Enseñanzas del Libro de Mormón

Capítulo 14

La Santa Cena


Toda persona que profese creer en el Señor y Salvador Jesu­cristo, debe sentir un verdadero y profundo deseo por com­prender cabalmente las ordenanzas y doctrinas que hace más de 19 siglos El enseñó a la humanidad. Más en la actualidad parece ser difícil lograr un completo entendimiento de estas cosas, debido al hecho de que el registro de las mismas contenido en el Nuevo Testamento es sumamente breve y fragmentario, y hasta omite con frecuencia precisamente las cosas que más queremos saber. Las divergencias existentes con respecto a dichas ordenanzas, se deben a la escasez de información acerca de la Iglesia primitiva en las Escrituras. Ya poco después de la muerte de Jesucristo comenzaron las disputas.1 Las mismas contribuyeron grandemente a debilitar la administración que culminó con la división de la Iglesia en cientos de grupos fraccionarios—unos grandes, otros pequeños—, cada uno llamándose a sí mismo iglesia y creyendo en la Santa Biblia, pero considerándola modificable en base a sus propias interpretaciones. Muchas son las interpretaciones de las ordenanzas y doctrinas de Jesucristo que han determinado la crea­ción de infinidades de iglesias, pero no podemos dedicar aquí nues­tro tiempo a la tarea de describir detalladamente todas y cada una de ellas. Es harto evidente la confusión entre los múltiples conceptos Cristianos. Es asimismo incuestionable que sólo mediante un nuevo conocimiento—aparte del que provee la Biblia actual, y el promulgado por la tradición religiosa—, podían haber sido restauradas las ordenanzas y cada creyente en Cristo llevado a la uni­dad de la fe.

Por ejemplo, todo Cristiano sabe que el Salvador instituyó entre Sus discípulos la ordenanza del Sacramento, o Santa Cena, pero el Nuevo Testamento no contiene las palabras a usarse para la bendición del pan y el vino, ni tampoco una explicación clara respecto del propósito de la misma. Es indudable que mucha de la confu­sión existente en la actualidad entre los distintos criterios religiosos, podría ser eliminada si se conocieran las exactas palabras utilizadas por la Iglesia Cristiana original. Si las palabras de la oración sacramental fueran restauradas, evidentemente revelarían en sí mismas también el propósito de la Santa Cena.

A través de los siglos se ha venido comprobando que es im­posible poder discernir la verdad mediante debates políticos, aun­que participen en ellos las mentalidades más brillantes. Las ordenanzas, en toda su pureza, sólo pueden ser restauradas por medio del descubrimiento de genuinos documentos que hayan permane­cido ocultos a la acción de la apostasía, o a través de directas reve­laciones de Jesucristo, por quien fueron establecidas.

Excepto el profeta José Smith, nadie que haya procla­mado nuevas ideas en cuanto a las ordenanzas ha declarado fun­damentarlas en ninguna de las dos fuentes de origen mencionadas. El joven Profeta restauró, además de la doctrina verdadera, la for­ma original de las ordenanzas establecidas por Jesucristo.

Lo que hizo José Smith no fue otra re-interpretación más de los conceptos bíblicos. No anunció al mundo un mero resultado de brillante lógica alguna. El Profeta moderno obtuvo documentos en los que se habían registrado las palabras que Jesucristo pronun­ció ante Sus seguidores. Estos escritos contienen muchísima infor­mación que no encontramos en la Biblia, incluyendo, por ejemplo, la siguiente declaración del propio Jesús en cuanto al propósito de la Santa Cena:

He aquí, uno de vosotros será ordenado; y le daré poder para partir pan, y bendecirlo y darlo a los de mi iglesia, a todos los que crean y se bauticen en mi nombre.

Y siempre veréis de hacer esto, tal como yo he hecho, así como he partido pan, y lo he bendecido y os lo he dado.

Y haréis esto en memoria de mi cuerpo que os he mostrado. Y será un testimonio al Padre de que siempre os acordáis de mí. Y si os acordáis siempre de mí, tendréis mi Espíritu con vosotros.

Y sucedió que cuando hubo pronunciado estas palabras, mandó a sus dis­cípulos que tomaran del vino y bebieran de él, y que dieran también a los de la multitud para que bebiesen.

Y aconteció que así lo hicieron, y bebieron, y fueron llenos; y dieron a los de la multitud, y éstos bebieron, y fueron llenos.

Y cuando los discípulos hubieron hecho esto, Jesús les dijo: Benditos sois por esto que habéis hecho; porque esto cumple mis mandamientos y testifica al Padre que estáis dispuestos a hacer lo que os he mandado.

Y siempre haréis esto por todos los que se arrepientan y se bauticen en mi nombre; y lo haréis en memoria de mi sangre que he vertido por vosotros, para que podáis testificar al Padre de que siempre os acordáis de mí. Y si siempre os acordáis de mí, tendréis mi Espíritu con vosotros. (3 Nefi 18:5-11)

El documento contiene asimismo las oraciones que deben ser pronunciadas para bendecir el pan y el vino, las cuales son:

Oh Dios, Padre Eterno, en el nombre de Jesucristo, tu Hijo, te pedimos que bendigas y santifiques este pan para las almas de todos los que parti­cipen de él; para que lo coman en memoria del cuerpo de tu Hijo, y den tes­timonio ante ti, oh Dios, Padre Eterno, que desean tomar sobre sí el nombre de tu Hijo, y recordarle siempre, y guardar sus mandamientos que él les ha dado, para que siempre tengan su Espíritu consigo. Amén.

. . .Oh Dios, Padre Eterno, en el nombre de Jesucristo, tu Hijo, te pedimos que bendigas y santifiques este vino para las almas de todos los que lo beban, para que lo hagan en memoria de la sangre de tu Hijo, que fue vertida para ellos; para que den testimonio ante ti, oh Dios, Padre Eterno, de que siempre se acuerdan de él, para que tengan su Espíritu consigo. Amén. (Moroni 4:3 y 5:2. Véase Doc. y Con. 20:77, 79)

Las citas mencionadas anteriormente arrojan claras luces sobre el particular. Cual rocío ante los rayos del sol, todo el misticismo con que las iglesias Cristianas han venido rodeando a di­cha ordenanza se disipa y surge en cambio el verdadero propósito de la misma. La Santa Cena pasa a ser entonces un notable medio que incita a ser honesto al que de ella participa. Primeramente, nos hace recordar que Jesucristo, el Hijo del Dios Viviente, existió una vez en la carne; en segundo lugar, es un símbolo que renueva nuestro convenio de recordarle siempre y guardar Sus mandamientos; y por último, nos provee la oportunidad para que tengamos con noso­tros Su Espíritu.

En estos últimos días, Jesucristo nos ha revelado aún más claramente el propósito de la ordenanza, diciendo:

… no importa lo que se come o lo que se bebe al participar del sacra­mento, con tal que lo hagáis con un deseo sincero de glorificarme, recordando ante el Padre mi cuerpo que fue sacrificado por vosotros y mi sangre que se vertió para la remisión de vuestros pecados. (Doc. y Con. 27:2)

Considerando todo esto, no podemos menos que reconocer la conveniencia de participar frecuentemente de la Santa Cena. El mundo comenzaría a vivir nuevos y mejores días, si una vez por la semana todos los hombres tomaran parte del Sacramento esta­blecido por quien les ha redimido, y uno en presencia del otro re­novara su promesa de guardar los divinos mandamientos.

Jesucristo también manifestó, sobre el particular, algo que de­be ser siempre tenido en cuenta:

Y he aquí, éste es el mandamiento que yo os doy: No permitiréis que ninguno a sabiendas participe indignamente de mi carne y de mi sangre, cuando los administréis.

Porque quienes comen mi carne y beben mi sangre indignamente, comen y beben condenación para sus almas; por tanto, si sabéis que una persona no es digna de comer y beber de mi carne y de mi sangre, se lo prohibiréis.

No obstante, no lo echaréis de entre vosotros, sino que ministraréis por él y oraréis al Padre por él en mi nombre; y si se arrepintiere y fuere bauti­zado en mi nombre, entonces lo recibiréis, y le daréis de mi carne y sangre.

Pero si no se arrepintiere, no será contado entre los de mi pueblo, a fin de que no los destruya, porque he aquí, conozco a mis ovejas, y están contadas.

No obstante, no lo echaréis de vuestras sinagogas ni de vuestros sitios donde adoráis, porque debéis seguir ministrando por ellos; pues no sabéis si volverán, y se arrepentirán, y vendrán a mí con íntegro propósito de corazón, y yo los sanaré; y vosotros seréis el medio de traerles la salvación. (3 Nefi 18:28-32)

Aunque no lo encontramos específicamente mencionado en la Biblia, estas instrucciones fueron también dadas por Jesús a Sus discípulos en Palestina, conforme a las palabras de Pablo a los Corintios. (Véase 1 Corintios 11:23-24)

El Señor, al amonestar categóricamente a los que participan indignamente del Sacramento, también hace destacar la solemnidad del convenio, respecto del individuo. Si éste no está realmente dispuesto a cumplir dicho convenio, está viviendo falsamente, de lo cual toda la congregación es testigo. El que vive falsamente está cancerando su alma, e impidiendo el verdadero desarrollo o progreso de su carácter y por lo tanto, es “una condenación para su alma.”


Gálatas 1:6-9.

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2 Responses to Enseñanzas del Libro de Mormón

  1. Avatar de Desconocido Anónimo dice:

    Gracias por tan importante altura Gracias bendiciones saludos

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  2. Avatar de Desconocido Anónimo dice:

    Gracias por este bello mensaje Gracias excelente explicacion

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