“Y la lengua es un fuego”
por el Presidente David O. McKay
“...Si alguno no ofende de palabra, este es varón perfecto, capaz también de refrenar todo el cuerpo.
He aquí nosotros ponemos freno en la boca de los caballos para que nos obedezcan, y dirigimos así todo su cuerpo.
Mirad también las naves; aunque tan grandes, y llevadas por impetuosos vientos, son gobernadas con un muy pequeño timón por donde el que las gobierna quiere.
Así también la lengua es un miembro pequeño, pero se jacta de grandes cosas. He aquí, ¡cuán gran bosque enciende un pequeño fuego!
Y la lengua es un fuego, un mundo de maldad. La lengua está puesta entre nuestros miembros, y contamina todo el cuerpo, y enciende el curso de la vida, y es encendida por el infierno.
Porque toda especie de bestias, y de aves, y de serpientes y de criaturas del mar se doma y ha sido domada por el ser humano;
pero ningún hombre puede domar la lengua, que es un mal que no puede ser refrenado, llena de veneno mortal.
Con ella bendecimos al Dios y Padre, y con ella maldecimos a los hombres, que han sido hechos a la semejanza de Dios.
De una misma boca proceden bendición y maldición. Hermanos míos, esto no debe ser así.
¿Acaso echa alguna fuente por la misma abertura agua dulce y amarga?
Hermanos míos, ¿puede acaso la higuera producir aceitunas, o la vid higos? Pues tampoco una fuente puede dar agua salada y dulce.
¿Quién es sabio y entendido entre vosotros? Muestre por la buena conducta sus obras en la mansedumbre de la sabiduría.
Pero si tenéis envidia amarga y contención en vuestros corazones, no os jactéis ni mintáis contra la verdad,
porque esta sabiduría no es la que desciende de lo alto, sino que es terrenal, animal y diabólica.
Porque donde hay envidia y contención, allí hay confusión y toda obra perversa.
Pero la sabiduría que es de lo alto es primeramente pura, después pacífica, bondadosa, benigna, llena de misericordia y de buenos frutos, no juzgadora ni fingida.
Y el fruto de justicia se siembra en paz para aquellos que hacen la paz”. (Santiago 3:2-18).
Así escribió el apóstol Santiago hace muchos años, pero creo yo que ésta, como todas las verdades, puede aplicarse hoy en día. La lengua es nada más un miembro pequeño, sin embargo, es un medio eficiente para expresar nuestros pensamientos y de influir el uno sobre el otro.
Por lo tanto, ¡hablemos bien de todos cuando lo podemos hacer dentro de la verdad!
“Nunca diga mal de los demás;
El bien no deja herida atrás;
Y de contar todo lo que nos han contado,
Es, oh, tan ajena del hombre honrado. .
Y entonces usted me pregunta, «¿no hablaría usted de las malas condiciones? ¿No es una obligación nuestra denunciar las condiciones y a los hombres que traen el mal sobre nosotros?” Pues sí, hable de las condiciones; pero no desprecie falsamente el carácter de los hombres. Como verdaderos Santos de los Últimos Días no lo podemos hacer. Tenemos que dominar esta falta. Hay un rasgo que tienen los del mundo, el de criticar a sus semejantes. Emerson dice que esta propensión es tan patente que, cuando ocurre un contratiempo, los espectadores se animan con la poca esperanza de que tal vez muera el desafortunado. No podemos fomentar esta tendencia. Como dice Santiago, es de la tierra, sensual, diabólico.
No debemos señalar lo que destruirá al carácter de un hermano, ni el carácter de la ciudad, el estado o la nación. ¡Estemos fieles a nuestra nación¡ Hay razón para ser fiel a ella.
Si vemos una condición que pone en peligro la vida de nuestros compatriotas, corregimos esta condición. Si es un derrumbe, una caverna o un bache, se pone una lámpara o rótulo para avisar a todos los viajantes, para que no se lastimen, y tan pronto como sea posible, la condición peligrosa es enmendada. Eso es justo.
Se acordará usted de cuando los coraceros de Napoleón hicieron la carga fatal en contra de Wéllington, y del camino hundido que quedaba entre ellos y los soldados ingleses. Napoleón estaba lejos y no lo podía ver. Había preguntado a un hombre si había obstáculos y le había contestado que no; confiando en esto, dió la orden para que la brigada atacara. La “Columna Invencible” se lanzó al ataque, y entonces el caballo y el caballero se amontonaron uno sobre otro hasta llenar el abismo con el mampuesto vivo que formó un puente de cuerpos quebrantados de caballo y hombre.
Puede ser que haya caminos hundidos en nuestros pueblos. Fijémonos en ellos y no quedemos lejos diciendo que no hay, cuando cienes de nuestros jóvenes se lanzan a ellos. Es nuestro deber la corrección de estas condiciones, pero hagámoslo con calma; hagámoslo con resolución, y tomemos la alta posición de la verdad. Haga que el oficial del pueblo al cual usted ha elegido, sepa de su deseo de verse rellenados “los abismos hundidos” antes de que más seres humanos sean amontonados y arrastrados hasta la destrucción. Pero, repito, al corregir estas condiciones, podemos tomar la alta posición de la verdad.
El evangelio es nuestra ancla. Sabemos lo que representa. Sabiendo esto, hagamos sin temor lo que debemos, evitando los chismes y calumnias. Seamos lo que debemos ser y hagamos lo que debemos hacer; y retinemos nuestras lenguas.
























