La Oración es Básica
Por J. Reuben Clark, hijo
Discurso de la conferencia dado en el Tabernáculo el 4 de octubre de 1952.
Mis hermanos, quisiera decir sólo una palabra en gratitud por esta magnífica música que hemos escuchado. Ayer escuchamos a las Madres Cantantes, hoy escuchamos a los santos alemanes, y mañana escucharemos al gran Coro del Tabernáculo. Somos una gente cantante, y estoy seguro que el Señor quiere a una gente cantante. Que Dios bendiga a nuestros cantantes, que suavice sus voces para que sean aún más dulces que ahora, para que canten alabanzas a Dios.
Mis hermanos, me paro ante ustedes en humildad y en sinceridad, pidiendo el interés de su fe y oraciones, para que pueda decir algo que sea para nuestro bienestar. Ustedes saben que pedimos estas bendiciones como una cosa real, no como una cosa de hábito, sino sabiendo en realidad que sin la ayuda de nuestro Padre Celestial no podemos hacer por nosotros mismos algo que sea de mucho provecho.
No tan solamente somos una gente cantante, sino también somos una gente de oración, y nuestras oraciones van a nuestro Padre Celestial y sabemos que él las puede escuchar, y sí, las escucha, y que según su sabiduría las contestará; quizá no en la manera que pensamos que deben ser contestadas, porque nuestras oraciones siempre deben ser rendidas para que puedan ser contestadas de acuerdo con su voluntad, y en esta manera nos vienen las respuestas. Por supuesto, cuando oramos, debemos expresar nuestros deseos en cuanto a las cosas que queremos, pero siempre debemos orar sin prejuicios, pidiendo al Señor que derrame sus bendiciones sobre nosotros en su sabiduría. No debemos pedir a Dios que nos dé todo lo que queremos y suplicarle que nos lo dé, a menos que le pidamos todo de acuerdo con su voluntad.
La oración es básica
El asunto de la oración y la contestación a la oración, para nosotros es básica. En ella descansa la doctrina entera de la revelación continua, porque oramos a Dios que nos dé su revelación y su inspiración. Yo sé que cada persona en este gran Tabernáculo, a través de los años, ha visto manifestaciones del poder de Dios en contestación a la oración.
Está escrito que cuando se presentó una crisis, el Salvador mismo, siempre acudía a su Padre en oración y le pidió ayuda y guía, y el Padre siempre se las daba.
Se acordarán ustedes de la primera gran oración que abrió esta dispensación. Se rindió como resultado de las declaraciones de Santiago:
“Y si alguno de vosotros (no solamente unos selectos, sino cualquiera de vosotros) tiene falta de sabiduría, demándela a Dios, el cual da a todos abundantemente, y no zahiere; y le será dada.
“Pero pida en fe, no dudando nada; porque el que duda es semejante a la onda de la mar, que es movida del viento y echada de una parte a otra.
“No piense pues, el tal hombre, que recibirá ninguna cosa del Señor”, —si no ora así. (Santiago 1:5-7).
Por medio de esta oración, así fomentada, vino una de las visiones más grandes de que tenemos registro, la visita del Padre y el Hijo a un joven orando en el bosque, el profeta José Smith.
Repito que éste es el lema de toda esta dispensación moderna. Orar, orar siempre, ha sido el consejo de nuestros líderes, de nuestros profetas y de nuestro Padre Celestial.
Durante los grandes discursos que el Salvador predicó la noche antes de la crucifixión, siempre recurría a este pensamiento:
“De cierto, de cierto os digo, que todo cuanto pidiereis al Padre en mi nombre, os lo dará”. (Juan 16:23).
Pero debemos recordar que en cuanto a esto, las palabras del profeta Aarón en este continente, cuando dijo que debemos pedir en fe, con una alma arrepentida. Esta es la única manera que la oración nos puede traer lo que buscamos.
El combinar la oración y la fe
Si quieren saber lo que juntas pueden hacer la oración y la fe, lean el relato del hermano de Jared, cuando acudió al Señor y le pidió que el Señor les diera una luz para sus barcos, que les iban a llevar sobre el mar.
Se acordarán que el hermano de Jared oró con tanta fuerza que vió el dedo del Señor tocar las piedras que les darían luz, y el relato dice que la fe de él fué tan grande, que no podría quedar en este lado del velo; fué más allá del velo que nos obscurece la vista y vió el dedo del Señor. El Señor le preguntó qué más había visto, y él dijo que nada más el dedo, y le contó de su humildad y sus deseos. Entonces el Señor apareció a él como iba a aparecer en la tierra.
Se acordarán ustedes del muy conocido incidente de Elías y los sacerdotes de Baal, y cómo Elías, con fe y oración, frustró los designios de los sacerdotes de Baal. Los venció y llamó de los cielos fuego, que consumió no solamente el becerro que estaba para sacrificarse, sino también la leña y piedras sobre las que yacía, y entonces secó el agua que fué regada sobre todo y que yacía en el foso que rodeaba el altar.
“Del alma es la oración”. Oren, mis hermanos y hermanas, oren por la inspiración. Por la sabiduría. Y si quieren saber para qué orar, lean las palabras de Amulek cuando les dijo a ustedes que podrían orar por las cosechas y sus rebaños, que podrían orar para que sus enemigos no les sobrevengan, y por todas las demás cosas que se necesitan para su vida cotidiana. Pero recuerden la enseñanza de Aarón: La oración tiene que tener como base la fe y el arrepentimiento del pecado.
Me refiero otra vez a las palabras del Salvador en su última noche. Les sería provechoso leer estos últimos capítulos de Juan. Piensen ustedes en ellos. Contienen mucho que es de mucho valor para nosotros.
Traigan a la memoria el milagro de la Puerta Hermosa, que hizo Pedro, cuando dijo al limosnero que fué llevado allí cada mañana, cojo desde el vientre de su madre:
“Mira a nosotros”. Y el cojo los miró, esperando recibir limosnas, y Pedro dijo: “Ni tengo plata ni oro; mas lo que tengo te doy; en el nombre de Jesucristo de Nazaret, levántate y anda”. Y el hombre se levantó y anduvo, y saltó y entró con ellos en el templo, y entonces los líderes de Israel echaron a Pedro y a Juan en la cárcel y los llevaron al juicio y les pusieron castigo.
Pero la cosa a la cual me quiero referir es a lo que Pedro dijo (como ha sido citado aquí muchas veces) al concilio, cuando se le preguntó en qué nombre hizo esto:
“Que en el nombre de Jesucristo de Nazaret. . . por qué no hay otro nombre debajo del cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos”. (Hechos 4:10-12).
Añade su testimonio
Quiero añadir mi testimonio a los que se han dado, que Jesús, el Cristo, es el Mesías.
Tengo un conocimiento espiritual de que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios. Que él vivió, movió, predicó, actuó, e hizo milagros, fué crucificado, puesto en la tumba, y que a la mañana del tercer día se levantó de la tumba. Que después fué visto, primero, aparentemente, por María Magdalena, de quien había echado siete demonios. Fué asombroso que una mujer de esta clase tuviera la fe de ser el primero de ver al Salvador después de su resurrección. Que entonces apareció a las mujeres de Galilea y entonces a dos en el camino a Emmaús, y algún tiempo, durante el día, apareció a Pedro. Entonces a los diez que estaban congregados en el cuarto, durante la noche, y una semana más tarde a los once. Entonces a la multitud en el Mar de Galilea, y entonces a Jacobo, y entonces a Pedro, Santiago y Juan, Natanael y Tomás, el que se dice el Dídimo, y a dos más en el Mar de Galilea, entonces a los once anteriores a su ascensión. Entonces apareció en este continente a los nefitas. Y al fin a José en el bosque, presentado por el Padre mismo, en persona; más tarde a José y a Sidney en el Templo.
Doy testimonio que el Espíritu me ha dado testimonio a mí de estas cosas.
Hermanos y hermanas, oren, oren en humildad, oren siempre, oren entre sus familias, oren en secreto; vivan, guardando los mandamientos del Señor, para que sus oraciones asciendan a nuestro Padre Celestial. Vivan en tal manera, que cuando surja la ocasión, puedan ir a su Padre Celestial en fe y buscar su ayuda en favor de sus seres queridos que estén enfermos. Les testifico a ustedes que el Señor puede oír las oraciones de los santos, por sus enfermos, cuando le buscan en humildad. Lo sé.
Que el Señor añada al testimonio de cada uno de nosotros, que nos edifique y nos fortalezca; que nos dé el espíritu de la oración, para que podamos ir a él, y que en todo momento podrá venir a nosotros en contestación a nuestras oraciones, lo pido humildemente, en el nombre de Jesús. Amén.