Genealogía

Genealogía

Por el Dr. Juan A Widtsoe

Publicado en “Mensajero Deseret” Enero 1945

¿Cuál es nuestra obligación personal para la salvación de nuestros muertos?

La obra para la salvación de los muertos es de suprema importancia. José Smith declaró que “. . . nosotros sin ellos (los muertos) no podemos ser hechos perfectos; ni ellos sin nosotros pueden ser hechos perfectos”. (D. y C. 128-18). En otra ocasión el profeta dijo: “La más grande res­ponsabilidad en este mundo que Dios puso sobre nosotros es buscar por nues­tros muertos, (Enseñanzas del profe­ta José Smith, p. 356). Y el amones­tó que, “estos Santos que son negli­gentes en beneficio de sus parientes fallecidos, lo hacen con peligro de su propia salvación”. (Enseñanzas pág. 393).

La razón básica de la importancia de la obra para los muertos, es que el Señor desea salvar a todos sus hijos. El plan de salvación es absolutamen­te universal. La obra del Señor no será completada hasta que todos los que vengan a morar sobre la tierra hayan tenido una plena y equitativa oportunidad de aceptar o rechazar el Evangelio. El poder para hacerlo así permanece con los muertos en el mundo espiritual, donde el Evange­lio les será predicado.

Sin embargo las posibles bendicio­nes de la salvación están condiciona­das sobre la obediencia a los princi­pios y ordenanzas del plan. Los muer­tos tanto como los vivos deben cum­plir con los requerimientos para la salvación. Estos requerimientos son de naturaleza dual. Estos que pueden aplicarse en la vida después de ésta, en el cielo, y éstos que deben ser eje­cutados sobre la tierra. Fe y arre­pentimiento pueden ser desarrollados en el mundo espiritual. Bautismo con agua (un elemento estrictamente te­rrenal) una ordenanza necesaria del evangelio, puede ser ejecutada única­mente sobre la tierra.

Esto hace a los muertos dependien­tes de nosotros, los vivos, por ayuda. Siendo que los muertos no pueden so­meterse por sí mismos a las ordenan­zas que son específicamente de la tierra, no obstante que por edicto di­vino son requisito para la entrada en el reino del cielo, la única cosa que puede ser hecha, puesto que la ley no puede ser quebrada, es de que algún viviente en la tierra ejecute estas or­denanzas en beneficio de los muer­tos. Tal obra vicaria, por supuesto, vendría únicamente a ser efectiva cuando los muertos acepten la obra así hecha para ellos. Esto provee un modo, por el cual, con la ayuda de los vivos, los fieles muertos pueden alcanzar su pleno destino.

A menos que nosotros, los vivos, ejecutemos tal obra para los muertos, nos ponemos en contra del propósito del Señor en cuanto a todos sus hijos. Esto coloca sobre nosotros, de cada generación aun entre los vivientes, el deber de ayudar a completar el plan de salvación. A tal ayuda todos nos­otros estamos obligados, por haber aceptado las proposiciones presenta­das en el concilio en los cielos. Nos­otros acordamos allí de ayudar a lle­var el plan a su finalización. Esto ex­plica la afirmación del Profeta, de que nuestra más grande obligación es ayudar a abrir las puertas de la salvación para los muertos; y tam­bién la amonestación de que nosotros ponemos en peligro nuestra propia salvación por ser negligentes a este deber.

El primer paso hacia tal ayuda, y un paso necesario, es asegurar los nombres de los muertos con suficien­tes datos vitales en cuanto a paren­tesco, tiempo y lugar de nacimiento, matrimonio y muerte. Tal búsqueda genealógica debiera comenzar con la información poseída por nuestros fa­miliares inmediatos—padres, abuelos, bisabuelos— lo cual proveerá llaves y conexiones cuando los libros ma­nuscritos sean más tarde examinados.

La investigación genealógica, una de las más importantes actividades de los Santos de los Últimos Días, es de poco valor, a menos que no sea hecha la obra en los templos para nuestros familiares ya idos. El segun­do paso para ayudar a los muertos, es, por lo tanto, abrir las puertas de la salvación por ejecutar las orde­nanzas de los templos para ellos, bautismos, dotaciones y el sellamiento de los grupos familiares.

La llave al éxito y gozo en tal obra, es la regularidad. Hacer algu­na obra genealógica en los templos en períodos fijos, regulares, trae grandes recompensas en una tarea realizada, y una satisfacción interior. Estos que no han tratado de hacerlo han perdido mucho. Una de las más grandes recompensas de hacer la obra para los muertos es que asegura la organización de toda la familia humana. El gobierno del cielo es por familias. Es patriarcal. Todos los que aceptan el evangelio son reunidos, como una unión de familias, como una gran familia. Por lo tanto una parte de la obra para los muertos quienes aceptan el evangelio, es se­llar los miembros de las familias jun­tos para la eternidad. Aquellos que fueron casados hasta que la muerte los separase, están sellados por nos­otros para toda la eternidad. A tales parejas casadas por la eternidad, les son sellados, por la eternidad, los hi­jos que les fueron nacidos sobre la tierra, bajo el matrimonio limitado por tiempo.

Así la cadena de las familias será unida, hacia atrás al primer hombre y mujer. Así los fieles de la tierra de tocias las edades, serán como una gran familia. Esta es la organización es­tructural de la raza de los fieles hi­jos de Dios. Esto hace posible mucho de los más gloriosos dones del plan de salvación.

La doctrina o el poder de sellar de Elías es como sigue: Si tú tienes el poder para sellar en la tierra y, en los cielos entonces seremos sabios. Lo pri­mero que haréis, es ir y sellar en la tierra tus hijos e hijas a tí mismo y tú a tus padres en gloria eterna, y sigue adelante, y no retrocedas, sino que usa un poco de sabiduría, y sella todo lo que puedas, y cuando vayas al cielo dí a tu Padre que todo lo que sellas en la tierra debe se sellado en el cielo, de acuerdo a su promesa (En­señanzas, pág. 340).

Debiera ser recordado que la obra para los muertos debe ser hecha por cada individuo separadamente. El hombre hace la obra por un hombre, y la mujer por una mujer. El modelo para la tierra y el cielo es el mismo.

“Un hombre es ordenado y recibe sus lavamientos, unciones y dotacio­nes, por la porción masculina de la posteridad suya y de su esposa, y su esposa por la porción femenina”. (Discursos de Brigham Young, p. 405).

Salvación en masa no es menos po­sible para los muertos que lo es para los vivos. Cada individuo, vivo o muer­to, debe actuar por sí mismo, y nun­ca debe ser sumergido en un grupo. Así es mantenido el derecho de libre agencia y responsabilidad personal.

“…Cada hombre que desea sal­var a su padre, madre, hermanos, hermanas, y amigos, debe efectuar todas las ordenanzas para cada uno de ellos separadamente, de bautismo a ordenación, lavamientos y unciones, y recibir todas las llaves y poderes del sacerdocio, igual que para sí mis­mo”. (Enseñanzas, p. 363).

Obrar en la tierra para los muer­tos, conecta los mundos terrenal y es­piritual. Trasciende el tiempo y se mueve en la eternidad. No puede ser hecha por nadie a voluntad, requie­re autoridad especial. El bautismo, la dotación, y todas las otras ordenan­zas vicarias, son realizadas bajo la autoridad del sacerdocio. A la Iglesia le ha sido conferida autoridad especial para el sellamiento de los muer­tos, esposas a esposos, hijos a padres. Este es un poderoso poder, el más grande entregado a la Iglesia.

“Y yo te daré las llaves del reino del cielo; y todo lo que atares en la tierra, será atado en el cielo; y todo lo que desatares en la tierra será de­satado en los cielos”. Mateo 16: 19 ver también D. C. 132-46).

Las llaves de este poder y autori­dad son poseídas por el presidente de la Iglesia, y por él sólo. Él puede conferir a otros el poder para efec­tuar tales sellamientos, por períodos limitados, y en lugares fijados, pero puede retirar la autoridad en cual­quier tiempo. Esta obra sagrada para los vivos y para los muertos es ejecu­tada en lugares especialmente dedi­cados para tal propósito. Dondequiera que los santos puedan hacerlo, se de­ben edificar templos para realizar estas obras sagradas. Y cuando exis­ten templos, las ordenanzas de dota­ciones, y la obra para los muertos no puede ser hecha en otros lugares.

“Porque esta ordenanza pertenece a mi casa, y no puede ser aceptable ante mí, sino únicamente en los días de vuestra pobreza, en los que no podéis edificar para mí una casa”. (D. y C. 124-30). No habrá más bau­tismos para los muertos, hasta que la ordenanza pueda ser realizada en la casa del Señor. (Enseñanzas, p. 193).

Esto explica por qué los Santos de los Últimos Días son un pueblo edifi­cador de templos.

Aquellos que aceptan la obligación de ayudar a llevar el evangelio a toda la familia humana, vivos y muer­tos, reciben grandes recompensas. La obra para gente ya ida de la tierra, hace tiempo, y desconocida a nos­otros, desarrolla el desinterés. Nos en­trena en la imitación del Señor, quién dió su vida en medio de profundos su­frimientos, por sus hermanos y her­manas en la tierra. Un poderoso en­tendimiento sigue a tal servicio, que capacita al hombre a enfrentar más perfectamente cada aspecto de la vida, y a vivir dignamente ante los hombres y ante Dios.

Ningún otro requerimiento de la iglesia eleva al hombre más cerca a la semejanza de Dios. En una peque­ña medida nosotros hacemos por nues­tros hermanos y hermanas, lo que el Señor hizo para nosotros. Como El, venimos a ser salvadores de otros, “salvadores en el monte de Sión”. Lean las palabras de José Smith el Profeta:

¿Pero cómo podrán ellos (el pue­blo de la Iglesia) ser salvadores en el monte de Sión? Por edificar sus templos, erigir sus fuentes bautisma­les, y adelantarse y recibir todas las ordenanzas, bautismos, confirmacio­nes, lavamientos, unciones, ordena- zas, y poderes sellantes sobre sus ca­bezas, en beneficio de todos sus pro­genitores que han muerto, y redimir­los para que ellos puedan salir en la primera resurrección, y ser exalta­dos, a tronos de gloria con ellos; y ésta es la cadena que liga los corazo­nes de los padres a los hijos, y los hijos a los padres, lo cual cumple la misión de Elías. (Enseñanzas, p. 330).

Publicado en “Mensajero Deseret” Enero 1945

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