Hemos hecho convenios con el Señor

Conferencia General Octubre de 1972

Hemos hecho convenios con el Señor

por el élder ElRay L. Christiansen

Cómo el guardar las promesas que hacemos al Señor nos conduce hacia la vida eterna


Si lo que voy a decir necesitase un título, éste sería: «Hemos hecho convenios con el Señor… Guardémoslos.»

En la inspiradora sesión de esta mañana tuvimos el privilegio de hacer un convenio con el Señor de que sostendríamos, apoyaríamos y aun defenderíamos a estos grandes hombres que han sido escogidos para dirigir esta Iglesia en esta época.

Una de las maneras principales en que el Señor se ha relacionado con su pueblo en forma general e individual, ha sido por medio de convenios.

Las escrituras nos dicen que hizo convenios con Adán, con Noé, con Enoc, Melquisedec, Abraham y otros, y que también hizo convenios con Israel de antaño, con los jareditas y con los nefitas.

Ciertamente los Santos de los Últimos Días somos gente bendecida, porque en una manera similar el Señor ha hecho convenios con nosotros individual y colectivamente.

Un convenio es un pacto y un acuerdo solemne en el que entran por lo menos dos individuos; requiere que todas las partes involucradas se sujeten a las condiciones del pacto a fin de hacerlo eficaz y real. La mayoría de la gente no se da cuenta de que los convenios hechos con profetas y gente de antaño han sido restaurados a la tierra mediante un nuevo convenio. El Señor expuso claramente la razón de establecer un nuevo convenio:

«Porque se han desviado de mis ordenanzas, y han violado mi convenio sempiterno.

No buscan al Señor para establecer su justicia sino que todo hombre anda por su propio camino, y conforme a la imagen de su propio Dios, cuya imagen es a semejanza del mundo, y cuya sustancia es la de un ídolo, que se envejece y que perecerá en Babilonia, aun la grande Babilonia que caerá. Por tanto, yo, el Señor, sabiendo de las calamidades que vendrían sobre los habitantes de la tierra llamé a mi siervo José Smith, hijo, le hablé desde los cielos y le di mandamientos;. . .» etc. (D. y C. í-.15-17).

Como resultado de esta revelación, el profeta José llegó a ser el instrumento en las manos del Señor para la restauración del nuevo y sempiterno convenio, el cual es en realidad la plenitud del evangelio y comprende dentro de sus poderes, sus términos y sus condiciones, todos los demás convenios y mandamientos que nuestro Padre ha dado a los hombres sobre la tierra. (Véase D. y C. 132:5-7; 33:5, 7.)

Proporciona el camino hacia la vida eterna y aun la exaltación a todos los que acepten el evangelio y que perduren hasta el fin, viviendo sus principios y ordenanzas, pues Él ha dicho:

«Y aun así he enviado mi convenio sempiterno al mundo, a fin de que sea una luz para él, y un estandarte a mi pueblo, y para que lo busquen los gentiles, y para que sea un mensajero delante de mi faz, preparando la vía delante de mí » (D. y C. 45:9).

He aquí, entonces, en su plenitud con todos sus poderes como guía, un estandarte para nosotros así como para todos los hombres que le presten atención.

Siendo que Dios extiende su amor a toda la humanidad, Él nos ha dicho: «. . . oh habitantes de la tierra: Yo, el Señor, estoy dispuesto a dar a saber estas cosas a toda carne; porque no hago acepción de personas. . .» (D. y C. 1:34-35).

Y por esta razón enviamos miles de misioneros a todo el mundo donde es permitido enseñar el evangelio de Jesucristo, para que bauticen a aquellos que creen.

Algunos podrán preguntarse por qué el Señor da mandamientos y nos pide que hagamos convenios con Él; o como preguntó una persona: «Si el Señor nos ama, ¿por qué nos da mandamientos? Si nos ama, ¿por qué nos dice «Tú harás esto, o no harás aquello?»

La sencilla respuesta a estas preguntas es que Él nos da mandamientos precisamente porque nos ama. Sabe perfectamente bien qué nos proporcionará paz y felicidad en nuestra vida individualmente y en el mundo, y qué nos traerá como consecuencia lo contrario.

Tal como cualquier padre guiaría o aun restringiría a sus hijos si esto fuese una bendición para ellos, del mismo modo nuestro Padre Celestial nos da mandamientos, leyes y convenios, no por el solo propósito de restringirnos ni de agobiarnos, sino para que, mediante la obediencia a principios correctos, encontremos paz y felicidad.

En realidad, no tenemos que hacer lo que el Señor nos manda, pero si no lo hacemos no podremos obtener los galardones y las bendiciones que Él nos ha prometido.

«Porque todos los que quisieren recibir una bendición de mi mano han de cumplir con la ley que rige esa bendición, así como con sus condiciones, cual quedaron instituidas desde antes de la fundación del mundo » (D. y C. 132:5).

Todo miembro de la Iglesia ha hecho convenios con el Señor. Estos mandamientos y convenios no son penosos ni molestos; por el contrario, nos proporcionan una más clara visión de las cosas, nos elevan, nos infunden confianza y nos ayudan. Son instrumentos de acción voluntaria de nuestra parte que nos ayudan a concentrar nuestros esfuerzos en el cumplimiento del propósito de la vida y a alcanzar nuestra más elevada meta.

Entramos en nuestro primer convenio cuando nos bautizamos y fuimos confirmados miembros de la Iglesia. Tanto los jóvenes como los mayores deben comprender las condiciones bajo las cuales el individuo se califica para el bautismo, así como las obligaciones que adquiere en su calidad de miembro de la Iglesia después que se bautiza. El Señor hace estos requerimientos y expone lo que espera más bien en forma definida y sencilla en estas esclarecedoras palabras:

«Todos los que se humillen ante Dios, y deseen bautizarse, y vengan con corazones quebrantados y con espíritus contritos, testificando ante la iglesia que se han arrepentido verdaderamente de todos sus pecados y que están listos para tomar sobre sí el nombre de Jesucristo, con la determinación de servirle hasta el fin, y verdaderamente manifiestan por sus obras que han recibido el Espíritu de Cristo para la remisión de sus pecados, serán recibidos en su iglesia por el bautismo» (D. y C. 20:37).

Por lo tanto, cuando el individuo se prepara para el bautismo debe darse cuenta de que hay obligaciones y convenios específicos asociados con el recibimiento de esta sagrada ordenanza.

Cuando tomamos la Santa Cena del Señor, entramos en un convenio solemne de obediencia en el cumplimiento de sus mandamientos y testificamos ante el Señor que tomaremos su nombre sobre nosotros, que siempre lo recordaremos y que guardaremos los mandamientos que nos ha dado, La Santa Cena se debe tomar con la más seria solemnidad.

Nuevamente, cuando consentimos en que se nos confiera el sacerdocio, hacemos con esto convenio con el Señor de que lo honraremos mediante un vivir recto y decente, que magnificaremos el oficio recibido mediante el servicio a los demás, extendiendo siempre a todos nuestros semejantes bondad, consideración, cortesía y amor.

Ahora, si guardamos el mandamiento del bautismo, honramos el sacerdocio y sus convenios y vivimos en otras maneras en conformidad con los principios del evangelio, podemos tener el gran privilegio de entrar en el Sagrado Templo donde recibimos las más altas ordenanzas del sacerdocio; y en el debido tiempo, entrar en ese orden del sacerdocio conocido como «el nuevo y sempiterno convenio del matrimonio,» recibiendo la promesa de que si permanecemos fieles a los convenios hechos, nos levantaremos con los justos en la mañana de la primera resurrección, permitiéndosenos vivir con nuestros cónyuges, nuestros hijos, nuestra posteridad, en un estado de eterna felicidad, siempre que, desde luego, ellos también guarden los convenios que es necesario realicen.

¡Qué esperanza, qué consuelo, qué seguridad y gozo debe brindar esta promesa a los corazones de todos aquellos que aman a sus familiares! Ciertamente es verdad que «cosa que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido a corazón de hombre, son las que Dios ha preparado para los que le aman» (1 Corintios 2:9).

Y, desde luego, Él ha dicho que aquellos que lo aman, guardan sus mandamientos y sus convenios.

El presidente José Fielding Smith nos recordó que «no podemos descuidar, desatender ni apartarnos del espíritu, significado, intención y propósito de estos convenios… en los que hemos entrado con nuestro Padre Celestial, sin privarnos de nuestra gloria, fortaleza y derecho a sus bendiciones, así como a los dones y manifestaciones de su Espíritu» (Improvement Era, tomo 9, de agosto de 1906, página S13). Porque ciertamente, ¡Dios no puede ser burlado! (Véase Cálalas 6:7.)

Permitidme repetir: hemos hecho convenios con el Señor y hemos pactado con Dios en lugares sagrados que observaremos sus leyes, las cuales, después de todo, son los principios por los cuales debemos aprender a vivir de tal manera que nos califiquemos para el más grandioso de todos los dones de Dios, el cual Él dice es la vida eterna, nuestra vida en el «reino familiar.»

Os testifico, hermanos, que yo sé que Dios vive y que porque nos ama, ha condescendido en hacer convenios con nosotros, a fin de que podamos librarnos del fracaso, del pesar, de las tristezas, de que podamos alcanzar las más elevadas alturas de la gloria, prometidas a aquellos que son fieles y que perduran hasta el fin.

Mis hermanos, somos gente que hace convenios; seamos también gente que cumple con los convenios que hace, lo cual ruego en el nombre de Jesucristo. Amén.

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