La Revelación

La Revelación

Élder Neal A. Maxwell
Del Quórum de los Doce Apóstoles
Capacitación de líderes 11 de enero de 2003


Gracias, presidente Packer, por el símbolo del sextante. Es un instrumento delicado y magní­fico que encamina de un modo muy natural a hablar sobre la revelación. Después de todo, hermanos, sin reve­lación no podemos gobernar la Iglesia del Señor. Este instrumento no fun­ciona sin luz. Y una de las grandes bendiciones que tenemos mediante la revelación es saber que Jesús es la Luz del Mundo. Por lo demás, hemos de verlo todo con Su luz.

De hecho, la fundación misma de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días llevó aparejada la lectura de un inspirado pasaje de las Escrituras; todos ustedes saben cuál es: Santiago 1:5. Este pasaje inspiró a José Smith a dirigirse a una arboleda a elevar una sincera oración. Y enton­ces se manifestó la extraordinaria re­velación en la primavera de 1820.

Las invitadoras palabras de Santiago llevaron a ese momento ma­ravilloso, extraordinario y exclusivo, en el que el joven José Smith vio al Padre y al Hijo, quienes le dieron ins­trucción. ¡La largamente esperada dis­pensación del cumplimiento de los tiempos había comenzado!

En el principio, después del Edén, Adán necesitaba la revelación: “Y en ese día descendió sobre Adán el Espíritu Santo, que da testimonio del Padre y del Hijo. ..” (Moisés 5:9).

Ésa es aún una misión principal del Espíritu Santo, en concreto, “dar tes­timonio del Padre y del Hijo” y “glori­ficar” a Cristo (véase 2 Nefi 31:18; Juan 16:14).

La revelación personal

Hermanos: nuestro deber como lí­deres de la Iglesia es recibir, del mis­mo modo, revelación del Espíritu Santo que nos confirme que “Jesucristo es el Hijo de Dios, y que fue crucificado por los pecados del mundo” (D. y C. 46:13). Si nosotros y los miembros de la Iglesia estamos edificados sobre la Roca de nuestro Salvador, tenemos la promesa de que, cuando nos azoten las tormentas de la vida, “no nos arrastrarán al abismo” (véase Helamán 5:12).

Tan importante es la ayuda del Espíritu Santo que aun los ángeles “hablan por el poder del Espíritu Santo” (2 Nefi 32:3; 2 Nefi 33:1). De ahí que el gran sermón del rey Benjamín, que a todos nos conmueve, vino por un ángel, por el poder del Espíritu Santo (véase Mosíah 3:2).

Ese testimonio acerca de nuestro Salvador es esencial para nosotros, no sólo en forma personal, sino como padres y pastores de nuestros diver­sos rebaños de la Iglesia. Porque entre los de los rebaños de la Iglesia hay al­gunos que no lo saben, a los que “les es dado creer en las palabras de [uste­des], para que también tengan vida eterna, si continúan fieles” (D. y C. 46:14). Debemos saber por el bien de ellos.

Pero, hermanos, puede que unos pocos de ustedes aún piensen que la revelación consta sólo de sucesos ce­lestiales como la Primera Visión, o que la revelación está fuera de su alcance, o que es algo tan extraordina­rio que una persona al parecer común y corriente no tiene derecho a ella. ¡Pero ustedes sí tienen derecho a ella! Por eso les daré unas sugerencias con respecto a la revelación, la cual suele ser callada, interior, pero es un proce­so real y poderoso.

Sólo con la revelación podemos efectuar la obra del Señor de acuerdo con Su voluntad, a Su propia manera y en Su propio tiempo.

Más que cualquier otra forma, el Espíritu Santo nos revela el modo de enlazar las doctrinas con nuestro dis­cipulado personal y también el modo como ayudar a los miembros de la Iglesia a hacer lo mismo. Por lo que, cuando “aplicamos” las Escrituras a nosotros mismos, la función del Espíritu Santo es necesaria para que ello se realice. Por ejemplo, Él ve nuestros pecados de omisión y con­mueve nuestra conciencia, y nos ins­pira también a arrepentirnos de ellos. Si lo hacemos, ello nos dará aun más regocijo en esta vida del que hayamos conocido.

Se da a la mente y al corazón

La mayor parte de la revelación se manifiesta de la siguiente manera:

“…hablaré a tu mente y a tu cora­zón por medio del Espíritu Santo” (D. y C. 8:2; cursiva agregada). Ahora bien, al “aplicar” esa Escritura a noso­tros mismos, recordemos que entran en juego tanto el intelecto como los sentimientos.

Cuando Enós se “hallaba luchando en el espíritu, he aquí, la voz del Señor de nuevo penetró [su] mente” (Enós 1:10; cursiva agregada). Esa voz, hermanos, no tiene que entrar­nos por un oído y salirnos por el otro, sino que tiene que ir directamente a nuestra mente. .. y oírse con claridad.

A veces, las revelaciones vienen por medio de sentimientos.

Recibimos la necesaria indicación me­diante sentimientos, pero sentimien­tos sin explicación. ¡Por lo que ya sea con palabras o con sentimientos, reci­bimos también una tranquilizadora sensación de paz! Esa paz confirma­dora es una satisfactoria bendición que nos hace saber que todo está bien y que el Señor nos ha orientado.

El élder Eyring va a describir el don de discernimiento en relación con el entrevistar. Este don es un tipo de re­velación que les guía a ustedes, presi­dentes de estaca y obispos, en las entrevistas. Sin embargo, hermanos, no se sorprendan si a veces saben más de lo que puedan decir, más de lo que puedan explicar.

El don del Espíritu Santo trae mu­chos otros dones, y, como observó Brigham Young: “En la vida no llega­mos a obtener los privilegios que po­dríamos obtener” (Discourses of Brigham Young, selecciones de John A. Widtsoe, 1954, pág. 32). Hermanos, al grado en que obtengamos los privi­legios que podríamos obtener en la vida y nos hagamos merecedores de recibir la revelación que tenemos el privilegio de recibir, ¡podremos elevar la Iglesia como nunca antes!

El Espíritu Santo es perfecto para producir la comunicación bilateral. Muy poco común es en la familia hu­mana la verdadera comunicación bila­teral. Pero las Escrituras nos dicen: “cuando un hombre habla por el po­der del Santo Espíritu, el poder del Espíritu Santo lo lleva al corazón de los hijos de los hombres” (2 Nefi 33:1), y “el que recibe la palabra por el Espíritu de verdad, la recibe como la predica el Espíritu de verdad” (D. y C. 50:21). Ésa es la comunicación bila­teral, y tiene lugar tanto durante la en­señanza inspirada en la sala de clase como cuando se habla en la reunión sacramental, o durante la conversa­ción entre dos personas.

A veces, hermanos, hablarán con palabras que excedan a su propia ca­pacidad. Como dijo el presidente Marion G. Romney en numerosas oca­siones: “Siempre sé cuando estoy hablando bajo la inspiración del Espíritu Santo porque aprendo algo de lo que he dicho” (citado en Boyd K. Packer, Teach Ye Diligently, Salt Lake City: Deseret Book, 1975, pág. 304).

A medida que ganamos experien­cia con la revelación, ésta comienza a aumentar, como enseñó el profeta José Smith cuando dijo: “Una persona podrá beneficiarse si percibe la prime­ra impresión del espíritu de la revela­ción. Por ejemplo, cuando sentís que la inteligencia pura fluye en vosotros, podrá repentinamente despertar en vosotros una corriente de ideas” (Enseñanzas del Profeta José Smith, pág. 179).

Un serio esfuerzo mental

La lucha de Enós nos recuerda la lucha que tuvo Oliver Cowdery para traducir. Oliver aprendió que ello re­quiere un serio esfuerzo mental de nuestra parte. Tenemos que pensarlo muy bien y luego tenemos que prose­guir como hemos comenzado (véase D. y C. 9:5-11). Hermanos, la revela­ción no es cosa de pulsar botones, si­no de impulsarnos nosotros mismos, a menudo con la ayuda del ayuno, del estudio de las Escrituras y de la meditación.

Sobre todo, la revelación hace pre­ciso que tengamos un grado suficiente de rectitud personal para que de vez en cuando la recibamos sin pedirla.

Hermanos, en esta diseminada y espléndida congregación que circun­da el mundo, por favor, recuerden que ustedes viven cerca del cielo en cualquier lugar donde estén, y felizmente, el Espíritu Santo no se detiene ante límites nacionales y ¡la revelación no necesita visado!

Como ha dicho el presidente Packer, vivimos en circunstancias muy diversas alrededor del globo. Pero el Espíritu Santo conoce todas esas cir­cunstancias, Él nos conoce a todos y puede llegar a cada uno, ¡estemos donde estemos!

No importa si el mundo no com­prende este sagrado proceso, ni si se burla de él. Pablo dijo: “Pero el hom­bre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede enten­der, porque se han de discernir espi­ritualmente” (1 Corintios 2:14; cursiva agregada).

Una vez tuve el privilegio de estar con el élder Harold B. Lee tarde, un sábado por la noche. Él seleccionaba un nuevo patriarca para una estaca. Como me encontraba con él en un centro de estaca casi vacío de gente, le observé entrevistar a un hombre y a su esposa, y extenderle en seguida el llamamiento. El hermano comenzó a sollozar, y su esposa le instó, diciéndole: “Díselo; díselo al presidente Lee”. Una vez que él recuperó la com­postura, dijo: “Hermano Lee, el Señor me dijo hace dos semanas que esto sucedería”. El élder Lee, volviéndose a mí, me dijo: “Ya ves, Neal, por qué de­bemos actuar dirigidos por el espíritu de revelación”. De ahí que, sean cua­les sean nuestros diversos llamamien­tos, la revelación es esencial para ayudarnos a discernir las cosas. Por ejemplo, los patriarcas inspirados y con discernimiento son guiados por el Espíritu Santo para bendecir a los miembros con bendiciones individua­lizadas y no rutinarias.

Repito, hermanos, por favor, re­cuerden que a veces recibimos indica­ciones sin explicaciones. Por ejemplo, un obispo puede presentir que una persona todavía no está del todo lista para ir al templo. O el obispo puede sentir que debe hablar con uno de los cónyuges en particular sin saber, al principio, exactamente por qué.

La revelación también les puede servir en el aspecto administrativo, para hacer hincapié en ciertos asun­tos más importantes con el fin de bendecir al rebaño, sobre todo en al­gunas situaciones. El élder Perry nos enseñará acerca del modo de combi­nar el tiempo y los recursos de que dispongamos, los que a veces son es­casos, a fin de edificar mejor la Iglesia.

En ocasiones, cuando reflexiona­mos en algo y lo estudiamos en nues­tra mente, la revelación sirve de un modo exclusivo al relacionar discerni­mientos incompletos. Entonces todo el asunto se aclara y las cosas quedan “bien coordinad[as]” (véase Efesios 2:21).

A veces, el Espíritu Santo nos re­cordará lo que nos haga falta recordar y, en otras ocasiones, pondrá pensa­mientos en nuestro corazón “en la hora, sí, en el momento preciso” (D. y C. 100:6).

Hermanos, podemos prepararnos para que se nos recuer­den las cosas si “atesoramos” de ante­mano cosas preciosas en nuestro depósito individual de recuerdos (véase D. y C. 11:26; 84:85).

Los conductos regulares

Tengan presente, no obstante, que la revelación siempre sigue los debi­dos conductos regulares. Por eso, el obispo “A” no recibe revelación para el obispo “B”. Ni los miembros particulares reciben revelación para toda la Iglesia, lo cual es la función del Presidente y Profeta de la Iglesia.

A veces, el Espíritu nos infunde la paz personal que tanto nos hace falta, sobre todo en un mundo que está lle­no de “conmoción”, en el que hay “guerras y rumores de guerras”

(D. y C. 45:26). Por ejemplo, herma­nos, más de lo que nos damos cuenta, el consuelo del Consolador nos hace evitar el que nos cansemos hasta des­mayar (véase Hebreos 12:3). Tenemos un buen número de miembros de la Iglesia que se han cansado hasta desmayar y es preciso reanimarlos.

En ocasiones, se dan revelaciones con instrucciones para toda la Iglesia por conducto del profeta del Señor. Eso ocurrió cuando el presidente Lorenzo Snow fue inspirado a recalcar la necesidad de que los miembros de la Iglesia pagasen un diezmo íntegro. Del mismo modo, el presidente Gordon B. Hinckley fue claramente inspirado a dirigir el aumento vertigi­noso de la construcción de muchos templos, para que los miembros fieles —de todo el mundo— pudiesen reci­bir las bendiciones del templo. Fue lo que el Señor deseaba que se hiciese, pero también se hizo en Su propio y debido tiempo.

A veces se da revelación doctrinal al Presidente de la Iglesia para toda la Iglesia y las Escrituras terminan gene­rando más Escrituras. El profeta José, por ejemplo, fue espiritualmente ins­pirado mientras leía una Escritura en Juan 5:29, y entonces recibió revela­ción con instrucciones, la que ahora se conoce como Doctrina y Convenios, sección 76. Y, cuando el presidente Joseph F. Smith leía unos versículos de 1 Pedro y meditaba en ellos, recibió lo que ahora se conoce como la sección 138, referente a la obra en el mundo de los espíritus.

El discipulado personal

También podemos “aplicar” las Escrituras a nosotros mismos “para nuestro provecho e instrucción” (1 Nefi 19:23) y así inspirar a nuestras propias familias, servir mejor en nuestros llamamientos y progresar más en nuestro discipulado personal. El avan­zar en nuestro discipulado personal es algo muy importante, hermanos. Hemos de dar el ejemplo, lo mismo que explicar y exhortar.

Hermanos, por favor, enseñen a los demás con respecto a la revela­ción. Es imprescindible que más y más de nuestros miembros y de nuestros líderes tengan este gran pri­vilegio. Las Escrituras nos aseguran que las palabras de Dios vienen “no sólo a los hombres, sino a las mujeres también. Y esto no es todo; muchas veces les son dadas a los niños pala­bras que confunden al sabio y al eru­dito” (Alma 32:23).

Selecciono sólo un ejemplo de mi experiencia personal: Hace varios años, cuando padecía de leucemia, me encontraba meditando y las si­guientes quince palabras tranquiliza­doras y de instrucción acudieron a mi mente: “Te he dado leucemia para que puedas enseñar a los de mi pue­blo con autenticidad”. Testifico que este proceso es real en lo que toca a nuestros deberes y llamamientos, y a nuestro discipulado personal. Cada uno de nosotros necesita tener la va­liosa percepción de las grandes reali­dades de la eternidad. Repito, en medio de las dificultades del diario vi­vir, y aun de las preocupaciones del momento, el mismo revelador, el Espíritu Santo “habla de las cosas co­mo realmente son, y de las cosas co­mo realmente serán” (Jacob 4:13). Esos vistazos de la eternidad nos ser­virán para avanzar los próximos cien metros, lo cual podría ser muy difícil.

Hermanos, les amamos. ¡Tenemos confianza en su capacidad para buscar y recibir revelación! Recuerden que tanto nuestras familias —de lo que hablará el élder Ballard— como nues­tros rebaños de la Iglesia merecen pastores que sepan que Jesús es el Cristo y que sepan el modo de recibir revelación.

Testifico que la Iglesia es goberna­da por la revelación y que cada miem­bro de ella tiene derecho a recibir revelación en su llamamiento, así co­mo en su discipulado personal. Lo más importante, hermanos, es que és­te es el tiempo que se profetizó en el que las naciones de la tierra estarían en angustia y confusión (véase Lucas 21:25). Por lo tanto, es esencial que los miembros de la Iglesia reciban confirmación espiritual, que sepan que las instrucciones, las indicaciones proféticas que se dan por conducto de los líderes de la Iglesia en verdad se dan para guiarnos cómo vivir en los últimos días.

En el Santo nombre de Jesucristo. Amén.

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