El Servicio Misional
Presidente Gordon B. Hinckley
Presidente de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días
Capacitación de líderes 11 de enero de 2003
Las demás autoridades me han sugerido que les hable sobre el servicio misional, una cuestión a la que hemos dado mucha atención en los últimos meses.
La obra misional es la savia de la Iglesia, es el medio principal de su crecimiento, y es gracias a este servicio que la Iglesia ha alcanzado su tamaño actual en 172 años.
Esta obra es más antigua que la Iglesia misma, pues Samuel Smith repartió ejemplares del Libro de Mormón antes de que se organizara la Iglesia.
Como todos saben, esta obra fue requerida por el Salvador mismo en Sus instrucciones a los apóstoles antes de Su ascensión final. “Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo” (Mateo 28:19).
Él ha repetido claramente en esta dispensación la importancia de esta obra cuando dijo: “Así que, sois llamados a proclamar el arrepentimiento a este pueblo” (D. y C. 18:14).
Ninguno de los presentes puede albergar duda alguna respecto a esta necesidad. Ustedes se preguntan quién debe servir como misionero regular.
La respuesta es: los que sean dignos y sean llamados.
Referente a los requisitos, el Señor ha dicho:
“Y fe, esperanza, caridad y amor, con la mira puesta únicamente en la gloria de Dios, lo califican para la obra.
“Tened presente la fe, la virtud, el conocimiento, la templanza, la paciencia, la bondad fraternal, piedad, caridad, humildad, diligencia” (D. y C. 4:5-6).
Lamentablemente, no todos satisfacen estos requisitos.
Las normas para los misioneros
Esta obra es rigurosa, exige fuerza, vitalidad; exige agudeza mental y capacidad; exige fe, deseo y consagración; exige manos limpias y un corazón puro.
Ha llegado la hora de elevar los niveles de aquellos a los que se llama a servir como embajadores del Señor Jesucristo en el mundo. Somos conscientes de que esto entristecerá a algunos jóvenes y jovencitas, así como a sus padres, y hasta a algunos obispos y presidentes de estaca, pero percibimos que es imperativo.
Recientemente les hemos enviado información confidencial sobre la idoneidad de los que son llamados a servir como misioneros regulares. Espero que la hayan recibido y leído con detenimiento. Les recuerdo que la obra misional no es un ritual para avanzar en la Iglesia, sino un llamado extendido por el presidente de la misma a todos los que sean dignos y capaces de cumplirlo.
Durante la oración dedicatoria del Templo de Kirtland, el profeta José pidió solemnemente al Señor: “Pon sobre tus siervos el testimonio del convenio, para que al salir a proclamar tu palabra sellen la ley y preparen el corazón de tus santos para todos aquellos juicios que estás a punto de mandar en tu ira sobre los habitantes de la tierra, a causa de sus transgresiones, a fin de que tu pueblo no desmaye en el día de la tribulación” (D. y C. 109:38).
Esta obra es una labor importante y seria, y exige que quienes sirvan como misioneros sean dignos en todos los aspectos. Sencillamente, no podemos permitir que los que no sean completamente dignos vayan al mundo a compartir las buenas nuevas del Evangelio.
Estoy convencido de que elevar el nivel de los requisitos hará que nuestros jóvenes, en especial los hombres jóvenes, practiquen la autodisciplina para vivir por encima de los bajos valores del mundo a fin de evitar la transgresión y seguir un sendero más elevado en todas sus actividades. No enviaremos a sabiendas a jóvenes para reformarlos. Si sus vidas necesitan de algún cambio, éste debe tener lugar antes de ir. Puede que les lleve tiempo, pero no todos tienen que servir a los 19 años.
Salud física y mental
Es importante que se goce de una buena salud física y mental. Hace poco, un presidente de misión envió a casa a tres misioneros con los que había trabajado durante meses en un intento por ayudarles.
El primero era un joven que había estado hospitalizado a causa de un colapso pulmonar. Sucedió que el joven ya tenía un historial de este tipo de problemas, que no hicieron sino empeorar bajo la presión del servicio misional.
El segundo era un joven con una deficiencia renal. Los exámenes médicos señalaron que ésta ya existía antes de la misión. El joven no podía seguir el difícil ritmo de la misión.
El tercer caso fue el de una joven que sufrió un colapso mental. Se convirtió en un gran problema para sus compañeras, para el presidente de misión y para el médico que la atendía. Y se descubrió que procedía de una familia con un historial de problemas emocionales conocidos por el obispo y el presidente de estaca.
El presidente de misión los aceptó y trabajó con ellos como si fueran sus propios hijos, pero al hacerlo, el liderazgo de los 180 misioneros restantes se empezó a resentir.
Los médicos con los que trabajó se volcaron por completo e hicieron todo lo que pudieron por ayudar, pero el problema era que estos misioneros no eran capaces de soportar los rigores de la obra.
Hay padres que dicen: “Si Carlitos pudiera ir a la misión, el Señor le bendecirá con salud”.
Parece que no funciona de esta manera. Mas bien parece que cualquiera que sea el problema o la dificultad, tanto física como mental, cuando el misionero llega al campo, no hace sino agravarse con la presión de la obra.
Sencillamente, tenemos que encarar los hechos. Gastamos millones de dólares en cuidado médico e incontables horas en ayudar a los que tienen problemas que les imposibilitan efectuar la obra.
Hermanos, les pido que sean más selectivos con las personas a las que recomiendan. Hagan saber a nuestros jóvenes qué se va a esperar de ellos si van a servir en una misión. Hagan saber a sus padres qué se espera de sus hijos e hijas. Existen otras áreas en las que pueden trabajar aquellos con limitaciones serias y tener experiencias satisfactorias; y el Señor les bendecirá por lo que sean capaces de hacer.
Misioneros eficaces
Admito que a muchos padres que solicitan que sus hijos e hijas tengan la oportunidad de servir como misioneros, ésta les parecerá una posición irrazonable y dura. Pero, hermanos, creemos que debemos recuperar la visión del verdadero propósito de la obra misional y la necesidad de determinados requisitos a fin de cumplir dicho propósito. Espero que a todos los que les concierne se den cuenta de que es mejor no ir que ir, y tener que regresar al poco tiempo decepcionados y con un sentimiento de fracaso. Hermanos, ruego que el Señor les bendiga con inspiración, dirección, guía y amor hacia aquellos por los que son responsables, y con el valor para defender lo que saben que es justo y razonable.
El seguir estas pautas puede reducir el número de misioneros que tenemos en el campo, pero incrementará la eficacia de los que estén preparados para ir.
Permítanme recalcar que necesitamos misioneros, pero que éstos deben ser capaces de trabajar. Deben ser espiritualmente sensibles para hacer lo que se espera de ellos, y que en esencia es una obra espiritual. Deben ser moralmente dignos en todos los aspectos al haberse preservado limpios de las maldades de este mundo. En caso de que haya habido ofensas, debe haber habido el consiguiente arrepentimiento.
Debe haber un anhelo y un deseo de servir al Señor como embajadores Suyos en el mundo. Debe haber salud y fortaleza, tanto física como mental, pues la obra exige mucho.
Las horas son largas y la presión puede ser grande.
No estamos pidiendo la perfección. La obra del Señor la llevan a cabo personas normales que trabajan de forma extraordinaria. El Señor magnifica a los que ponen todo su empeño, y en ningún otro sitio es esto más evidente que en la obra misional. Todos hemos visto este milagro y lo hemos experimentado de manera muy personal. A través de medios pequeños, el Señor lleva a cabo Su gran obra.
Debemos tener mucho cuidado de no irnos a los extremos, pero podemos y debemos ser muy cuidadosos con aquellos a los que recomendamos, para que se conviertan en colaboradores y no en problemas.
En el caso de los que no deban ir pero deseen servir, debemos encontrar otros lugares en los que puedan realizar sus muy apreciadas contribuciones.
Creo que esto es todo lo que tengo que decir al respecto.
Una labor cuatripartita
Ahora deseo hablarles un poco de otros detalles, sobre la forma de realizar la obra misional. La obra misional es más que dos jóvenes dando una presentación memorizada a unos investigadores. Es algo más que bautizar. Se trata de una labor cuatripartita relacionada con los misioneros, sí, pero también con los miembros del barrio, los obispos, el líder misional del barrio y toda la organización de la Iglesia. Este esfuerzo cuatripartito incluye (1) encontrar investigadores; (2) enseñar por el Espíritu; (3) bautizar conversos dignos; y (4) fortalecer a los miembros nuevos y a los menos activos.
Antes de que los misioneros puedan enseñar, deberán encontrar personas que estén dispuestas a escuchar; deben asegurarse de que aquellos a quienes enseñan tienen un entendimiento del Evangelio y están dispuestos a aceptarlo y vivir de acuerdo a él. Estos investigadores gozarán de la inestimable ayuda de uno o varios amigos, preferiblemente personas que hayan tenido una experiencia similar al hacerse miembros de la Iglesia.
Deben reunir los requisitos establecidos en la sección 20, versículo 37, de Doctrina y Convenios. Una vez bautizados, debe asignárseles algún tipo de servicio en la Iglesia y se les debe nutrir y fortalecer en la obra hasta que sean firmes en la fe.
El encontrar investigadores
¿Quién es responsable de encontrar investigadores para que los misioneros les enseñen? Es responsabilidad de cada miembro de la Iglesia. La reunión de consejo de barrio es la ocasión para tratar todos estos elementos, pues allí debe estar el líder misional del barrio. A esta reunión se podrá invitar ocasionalmente a los misioneros regulares. El servicio misional estará en la agenda de cada reunión.
Se debe animar a los miembros del barrio a estar al tanto de las cosas que suceden en el barrio, como nacimientos, defunciones, enfermedades o diversos problemas familiares. Deben estar al tanto de los que se muden al barrio para ofrecerles ayuda y darles la bienvenida.
Los jóvenes pueden trabar amistad con otros jóvenes, y los niños con otros niños.
Hay que hacer todo esto con cuidado y sensibilidad, pero hay que hacerlo y se puede hacer. Siempre que haya un acontecimiento especial en el barrio, como una comida o una festividad nacional, se debe invitar a asistir y participar a los que no sean miembros.
Enseñemos a nuestro pueblo a ser buenos vecinos, a nunca ser orgullosos ni arrogantes. Enseñémosles a erradicar cualquier actitud de superioridad.
Cultivemos entre nuestra gente el estar constantemente atentos a las oportunidades que surjan de tender una mano de amistad. Permitamos que el ser un buen prójimo y el compartir nuestro amor por los demás sean nuestra actitud en cualquier parte del mundo donde estemos.
Allí donde haya entusiasmo por tener conversos, habrá resultados. Allí donde los miembros confíen en los misioneros, trabajarán para encontrar investigadores para ellos.
Debemos buscar familias: padres, madres e hijos. No podemos edificar la fuerza permanente de la Iglesia sin hombres que posean el sacerdocio.
Allí donde las familias se bauticen juntas, habrá unidad en el hogar y un mayor ímpetu por avanzar unidos como Santos de los Últimos Días activos.
Puede que los misioneros tengan que golpear puertas o repartir folletos, pero las referencias de los miembros pueden y deben ser la fuente principal de investigadores.
Todo buen converso que se ha unido a la Iglesia conoce las grandes bendiciones que emanan del hecho de ser miembro. A esto se le debiera sumar el deseo de compartir con nuestros amigos y con otras personas las oportunidades de ser miembros de la Iglesia.
Todo el barrio se verá fortalecido por el cada vez mayor entusiasmo hacia la obra misional. Habrá menos espíritu de crítica, menos quejas, pero un mayor enorgullecimiento por la Iglesia y sus programas.
Qué grande será el día en que los miembros no sólo oren por los misioneros de todo el mundo sino que también pidan al Señor que les ayude para colaborar con los misioneros que están trabajando en sus propios barrios.
A fin de cuentas, la fase más difícil de la obra misional es encontrar personas a quienes enseñar. Los miembros de la Iglesia entusiastas, en especial los siempre animados nuevos conversos, pueden ser la más grande y mejor fuente de referencias.
Enseñar por el Espíritu
La siguiente cuestión es cómo enseñarán los misioneros a las personas dispuestas a escuchar. Durante muchos años hemos tenido un conjunto de charlas misionales, de las cuales hemos recibido grandes beneficios, Los misioneros siempre han tenido algo que enseñar de manera sistematizada; pero lamentablemente, en demasiados casos este método ha terminado por convertirse en una presentación memorizada carente del Espíritu y de toda convicción personal.
El Señor ha dicho en una revelación: “Pero a pesar de las cosas que están escritas, siempre se ha concedido a los élderes de mi iglesia desde el principio, y siempre será así, dirigir todas las reuniones conforme los oriente y los guíe el Santo Espíritu” (D. y C. 46:2).
Si se observa este principio, el cual se repite una y otra vez en las revelaciones, los misioneros tendrán una nueva fuerza en sus enseñanzas.
Ellos deben dominar los conceptos de las lecciones, pero también sentirse libres para adaptar el orden con el que aparecen y enseñarlos en sus propias palabras bajo la guía del Santo Espíritu.
Referente al punto del orden de las charlas, permítanme ponerles un ejemplo. Un compañerismo de misioneros estaba golpeando puertas de casa en casa en una ciudad europea. Una mujer abrió la puerta. Había estado llorando y le costaba reprimir las lágrimas. Olvidándose de las charlas, uno de los misioneros le dijo:
“Señora, es evidente que algo le pasa. Nosotros somos ministros del Evangelio. ¿Podemos ayudarle de alguna manera?”.
Ella respondió: “Los ministros son parte de mi problema. Yo necesito consuelo y tranquilidad; no lo que me dicen los ministros”.
“¿Podemos saber”, dijo el misionero, “cuál es el problema?”.
“Mi bebé ha fallecido. Me han dicho que ha ido al infierno porque no fue bautizado”.
“¿Nos permite entrar y conversar unos minutos con usted?”.
Ella accedió. El élder sacó su Libro de Mormón de la bolsa, lo abrió en Moroni y leyó las palabras de Mormón sobre la inocencia de los niños pequeños. Compartió su solemne testimonio de la veracidad de los pasajes que había leído y aseguró a la mujer que su bebé estaba a salvo gracias a la Expiación de Cristo. Sus ojos se iluminaron. Hablaron más tiempo sobre la inocencia de los niños pequeños y la misericordia de Dios hacia ellos. Y eso fue todo lo que hablaron en aquella ocasión. Oraron juntos y el misionero pidió al Señor que consolara y bendijera a esta buena mujer cuyos pesares eran tan gravosos. Le dijeron que volverían y conversarían otra vez.
Todo terminó con la mujer bautizada en la Iglesia y convertida en una hermana fiel y activa.
Si los misioneros cultivan el Espíritu del Señor y viven dignos de Él, se les guiará para decir y enseñar de tal manera que puedan satisfacer las necesidades de los que enseñen. En mucho casos esta enseñanza se verá respaldada si un miembro de la Iglesia, especialmente un converso que ha pasado por circunstancias similares a las de las personas a quien estén enseñando, puede añadir un testimonio y ofrecer su amistad.
Déjenme hablarles de Eddie. Eddie vivía en Liverpool, Inglaterra. Dos misioneros lo encontraron en la calle; estaba borracho. Hacía poco que acababa de pasar por una experiencia difícil y por ello intentaba ahogar sus penas en la bebida.
Los misioneros le hablaron y le preguntaron si podrían pasar a verle cuando estuviera sobrio. Él les dijo que sí.
Fueron hasta su casa, él les invitó a pasar, hablaron con él sobre su gran pérdida y el pesar que le había causado. Hablaron sobre las misericordias de Cristo y la certeza de la vida después de la muerte y él aceptó. Le llevaron a la Iglesia y le presentaron a los miembros, los cuales le apoyaron y al poco se hallaba rodeado de amigos maravillosos que entendían sus circunstancias.
Fue bautizado y de inmediato recibió una responsabilidad pequeña en el barrio. Continuó siendo activo, vino a Salt Lake City para asistir a la conferencia general, le conocí y charlé con él.
Ahora asiste con frecuencia al Templo de Preston, Inglaterra, y se ha convertido en un miembro de la Iglesia devoto y maravilloso.
Enseñen la doctrina, pero dejen que la enseñanza proceda del corazón del misionero y no de una presentación sin sentimiento.
No permitan que los misioneros queden limitados a las charlas memorizadas. Permítanles hablar con gran convicción según se lo indique el Espíritu del Señor. Déjenles obrar así con gran sinceridad.
Cada mañana, antes de salir de su apartamento, los misioneros deben arrodillarse y suplicar al Señor que desate sus lenguas y hable a través de ellos para que sean una fuente de bendición para aquellos a quienes enseñen. Si lo hacen, aparecerá una luz nueva en sus vidas, habrá un entusiasmo mayor por la obra; llegará a saber de manera muy real que son siervos del Señor hablando en representación Suya. Recibirán una respuesta diferente de cada persona a la que enseñen, y al obrar así por el Espíritu, sus investigadores reaccionarán bajo la influencia de ese mismo Espíritu.
Si en todo este proceso está presente un miembro de la Iglesia para compartir su testimonio y convertirse en un buen amigo, los investigadores experimentarán un sentimiento cálido de aceptación que ya no les abandonará. Al final de cada ocasión de enseñar, se debe dejar a los investigadores algo para leer. Puede tratarse de los capítulos previamente asignados del Libro de Mormón o de otra literatura, pero siempre deben tener algo para leer y pensar, algo en lo que meditar y reflexionar, lo cual puede servirles a los misioneros de tema la próxima vez que se vean.
El Señor ha dicho: “Ni os preocupéis tampoco de antemano por lo que habéis de decir; mas atesorad constantemente en vuestras mentes las palabras de vida, y os será dado en la hora precisa la porción que le será medida a cada hombre” (D. y C. 84:85).
Éste es el consejo del Señor. No se puede ignorar sin atenerse a las consecuencias. La obediencia al mismo repercutirá en el resultado prometido. Este tipo de enseñanza entraña mayores retos y una mayor individualización, pero está más adaptada a las necesidades de los que la reciben. Éste es el tipo de enseñanza que conducirá a una invitación a ser bautizados.
El bautismo de conversos dignos
Y ahora hablemos sobre el bautismo del converso digno.
El Señor ha dejado bien claro los requisitos del bautismo. En D. y C. 20:37 Él declaró: “Todos los que se humillen ante Dios, y deseen bautizarse, y vengan con corazones quebrantados y con espíritus contritos, y testifiquen ante la iglesia que se han arrepentido verdaderamente de todos sus pecados, y que están dispuestos a tomar sobre sí el nombre de Jesucristo, con la determinación de servirle hasta el fin, y verdaderamente manifiesten por sus obras que han recibido del Espíritu de Cristo para la remisión de sus pecados, serán recibidos en su iglesia por el bautismo”.
El Señor ha puesto un nivel muy alto. Las personas a las que los misioneros consideren estar listas para ser bautizadas deben haber asistido a la reunión sacramental, deben haber conocido al obispo, tiene que habérseles presentado a los miembros, tienen que tener el amigo del que ya se ha hablado, así como tener cierto entendimiento de la Primera Visión, tienen que haber desarrollado fe en Cristo, haberse arrepentido del pasado y hecho los cambios suficientes en sus vidas para tener derecho a ser miembros de la Iglesia. Deben haberse despojado del hombre viejo y revestirse del nuevo, como dice Pablo (véase Colosenses 3:9-10). Deben llevar una vida de dignidad moral, conocer y aceptar la Palabra de Sabiduría y comprometerse a pagar el diezmo. Si no están listos, se debe posponer el bautismo hasta que lo estén.
El servicio bautismal debe ser una ocasión maravillosa. Debe haber oraciones, cantarse himnos e instrucción sobre la naturaleza de la ceremonia.
Se puede dar una explicación respecto a que el bautismo por inmersión que se practica en la Iglesia es similar al que empleó Juan para bautizar al Salvador. Representa la muerte, la sepultura y la resurrección a una vida nueva y más hermosa.
Se debe invitar a familiares y amigos, y los miembros del barrio deben estar presentes para recibir a los miembros nuevos en la Iglesia. Se debe invitar a otros investigadores al servicio bautismal. Esta experiencia erradicará algunos temores y dudas, y debe ser una ocasión impresionante y sagrada.
Se debe confirmar a los nuevos conversos durante una reunión sacramental del barrio al que vayan a pertenecer. La confirmación se debe efectuar tan pronto como sea razonable después del bautismo.
El fortalecimiento de los nuevos miembros
Unirse a la Iglesia puede ser una experiencia un tanto traumática. Atrás quedan las antiguas amistades y los estilos de vida conocidos. He dicho en muchas ocasiones que todo converso necesita tres cosas: un amigo, una responsabilidad y ser nutrido con la buena palabra de Dios.
El amigo del que se ha hablado es muy importante. Todo nuevo converso necesita a alguien que esté cerca y a quien pueda hacerle preguntas en confianza. Todo converso precisa un amigo que le ayude cuando surjan las inevitables dudas.
Todo miembro necesita una responsabilidad. Sólo se crece al servir.
La fe es como el músculo de mi brazo. Si lo uso y lo ejercito se torna fuerte.
Si lo pongo en reposo y lo dejo así, se debilitará. A todo nuevo converso se le debe dar una responsabilidad de inmediato. Puede que sea pequeña, pero debe ser importante.
Se ha contado repetidas veces la historia del converso cuyo obispo le asignó repartir los himnarios cada domingo por la mañana. A él le parecía que era absolutamente necesario llegar a tiempo a la reunión para verificar que todos los himnarios estuvieran en su sitio. Sentía que se le necesitaba. Las reuniones no se podían celebrar adecuadamente sin haber cumplido con su asignación. Y al servir, creció en la fe, y una asignación condujo a otra.
Se debe nutrir con la buena palabras de Dios. Los obispos deben asegurarse de que cada reunión sacramental contribuya a la edificación de la fe y brinde información del Evangelio. Los líderes de las clases deben reconocer la presencia de los nuevos miembros y asegurarse de que se les enseña de manera eficaz.
Se debe animar a los conversos a leer el Libro de Mormón, así como otra literatura de la Iglesia.
Todo converso es digno de ser salvo, y tengo la convicción de que no tenemos por qué sufrir bajas entre los que se unen a la Iglesia. Si se les enseña eficazmente, si se les conduce por el camino adecuado, si se ordena a los jovencitos y a los hombres adultos al sacerdocio y participan en las actividades del quórum, si las mujeres participan en la Sociedad de Socorro y si los niños son activos en sus respectivas organizaciones, crecerán su fe y entendimiento. Cada uno de ellos necesita atención mientras se convierte en un miembro fuerte de la Iglesia.
No se les puede desatender; no se les debe desatender. Son como las ovejas de las que habló el Salvador y tienen derecho a toda atención mientras obtienen entendimiento y desarrollan amor por la Iglesia y sus programas.
La unión en la salvación de almas
Hermanos, la misión de la Iglesia es la de salvar almas. Es enseñar el Evangelio a quienes estén dispuestos a escuchar, dondequiera que estén. Es bautizar a los que han demostrado ser dignos. Es fortalecerlos y nutrirlos hasta que sean capaces de caminar por sí mismos y avanzar con fortaleza y entusiasmo. No existe una obra mayor ni más importante, ni hay una obra más imperiosa que ésta, la cual el Dios del cielo nos ha concedido la responsabilidad de llevar adelante.
Mis amados hermanos, hemos participado en una gran reunión de liderazgo, una nueva empresa en la historia de esta gran obra. Nos hemos dirigido al liderazgo de casi toda la Iglesia en el mundo. Los pocos a los que no lleguemos recibirán nuestro mensaje de manera diferente.
¡Qué cosa tan asombrosa! El Señor ha hecho posible la tecnología mediante la cual podemos llegar hasta ustedes.
Habrá otra reunión semejante en junio. De este modo, capacitaremos a la Iglesia de manera uniforme en todo el mundo.
Somos todos una Iglesia, la Iglesia de nuestro Señor y Maestro, Jesucristo. Debemos llevar a cabo nuestro deber de un modo uniforme para bendecir las vidas de todos aquellos de quienes somos responsables.
Ésta es la santa obra de Dios, restaurada a la tierra en la dispensación última y final. Él y Su Hijo Amado, el Señor Jesucristo resucitado, aparecieron al joven José Smith y rasgaron el velo para inaugurar ésta, la dispensación del cumplimiento de los tiempos. Tenemos el Libro de Mormón como otro testamento del Señor Jesucristo. Se ha restaurado el sacerdocio con todas sus llaves y poderes. La Iglesia está plenamente organizada y lleva el nombre de Aquel que está a su cabeza.
Esta obra es gloriosa, y bendecirá la vida de todo hombre, mujer niño y niña que la acepte.
Les dejo mi testimonio, les dejo mi amor y mi bendición.
Ruego que el cielo les favorezca mientras avancen con sus responsabilidades. Ruego que hallen dicha en su servicio, y que progresen en fortaleza y facultad. Que Dios les bendiga, mis queridos y amados hermanos. Lo ruego humildemente en el sagrado nombre de Jesucristo. Amén.

























Gradiosas palabras del Presidente Hinckley
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