¿Hay evidencias de la Iglesia verdadera?

¿Hay evidencias de la Iglesia verdadera?

por Harold B. Lee
Del Consejo de los Doce Apóstoles
(Tomado de the Church News 1961)


Hace poco, mientras visitaba una de las misiones, un padre y su hija que no eran miembros de la Iglesia, asistieron a nuestra conferencia de misioneros en el estado de Dakota del Sur. Se quedaron hasta después de la reunión para hablar conmigo acerca de las frustraciones con que habían tropezado en su búsqueda sincera de la verdad.

Me explicaron que estaban recibiendo lecciones de nuestros misioneros, las cuales los habían impresionado mucho; pero antes de decidirse a ser bautizados, estos investigadores se habían hecho la pregunta a la cual toda alma sincera debe recibir una respuesta: “¿Cómo puede estar seguro de que ésta es la Iglesia y evangelio verdaderos de Jesucristo?”

Parece que el padre se había unido a una iglesia sectaria poco después de llegar a ser mayor de edad, pero al corto tiempo la abandonó para unirse a otra, porque la primera no lo bautizó por inmersión; y, de acuerdo con lo que había estudiado en las Escrituras, estaba convencido de que era el único modo correcto de bautizar. Más tarde un tío lo había persuadido a afiliarse con una secta que belicosamente declaraba que todas las demás eran del diablo. Su extravío espiritual lo llevó a asociarse con un amigo que lo convirtió a la “Iglesia Universal”, como él la llamaba, la cual ni reconocía credo alguno ni tenía organización. Se guiaba únicamente por una fórmula simplificada y nebulosa que decía: “Cree y serás salvo”.

Hacía poco que se había agravado el dilema de la familia, cuando la hija mayor, a la conclusión de una clase bíblica que duró algunas semanas, empezó a preguntar al ministro que dirigía la clase, sobre algunas dudas que habían surgido a causa de las enseñanzas de nuestros misioneros. Confuso y sin poder contestar, el ministro impacientemente la había reprendido, diciéndole que si hubiera estudiado las lecciones bíblicas debidamente, no estaría haciéndole preguntas tan necias. Ahora el padre deseaba saber en qué forma podría estar seguro de que ésta era la Iglesia verdadera, a fin de no cometer otro error.

Había progresado a tal grado en sus estudios, que sabía de la existencia de muchas formas de religión en el mundo, cuyos maestros individuales afirmaban tener razón. En cada una de ellas había encontrado algunas verdades, pero se confundía al descubrir en ellas errores que contradecían las Escrituras. Sabía que el Salvador enseñó solamente una forma de religión que podía llamarse el Evangelio de Jesucristo.

Comprende toda la verdad

A fin de que mi discusión con ese hombre sincero pueda ser de utilidad para otros, ofreceré en seguida la esencia de lo que le expliqué en aquella ocasión.

Le hice ver que el evangelio verdadero de Jesu­cristo debe comprender toda la verdad y solamente la verdad. El apóstol Pablo enseñó claramente que hay un cuerpo, y un Espíritu; como fuisteis también llamados a una misma esperanza de vuestra vocación; un Señor, una fe, un bautismo, un Dios y Padre de todos, quien está sobre todos, y por todos y en todos vosotros. (Efesios 4:4-6)

A sus discípulos el Maestro había manifestado: “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida: nadie viene al Padre sino por mí.” (Juan 14:3) Así como S. Pedro ha declarado: “No hay otro nombre debajo del cielo dado a los hombres, en que podamos ser salvos,” en igual manera parece perfectamente claro que para ser la Iglesia verdadera, Jesús nuestro Salvador debe ser el corazón y alma de su doctrina; y que mediante la obediencia a las ordenanzas que Él y sus discípulos establecieron, así como por sus enseñanzas, aprender el camino que conduce a la salvación y vida eterna.

Los antiguos apóstoles, en lenguaje inequívoco, vigorosamente rechazaron todas las enseñanzas que eran contrarias a las del Maestro y las de sus discípulos escogidos: Mas si aun nosotros, o un ángel del cielo, os anunciare un evangelio diferente del que os hemos anunciado, sea anatema. (Gálatas 1:8) Esto no fue sino reiterar la amonestación del Maestro: Mas en vano me honran, enseñando como doctrinas mandamientos de hombres. (Mateo 15:9) O como S. Juan claramente lo expresa: El que dice: Yo le he conocido, pero no guarda sus mandamientos, el tal es mentiroso, y la verdad no está en él. (1 Juan 2:4)

Hay ciertas marcas o señales exteriores de la Iglesia verdadera que uno debe observar: Primeramente, uno debe aplicar la sencilla prueba del Maestro: “Guardaos de los falsos profetas. . . por sus frutos los conoceréis.” Los falsos maestros enseñan falsedades y sus obras son malas. Los verdaderos maestros enseñan y viven rectamente, y no enseñan doctrinas que contradicen las enseñanzas que el Señor nos ha dado directamente o por revelación, mediante sus profetas. Hay ciertas señales que siempre seguirán a los creyentes verda­deros: …En mi nombre echarán fuera demonios, hablarán nuevas lenguas; tomarán serpientes en las manos y, si bebieren cosa mortífera, no les dañará; sobre los enfermos impondrán sus manos, y sanarán. (Marcos 16:17-18) Nosotros, que hoy somos miembros de la Iglesia de Jesucristo, igual que los discípulos de aquella época, creemos en el don de lenguas, profecías, revelación, visiones, sanidades, interpretación de lenguas, etc.

Otras ovejas

A sus discípulos del continente occidental —sus “otras ovejas”, como los llamó, y a quienes visitó después de su muerte y resurrección— El dio otra manera segura mediante la cual podemos distinguir la Iglesia verdadera de la falsa. Esto fue lo que dijo el Maestro: ¿Y cómo puede ser mi iglesia salvo que lleve mi nombre? Porque si una iglesia lleva el nombre de Moisés, entonces es la iglesia de Moisés; o si se le da el nombre de algún hombre, entonces es la iglesia de ese hombre; pero si lleva mi nombre, entonces es mi iglesia, si es que están fundados sobre mi evangelio. (3 Nefi 27:8)

Notemos con cuidado esta última afirmación: la iglesia no sólo debe llevar su nombre, sino también debe estar fundada sobre su evangelio. Pasad lista, amigos míos, a todas las iglesias que conocéis. ¿Cuántas son las que llevan su nombre, y de aquéllas que lo llevan, cuántas son las que enseñan su evangelio en su plenitud? Recordad que ésta es la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, así como los miembros de aquellos días antiguos eran llamados santos. Los anales de los cuales citamos los pasajes anteriores, declaran: Y los que fueron bautizados en el nombre de Jesús, fueron llamados la iglesia de Cristo. (3 Nefi 26:21) Así debe ser en cada dispensación, si es su Iglesia verdadera.

La Iglesia del Maestro fue un cuerpo ordenado y organizado,  edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo. Esta organización con sus maestros, auxilios y gobierno completo era, para de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo. (Efesios 2:20; 4:12) Los que oficiaban en la Iglesia verdadera necesitaban recibir la autoridad divina, conferida mediante la ordenación autorizada, y no bastaba con una autoridad “asumida”. El Señor dijo a sus apóstoles: No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros, y os he puesto para que vayáis y llevéis fruto,… (Juan 15:16) Y al principal de los apóstoles Él entregó las “llaves” del reino de Dios, o en otras palabras, las llaves de la autoridad en la Iglesia de Jesucristo, a fin de que cuanto fuese ligado en la tierra, también se ligara en los cielos.

Esta autoridad era conocida como el Santo Sacer­docio, acerca del cual el apóstol Pablo declaró: Y nadie toma para sí esta honra, sino el que es llamado por Dios, como lo fue Aarón. (Hebreo 5:4) Otro profeta de nuestra época ha declarado el significado de estas palabras: Creemos que el hombre debe ser llamado por Dios, por profecía y la imposición de manos, por aquellos que tienen la autoridad, a fin de que pueda predicar el evangelio y administrar sus ordenanzas. (Artículo de Fe Nº. 5)

La marca de la Iglesia verdadera

Hay una marca adicional, extraordinariamente significativa, de la Iglesia verdadera, a la cual se refirió el Maestro cuando dijo: Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero porque no sois del mundo, sino que yo os elegí del mundo, por eso os aborrece el mundo. (Juan 15:19) Es triste pero cierto el hecho de que los verdaderos discípulos de Jesucristo han sido siempre perseguidos por los del mundo que no conocen a Cristo ni sus enseñanzas. Como contraste el maestro advirtió: ¡Ay de vosotros, cuando todos los hombres hablen bien de vosotros!, porque así hacían sus padres con los falsos profetas. (Lucas 6:26) Escudriñad la historia de la Iglesia de Jesucristo en nuestra época y distintamente hallaréis un paralelo de lo que Cristo habló.

Las Escrituras en particular, después que uno las estudia con oración y diligencia, servirán como la guía más segura en la búsqueda de la Iglesia verdadera, pues el evangelio que enseñó el Salvador no ha cam­biado. Es el mismo hoy que fue cuando Él moró sobre la tierra.

Las Escrituras afirman que la fe es el primer principio de la Iglesia verdadera. Porque de tal manera amó Dios al mundo que ha dado a su Hijo Unigénito, para que todo aquel que en él cree no se pierda, mas tenga vida eterna. También:

…El que en mí cree, las obras que yo hago él también las hará;… y además: …El que me ama, mi palabra guardará;… (Juan 3:16; 14:12, 23) Así fue como nuestro Señor con toda claridad enseñó este primer principio.

Las primeras palabras escritas del Maestro fueron éstas: …¡Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado!; y más tarde declaró: el que no reciba el reino de Dios como un niño no entrará en él. (Mateo 4:17; Marcos 10:15) El arrepentimiento de sus pecados prepara a los verdaderos creyentes para la primera ordenanza del evangelio, que es el bautismo por inmersión para la remisión de los pecados.

El Salvador fue bautizado

El propio Salvador fue bautizado por Juan el Bautista, como Él dijo, para “cumplir toda justicia.” Si así fue con Él, ¿qué podemos esperar de nosotros? A Nicodemo le fue dicho: el que no naciere de agua y del Espíritu no puede entrar en el reino de Dios. (Juan 3:5) El Maestro no nos dejó en dudas en cuanto al motivo por el cual debe aceptarse el bautismo que Él enseñó: Y nada impuro puede entrar en su reino; por tanto, nada entra en su reposo, sino aquellos que han lavado sus vestidos en mi sangre, mediante su fe, y el arrepentimiento de todos sus pecados y su fidelidad hasta el fin. (3 Nefi 27:19)

Por eso es que Pedro amonestó a sus oyentes: Arrepentíos y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados, y recibiréis el don del Espíritu Santo. (Hechos 2:38) Mediante el bautismo por uno que tiene la autoridad, el recipiente, de hecho, lava sus vestidos figurativamente en la sangre del Hijo de Dios, el cual expió los pecados de todos los que lo reciben y entran por la puerta del redil mediante el bautismo. Más si no se arrepienten —afirmó el Salvador con toda claridad— tendrán que padecer aun como yo he padecido.  (D. y C. 19:17)

El Espíritu Santo es uno de los miembros de la Trinidad, el Consolador prometido por el Maestro, por cuyo conducto se dan los dones espirituales a los que obedecen el evangelio. El Espíritu Santo testifica del Salvador: os recordará todo lo que os he dichoos guiará a toda la verdad… [y aun] os hará saber las cosas que han de venir. (Juan 14:26; 16:13)

En este último gran don, concedido por uno de los miembros de la Trinidad, a saber, el Espíritu Santo, se halla la manera de obtener el conocimiento seguro, después que el estudio que uno ha hecho de las Escrituras—como brevemente acabo de explicar—lo ha convencido de que ésta, la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, tiene todas las marcas de la Iglesia verdadera de Jesucristo.

Un profeta de otra época, dio a los investigadores y a los que buscan la verdad, esta prueba infalible:

Y cuando recibáis estas cosas, quisiera exhortaros a que preguntéis a Dios el Eterno Padre, en el nombre de Cristo, si no son verdaderas estas cosas; y si pedís con un corazón sincero, con verdadera intención, teniendo fe en Cristo, él os manifestará la verdad de ellas por el poder del Espíritu Santo; y por el poder del Espíritu Santo podréis conocer la verdad de todas las cosas. (Moroni 10:4-5)

Ahora quisiera indicar a mi amigo en Dakota del Sur y a todos los demás que sinceramente están buscando la verdad, cómo pueden ellos, igual que un joven misionero que conocí en Chicago, recibir la certeza del conocimiento que todos deben buscar.

Entrevista con un misionero

Este joven misionero me fue a esperar al tren para solicitar una entrevista, porque durante los primeros meses de su misión no había podido obtener un testi­monio de la verdad de las cosas que estaba enseñando. Se le llamó la atención a las palabras del apóstol Pablo de que “sois templos de Dios, y el Espíritu de Dios mora en vosotros”; y que “si alguno violare el templo de Dios, Dios destruirá al tal.” De modo que el primer paso esencial para recibir un testimonio es estar uno seguro que su propia casa se encuentra en orden. Su mente y su cuerpo deben estar limpios si quiere disfrutar del don interior del Espíritu Santo mediante el cual puede conocer la certeza de las cosas espirituales.

El Maestro indicó a sus oyentes otro paso impor­tante en la adquisición de un testimonio, cuando, respondiendo a la pregunta sobre la manera en que podían saber si su doctrina era verdadera o no, Él contestó: El que quiera hacer la voluntad de él conocerá si la doctrina es de Dios o si yo hablo por mí mismo. (Juan 7:17) De manera que si buscáis una bendición, tenéis que cumplir con el mandamiento sobre el cual se basa la bendición que buscáis.

Para concluir nuestra conversación, le indiqué a nuestro joven misionero el último paso necesario para obtener el conocimiento seguro. El Señor reveló la manera a Juan cuando le dijo: He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré y cenaré con él, y él conmigo. (Apocalipsis 3:21)

Cuando nos hacemos dignos, viviendo rectamente, nos estamos sintonizando con lo infinito, o como lo expresa el apóstol Pedro, somos hechos participantes de la naturaleza divina, habiendo huido de la corrupción que hay en el mundo por la concupiscencia. (2 Pedro 1:4) En esta situación, la oración sincera del corazón justo le abre a cualquier individuo la puerta que conduce al conocimiento divino y la fuerza en aquello que busca con rectitud.

La manifestación del presidente Snow

El presidente Lorenzo Snow, quinto presidente de la Iglesia de Jesucristo, relata lo que le sucedió cuando era un joven estudiante universitario en el colegio de Oberlin, Ohio. Lo repetí a nuestro misionero para ilustrarle la manera en que Dios puede comuni­carse con un hijo digno. Este joven, que no llegaba aún a los veinticinco años, oyó al propio profeta José Smith predicar el evangelio en una reunión casera, en el pueblo cercano de Kírtland. El padre del Profeta, que también era patriarca de la Iglesia, estaba presente. Al terminar la reunión, el Patriarca le dijo profética― mente que se uniría a la Iglesia, y que tenía una misión muy importante que realizar. Esta profecía se cumplió poco después, cuando Lorenzo aceptó el evangelio y se bautizó.

Aunque estaba bien convencido de la divinidad de la Iglesia y sus enseñanzas —y ahora se había bautizado— le faltaba, sin embargo, ese testimonio seguro que sólo puede venir de fuentes espirituales. Algunas semanas después de su bautismo, y tras un día de intensa reflexión sobre el asunto, se apartó a un lugar retirado donde solía arrodillarse para orar antes de acostarse. En sus propias palabras ha relatado el notable acontecimiento que siguió:

No bien hube despegado mis labios para intentar orar, cuando oí un sonido directamente arriba de mi cabeza, parecido al crujir de ropas de seda, e inmediatamente el Espíritu de Dios descendió sobre mí, cubriendo completamente toda mi persona, llenándome desde la corona de la cabeza hasta las plantas de los pies, y ¡oh qué gozo y felicidad sentí! No hay palabras que puedan describir la transición casi instantánea desde una densa nube de obscuridad mental y espiritual a un fulgor de luz y conocimiento de que Dios vive, que Jesucristo es el Hijo de Dios y de la restauración del santo sacerdocio y la plenitud del evangelio.

Fue un bautismo completo, una inmersión tangible en el principio o elemento celestial, el Espíritu Santo; y más real y físico aún en sus efectos sobre todo mi sistema que la inmersión en el agua. Disipó para siempre, mientras me dure la razón y la memoria, toda posibilidad de duda o temor referente al hecho, trasmitido a nosotros históricamente, de que “el Niño de Belén” es verdaderamente el hijo de Dios; también el hecho de que hoy se está revelando a los hombres y comunicando conoci­miento, igual que en los tiempos apostólicos. Quedé perfecta­mente satisfecho, y con razón, porque mis deseos se habían realizado mucho más de lo que yo esperaba, y creo que puedo decir con seguridad, en un grado infinitamente mayor.

No puedo decir cuánto tiempo permanecí completamente bañado por la corriente de ese bendito gozo y divina iluminación, pero pasaron algunos minutos antes que el elemento celestial que me llenó y me rodeó, comenzara a retirarse gradualmente. Al levantarme de donde había estado arrodillado, con el corazón henchido de gratitud hacia Dios, imposible de expresarlo con palabras, sentí, supe que Él me había conferido lo que solamente un Ser Omnipotente puede otorgar: aquello que es de mayor valor que todas las riquezas y honores que los mundos pueden conferir. Esa noche al acostarme se repitieron las mismas maravillosas manifestaciones y así continuaron durante varias noches sucesivas. La dulce evocación de esos gloriosos aconteci­mientos, desde ese tiempo hasta el presente, los trae nuevamente ante mí, comunicándome una influencia inspiradora que penetra todo mi ser, y confío que así sea hasta el fin de mi existencia terrenal.

Desafía toda duda

No hace mucho asistí a una Conferencia de Estaca en la cual se llamó a que diera un informe de su misión al joven misionero que estuvo conmigo en la estación de ferrocarril de Chicago. Relató la conversación como la he bosquejado, y entonces declaró a la congregación, que como resultado de su obediencia al consejo que se le había dado sintió que, como lo expresó en sus propias palabras, “realmente me humilló e hizo surgir un testimonio del Espíritu. Sentí dentro de mí una sensación de tranquilidad que me dio un testimonio de ciertas partes del evangelio que yo había impugnado. Esta sensación creció dentro de mí a tal grado que ahora puedo decir que sé que ésta es la Iglesia verdadera de Jesucristo, que José Smith, es un profeta de Dios, y que el Espíritu Santo vive y da testimonio de la verdad.”

Así como este joven misionero llegó a saber, en igual manera todo aquel que se prepara, como ya he explicado, puede llegar a saber con una certeza que desafía toda duda.

En conclusión quisiera exhortaros a que reflexionéis la maravillosa promesa del Señor a todos los que son fieles:  Y si vuestra mira está puesta únicamente en mi gloria, vuestro cuerpo entero será lleno de luz y no habrá tinieblas en vosotros; y el cuerpo lleno de luz comprende todas las cosas. (D. y C. 88:67)

Mi humilde oración es que todos aquellos que con esta sinceridad buscan, ganen para sí ese testimonio que colocará sus pies firmemente en el camino que conduce con toda seguridad a la gloriosa meta de la inmortalidad y la vida eterna.

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