, no comprendo qué otra cosa podría ser. Algunos dicen que el cerro de Cumorah estaba en la parte sur de México (y hay quienes aseguran que está aún más al sur) y no en la parte oeste de Nueva York. Si el Señor quisiera que supiéramos dónde estaba, o dónde era Zarahemla, Él nos habría dado la latitud y longitud respectivas, ¿no lo creéis así? ¿Por qué pues, ocupar nuestras mentes tratando de descubrir con certeza arqueológica la ubicación geográfica de las ciudades del Libro de Mormón como Zarahemla?

A veces hemos tenido algunos hombres que han estado a un nivel un poquito más elevado que vosotros y un poquito menos que los ángeles. Ellos han escuchado a un consejo de educación que los instruyó en cuanto a lo que el consejo quería y estos hombres insidiosos han dicho: “No presten atención a eso. Esto es lo que nosotros vamos a hacer.” Los hombres que están por debajo de vosotros nunca os serán leales si ven que vosotros sois desleales a aquellos que presiden en autoridad sobre vosotros. Y bien, podéis anotar eso como algo bien cierto.

Teníamos un maestro —y gracias al Señor que ahora no lo tenemos— y este hombre se alardeaba de lo siguiente: decía que si él estaba enseñando una clase y repentinamente llegaba un visitante, podía enseñar los elementos conservadores si este era un visitante conservador, o podía dirigir la clase hacia los aspectos liberales con igual rapidez. Pero aunque era un maestro despierto y engañó a muchos durante mucho tiempo, no podía engañar a sus alumnos. Finalmente uno de sus grupos se puso de pie y exclamó: “¡No podemos soportar esto por más tiempo!

Hemos visto suceder esto una y otra vez, y eso es lo más desleal que podéis hacer: permitir que vuestros alumnos vean que hacéis de vuestra enseñanza una conveniencia. Estáis enseñando una cosa y entra alguien que criticaría ese punto e inmediatamente cambiáis a otro aspecto, según sea el caso. Eso es ser desleal a los principios del evangelio de Jesucristo.

Recordad que los peores enemigos que hemos tenido aquí han estado dentro de la iglesia de Cristo. Fue un Judas quien traicionó al Maestro. Fue un William Marks, un Frederick G. Williams, y Sidney Rigdon, hasta cierto grado, y otros más, los que juntaron acusaciones que como resultado causaron la muerte del profeta José. Hoy día es lo mismo. Los peores y más grandes enemigos que tenemos en la Iglesia son aquellos que están entre nuestras propias filas y que aún no hemos descubierto.

Tuve una entrevista con uno de nuestros maestros que se estaba rebelando. Él había escrito un texto para que lo usaran los institutos y cuando no fue aceptado porque se encontró que no era correcto en la doctrina, comenzó su campaña. Ahora está en las filas de los que tienen actitud apóstata pues declara que no cree que la Iglesia haya sido organizada como la sección 20 de Doctrinas y Convenios indica que lo fue. No cree que José Smith haya tenido la Visión según testificó que había tenido. Piensa que el Libro de Mormón fue escrito por alguien, pero no sabe por quién. Está irritado por las cosas que transcurren en el templo, por la investidura y por otras cosas. Ahora todo el rencor y la maldad de su alma salen a luz cuando ya no se le mantiene como maestro, pero mientras ocupó ese cargo, ¡cuántas mentes logró envenenar!

Mejor fuera que se os atase una piedra de molino alrededor del cuello y que se os ahogase en las profundidades del océano antes que ofender a uno de los pequeñitos de nuestro padre. Vosotros sois un ideal; vosotros sois maestros experimentados. Y si sois desleales en vuestra forma de enseñar y los desviáis y ponéis pensamientos envenenados en sus mentes, eso tal vez sea lo que les impida alcanzar un lugar alto en el reino.

El hermano Barrett ha hecho bien en llamar nuestra atención sobre este tema de la lealtad. El tiempo no me permite extenderme más sobre esto y mucho más se podría decir. Así que al venir a vosotros en este día, me siento feliz de que seáis suficientemente inteligentes como para que el hecho de volver a la universidad no os dañe mucho. Este está llegando a ser un enorme proyecto, traeros a todos vosotros aquí durante este tiempo, y supongo que continuará siéndolo; pero estoy seguro de que si abrís vuestras mentes y vuestros corazones y recordáis estos principios fundamentales de los que hablamos en cuanto al tema de la lealtad, evitaréis muchas caídas que algunos que os han precedido no han podido evitar.

Os doy mi testimonio de que esta es la obra del Señor y esta es una de las facetas o brazos de la enseñanza del evangelio más importantes. Vosotros manejáis, como el presidente Berrett ha dicho, a más de 130,000 alumnos jóvenes. Ellos tienen mentes fértiles y vosotros tenéis la oportunidad de plantar la semilla que llegará a ser fe, conocimiento, testimonio, certidumbre, y posiblemente ayudaréis a mantenerlos limpios. Fue el antiguo Padre Cipriano, uno de los defensores de la fe, que al hablar de su testimonio dijo: “En mi corazón purificado de todo pecado, entró una luz que vino de lo alto, y de pronto y en una forma maravillosa, vi que la certidumbre ocupaba el lugar de la duda.” Del mismo modo puede ser con vuestros alumnos, pero primero debe ocurrir en vosotros. No podéis encender un fuego en el alma de otra persona si ese fuego no ha estado ardiendo primero en la vuestra.

Dios os bendiga, maestros. Hemos puesto sobre vosotros una gran responsabilidad. Confiamos en vosotros. Que el Señor os bendiga, os guarde y os ayude a ser sabios y leales a estas cosas fundamentales de las que hemos hablado esta mañana, lo ruego en el nombre de Jesucristo. Amén.

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