Recibamos todas las cosas con gratitud
por el presidente Ezra Taft Benson
Presidente del Consejo de los Doce
Acude a mi mente un pasaje que se encuentra en Doctrinas y Convenios, el cual utilizaré como tema para este artículo:
“Y el que recibe todas las cosas con gratitud, será glorificado; y le serán añadidas las cosas de esta tierra, aun cien veces, sí, y más.” (D. y C. 78:19.)
No recuerdo haber escuchado citar dicho pasaje; es hermoso. En la sección 59 de Doctrinas y Convenios se encuentra una importante declaración:
“Darás las gracias al Señor tu Dios en todas las cosas.
Ofrecerás un sacrificio al Señor tu Dios en justicia, aun el de un corazón quebrantado y un espíritu contrito.” (D. y C. 59:7-8.)
Luego el Señor continúa hablando acerca del día de reposo.
“Y para que te conserves más limpio de las manchas del mundo, irás a la casa de oración y ofrecerás tus sacramentos en mi día santo…” (D. y C. 59:9.)
Al concluir esa declaración respecto al día de reposo, agrega:
“Y si hacéis estas cosas con acción de gracias, con corazones y semblantes alegres…
De cierto os digo, que si hacéis esto, la abundancia de la tierra será vuestra, las bestias del campo y las aves del aire, y lo que trepa a los árboles y anda sobre la tierra;
Sí, y la hierba, y las cosas buenas que produce la tierra, ya sea para alimento, o vestidura, o casas, o alfolíes, o huertos, o jardines, o viñas;
Sí, todas las cosas que de la tierra salen, en su sazón, para el beneficio y el uso del hombre son hechas tanto para agradar la vista como para alegrar el corazón;
Sí, para ser alimento y vestidura, para gustar y para oler, para vigorizar el cuerpo y animar el espíritu.
Complace a Dios el haber dado todas las cosas al hombre; porque para este fin fueron creadas, para usarse con juicio, mas no en exceso, ni por extorsión.”
Luego viene esta amonestación:
“Y en nada ofende el hombre a Dios, o contra ninguno está encendido su enojo, sino aquellos que no confiesan su mano en todas las cosas, y no obedecen sus mandamientos.” (D. y C. 59:15-21.)
Se dice que en una ocasión el profeta José dijo que uno de los pecados más grandes que podrían cometer los Santos de los Últimos Días, era el pecado de la ingratitud. Me imagino que la mayoría de nosotros no lo hemos considerado como un pecado tan serio. Existe una gran tendencia en nuestras oraciones, en nuestras súplicas al Señor, de rogar bendiciones adicionales; pero pienso que algunas veces deberíamos dedicar más nuestras oraciones a expresiones de gratitud y de agradecimiento por las bendiciones que ya hemos recibido. Naturalmente, necesitamos las bendiciones diarias del Señor; pero si en algo pecamos con respecto a la oración, creo que es en nuestra falta de expresiones de agradecimiento por las bendiciones que el Señor nos da.
El presidente Brigham Young pronunció casi la misma amonestación que el profeta José: que éste sería uno de los pecados más grandes para los Santos de los Últimos Días; y no creo que sea a causa de que seamos más desagradecidos que otra gente, sino porque tenemos mucho más por lo que debemos expresar gratitud.
Como Santos de los Últimos Días, damos por sentado el derecho a estas bendiciones; me imagino que no las consideramos como algo particularmente especial.
A fines de la Segunda Guerra Mundial, me encontraba en mi oficina en Salt Lake City cuando recibí una llamada telefónica de un hombre que vivía en Nueva York, un multimillonario que a los treinta años de edad, ya había acumulado treinta millones de dólares. Tenía un hijo en un campo militar localizado en las afueras de Salt Lake City; aquel joven había esperado ser enviado allende el mar, tal como muchos otros; pero la guerra concluyó de manera que fueron enviados a ese campo, donde estaban como sardinas enlatadas. El muchacho se encontraba desalentado, y su padre se preocupaba por él; por eso había decidido llamarme.
— ¿Me haría el favor de llamarlo por teléfono y ver si lo puede alegrar un poco?— me preguntó.
Le respondí:
—Por supuesto, me encantaría.
Así lo hice y, después de presentarme le pregunté:
— ¿Le gustaría venir a mi oficina para conversar un poco?
A lo cual me contestó:
—Claro que sí.
Se demoró un poco en llegar, y cuando llegó yo ya estaba preparándome para irme a casa. Así que le pregunté:
— ¿Le gustaría acompañarme a casa y cenar con mi familia? Aunque no le he avisado a mi esposa, estoy seguro de que estará encantada.
—No podría pensar en una forma mejor de pasar la velada —me replicó.
De manera que nos fuimos, cenamos y oramos. Después nos reunimos alrededor del piano y nos divertimos cantando canciones; y por último, luego de conversar un rato, le llevé a la estación de autobuses. Después de unos días recibí una carta de su padre, y por su contenido, uno pensaría que le había salvado la vida a ese joven. El padre mencionaba una carta que había recibido de su hijo en la cual éste le había dicho:
“Padre, no terna idea de que existiera en el mundo gente que vive de esa manera.”
Sí, todo lo damos por sentado. Allí terna a un hombre que poseía millones de dólares, que le podría comprar a su hijo cualquier cosa que el dinero pudiera adquirir, y sin embargo, el simple hecho de ofrecer una oración y la devoción que había en nuestro hogar, ellos lo habían pasado por alto.
Es necesario que seamos más agradecidos. Creo que no existe un verdadero carácter sin la gratitud. Tener sentimiento de aprecio y gratitud por las bendiciones que se poseen, es una de las indicaciones de un verdadero carácter. Necesitamos más de ese mismo espíritu en nuestros hogares, y en nuestras asociaciones diarias en la Iglesia por doquier. No cuesta nada; es tan fácil cultivar el espíritu de agradecimiento… Y es asimismo de fácil estar insatisfecho y envidiar a otras personas …
Recuerdo que una noche aprendí una lección en un pequeño barrio en Idaho, mientras me encontraba viajando para la Universidad de Idaho. Viajé por ese maravilloso estado por ocho años; he estado en cada pueblo y condado del mismo; no era raro que algunas veces me ausentara por dos semanas. Luego llegaba a casa, y como era oficial de estaca, me daba un baño, me cambiaba de ropa y me iba a las reuniones de la estaca. Mi esposa solía decirme: “Cuando no estás viajando, estás en reuniones”. En una ocasión cuando sucedió esto, una de mis hijitas salió a la puerta a despedirme y exclamó: “¡Ven a visitarnos otra vez, papi!”
Extrañaba a mi familia, y en esta ocasión particular me encontraba en Pocatello, Idaho, un día domingo. Al recordar a mi familia, que estaba tan lejos, pensé: “Iré hasta Whitney para ver si me es posible asistir al servicio sacramental y renovar mi amistad con algunas de las maravillosas personas de ese lugar”.
De manera que viajé hasta ese lugar y llegué precisamente en el momento en que la reunión estaba para principiar y el obispo entraba en la capilla.
Me invitó a sentarme con él; tenía la costumbre de subir al estrado y sentarse allí’ diez minutos antes de que comenzara la reunión, de esta manera podía ver llegar a la gente. Sus consejeros se paraban en las entradas, para recibir a los que llegaban. Mientras me encontraba sentado allí, observé a los que iban entrando; grupos familiares formados por el padre, la madre y los hijos; conocía a casi todos ellos, y al conocer a los padres me era fácil identificar a los hijos, puesto que estaban juntos.
La reunión dio principio, y el consejero que estaba dirigiendo me pidió que dijera unas palabras. Mientras se iba desarrollando la reunión, había pensado varias veces, “¿No sería maravilloso que cada domingo pudiera estar en casa e ir a la Iglesia con mi familia? ¡Qué hermoso seria!”
Y sin embargo, cuando el consejero me presentó, dijo: “Hermanos, sería maravilloso si todos tuviéramos un trabajo como el del hermano Benson. El continuamente está viajando por nuestro hermoso estado”. Y yo no pude menos que pensar: “Si, cuán cierto es; las bendiciones de los demás siempre nos parecen mejores que las nuestras”.
Espero que podamos ser felices donde nos encontremos, que estemos agradecidos por nuestras bendiciones, ahora, aquí, aceptando el desafío que tengamos y no envidiando a los demás.
Que Dios nos ayude a ser agradecidos. Alguien ha dicho que una persona desagradecida es semejante a un cerdo que se encuentra bajo el manzano comiendo la fruta, sin mirar hacia arriba para ver de dónde viene. ¿Elevamos nuestra vida para ver de dónde vienen nuestras bendiciones?
Dios nos ayude para que nunca seamos culpables del pecado de la ingratitud.
“Y el que recibe todas las cosas con gratitud, será glorificado; y le serán añadidas las cosas de esta tierra, aun cien veces, sí, y más.” (D. y C. 78:19.)