Revelación
Por el élder Mark E. Petersen
(Discurso pronunciado ante los maestros de religión, en la Universidad Brigham Young, el 24 de agosto de 1954)
Es maravilloso estar con vosotros, hermanos y hermanas. Apreciamos la excelencia de la obra que realizáis. Es grande la necesidad que tenemos en la Iglesia de la clase de servicio que dais. Claro está que nuestra gran responsabilidad consiste en salvar almas; por cuanto vosotros tratáis con personas jóvenes, ciertamente tenéis también una gran responsabilidad.
Siempre me han impresionado las palabras de la sección 18 de Doctrinas y Convenios, donde el Señor nos habla del gran valor que tienen las almas:
“Recordad que el valor de las almas es grande en la vista de Dios;
“Porque he aquí, el Señor vuestro Redentor padeció la muerte en la carne; por tanto, sufrió el dolor de todos los hombres, a fin de que todo hombre pueda arrepentirse y venir a él.
“Y ha resucitado de entre los muertos, para poder traer a todos los hombres a él, con la condición de que se arrepientan.
“¡Y cuán grande es su gozo por el alma que se arrepiente!
“Así que, sois llamados a proclamar el arrepentimiento a este pueblo.
“Y si acontece que trabajáis todos vuestros días proclamando el arrepentimiento a este pueblo, y me traéis, aun cuando fuere una sola alma, ¡cuán grande no será vuestro gozo con ella en el reino de mi Padre!
“Ahora, si vuestro gozo será grande con un alma que me hayáis traído al reino de mi Padre, ¡cuán grande será vuestro gozo si me trajereis muchas almas!” (D. y C. 18:10-16).
Permitidme iniciar mi discurso sobre la revelación con el siguiente ejemplo: Suponed que tenéis un hijo que está por salir del hogar por primera vez en su vida; pensad en lo que tiene que afrontar. Nuestros jóvenes que son llamados al servicio militar, salen de bellos hogares y son puestos súbitamente en un medio que en ocasiones es espantoso. Tienen que realizar una gran adaptación. Si vosotros tuviereis un hijo en esta clase de medio, ¿os gustaría estar lo más cerca posible de él? ¿Os gustaría hablarle por teléfono con la mayor frecuencia posible y enviarle cartas? De ser posible, ¿os gustaría tomar vuestro coche e ir a visitarlo? En todo caso, ¿no recurriríais a todo el poder o influencia posible, sea por teléfono, correo o cualquier medio de esa situación mundana, para que pudiera permanecer limpio y puro? ¿No desearíais que regresara a casa tan dulce y sano como cuando partió?
Somos los hijos de Dios, la situación es similar en cierto sentido. Como hijos de Dios, fuimos criados en un hogar celestial. Nos dijo que tendríamos la oportunidad de venir al mundo y valernos por nosotros mismos; habría tentaciones; oposición en todas las cosas y seríamos puestos a prueba. Pero el Señor haría lo posible por influir en nosotros, a fin de que pudiéramos hacer nuestra parte y regresáramos a él puros, limpios y sanos, cuando hubiera terminado nuestro período de servicio terrenal.
Creo que ésta es la base fundamental de la revelación. El Señor, nuestro Padre, desea estar en contacto con nosotros e influirnos sin destruir nuestro libre albedrío, a fin de que podamos regresar sanos, limpios y puros a su presencia. Esto no difiere mucho de la situación que os planteaba usando el ejemplo de vuestro hijo, ¿verdad?
Fue la intención del Señor el que hubiera comunicación constante entre Él y sus hijos. Cuando colocó a Adán y Eva en el jardín del Edén, hablaba libremente con ellos. Aun después de la caída, cuando ellos fueron expulsados del jardín, continuó esa comunicación. Recordad a Caín: Dios bajó y habló con él. Discutieron el sacrificio de la muerte de Abel y la gran maldición que se impuso a Caín. El Señor les habló a Caín ya los demás hombres de los tiempos primitivos porque quería recalcar en ellos el hecho de que Él vive y que los mortales pueden ganarse el derecho de regresar a su presencia.
No obstante lo inicuo que fue Caín, aun siendo un asesino, éste supo que Dios vive, porque habló con Él personalmente tanto antes como después del asesinato. En la mente de Caín no pudo existir la duda; por tanto, no tenía excusa.
Dios habló con Enoc, Noé, Abraham y otros hombres. La comunicación era franca y abierta, y era intención del Señor que así permaneciera, pues deseaba ejercer su influencia sobre sus hijos y darles toda oportunidad posible para que se levantaran por encima de las condiciones de la mortalidad. Instituyó la oración, por medio de la cual habría mayor comunicación entre Dios y el hombre. La oración dulce, simple, humilde y ferviente. Cuando el Salvador estuvo en la tierra, hizo la siguiente invitación a todos los hombres: “Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá” (Mateo 7:7): una invitación a todos los hombres para que participaran en la revelación.
Pero podréis notar que se requiere esfuerzo por parte del individuo. Tú busca, y hallarás; tú llama, y se te abrirá; tú pide, y se te dará. Tú tienes que pedir; tú tienes que buscar; tú tienes que llamar.
Aparentemente, todas las revelaciones que José Smith recibió le fueron dadas para satisfacer alguna necesidad que tenía. Se acercaba al Señor y pedía, y la respuesta llegaba.
Creo que uno de los más grandes dones que el Señor nos ha dado es el del libre albedrío. El libre albedrío es una cuestión vital relacionada con la revelación. También el Señor estableció la oposición en todas las cosas; somos incitados por las cosas opuestas entre sí, y tenemos el derecho de escoger. Dios quiere que vivamos de tal manera que podamos regresar a su presencia. También Satanás está aquí, y él va a hacer todo lo que esté a su alcance para privarnos de la presencia de Dios. Satanás es real; es personal, es una persona como vosotros y como yo. Según la revelación, Satanás en un tiempo fue uno de los ángeles del cielo; después cayó, y los cielos lloraron por él. Somos incitados por el bien al igual que por el mal, y nuestro libre albedrío nos permite escoger. Esta tentación es absolutamente real; y así como el Señor mediante su poder coloca ideas buenas en nuestra mente y nos incita por medio de ellas, de igual manera Satanás coloca ideas malignas en nuestra cabeza y nos incita por medio de ellas.
Supongo que a la una la podemos llamar revelación “buena”, y la otra revelación “mala”, porque Satanás efectivamente nos da revelación: revelación mala que hace que nos desviemos, nos saca del sendero y nos conduce al pecado. Así como debemos reconocer el hecho de que Satanás definitivamente es un revelador, también debemos recordar que es malvado e inicuo.
He conocido a miembros de las sectas apóstatas quienes me han dado su testimonio. Me han dicho que han estudiado las revelaciones de profetas autodesignados, y que han orado al respecto y han recibido testimonios del Espíritu Santo de que las así llamadas revelaciones son verdaderas. Me dijeron que sintieron esa sensación de calor en su pecho como señal de la veracidad de esas cosas.
Sin embargo, los hombres que recibieron esas revelaciones no estaban en armonía con la Iglesia ni con el Espíritu de Dios, y sus “revelaciones” no fueron dadas por Dios.
Pero, ¿cómo pudieron aquellas personas obtener esos supuestos testimonios de la veracidad de estas revelaciones que a todas luces están equivocadas? Los adquirieron de Lucifer, quien puede aparecer como ángel de luz, quien puede dar revelaciones falsas y mentirosas, y puede descarriar a la gente y conducirla a la creencia de que estas supuestas revelaciones y testimonios son verdaderos. De esta manera, dichas personas dan la espalda a la verdad real y aceptan aquellas falsedades.
Decía yo que en nuestra existencia mortal nos valemos a nosotros mismos, estamos a prueba, por así decirlo. Estamos fuera de nuestro hogar celestial y estamos aprendiendo a vivir solos. Lo que hagamos en esta vida determinará el sitio que ocupemos en la vida venidera. Por esto Dios hace todo lo que puede por influir en nosotros y estimularnos a hacer el bien, sin privarnos de nuestro libre albedrío. Uno de sus grandes recursos para lograr esto es el de proporcionarnos lo que conocemos como la luz de Cristo: una influencia o poder que proviene de Dios y alumbra a todo hombre, a menos que él la rechace de alguna manera. Sin embargo, esta luz alumbra a todo hombre, sea mormón, judío, gentil o lo que fuere. “Soy la luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene al mundo”, nos dice en la sección 93, versículo 2, de Doctrinas y Convenios. Y en la sección 84, versículo 46, nos dice: “Y el Espíritu da luz a todo hombre que viene al mundo; y el Espíritu ilumina a todo hombre en el mundo, que escucha la voz del Espíritu.”
Y en la sección 88 (versículos 7, 12, 13) leemos:
“Esta es la luz de Cristo. Como también él está en el sol, y es la luz del sol, y el poder por el cual fue hecho.
“La cual procede de la presencia de Dios para llenar la inmensidad del espacio,
“la luz que existe en todas las cosas, que da vida a todas las cosas.”
Esta luz de Cristo que procede de Dios y llena la inmensidad del espacio e ilumina a todo hombre en la base real del progreso. Por medio de esta luz es como los hombres hacen descubrimientos, como inventan y como logran todo tipo de beneficios en su vida.
Brigham Young nos dice lo siguiente:
“La construcción del telégrafo eléctrico y el método con el cual se aplica, que permite a la gente comunicarse de un extremo a otro de la tierra, es una revelación de Dios tan real como cualquier otra revelación que jamás se dio. Lo mismo es cierto en la elaboración de maquinaria, trátese de un barco de vapor, una máquina de cardar, una trilladora o cualquier otro artefacto. Todas estas cosas existieron siempre y existirán eternamente, y el Señor las ha revelado a sus hijos.” (Discourses of Brigham Young, compilado por John A. Widtsoe, 1969 [Salt Lake City: Deseret Book Co., 1954] , pág. 40.)
Esta es una forma de revelación mediante la cual el Señor influye en sus hijos y los incita al bien, a vivir adecuadamente y disfrutar de las cosas buenas de esta existencia; esa revelación es para todos los hombres que viven en el mundo.
Ahora examinemos la esfera más reducida donde se encuentra el reino de Dios, en el cual existe algo adicional para los miembros de la Iglesia, algo que el mundo no tiene ni puede tener.
Debemos recordar que sin Cristo y sin obediencia a su evangelio, no hay salvación en el reino celestial. El da la luz de Cristo a todos los hombres, aun a los que se hallan fuera de su reino, pero da el Espíritu Santo —el Consolador— y su administración sólo a los que se hallan en su reino, pues esto es algo especial y adicional. La luz de Cristo es el poder que procede de Dios y beneficia a todos los hombres. El Espíritu Santo es un personaje de la Trinidad y ministra solamente entre quienes se unen al reino. El Señor sí da revelación a los hombres, a fin de ayudarles a convertirse a la Iglesia; les da revelación para que puedan adquirir un testimonio; les da revelación para que puedan entender el evangelio, como se la dio a Cornelio, el gentil. Pero cada uno de nosotros ha tenido esa experiencia, si es que hemos adquirido un testimonio.
El profeta José Smith dijo: “Ningún hombre puede recibir el Espíritu Santo sin recibir revelaciones. El Espíritu Santo es un revelador” (Enseñanzas del Profeta José Smith, pág. 405). Recordad que nos ha sido enseñado durante toda nuestra vida que ningún hombre puede decir que Jesús es el Cristo sino por el Espíritu Santo.
Aquí tenemos otra información que nos da Brigham Young:
“Ninguna persona puede recibir el conocimiento de esta obra sino por el poder de la revelación.
“El espíritu de revelación, aun el espíritu de vida eterna, mora en la persona que vive de tal manera que pueda llevar correctamente el yugo de Jesús. Para estas personas los cielos están abiertos, y ellas pueden ver y comprender cosas que pertenecen a la eternidad así como cosas que pertenecen a esta tierra.
“El espíritu de revelación acompaña al evangelio, y éste no puede ser comprendido por ningún hombre que no tenga dicho espíritu” (Discourses of Brigham Young, pág. 35).
Y el profeta José Smith dijo: “…el testimonio de Jesús es el espíritu de profecía”. Como recordaréis, citaba el pasaje del Apocalipsis, capítulo 19, versículo 10. Después agrega lo siguiente:
“Si persona alguna me preguntase si yo era profeta, no lo negaría, ya que estaría mintiendo; porque, según Juan, el testimonio de Jesús es el espíritu de la profecía. Por tanto, si profeso ser testigo o maestro, y no tengo el espíritu de la profecía, que es el testimonio de Jesús, soy testigo falso; pero si soy maestro y testigo verdadero, debo tener el espíritu de la profecía, y eso es lo que constituye a un profeta; y cualquier hombre que diga que es maestro o predicador de la justicia, y niega el espíritu de la profecía, el tal hombre es mentiroso y no hay verdad en él; y por esta llave se puede conocer a los falsos maestros e impostores” (Enseñanzas del Profeta José Smith, pág. 329).
Así que cada uno de nosotros, si tiene el testimonio de Jesús, tiene el espíritu de profecía y el espíritu de revelación. Si hemos entrado a la Iglesia y hemos recibido el don del Espíritu Santo mediante la imposición de manos, el Espíritu Santo nos ayudará a vivir con éxito, mediante su poder e influencia, si nosotros le prestamos atención. El Señor dijo: “No niegues el espíritu de revelación ni el espíritu de profecía, porque ¡ay de aquel que niega estas cosas!” (D. y C. 11:25). Por esto repito nuevamente que cuando una persona se convierte, es conducida a dicha conversión por el espíritu de profecía. Quiero leeros unas palabras del último capítulo de Moroni:
“Y cuando recibáis estas cosas, quisiera exhortaros a que preguntaseis a Dios el Eterno Padre, en el nombre de Cristo, si no son verdaderas estas cosas; y si pedís con un corazón sincero, con verdadera intención, teniendo fe en Cristo, él os manifestará la verdad de ellas por el poder del Espíritu Santo” (Moroni 10:4).
Creo en estas palabras con toda mi alma, y creo que las personas quienes investigan la Iglesia y buscan la verdad con intención real y con sinceridad, y oran a Dios pidiendo guía, adquieren el testimonio mediante el poder del Espíritu, lo cual constituye una forma de revelación. Así que todo individuo que se convierta realmente, recibe revelación que le ayuda a comprender el evangelio y aceptarlo. No necesariamente recibe el testimonio por voz o por visión, sino por lo que Pablo llama el Espíritu de Dios que testifica al espíritu que estas cosas son verdaderas. Brigham Young dice:
“¿Qué fue lo que probó la veracidad de esta obra en Inglaterra, Irlanda, Escocia, Alemania, Francia, los Estados Unidos, etc.? ¿Acaso no fue el espíritu de revelación que descansa en vosotros? Entonces, ¿por qué habéis de perder el espíritu? Deberíais incrementarlo día con día; deberíais añadir a él como lo hace Dios: un poquito aquí y un poquito allí, y atesorar la verdad en su fe y entendimiento, hasta que lleguéis a ser perfectos ante el Señor y estéis preparados para recibir las cosas mayores del reino de Dios.” (Discourses of Brigham Young, pág. 36).
Ahora permitidme recordaros las palabras del Salvador: “Mas el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho” (Juan 14:26).
¿Cuántos de vosotros, cuando os hallabais en vuestras misiones, sin experiencia, pronunciasteis discursos maravillosos y recordasteis cosas que jamás habíais meditado desde que las aprendisteis de niños en la Primaria? Casi todos los misioneros viven esta experiencia. Si vosotros lo experimentasteis fue porque el Espíritu Santo os ayudó. Él nos hace recordar todas las cosas; él nos guía en la verdad; él será nuestro compañero; él nos iluminará; nos dará ideas correctas; nos mantendrá en el sendero; él nos ayudará discernir el bien del mal, sea en doctrina, mediante alguna forma de incitación, o como fuere. Toda persona sincera que se une a la Iglesia recibe ese don. Todo miembro de la Iglesia que preste atención a los susurros del Espíritu puede ser guiado por esta clase de revelación.
Por otra parte, si rechazamos la orientación del Espíritu, la obscuridad caerá sobre nosotros. Brigham Young dijo:
“Si el Espíritu de Dios dice esto a su gente por medio de su director, y ellos no obedecen ni escuchan, ¿cuál será la consecuencia de su desobediencia? Su parte será tinieblas e incomprensión con relación a las cosas de Dios; dejarán de tener el espíritu de oración, y el espíritu del mundo aumentará en ellos en proporción a su desobediencia, hasta que se alejen por completo de Dios y sus caminos” (Doctrinas y Convenios, Curso de autoenseñanza, Vol. II, pág. 47).
Traje conmigo una cita que pronunció el presidente Joseph F. Smith, quien fue presidente de la Iglesia. Sus palabras son muy instructivas por cuanto respecta a este tema de la revelación y la luz de Cristo y el Espíritu Santo. Quiero leérosla; se encuentra en el libro intitulado Doctrina del Evangelio, comenzando en la página 64.
“Es por el poder de Dios que se hacen todas las cosas que se han creado. Es por el poder de Cristo que se gobiernan y conservan en su lugar todas las cosas gobernadas y colocadas en el universo. Es el poder que procede de la presencia del Hijo de Dios hasta todas las obras de sus manos, que da luz, energía, entendimiento, conocimiento y un grado de inteligencia a todos los hijos de los hombres, estrictamente de acuerdo con las palabras del Libro de Job: ‘Ciertamente espíritu hay en el hombre, y el soplo del Omnipotente le hace que entienda.’ Es esta inspiración de Dios, que se extiende a todas sus creaciones, lo que ilumina a los hijos de los hombres; y no es más ni menos que el Espíritu de Cristo que ilumina la mente, vivifica el entendimiento e impulsa a los hijos de los hombres a hacer lo que es bueno y evitar lo que es malo; es lo que vivifica la conciencia del hombre y le da inteligencia para distinguir el bien del mal, la luz de las tinieblas, lo justo de lo injusto…
“A menudo se pregunta si hay diferencia alguna entre el Espíritu del Señor y el Espíritu Santo. Los términos con frecuencia se usan como sinónimos. Muchas veces decimos el Espíritu de Dios cuando queremos decir el Espíritu Santo, y en igual manera decimos el Espíritu Santo cuando queremos decir el Espíritu de Dios. El Espíritu Santo es un personaje de la Trinidad, y no es el que ilumina a todo hombre que viene al mundo. El Espíritu de Dios que procede al mundo por medio de Cristo, es el que ilumina a todo hombre que viene al mundo, que contiende con los hijos de los hombres, y continuará contendiendo con ellos, hasta llevarlos al conocimiento de la verdad y la posesión de la mayor luz y testimonio del Espíritu Santo. Sin embargo, si un hombre recibe la luz mayor, y entonces peca contra ella, el Espíritu de Dios cesará de contender con él y el Espíritu Santo se apartará de él por completo. Entonces perseguirá la verdad; procurará entonces la sangre del inocente…” (Doctrina del Evangelio, págs. 64-65).
El presidente Joseph F. Smith también dijo lo siguiente acerca de la inspiración y revelación:
“Y el espíritu de inspiración, el don de revelación, no pertenece exclusivamente a un hombre; no es un don que corresponde a la Presidencia de la Iglesia y a los Doce Apóstoles únicamente. No se limita a las autoridades que presiden la Iglesia; pertenece a todo miembro individual de la misma; y todo hombre, mujer y todo niño que ha llegado a la edad de responsabilidad, tiene el derecho y privilegio de disfrutar del espíritu de revelación y poseer el espíritu de la inspiración para cumplir sus deberes como miembro de la Iglesia. Es el privilegio de todo miembro individual de la Iglesia recibir revelación para su propia orientación, para dirigir su vida y conducta; y por tanto, afirmo —y creo que puedo hacerlo sin posibilidad razonable de ser refutado o impugnado— que no hay otra Iglesia en el mundo, ni organización de personas religiosas, que sean tan universalmente espirituales en sus vidas, y tan universalmente merecedoras de los dones del Espíritu de Dios, como los miembros de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. Todos tenéis derecho a la revelación; es vuestro el privilegio de que os sea revelado si yo soy un siervo de Dios o un siervo de los hombres; si estoy cumpliendo con mis debe res o no; si yo, como oficial presidente de la Iglesia, estoy obrando en el desempeño de mis deberes en una manera aceptable ante vosotros y el Señor. Es vuestro el privilegio de recibir revelación en cuanto a esto y de saber la verdad por vosotros mismos; y es mi privilegio recibir revelación de Dios, como individuo, para mi propia orientación temporal, y nuevamente repito que jamás hubo tiempo sobre la tierra, desde la organización de la Iglesia, en que la espiritualidad del pueblo de Dios haya sido mayor que hoy” (Doctrina del Evangelio, pág. 33).
Ahora quisiera tratar la cuestión de la guía que viene mediante las Autoridades Generales. Este es un tema muy discutido entre algunos de los miembros de la Iglesia, y os voy a hablar de ello con toda franqueza.
El profeta José Smith escribió:
“Esta mañana… tuve de visita a un hermano y una hermana de Michigan, que pensaban que ‘un profeta es siempre profeta’. Pero yo les dije que un profeta era un profeta solamente cuando obraba como tal” (Enseñanzas, pág. 341).
Ahora escuchad esto que escogí de la sección 68 de Doctrinas y Convenios:
“Y lo que hablen cuando sean inspirados por el Espíritu Santo, será escritura, será la voluntad del Señor, será la intención del Señor, será la palabra del Señor, será la voz del Señor y el poder de Dios para la salvación” (versículo 4).
Deseo que vosotros sepáis que las Autoridades Generales tienen el derecho de ejercer el libre albedrío, igual que cualquier otro hombre, que ellos tienen el derecho de recibir la guía de la luz de Cristo, como cualquier otra persona, y, al igual que los demás miembros de la Iglesia, tienen derecho a escuchar los susurros del Espíritu como consecuencia de haber recibido el don del Espíritu Santo. También deseo que sepáis que las Autoridades Generales, en virtud de poseer su libre albedrío, podrían, si así lo desearan, ejercer ese albedrío para violar todas las reglas de la Iglesia. Algunos de ellos lo han hecho, principalmente en los primeros días de la Iglesia.
Antes de proseguir, quiero que vosotros sepáis que sostengo a estos hermanos con todo mi corazón y mi alma. Sé que son profetas, videntes y reveladores; lo sé con la misma seguridad de que estoy vivo. Cuando ingresé al Consejo de los Doce, yo era una persona bastante ignorante, pero, habiendo sido periodista durante muchos años, había aprendido a ser algo observador, y observé con mucha atención a los hermanos. Fue maravilloso darme cuenta de cómo realizaban su trabajo y cómo esos quince hombres reunidos en consejo —todos ellos investidos con mentes brillantes y con un libre albedrío, todos ellos trabajando bajo la dirección del Espíritu de Dios, todos ellos procedentes de los distintos campos de la vida, con distintos antecedentes y experiencias, distintos puntos de vista sobre muchísimas cuestiones—, digo que para mí fue maravilloso observar cómo les era presentado un asunto, cómo lo discutían, y cómo el Espíritu obraba y se lograba absoluta unanimidad en aquella discusión.
Aquello constituyó una educación que jamás soñé adquirir. Fue maravilloso. Durante quince años me he reunido con ellos y los he visto trabajar, me he arrodillado con ellos en oración; he sentido su espíritu humilde. He viajado con ellos muchísimos kilómetros, he colaborado con ellos en conferencias, y puedo decir que son hombres de Dios —hombres maravillosos; inspirados—, hombres que hoy reciben la revelación del Dios Todopoderoso. Actualmente, la Iglesia es guiada por revelación, tal como lo fue en los días del profeta José Smith. Este es el testimonio que os doy.
Amo a estos hombres. Ninguno de ellos tiene intereses egoístas, ni uno solo; todos son tan humildes como se puede llegar a ser; todos son, tan sencillos como se puede ser, desde el Presidente hasta el último hombre del conjunto. Realmente son hombres humildes, maravillosos, sencillos, justos, piadosos, grandes hombres; grandes hombres de Dios. Son profetas. Los amo. Quería decir estas cosas antes de proseguir con nuestra charla.
Pero, como decía antes, todos tenemos nuestro libre albedrío. Dios no priva a nadie de él. Y en ocasiones incluso alguna Autoridad General ha empleado su libre albedrío en el sentido equivocado, algunos de estos hombres se volvieron traidores y se aliaron con los que ayudaron a matar al profeta José Smith.
Supongo que una Autoridad General puede especular, por ejemplo, algunos de ellos han especulado sobre la geografía del Libro de Mormón, y su obra es especulación clara, no adulterada, y no es doctrina. Y si una Autoridad General ha especulado sobre la geografía del Libro de Mormón, mientras tal cosa hacía no estaba representando el punto de vista oficial de la Iglesia.
Hemos tenido especulaciones entre algunos de los hermanos, por lo que respecta a la gran pirámide de Egipto. Es necesario que sepáis que cualquier especulación sobre la gran pirámide, la cual hayan realizado Autoridades Generales u otras personas, de ninguna manera representa el punto de vista oficial de la Iglesia. No tenemos nada que hacer, absolutamente nada, con la gran pirámide.
Algunos especulan sobre ciertas prácticas relativas a la alimentación. Algunos extremistas cometieron una gran injusticia al hermano John A. Widtsoe en ese sentido. A mí me molestaba un poco cuando, después de alguna conferencia, alguien me abordaba y decía: “¿Cree usted que el comer pan blanco constituye una violación de la ley de Dios?” Yo respondía: “No. No creo que la ley de Dios contemple el comer pan blanco o azúcar blanca, no creo que la ley de Dios se ocupe de esas cosas. Por una parte, si el Señor se opusiera al consumo de azúcar blanca, ¿entonces por qué dio una revelación indicando al pueblo que construyera una fábrica de azúcar blanca en los primeros días de la Iglesia? No creo que el Señor diera una revelación diciendo que construyeran una fábrica de azúcar blanca, y diera otra revelación diciendo que no se debe comer la azúcar blanca. El Señor no es incongruente.”
En cierta ocasión, pronuncié un discurso en una conferencia general, el cual se refería a este tema. Después de la conferencia, me abordaron tres panaderos, y al día siguiente todavía uno más, quienes protestaban por lo que había yo dicho. Pero no acostumbramos apoyar las modas. Si algunos lo hacen, no están representando el punto de vista oficial de la Iglesia. El presidente Joseph F. Smith nos habla sobre este tema:
“Y sé esto, que Dios ha organizado su Iglesia en la tierra, y sé que cuando El decrete o se proponga hacer cambio alguno en el asunto de gobernar o dirigir o presidir los asuntos de su Iglesia, El efectuará el cambio y lo hará de tal manera que todos los miembros de la Iglesia que estén obrando rectamente, lo entenderán y aceptarán. Sé que el Señor no levantará a ‘fulano, mengano o zutano’, acá y allá y por todas partes, para hacerse pasar por Cristo o ‘uno fuerte y poderoso’, diciendo que ha sido inspirado y llamado para realizar alguna cosa notable. El Señor no obrará con los hombres de esa manera; y mientras la organización de la Iglesia exista, mientras los quórumes y consejos del sacerdocio permanezcan intactos en la Iglesia, el Señor revelará sus propósitos por medio de ellos, y no por ‘fulano, mengano o zutano’. Así que, anotadlo en vuestras libretas y tenedlo presente; es cierto” (Doctrina del Evangelio, pág. 35).
Creo que una de las grandes secciones de Doctrinas y Convenios es la sección 21. En ella el Señor designa al presidente de la Iglesia como profeta, vidente, revelador y traductor de la Iglesia. Después, habla a todos los miembros refiriéndose al presidente, y dice:
“Por tanto, refiriéndose a la Iglesia, daréis oído a todas sus palabras y mandamientos que os dará según los reciba… porque recibiréis su palabra con toda fe y paciencia como si viniera de mi propia boca” (D. y C. 21:4, 5).
Después, añade una gran promesa:
“Porque si hacéis estas cosas, las puertas del infierno no prevalecerán contra vosotros; sí, y Dios el Señor dispersará los poderosos de las tinieblas de ante vosotros y hará sacudir los cielos para vuestro bien y para la gloria de su nombre” (D. y C. 21:6).
Esta es una gran declaración, y coloca al presidente de la Iglesia en una posición frente a nosotros que no podemos malentender. El presidente de la Iglesia es un profeta, vidente y revelador. Hemos de recibir su palabra “con toda fe y paciencia como si viniera de mi propia boca”, dice el Señor. Bien, Esto no significa que el presidente de la Iglesia va a proferir profecía a cada instante. Tal vez a él le guste ir a algún espectáculo, y allí no va a actuar como profeta. Pero cuando actúa dentro del poder de su oficio, es un profeta y el oráculo del Todopoderoso.
Quisiera profundizar un poco más en esto, y nuevamente deseo que no se malentienda.
En la Iglesia, si el Señor desea dar una revelación al cuerpo de miembros, la da a través del presidente de la Iglesia. El presidente de la misma no solamente se presenta ante los miembros y anuncia espontáneamente la revelación. Este es el procedimiento que se sigue: el presidente primeramente presenta cualquier asunto de reglamentos, doctrina u otras cuestiones a sus consejeros. Después ellos lo presentan en una reunión de la Primera Presidencia y el Consejo de los Doce, la cual se efectúa cada martes a las 10:00 de la mañana. Esos quince hombres se reúnen en consejo y a eso se le da el nombre de Consejo de la Primera Presidencia y el Quórum de los Doce. Allí el presidente presenta los asuntos y, después de deliberarlo bien, cuando ya todos han tenido la oportunidad de hacer preguntas y cuando ya se ha orado sinceramente respecto al asunto, se pide un voto de aceptación o rechazo. Cuando ya se ha realizado una votación afirmativa y se ha llegado a una decisión unánime, entonces el asunto se anuncia a los miembros de la Iglesia. Así es como funciona: en la práctica.
Os daré algunos ejemplos de casos en que eso ha ocurrido. Primeramente me referiré al Manifiesto, que se relaciona con la doctrina del matrimonio plural. Traigo conmigo un resumen de los comentarios hechos por el presidente Wilford Woodruff en la conferencia de la Estaca de Cache, que se realizó en Logan el domingo 1° de noviembre de 1891, por la tarde. Dice así:
“El domingo pasado, en Brigham City, hice algunos comentarios sobre este mismo principio de la revelación. Leed vosotros la biografía de Brigham Young, y difícilmente encontraréis revelación en la que haya dicho: ‘Así dice el Señor.’ Más el Espíritu Santo estaba con él; enseñaba por inspiración y revelación; pero, salvo una sola excepción, no daba esas revelaciones en la misma forma como lo hizo José; pues no fueron escritas ni dadas como revelación y mandamiento a la Iglesia en las palabras ni en el nombre del Señor. José decía: ‘Así dice el Señor’ casi cada día de su vida, mientras establecía los fundamentos de esta obra. Pero quienes vinieron después de él, no siempre han juzgado necesario decir ‘Así dice el Señor’, sin embargo, han conducido al pueblo con el poder del Espíritu Santo. Y si vosotros deseáis saber lo que esto significa, leed los primeros seis versículos de la sección 68 de Doctrinas y Convenios, donde el Señor dice a Orson Hyde, Luke Johnson, Lyman Johnson y William E. McLellin que salgan a predicar el evangelio a la gente según sean movidos por el Espíritu Santo:
“ ‘Y lo que hablen cuando sean inspirados por el Espíritu Santo, será escritura, será la voluntad del Señor, será la intención del Señor, será la palabra del Señor, será la voz del Señor y el poder de Dios para salvación.’
“Es por este poder cómo hemos conducido a Israel. Por este poder presidió el presidente Young sobre la Iglesia y la dirigió. Por el mismo poder presidió y dirigió la Iglesia el presidente John Taylor. Y yo he obrado de la misma manera, de acuerdo con lo mejor de mis habilidades, en la misma capacidad. No quiero que los miembros de la Iglesia piensen que el Señor no está con nosotros ni que no nos está dando revelaciones, pues sí nos está dando revelaciones, y lo seguirá haciendo hasta que esta obra quede consumada.
“He tenido algunas revelaciones recientemente, siendo importantes para mí algunas de ellas, y les diré lo que el Señor me ha dicho. Permitidme recordaros en qué consiste el Manifiesto. El Señor me ha informado por revelación que hay muchos miembros de la Iglesia en todas partes de Sión que sufren a causa de este Manifiesto. Y también por motivo del testimonio de la Presidencia de la Iglesia y de los apóstoles ante el Maestro, quien estaba presidiendo sobre su consejo. Desde que recibí esta revelación he escuchado de muchos para quienes estas cosas son pruebas, aunque no había oído de nadie antes sobre el particular. Ahora, el Señor me ha mandado hacer una cosa, y yo cumplí este mandamiento en la conferencia de Brigham City el domingo pasado, y haré lo mismo ahora aquí. El Señor me ha mandado formular una pregunta a los Santos de los Últimos Días, indicándome también que si escuchaban lo que les decía y contestaban la pregunta que les planteara, por el espíritu y poder de Dios, todos responderían igual, y todos tendrían el mismo parecer respecto a este asunto. La pregunta es ésta: ‘¿Cuál es el curso más sabio que los Santos de los Últimos Días deben seguir? ¿Continuar tratando de practicar el matrimonio plural, con las leyes de la nación en su contra y la oposición de tos sesenta millones de personas, a costa de la confiscación y pérdida de todos los templos, la suspensión de todas las ordenanzas, tanto para los vivos como para los muertos, y el encarcelamiento de la Primera Presidencia y los Doce y los jefes de las familias de la Iglesia, la confiscación de los bienes personales de la gente (todos los cuales de sí mismos suspenderían la práctica), o, ¿después de hacer y padecer lo que hemos hecho y producido mediante nuestra adhesión a este principio, cesar la práctica y someternos a la ley y por hacerlo así dejar a los profetas, apóstoles y padres en su hogar, para que puedan instruir a la gente y atender los deberes de la Iglesia, y también dejar los templos en manos de la Iglesia, para que puedan atender las ordenanzas del evangelio, tanto por los vivos como por los muertos?’
“El Señor me ha mostrado por visión y revelación lo que exactamente acontecería si no suspendemos esta práctica. Si no la suspendemos de nada serviría que el hermano Merril el hermano Edlefson, el hermano Roskelley, el hermano Leishman, o cualquier otra persona oficiara en este Templo de Logan; pues todas las ordenanzas se suspenderían por todo el país de Sión. La confusión reinaría en todas partes de Israel, y muchos hombres serían prisioneros. Estas dificultades acometerían a toda la Iglesia, y estaríamos obligados a suspender la práctica. Ahora, la pregunta es, si debe ser suspendida la práctica así o como el Señor nos lo ha manifestado, dejar que nuestros profetas, apóstoles y padres queden libres, y los templos en manos del pueblo para que los muertos sean redimidos. Muchos de nuestros antepasados han sido ya liberados de la prisión en el mundo espiritual por este pueblo y, ¿seguirá la obra adelante o se suspende? Esta es la pregunta que yo expongo ante los Santos de los Últimos Días. Tenéis que juzgar por vosotros mismos. Yo os pido contestarla vosotros mismos. No la contestaré yo; pero yo os digo que esta es la condición en que nosotros, como pueblo, nos encontraríamos si no seguimos el curso que debemos tomar.
“Yo sé que hay muchos hombres buenos y probablemente algunos dirigentes, en esta Iglesia que han sido probados, creyendo que el presidente Woodruff había perdido el Espíritu de Dios y estaba a punto de apostatar. Ahora, deseo que comprendáis que no ha perdido el Espíritu, ni está a punto de apostatar… El Señor está con él y con su pueblo. Él me ha dicho exactamente lo que debo hacer, y cuál sería el resultado si no lo hiciéramos. Amigos de fuera de la Iglesia me han pedido e instado para tomar algunas medidas respecto a este asunto. Estaban enterados del curso que el gobierno estaba decidido a tomar. Este parecer se ha manifestado también más o menos por los miembros de la Iglesia. Yo veía exactamente lo que acontecería si no se hiciera algo. Yo he sentido en mí este espíritu desde hace mucho tiempo. Pero deseo decir esto: Yo hubiera permitido que todos los templos nos fueran quitados, hubiera yo mismo ido a la cárcel, y permitido que todos los miembros fueran también a ésta, si el Dios del cielo no me hubiera ordenado hacer lo que hice, y cuando llegó la hora de cumplir este mandamiento, fue para mí todo claro. Acudí ante el Señor, y escribí lo que El me ordené escribir. Lo expuse ante mis hermanos, hombres fuertes como el hermano George Q. Cannon, el hermano Joseph F. Smith y los Doce Apóstoles. Podría haber detenido a un ejército de su marcha que hacerles retractarse de un curso que consideraban justo. Estos hombres estuvieron de acuerdo conmigo. ¿Por qué? Porque fueron inspirados por el Espíritu de Dios y por las revelaciones de Jesucristo para hacerlo” (Reseñas históricas, págs. 148-149).
El Presidente sí sometió este asunto a sus consejeros y después a los Doce, y votaron sobre la cuestión. Luego, debido a la revelación que he descrito, los hermanos redactaron el manifiesto. El manifiesto no fue dictado por revelación del Señor; fue redactado por los hermanos, quienes se basaron en la revelación que había sido dada al presidente Woodruff. Antes de publicarlo, fue sometido a la votación de los miembros, los cuales lo aceptaron y convinieron en que fuera obligatorio.
En la conferencia del 6 de octubre de 1890, donde se leyó el manifiesto, el presidente Lorenzo Snow hizo la siguiente proposición:
“Propongo que, reconociendo a Wilford Woodruff como Presidente de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, y el único hombre sobre la tierra que actualmente tiene las llaves de las ordenanzas para sellar, lo consideremos plenamente autorizado, en virtud de su posición, para expedir el Manifiesto fechado el 24 de septiembre de 1890, que se ha leído en nuestra presencia; y que como Iglesia, reunida en Conferencia General, aceptemos su declaración en cuanto a los matrimonios polígamos como autorizada y obligatoria.”
El voto a favor de la proposición anterior fue unánime.
Como podéis ver, así es como se convierte en obligatoria entre la Iglesia la nueva revelación, la nueva ley y la nueva doctrina.
Como segundo ejemplo, permitidme referirme al programa de bienestar de la Iglesia. Tengo un extracto de un discurso pronunciado por el presidente J. Reuben Clark en una reunión regional para tratar asuntos del plan de bienestar, en Provo, Utah, el 3 de agosto de 1951. El presidente Clark dijo:
“El plan de bienestar se refiere al cuidado de los pobres. Se refiere al trabajo, en tanto que podamos realizarlo y los pobres puedan aportarlo, a cambio de lo que se recibe. Se refiere a la donación de bienes de parte de quienes pueden hacerlo, y se refiere a entregar al almacén colectivo, al que todos los justos tienen acceso, algunos de los bienes con que hemos sido bendecidos. Tiene que ver con el cuidado de la Iglesia por quienes necesitan esa ayuda, con el cuidado de los padres hacia los hijos, y el de éstos hacia sus padres cuando éstos sean ancianos.
“Las cuestiones fundamentales de estas revelaciones, las hemos tenido desde la época de Adán. No son nada nuevo. Son revelaciones, y son la palabra de Dios a nosotros en la actualidad, tal como lo ha sido en todas las épocas desde que Adán fue colocado en la tierra.
“Así que deseo que nadie salga de esta reunión con duda alguna de que el plan de bienestar nos fue dado por revelación y que se inició en los tiempos de Adán y ha continuado hasta el presente día…
Ahora tomad nota de esto:]
“…La revelación que fue dada al presidente Grant para que estableciera el plan de bienestar, le fue dada meramente para que se fundara la organización que fuera capaz de reunir los medios necesarios para quienes carecieran de ellos.”
Los principios del plan de bienestar ya habían sido revelados de antemano y datan, como nos dice el hermano Clark, desde los días de Adán. Pero al presidente Heber J. Grant fue dada revelación para que iniciara una organización que reuniera todos estos bienes en una forma concreta. ¿Cómo procedió él? Lo discutió con sus consejeros, de la misma manera como lo hizo el hermano Woodruff con respecto al Manifiesto; habló con los Doce, así como lo hizo el hermano Woodruff; hicieron una votación, y después lo comunicaron al pueblo. Así es como se reciben en la Iglesia las nuevas revelaciones y leyes.
Ahora, este es un punto que no quiero que malentendáis. Cuando asisto a una conferencia de estaca, lo hago como representante del presidente de la Iglesia. Voy como representante de la Iglesia, por tanto represento los puntos de vista oficiales de la misma, en vez de los míos propios. Si en el ejercicio de mi libre albedrío me salgo del margen y digo algo contrario a mis deberes, entonces no estoy predicando bajo la luz y la guía del Espíritu Santo; pues el Espíritu Santo no va a inspirarme para que predique doctrina contraria a las normas establecidas en la forma que les acabo de describir. Así que,—como miembro del Consejo de los Doce, nunca -predico deliberadamente nada que sea contrario a lo que los hermanos han decidido, pues mi responsabilidad consiste en salir a promulgar las normas establecidas oficialmente por los consejos que presiden la Iglesia.
Como apóstol de la Iglesia, no puedo salir a anunciar alguna doctrina o norma. Si así lo hiciera, estaría saliéndome de mi deber. Las únicas cosas que puedo anunciar son aquellas que los Hermanos de antemano han dado a conocer oficialmente.
Los Hermanos me ordenan ir a una estaca y poner en orden todas las cosas en ese lugar, Pero yo conozco de antemano el procedimiento que he de seguir, y éste se relaciona con ordenaciones, organización, predicación de doctrina y dar a conocer normas.
Las personas que no están en armonía con estos principios se meten en dificultades porque no son humildes ni siguen la línea del deber limitándose en sus enseñanzas y doctrinas a los puntos de vista oficiales de la Iglesia. Esto es una cosa que todo miembro de la Iglesia debe comprender. Cada obispo y cada maestro debe entenderlo. El maestro que habla por sí solo y enseña cosas extraoficiales y que no van de acuerdo con la doctrina de la Iglesia está errado.
Recuerdo haber asistido a una clase de la Escuela Dominical de cierto barrio donde toda la lección consistió en un artículo tomado de Selecciones del Reader’s Digest. Era un buen artículo, en realidad; pero no había religión en él. Después de la reunión, me acerqué al superintendente de la Escuela Dominical y le hice ver que aunque la discusión había sido interesante, yo pensaba que el maestro debió haber permanecido dentro de su deber oficial. Me dijo: “Bueno, es que ese maestro no usa el manual.”
“¿Qué usa?” le pregunté.
Usa Selecciones del Reader’s Digest.”
Durante todo el año, aquel maestro había sacado sus lecciones del Reader’s Digest. A ese maestro se le debió haber hecho que se arrepintiera o renunciara. No tenía derecho a poner a un lado el orden establecido de la Iglesia, y para él el orden establecido consistía en el manual provisto por la directiva general de la Escuela Dominical.
Conocí otro barrio donde el obispo se negaba a llevar el programa de Escultismo. Ese obispo no tenía derecho a hacer a un lado el programa oficial de la Iglesia; no tenía derecho a sustituirlo con otra cosa.
Cuando un hombre acepta un cargo en la Iglesia, acepta también la responsabilidad que eso entraña, la cual consiste en apegarse al procedimiento establecido y no irse por su propio camino. No existe diferencia en esto entre un obispo o un superintendente o maestro de Escuela Dominical. No existe diferencia tampoco entre un apóstol o un miembro del Consejo de los Setenta o el Obispado Presidente. Somos representantes oficiales de la Iglesia.
Como maestros del sistema educativo de la Iglesia, vosotros sois representantes de la Iglesia. Y si estáis enseñando algo indebido, estáis siendo desleales a vuestro llamamiento; fuisteis nombrados oficialmente, entonces realizad una labor oficial.
En la Iglesia primitiva había apóstoles y profetas “a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo”. Y, como recordaréis, el deber de ellos era ayudar a la gente para que no fuera llevada “por doquiera de todo viento de doctrina” (Efesios 4:12, 14).
Si alguien os presenta una revelación o doctrina nueva que de veras parezca buena, es vuestro deber investigar de dónde procede. ¿Sabéis cómo determinar si viene de Dios?
Debe estar en armonía con las Escrituras y con el profeta, vidente y revelador actual. Si un hombre me trajera una doctrina o revelación nueva, lo primero que yo haría sería acudir al Presidente de la Iglesia y preguntarle: “¿Recibió usted esto?” Y si él contestara: “No. Ignoro esta cuestión”, entonces yo regresaría con tal hombre y le diría: “Conserve usted esto; no quiero nada con ello.”
Recordad el capítulo cuatro de Efesios; recordad que los profetas, videntes y reveladores están en la Iglesia a fin de evitar que la gente sea llevada por todo viento de doctrina.
Así que comparad las enseñanzas del mundo con las del Presidente de la Iglesia, y si tenéis dudas sobre alguna doctrina, no la enseñéis hasta no haber obtenido el permiso correspondiente del Presidente de la Iglesia. Así estaréis en lo seguro.
Vosotros nos apoyáis como profetas, videntes y reveladores, sin embargo, no hay uno solo de nosotros que trataría de dar una nueva revelación a la Iglesia, pues conocemos el conducto por el cual viene la revelación. Es responsabilidad mía sostener las normas que han sido establecidas por el consejo apropiado.
¿Qué autoridad poseo, entonces? Los Doce reciben por ordenación toda la autoridad que fue dada al profeta José Smith por todos los ángeles que le confirieron esa autoridad. Al tiempo de ser ordenado, todo nuevo apóstol recibe toda llave y autoridad que fue dada a José Smith por el ángel sagrado, pero el apóstol no usa todos estos poderes. Por ordenación es nombrado presidente de la Iglesia y este hombre —apóstol mayor— recibe el poder para ejercer todas estas llaves y poderes a la vez, en calidad de Presidente de la Iglesia. Y este es el único conjunto de todo el mundo que puede hacer esto.
Como apóstoles, son profetas, videntes y reveladores, pero conocen las limitaciones de su oficio. No intentan usurpar los poderes del Presidente de la Iglesia. Por el contrario, lo aceptan como líder suyo y todos trabajan en armonía bajo la dirección del Espíritu. Hay orden en la Iglesia.
























