Algo más elevado que uno mismo
por el presidente David O. McKay
Conferencia General, abril de 1958.
Me ha sido difícil bosquejar el mensaje que he tenido en mi corazón para los miembros de la Iglesia y el resto del mundo. Pablo dijo que «el ocuparse de la carne es muerte, pero el ocuparse del Espíritu es vida y paz» (Rom. 8:6).
Lo carnal, como ya saben, se relaciona con lo físico y también incluye lo sensual. Pero esta mañana tenemos en mente lo físico que nos rodea y nuestros instintos animales, el enojo que sentimos, las palabras ingratas que decimos; haciendo desagradable la vida en vez de enfatizar el aspecto espiritual de la vida, el verdadero aspecto de nuestra naturaleza.
Recibí la sugerencia del texto de mi discurso hace varias semanas de un informe que recibí en cuanto a algunas situaciones desagradables que sucedían en un hogar, y me pregunté por qué no podemos enfatizar en nuestros hogares las actitudes espirituales y no las desagradables; por qué, teniendo ante nosotros todas las amonestaciones del Señor, todas las oportunidades que nos ofrece la Iglesia, no podemos expresar actitudes espirituales cada día de nuestra vida. ¿Para qué sirve la relación si no es para mejorar nuestras vidas diarias? ¿Para qué enfatizar el aspecto carnal de nuestra naturaleza? Es verdad que esa es la reacción natural de todos los animales, pero teniendo en nuestro poder los altos principios del evangelio revelados por Cristo, ¿por qué en vez del aspecto carnal no pueden los miembros de la Iglesia enfatizar el aspecto espiritual por lo menos en el hogar, la escuela y en todas sus asociaciones?
Supe a través de una carta, de un incidente que no tiene justificación para un miembro de la Iglesia. Un marido y su mujer discutiendo —él rebajándose hasta llegar a maldecirla, y en un momento de rabia voltear una mesa de trastos—, un ser en forma de hombre que guarda dentro de sí la naturaleza de un animal. Un hombre en tal condición mental que el mismo enojo le daña más que la causa de éste, y en realidad, hermanos, él sufre más por el enfado que por la causa de éste.
Me pregunto cuánto tiempo se requerirá para que nos demos cuenta que, tratándose de la ira, solamente nosotros nos podemos hacer daño —somos responsables por lo que nos beneficia y lo que nos daña—, que el daño que cada uno de nosotros nos hacemos lo llevamos a cuestas y solamente sufrimos por nuestra propia culpa. Me parece que comprenden ese pensamiento y sin embargo; la tendencia de cada uno es la de culpar a los demás, la esposa culpando a su marido, el esposo a la esposa, los hijos criticando a los padres cuando ellos mismos tienen la culpa. Si dentro de la dignidad de la hombría tal hombre dejara de magnificar sus problemas; se enfrentara a las cosas como realmente son; reconociera las bendiciones que lo rodean; dejara de guardar deseos malignos hacia otras personas; cuánto mejor sería como hombre, y esposo y cuánto más digno como padre. Un hombre que no puede controlar su ira, probablemente no podrá controlar su pasión, y sin tomar en cuenta sus pretensiones en cuanto a la religión, se desenvuelve diariamente en un nivel cercano al de los animales.
La religión debe elevarnos a un nivel más alto, pues apela al espíritu, la persona real del hombre, y sin embargo cuan a menudo nos dejamos llevar por el aspecto carnal de nuestra naturaleza, sin tomar en cuenta el testimonio de la verdad que poseemos. El hombre que discute en su hogar aleja el espíritu de la religión de su corazón. Una madre en esta Iglesia que encendiera un cigarro en la casa está dejándose llevar por el aspecto carnal de su naturaleza. ¡Cuán lejos están del ideal de la Iglesia! Las riñas en el hogar son antagónicas a la espiritualidad que Cristo desea que desarrollemos dentro de nosotros mismos, y estas expresiones surten efecto en nuestra vida diaria.
El hombre está efectuando grandes progresos en la ciencia y las invenciones, más grandes tal vez que nunca antes, pero no está haciendo un progreso comparable en su carácter y espiritualidad.
Hace unos momentos leí el comentario del general Ornar N. Bradley, el famoso comandante aliado de la Segunda Guerra Mundial, quien dijo en una ocasión:
«Con las monstruosas armas que el hombre tiene a su disposición, la humanidad está en peligro de quedar atrapada en este mundo por causa de su adolescencia moral. El conocimiento científico que poseemos claramente supera nuestra capacidad de controlarlo.
«Tenemos demasiados hombres de ciencia: demasiados pocos hombres de Dios. Hemos comprendido el misterio del átomo y rechazado el Sermón del Monte. El hombre está tambaleándose ciegamente por una oscuridad espiritual, mientras juega con los secretos precarios de la vida y la muerte.
«El mundo ha logrado el conocimiento sin obtener sabiduría, el poder sin la conciencia. El nuestro es un mundo de gigantes nucleares e infantes éticos. Sabemos más en cuanto a la guerra que la paz, más de matar que de vivir.»
Nuestra forma de vivir se presenta cada hora y cada día en el hogar, en nuestra asociación comercial, al conocer a extraños. La actitud de la persona durante sus contactos diarios es la forma en que mostramos nuestro apetito por lo carnal o lo espiritual en nosotros mismos y en las personas con las que nos asociamos. Es un asunto diario. No sé si podamos dejar grabado este pensamiento en la mente de todos o no. Y está dentro del alcance de cada persona, especialmente de los miembros de la Iglesia que tratan de hacerlo. No se puede uno imaginar un verdadero cristiano, y especialmente un miembro de la Iglesia mormona, maldiciendo a su esposa. Pues es inconcebible que pudiera suceder esto en un hogar, especialmente en presencia de niños. ¿Cómo puede alguien justificar una riña entre padres enfrente de sus hijos? En el ejemplo al que hice referencia el hombre (debería decir el animal) hasta golpeó a su esposa. Esto nunca debería suceder. Nunca deberá formar parte de la vida de los miembros de la Iglesia.
Cristo nos ha pedido que desarrollemos nuestro aspecto espiritual.
La existencia terrenal del hombre es solamente una prueba para saber si concentrará sus esfuerzos, su mente y su alma en las cosas que contribuyen a la comodidad y gratificación de su naturaleza física o si tendrá el propósito de adquirir las cualidades espirituales.
«Cada impulso noble, cada expresión gratuita de amor, cada sufrimiento valeroso por una causa justa; cada entrega de uno mismo para alcanzar algo más elevado, cada lealtad a un ideal; cada devoción gratuita hacia un principio; cada ayuda a la humanidad; cada acto de autocontrol; cada valor fino del alma, invicto por la pretensión o la política, más siendo, haciendo y viviendo el bien, esto es la espiritualidad.»
El camino espiritual tiene como ideal a Cristo, no la gratificación de lo físico, pues el que se salvare la vida, doblegándose ante esa primera gratificación de algo que parece ser una necesidad, perderá su vida, su felicidad y el placer de vivir en los tiempos actuales. Si buscare el verdadero propósito de la vida, el individuo deberá vivir por algo más elevado que sí mismo. Escuchará la voz del Salvador que dice: » Yo soy el camino, y la verdad, y la vida» (Juan 14: 6). Al seguir esa voz pronto aprenderá que no solo hay algo grande que pueda hacer para lograr la felicidad o la vida eterna. Aprenderá que «la vida no está compuesta de grandes sacrificios o deberes, sino de cosas pequeñas, y las sonrisas y bondades y pequeñas obligaciones, cuando se dan constantemente, son las que ganan y conservan al corazón y proporcionan el consuelo».
La espiritualidad, nuestra verdadera meta, es la conciencia de una victoria sobre el egoísmo y de la comunión con el infinito. La espiritualidad nos empuja a vencer las dificultades y adquirir más y más fuerza. Una de las experiencias más sublimes de la vida es sentir el desarrollo de nuestras facultades y la expansión de la verdad en nuestras almas.
«Lo primordial para el hombre, en todos los casos, es lo que más atesora y sabe de cierto en cuanto a su relación vital con este misterioso universo, y su deber y destino en este lugar», dice Carlyle, el historiador y poeta escocés del siglo XVIII, «y este conocimiento es el que creativamente determina todo lo demás. . . Y yo digo que si me pueden decir la esencia de éste, hasta cierto punto me están diciendo lo que es y las cosas que hará el hombre.»
El hombre que añora las cosas del mundo, que no titubea en engañar a su hermano, que miente para obtener ganancia, que roba a su vecino o mediante la injuria, le roba la reputación a su semejante, vive en un nivel de existencia animal y suprime o permite que dormite su espiritualidad. La muerte espiritual existe en una persona que tiene una mente carnal.
Por otra parte, guardando en mente nuestras vocaciones diarias, el hombre que ara su tierra, almacena su fruta, aumenta sus rebaños y manadas, teniendo en mente el mejoramiento del mundo en que vive, deseando contribuir a la felicidad de su familia y sus semejantes y que hace todas las cosas para gloria de Dios, desarrollará su espiritualidad hasta el grado en que se niegue por los ideales. En realidad, solamente cuando alcance este nivel se alzará por encima del animal.
Hace algunos años leímos en la escuela lo siguiente, escrito por el filósofo alemán Rudolph Eucken:
«No puedo», dice, «concebir el desarrollo de una poderosa personalidad, una mente profunda y arraigada, un carácter que se alza por encima de este mundo, sin que éstos hayan sentido o experimentado una divinidad en la vida más allá del mundo de la realidad sensible, y así como creamos en nosotros mismos una vida contrastada con la naturaleza pura, creciendo por grados y extendiéndonos hasta las cumbres de la verdad, la bondad y la hermosura, podremos tener la misma seguridad de esa religión llamada universal.»
Como recordarán, Pablo lo expresa más específicamente:
«Pero si os mordéis y os coméis unos a otros, mirad que también no os consumáis unos a otros.
«Digo, pues: Andad en el Espíritu, y no satisfagáis los deseos de la carne.
«Porque el deseo de la carne es contra el Espíritu, y el del Espíritu es contra la carne; y éstos se oponen entre sí, para que no hagáis lo que quisiereis.
«Pero si sois guiados por el Espíritu, no estáis bajo la ley.
«Y manifiestas son las obras de la carne, que son: adulterio. . .»
El joven que sale por la noche de su hogar con cualquier pensamiento que dañare el carácter, o la vida o la reputación de una señorita, la cual ha sido encomendada por un tiempo, tiene una mente carnal y no espiritual.
«. . . fornicación, inmundicia. . .
«. . .enemistades, pleitos, celos. . . contiendas, disensiones. . .
«Envidias. . . borracheras, orgías, y cosas semejantes a éstas; acerca de las cuales os amonesto, como ya os lo he dicho antes, que los que practican tales cosas no heredarán el reino de Dios.
«Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, «mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley.
«Pero los que son de Cristo han crucificado la carne con sus pasiones y deseos.
«Si vivimos en el Espíritu, andemos también por el Espíritu “, cada día y cada hora. (Gálatas 5:15-25.)
Esto se puede lograr, y se debe lograr en cada hogar de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días.
A pesar de toda la civilización que presumimos tener, nunca ha habido una era en la que fueran más necesarias un despertar espiritual e ideales espirituales. La civilización se ha vuelto muy compleja para visión o control de la mente humana. A menos que nos demos cuenta que se deben desarrollar las cualidades más altas y no las más bajas, está en peligro el presente estado de la civilización. Al nivel animal la vida tiene como ideal la supervivencia del más fuerte: aplasta o serás aplastado, destroza o serás destrozado, asesina o serás asesinado. Para el hombre, con su inteligencia, este es un camino seguro hacia la angustia y la muerte.
La vida hermanos, es un río de corrientes eternas en las que nos embarcamos al nacer y navegamos, o alguien nos rema, durante cincuenta, setenta, ochenta o más años. Cada año que pasa llega a formar parte de la eternidad, y nunca regresará; aunque los años no se llevan consigo ninguna debilidad personal, ninguna enfermedad del cuerpo, pena, risa, pensamiento, aspiración noble, esperanza ni ambición, todos éstos, junto con cada característica, inclinación y tendencia, permanecen en cada individuo. En otras palabras, nuestras vidas están compuestas de pensamientos y acciones diarias. Podemos hacernos el propósito de permitir que todas nuestras penas y debilidades se alejen con el tiempo, pero sabemos que cada pensamiento, cada inclinación ha dejado huella indeleble en nuestras almas y tendremos que hacernos el propósito de cambiar hoy mismo.
Vivan, entonces, de tal manera que cada día os encuentre conscientes de no haber ofendido voluntariamente a nadie. Ninguna persona que haya vivido bien un día pasará una noche de insomnio por una conciencia culpable. Daniel Webster, el estadista estadounidense, dijo en una ocasión que el mejor pensamiento que había ocupado su mente era cuando se dio cuenta que: Podemos enfrentar a cualquier mal menos las consecuencias de un deber no cumplido. «Siempre nos persigue un sentido de obligación. Es omnipresente como la Deidad. Si volamos con las alas de la mañana y moramos en las partes más remotas del mar, el deber cumplido o el deber violado permanecerá con nosotros, para felicidad o miseria nuestra. Si decimos que la noche nos cubrirá, en la oscuridad así como en la luz, nuestras obligaciones aún están con nosotros. No podemos escapar de su poder ni volar fuera de su presencia. Están con nosotros en esta vida, y estarán con nosotros a su final, y en esa escena de inconcebible solemnidad que yace aún más allá, nos hallaremos seguidos por la conciencia del deber, para castigarnos para siempre si ha sido violado, y para consolarnos hasta el grado en que Dios nos ha dado la gracia de cumplirla. Si se compara con el peso de la conciencia, el mundo resulta ser solo una burbuja, pues Dios mismo está en nuestra conciencia prestándole autoridad.»
La humanidad necesita un despertar espiritual, hermanos, las personas de mentes carnales están causando dolores de corazón y amenazan con extinguir la raza.
Pero se está alzando el sol de la esperanza. Hombres y mujeres pensadores están reconociendo la necesidad del hombre de alzar la vista de los cielos en vez de arrastrarse por los suelos respondiendo al instinto animal. Un hombre, comentando esto, dijo que si se pudieran extinguir todos los destructores de la civilización y se pudieran eliminar los rasgos del resto de nosotros que vienen de origen destructor, no es inconcebible el arribo del Milenio dentro de unos cien años.
«Podéis imaginaros que sería el que no hubiera necesidad de cerrar con llave las puertas y ventanas, no sentir el temor de dejar el automóvil sin protección, ningún peligro de que se insultara a vuestra hija o esposa, ningún temor de ser atacado al salir de noche, ningún miedo de que hubiera sobornos en las elecciones, ni en la política el tráfico con los puestos públicos, y ningún temor de que alguien estuviera tratando de engañaros, ¿podéis imaginaros todo esto? Casi sería el cielo sobre la tierra. Claro que no puede suceder (algún día tendrá que suceder). . . y sin embargo si se pudieran eliminar todos los destructores de la civilización, y se pudieran eliminar los rasgos del resto de nosotros que vienen de origen destructor, no sería inconcebible llegar a tal estado dentro de unos cien años.»
Un despertar espiritual en los corazones de millones de hombres y mujeres cambiaría el mundo. Espero, mis hermanos, que el amanecer de ese día no esté muy distante. Estoy consciente, como espero que lo estéis todos vosotros, de que la responsabilidad de tratar de llevar a cabo esto descansa sobre el sacerdocio de la Iglesia de Jesucristo, sobre los miembros, sobre esposos y esposas y sobre los hijos de los hogares mormones.
Que se pueda sentir este mensaje durante toda la conferencia que ahora estamos llevando a cabo. No podemos solamente venir y reunirnos y hablar de cosas buenas y después ir a la casa y expresar nuestros sentimientos, de nuestra naturaleza carnal.
Mi fe en el triunfo final del evangelio de Jesucristo me asegura que ha de haber un despertar espiritual. Sucederá mediante la aceptación de Jesucristo y la obediencia a su evangelio y en ninguna otra forma se podrá efectuar esto completamente. Creo que nunca hubo ocasión en la historia del mundo en que haya habido más necesidad de una posición unida y determinada de sostener a Cristo y la restauración del evangelio mediante el profeta José Smith como lo hay actualmente.
Que Dios os bendiga a los que estáis reunidos aquí para que tengamos un sentido como nunca antes de la eficacia del evangelio restaurado y que tenemos como deber la aplicación de rasgos espirituales en nuestra asociación diaria unos con otros en el hogar, los negocios, la sociedad. Lo pido en el nombre de Jesucristo. Amén (CR, abril de 1958, págs. 5-9).
























