Capítulo 10
El significado de la oración
Los profetas de todos los tiempos han sido firmes creyentes en la oración y, verdaderamente, gracias al testimonio de cada uno de ellos respecto de la oración personal, la humanidad en general se ha conservado más o menos devota.
Quizás ninguna otra Escritura se asemeje al Libro de Mormón en cuanto a la enseñanza que éste nos prodiga referente a la oración. La primera página nos relata la oración del profeta Lehi en favor de su pueblo, y en la última Moroni nos aconseja que oremos para comprobar la veracidad del libro. Ambas páginas encierran la historia de gente devota que jamás olvidó sus oraciones —oraciones que abrían literalmente los cielos y traían bendición tras bendición sobre los fieles
Perseverancia en la Oración
Antes de considerar la naturaleza de las oraciones ofrecidas por las gentes del Libro de Mormón, notemos cuán perseverantes eran en sus súplicas al Señor. Encontramos un ejemplo clásico en el libro de Enós:
He aquí, salí a cazar bestias en los bosques; y las palabras que frecuentemente había oído a mi padre hablar, en cuanto a la vida eterna y el gozo de los santos, penetraron mi corazón profundamente.
Y mi alma tuvo hambre; y me arrodillé ante mi Hacedor, y clamé a él con potente oración y súplica por mi propia alma; y clamé a él todo el día; sí, y cuando anocheció, aún elevaba mi voz en alto hasta que llegó a los cielos.
Y vino a mí una voz, diciendo: Enós, tus pecados te son perdonados, y serás bendecido.
Y yo, Enós, sabía que Dios no podía mentir; por tanto, mi culpa fue expurgada.
Y dije yo: Señor, ¿cómo se lleva esto a efecto?
Y él me dijo: Por tu fe en Cristo, a quien nunca jamás has oído ni visto. Y pasarán muchos años antes que él se manifieste en la carne; por tanto, ve, tu fe te ha salvado.
Ahora bien, sucedió que cuando hube oído estas palabras, empecé a anhelar el bienestar de mis hermanos los nefitas; por tanto, derramé toda mi alma a Dios por ellos.
Y mientras así me hallaba luchando en el espíritu, he aquí, la voz del Señor de nuevo penetró mi mente, diciendo: Visitaré a tus hermanos según su diligencia en guardar mis mandamientos. Les he dado esta tierra, y es una tierra santa; y no la maldigo sino por causa de iniquidad. Por tanto, visitaré a tus hermanos según lo que he dicho; y sus transgresiones haré bajar con dolor sobre su propia cabeza.
Y después que yo, Enós, hube oído estas palabras, mi fe en el Señor empezó a ser inquebrantable; y oré a él con mucho y prolongado ahínco por mis hermanos, los lamanitas.
Y aconteció que después que hube orado y me hube afanado con toda diligencia, me dijo el Señor: Por tu fe, te concederé conforme a tus deseos.
Y ahora bien, he aquí, este era el deseo que anhelaba de él: Que si acaso mi pueblo, el pueblo nefita, cayera en transgresión, y fuera de algún modo destruido, y los lamanitas no lo fueran, que el Señor Dios preservara una historia de mi pueblo, los nefitas, aun cuando fuera por el poder de su santo brazo, para que algún día futuro fuera llevada a los lamanitas, para que tal vez fueran conducidos a la salvación; porque por ahora nuestros esfuerzos para restaurarlos a la verdadera fe han sido en vano. Y juraron en su ira que, de ser posible, destruirían nuestros anales junto con nosotros, y también todas las tradiciones de nuestros padres.
Por tanto, sabiendo yo que el Señor Dios podía preservar nuestros anales, le suplicaba continuamente, pues él me había dicho: Cualquier cosa que pidas con fe, creyendo que recibirás en el nombre de Cristo, la obtendrás.
Y yo tenía fe, y le imploré al Señor que preservara los anales; e hizo convenio conmigo de que los haría llegar a los lamanitas en el propio y debido tiempo de él.
El profeta Nefi, aquél que viviera al tiempo de la venida del Señor, nos muestra una característica similar. Sus seguidores, que creían en Cristo y estaban esperando señales de Su nacimiento, conforme a las palabras de Samuel el lamanita, habían sido amenazados de muerte si dichas señales no se manifestaban para el día siguiente. Entonces el relato nos dice:
Y acaeció que fue y se postró en tierra y oró fervorosamente a su Dios por su pueblo, sí, todos aquellos que estaban a punto de ser destruidos por motivo de su fe en la tradición de sus padres.
Y sucedió que todo el día imploró al Señor fervientemente; y he aquí, la voz del Señor vino a él, diciendo:
¡Alza la cabeza y regocíjate, pues he aquí, el tiempo se acerca; y esta noche se dará la señal, y mañana vendré al mundo para mostrar a los hombres que he de cumplir todas las cosas que he anunciado por boca de mis santos profetas!
He aquí, vengo a los míos para cumplir todas las cosas que he manifestado a los hijos de los hombres desde el principio del mundo, y para cumplir la voluntad así del Padre como del Hijo: del Padre por causa de mí, y del Hijo a causa de mi carne. He aquí, el tiempo se acerca, y esta noche se dará la señal. (3 Nefi 1:11-14)
Enseñanzas Acerca de la Oración
Los profetas nefitas consideraban la oración como un acto que respondía a la inspiración del Espíritu de Dios, y enseñaban que el hombre debía siempre recurrir a ella a fin de participar de dicho espíritu. Y así lo recalca Nefi:
Y ahora, amados hermanos míos, observo que aún estáis meditando en vuestros corazones; y me duele tener que hablaros sobre esto. Porque si atendieseis al Espíritu que enseña a los hombres a orar, sabríais que os es menester orar; porque el espíritu malo no enseña al hombre a orar, sino que no debe orar.
Mas he aquí, os digo que debéis orar siempre, y no desmayar; que nada debéis hacer en el Señor, sin antes orar al Padre en el nombre de Cristo, a fin de que él os consagre vuestra acción, y vuestra obra sea para el beneficio de vuestras almas. (2 Nefi 32:8-9)
Con respecto a la oración, también Amulek nos ha dejado muchas instrucciones. Dirigiéndose a un grupo de personas que habían manifestado su humildad a través del arrepentimiento, él dice:
Por tanto, hermanos míos, Dios os conceda empezar a ejercitar la fe hasta el arrepentimiento para que empecéis a implorar su santo nombre, a fin de que tenga misericordia de vosotros;
Sí, implorad su misericordia, porque es poderoso para salvar.
Sí, humillaos y continuad haciéndole oración.
Orad a él cuando estéis en vuestros campos, sí, por todos vuestros rebaños.
Rogadle en vuestros hogares, sí, por todos los de vuestra casa, en la mañana, al medio día y en la tarde.
Sí, imploradle contra el poder de vuestros enemigos;
Sí, contra el diablo, que es el enemigo de toda justicia.
Rogadle por las cosechas de vuestros campos, a fin de que prosperen.
Orad por los rebaños de vuestros campos para que puedan aumentar.
Mas esto no es todo; es menester que derraméis vuestra alma en vuestros aposentos, en vuestros sitios secretos y en vuestros yermos.
Sí, y cuando no estéis invocando al Señor, dejad que rebosen vuestros corazones, orando constantemente por vuestro propio bienestar así como por el bienestar de los que os rodean.
Y he aquí, amados hermanos míos, os digo que no creáis que esto es todo; porque si después de haber hecho todas estas cosas, despreciáis al indigente y al desnudo y no visitáis al enfermo y afligido, si no dais de vuestros bienes, si los tenéis, a los necesitados, os digo que si no hacéis ninguna de estas cosas, he aquí, vuestra oración será en vano y no os valdrá nada, más seréis como los hipócritas que niegan la fe.
Por tanto, si no os acordáis de ser caritativos, sois como la escoria que los refinadores desechan (por no tener valor), y es hollada de los hombres. (Alma 34:17-29)
En ocasión de estar aleccionando a su hijo, Alma dijo:
Sí, y pide a Dios todo tu sostén; sí, sean todos tus hechos en el Señor, y donde quiera que fueses, sea en el Señor; sí, dirige al Señor tus pensamientos; sí, deposita para siempre en el Señor el afecto de tu corazón.
Consulta al Señor en todos tus hechos, y él te dirigirá para bien; si, cuando te acuestes por la noche, acuéstate en el Señor, para que él te cuide mientras duermes; y cuando te levantes en la mañana, rebose tu corazón de gratitud hacia Dios; y si haces estas cosas, serás exaltado en el postrer día. (Alma 37:36-37)
La enseñanza más exquisita, sin embargo, en cuanto a la oración, la encontramos en las palabras que Cristo dirigió a los nefitas, al aparecerse entre ellos. Después de orar ante la multitud, a fin de que cada uno supiera en qué forma debía hacerse, Él dijo:
He aquí, en verdad, en verdad os digo que debéis velar y orar siempre, no sea que entréis en tentación; porque Satanás desea poseeros para zarandearos como a trigo.
Por tanto, siempre debéis orar al Padre en mi nombre;
y cualquier cosa que pidáis al Padre en mi nombre, si es justa, creyendo que recibiréis, he aquí, os será concedida.
Orad al Padre en vuestras familias, siempre en mi nombre, para que sean bendecidos vuestras esposas y vuestros hijos.
Y he aquí, os reuniréis con frecuencia; y a nadie le prohibiréis estar con vosotros cuando os reunáis, sino permitidles que se alleguen a vosotros, y no los vedéis;
sino que oraréis por ellos, y no los echaréis fuera; y si sucede que vienen a vosotros a menudo, rogaréis al Padre por ellos en mi nombre. (3 Nefi 18:18-23)
Resultados de la Oración
Los fieles nefitas y jareditas fueron verdaderamente justificados. Los cielos, realmente, les fueron abiertos. El hermano de Jared, en respuesta a su oración, tuvo el privilegio de ver el cuerpo pre-mortal de Cristo.1 Nefi, después de orar, fué visitado por seres celestiales que le mostraron el nacimiento, vida, muerte y resurrección del Hijo de Dios.2 Habiendo orado fervientemente, Enós recibió la visita personal del Salvador.3 Contestando las oraciones de los fieles, Dios sació hambres4 y desató lazos de esclavitud.5
Grandes Oraciones
El Libro de Mormón está lleno de grandes y hermosas oraciones. La siguiente, que Alma pronunció al ver la gran iniquidad de la gente, es un modelo del amor de Cristo y está en notable contraposición a la oración del pueblo anti-Cristo que acababa de presenciar:
. . .¡Oh Señor! ¿Hasta cuándo permitirás que tus siervos moren aquí en la carne, para presenciar tan grave iniquidad entre los hijos de los hombres?
He aquí ¡oh Dios! te invocan; y sin embargo, sus corazones se hallan sumidos en su orgullo. He aquí ¡oh Dios! te llaman con sus bocas, a la vez que se han engreído, hasta inflarse, con las vanidades del mundo.
He aquí ¡oh Dios mío! sus suntuosos vestidos, y sus anillos, brazaletes, ornamentos de oro y todos sus objetos preciosos con que se adornan; y he aquí, sus corazones están en esto, y aun así te invocan, diciendo: Gracias te damos ¡oh Dios! porque te somos un pueblo escogido, mientras que otros perecerán.
Sí, y dicen que tú les has dado a conocer que no habrá Cristo.
¡Oh Señor Dios! ¿Hasta cuándo consentirás que exista tanta perversidad e iniquidad entre este pueblo? ¡Oh Señor, dame fuerza para que pueda sobrellevar mis flaquezas; porque soy débil, y semejante iniquidad entre este pueblo contrista mi alma!
¡Oh Señor, mi corazón se halla en sumo grado afligido; consuela mi alma en Cristo! ¡Oh Señor, concédeme que tenga fuerzas, para que pueda sufrir con paciencia estas aflicciones que vengan sobre mí, a causa de la iniquidad de este pueblo!
¡Oh Señor, consuela mi alma y concédeme el éxito, así como a mis colaboradores que se hallan conmigo; sí, Ammón y Aarón y Omner, y también Amulek y Zeezrom, y también mis dos hijos! Sí, confórtalos ¡oh Señor! Sí, consuela sus almas en Cristo.
¡Concédeles fuerza para sobrellevar las aflicciones que les sobrevengan por motivo de las iniquidades de este pueblo!
¡Oh Señor, concédenos el éxito en traerlos nuevamente a ti en Cristo!
¡He aquí, sus almas son preciosas, oh Señor, y muchos de ellos son nuestros hermanos; por tanto, danos, Señor, poder y sabiduría para que nuevamente podamos llevarlos a ti! (Alma 31:26-35; por la oración del pueblo anti-Cristo, véase Ibid., 31:15-23)
Mientras estuviera entre los nefitas, Cristo no sólo les enseñó a orar, sino que frecuentemente oraba El mismo por ellos. Una de las oraciones más conmovedoras fue ésta, que Cristo pronunció en favor de las discípulos que había escogido de entre la multitud:
Padre, gracias te doy porque has dado el Espíritu Santo a éstos que he escogido; y es por su fe en mí que los he escogido de entre el mundo.
Padre, te ruego que des el Espíritu Santo a todos los que crean en sus palabras.
Padre, les has dado el Espíritu Santo porque creen en mí; y ves que creen en mí, porque los oyes que oran a mí; y oran a mí porque estoy con ellos.
Y ahora, Padre, te pido por ellos, y también por todos los que han de creer en sus palabras, para que crean en mí, para que yo sea en ellos como tú, Padre, eres en mí, para que seamos uno. (3 Nefi 19:20-23)
1 Éter 3:1-20.
2 1 Nefi 11:1-23.
3 Enós 1.
4 Helamán 11:8-17.
5 lbid., 14:26.

























Gracias por tan importante altura Gracias bendiciones saludos
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Gracias por este bello mensaje Gracias excelente explicacion
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