Enseñanzas del Libro de Mormón

Capítulo 15

El Bien Supremo


Visitando la India, cierto turista vio un día en la zona de los mercados callejeros de Benares, a un hombre que se encon­traba parado sobre los talones y con los brazos extendidos hacia atrás, mientras que los transeúntes nativos le tocaban, al pa­sar, su frente. Estuvo horas observándolo, y comprobó que dicho individuo no mostró siquiera la intención de cambiar su extraña posición. En realidad, no parecía aun capaz de moverse, porque sus miembros se habían acostumbrado a tan inusitada postura y ya no podía adoptar otra. Este hombre había escogido deliberadamente un sendero que le llevaba hacia un estático medio de vida.

La resolución de este devoto hindú era el resultado de su filo­sofía en cuanto a la vida, de su creencia en el hecho de que el do­minio de la voluntad sobre la materia podía proporcionarle el bien supremo, es decir, lo mejor que la vida puede ofrecer.

La filosofía hindú no es nueva en el mundo. Aunque florecida en tierras mayormente visitadas por la miseria y las necesidades humanas, ha hecho incursiones por casi todos los países del globo. Los conceptos de la misma declaran que hay un eterno conflicto entre el espíritu y el cuerpo, y que éste no es más que una prisión del alma. Proclaman que los deseos del cuerpo son malos y que deben ser anulados mediante el dominio del espíritu, lo cual consti­tuye el bien supremo o la máxima finalidad de la vida.

En la Iglesia Cristiana primitiva comenzaron a introducirse, desde temprano, muchas innovaciones filosóficas. Un ejemplo tí­pico es ilustrado por el surgimiento, en Grecia, de los llamados “Santos Estilitas.” Los adeptos de esta singularísima comunidad construían columnas de madera o de piedra, de una altura de entre seis y ocho metros, y con una plataforma sobre la cúspide en la que se encaramaban y permanecían hasta que le “muerte piadosa” les libraba de la esclavitud del error. Se dice que uno de ellos, lla­mado Simeón, sobrevivió por espacio de unos veinte años en tal posición, siendo alimentado y provisto de agua y ropas por personas que admiraban su fuerza de voluntad y rendían homenaje a su “grandeza moral.”

En busca del bien supremo, también los Puritanos de Nueva Inglaterra vivían conforme a una estricta disciplina, proscribiendo la risa y las canciones en el día sabático y considerando los bailes y el teatro como peligrosos instrumentos del diablo.

Los hombres se preguntan constantemente: “¿Cuál es el bien supremo?” Cabe también agregar: ¿Puede el bien supremo ser hallado en un mercado o en la cueva de un ermitaño? ¿En la libre soltería o en la subordinación del casamiento? ¿En la abnegación del cuerpo o la satisfacción de los deseos de la carne?

Veamos en qué forma contribuye el Libro de Mormón al res­pecto. En primer lugar, no encontramos en sus páginas ninguna recomendación en cuanto a la mortificación de la carne o a una exagerada abnegación de la vida. Los profetas nefitas no fueron ermitaños. No se aislaron del mundo, sino que vivían en él. En­salzaban el casamiento y disfrutaban del gozo terrenal de la vida, a la vez que creían en la renovación de la existencia más allá de la tumba.

La doctrina de Lehi—“Adán cayó para que los hombres exis­tiesen, y existen los hombres para que tengan gozo,”-—explica clara­mente el propósito de nuestro cuerpo carnal. Adán cayó para que los hombres pudieran obtener un cuerpo de carne y sangre, y no para que simplemente existan, puesto que ya existían en el mundo espiritual. Por consiguiente, para Lehi y su pueblo, la adquisición de un cuerpo mortal fue una gloriosa realización para el hombre, sólo superable por la resurrección del mismo—también de carne y huesos—que le proporcionará la plenitud del gozo. Y ese punto de vista es corroborado por el Señor, a través del mensaje revelado al profeta José Smith, diciendo:

Porque el hombre es espíritu. Los elementos son eternos, y espíritu y elemento, inseparablemente unidos, reciben una plenitud de gozo;

Y cuando están separados, el hombre no puede recibir la plenitud de gozo. (Doc. y Con. 93:33-34)

El dramaturgo George Bernard Shaw escribió hace varios años una obra en la cual, no obstante su evidente sarcasmo, uno de sus personajes pronuncia irreflexivamente un verídico concepto. Un tal Esteban dice al personaje en cuestión: “Yo sé la diferencia entre el bien y el mal.” Entonces su interlocutor le responde: “¡No me diga! . . . Hombre, es usted un genio, un maestro de maestros, un Dios.” En verdad, el hombre que conoce la diferencia entre lo bueno y lo malo es un verdadero maestro—un Dios en potencia. En el relato bíblico encontramos que al participar del fruto del conoci­miento del bien y del mal. Adán y Eva llegaron a ser “como los Dioses.”1 Ciertamente, al adquirir un conocimiento que le permitía discernir lo bueno para poder apartarse de lo malo, el hombre en­contró el camino hacia la divinidad.

Si no progresamos, no podemos hallar la felicidad y ésta es fundamental para el perfeccionamiento del alma. El apóstol Pablo resumió este concepto con las siguientes palabras:

. . .el ocuparse de la carne es muerte, pero ocuparse del Espíritu es vida y paz. (Romanos 8:6)

Pablo sabía que sólo es bueno lo que contribuye al progreso del alma, y que esto se consigue a través del Espíritu de Dios. Por lo tanto, escribió:

. . . todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios. (Ibid., 8:14)

La Bondad se Refleja en las Acciones

El “bien supremo” que predicaron los profetas nefitas, con­sistía en vivir de tal manera que todos los reflejos y acciones de la vida redundaran en beneficio de la humanidad. Al resumir su largo reinado, el rey Benjamín fundamentó la duración del mismo en las cosas que había enseñado y hecho por el prójimo. Así lo declaró a su pueblo:

No os he mandado subir hasta aquí para que me temáis, ni para que penséis que yo de mí mismo sea más que un ser mortal.

Sino que soy como vosotros, sujeto a toda clase de enfermedades de cuerpo y mente; sin embargo, he sido elegido por este pueblo, y ungido por mi padre, y la mano del Señor permitió que yo fuese gobernante y rey de este pueblo; y su incomparable poder me ha guardado y preservado, para serviros con todo el poder, mente y fuerza que el Señor me ha concedido.

Os digo que así se me ha permitido emplear mis días en vuestro servicio, aun hasta el día de hoy; y no he procurado de vosotros oro, ni plata, ni ninguna otra clase de riquezas;

ni he permitido que se os encierre en calabozos, ni que os esclavicéis los unos a los otros, ni que asesinéis, ni depredéis, ni robéis, ni cometáis adulterio; ni tampoco he permitido que cometáis iniquidad en forma alguna, y os he enseñado que debéis guardar los mandamientos del Señor, en todas las cosas que él os ha mandado,

y aun yo mismo he trabajado con mis propias manos a fin de poder serviros, y que no fueseis abrumados con tributos, ni que cayera sobre vosotros cosa alguna que fuese pesada de llevar; y de todas estas cosas que he hablado, vosotros mismos sois testigos este día.

Con todo, hermanos míos, no he hecho estas cosas para vanagloriarme, ni las digo para acusaros por ese medio, sino que hablo estas cosas para que sepáis que hoy puedo responder ante Dios con la conciencia limpia. (Mosíah 2:10-15)

Posteriormente dijo:

Y he aquí, os digo estas cosas para que aprendáis sabiduría; para que sepáis que cuando os halláis al servicio de vuestros semejantes, solo estáis al servicio de vuestro Dios.

He aquí, me habéis llamado vuestro rey; y si yo, a quien llamáis vuestro rey, trabajo para serviros, ¿no debéis trabajar vosotros para serviros unos a otros?

Y he aquí también, si yo, a quien llamáis vuestro rey, quien ha pasado sus días a vuestro servicio, y sin embargo, ha estado al servicio de Dios, merezco algún agradecimiento de vosotros, ¡oh, cómo debéis dar gracias a vuestro Rey Celestial!

Os digo, mis hermanos, que si diereis todas las gracias y alabanza que vuestra alma entera es capaz de poseer, a ese Dios que os ha creado, y os ha guardado y preservado, y ha hecho que os regocijéis, y os ha concedido que viváis en paz unos con otros,

os digo que si sirvieseis a aquel que os ha creado desde el principio, y os está preservando día tras día, dándoos aliento para que podáis vivir, moveros y obrar según vuestra propia voluntad, y aun sustentándoos momento tras momento, digo que si lo sirvieseis con toda vuestra alma, todavía seríais servidores improductivos. (Ibicl., 2:17-21)

El humilde monarca consideraba que la bondad consistía en cumplir los mandamientos de Dios, y dijo entonces:

Os digo que si habéis logrado el conocimiento de la bondad de Dios, y de su incomparable poder, sabiduría, paciencia y longanimidad hacia los hijos de los hombres; y también la expiación que ha sido preparada desde la fun­dación del mundo, a fin de que por ese medio pudiese alcanzar la salvación aquel que pusiera su confianza en el Señor y fuera diligente en guardar sus mandamientos, y perseverara en la fe hasta el fin de su vida, quiero decir la vida del cuerpo mortal—

Digo que éste es el hombre que recibe la salvación, por medio de la expiación que fue preparada desde el principio del mundo para todo el género humano que ha existido desde la caída de Adán, o que existe, o que jamás existirá hasta el fin del mundo.

Y éste es el medio por el cual viene la salvación. Y no hay otra sal­vación aparte de ésta de que se ha hablado; ni hay tampoco otras condiciones por las cuales el hombre podrá ser salvo, sino las que os he dicho.

Creed en Dios; creed que existe, y que creó todas las cosas, tanto en el cielo como en la tierra; creed que él tiene toda sabiduría, y todo poder, tanto en el cielo como en la tierra; creed que el hombre no comprende todas las cosas que el Señor puede.

Y además, creed que debéis arrepentiros de vuestros pecados y aban­donarlos y humillaros ante Dios, pidiendo con sinceridad de corazón que él os perdone; y si creéis todas estas cosas, procurad hacerlas. (Ibid., 4:6-10)

Notemos que en todo el contenido del Libro de Mormón existen referencias en cuanto al hecho de que la bondad no puede ejercerse en ambientes eremíticos, pero que se manifiesta no sólo en la comu­nión entre Dios y el hombre, sino en la relación entre hombre y hombre. Alma procuró la bondad más grande haciendo la obra mi­sionera, organizando ramas de la Iglesia y, en fin, compartiendo su personalidad y conocimientos a través de diarios contactos sociales.

Los Efectos de la Doctrina Sobre el Pueblo Nefita

Los alcances de la doctrina de que “existen los hombres para que tengan gozo,” y la subsecuente idea de que dicho gozo está su­jeto a la obediencia y cumplimiento de las leyes de Dios, causaron un notable efecto sobre aquellas generaciones que la adoptaron. Leemos en el libro de Mormón:

Y todos los que se hallaban conmigo optaron por llamarse el pueblo de Nefi.

Y nos esforzamos por cumplir con los juicios, estatutos y mandamientos del Señor en todas las cosas, según la ley de Moisés.

Y el Señor fue con nosotros, y prosperamos grandemente, porque plan­tamos semillas, y nuestras cosechas fueron abundantes. Y empezamos a criar rebaños, manadas y toda clase de animales.

. . .Y enseñé a mi pueblo a construir edificios y a trabajar toda clase de madera; y a elaborar el hierro, cobre, bronce, acero, oro, plata y metales preciosos que se hallaban en gran abundancia.

Y yo Nefi, edifiqué un templo, según el modelo del de Salomón, aunque no se construyó con materiales tan preciosos, por no hallarse en el país; por tanto, no se pudo edificar como el templo de Salomón. Pero su cons­trucción fue semejante a la del templo de Salmón y su obra fue sumamente hermosa.

Y aconteció que yo, Nefi, hice que mi pueblo fuese industrioso y que trabajase con sus manos. (2 Nefi 5:9-11, 15-17)

Y con referencia a una generación posterior, fue escrito lo siguiente:

Y de nuevo empezaron a prosperar y hacerse fuertes; y pasaron los años veintiséis y veintisiete, y hubo orden completo en el país; y habían hecho sus leyes de acuerdo con la equidad y la justicia.

Y no había nada en todo el país que impidiera que el pueblo prosperase continuamente, a menos que cayeran en transgresión.

Y los que establecieron esta paz tan grande en el país fueron Gidgiddoni y el juez Laconeo y los que habían sido nombrados directores.

Y sucedió que se construyeron muchas ciudades nuevas, y se repararon muchas de las antiguas.

Y se construyeron muchas calzadas, y se hicieron muchos caminos que comunicaban una ciudad con otra, y un país con otro, y un sitio con otro.

Y así se pasó el año veintiocho, y la gente gozó de una paz continua. (3 Nefi 6:4-9)

Más antiguamente, los jareditas habían comprobado que la misma doctrina contribuía ampliamente a mejorar su bienestar. Así lo dicen las Planchas de Éter:

Y después de haber ungido a Emer por rey, (Omer) gozó de paz en la tierra por el espacio de dos años y murió, habiendo experimentado un gran número de días llenos de angustia. Y ocurrió que Emer reinó en su lugar, y siguió los pasos de su padre.

Y el Señor de nuevo empezó a retirar la maldición del país, y la casa de Emer prosperó grandemente durante su reinado; y en el espacio de sesenta y dos años se hicieron muy fuertes, de modo que llegaron a ser su­mamente ricos;

Pues tenían toda clase de frutas y granos, y sedas, y lino fino, y oro, y plata, y objetos preciosos.

Y también toda clase de ganado, y bueyes, y vacas, y ovejas, y cerdos, y cabras, y también muchas otras clases de animales que le servían de alimento al hombre.

Y tenían también caballos y asnos, y había elefantes, y curelomes, y cumones, todos los cuales eran de utilidad para el hombre, y más par­ticularmente los elefantes, y curelomes, y cumones.

Así fue como el Señor derramó sus bendiciones sobre esta tierra, que era una tierra escogida sobre todas las demás; y mandó que quienes poseyeran la tierra, la poseyeran para los fines del Señor, o serían destruidos cuando hubiesen madurado en la iniquidad; porque sobre éstos, dice el Señor, derra­maré la plenitud de mi ira.

Y Emer juzgó con rectitud todos los días de su vida, y le nacieron muchos hijos e hijas; y engendró a Coriántum, y lo ungió por rey en su lugar. (Éter 9:15-21)

El Concepto del Bien

Por todo el mundo circula esta pregunta: “¿Cuál es el criterio que debemos seguir para poder discernir el bien del mal?” Si vamos a decidir qué es una cosa u otra en base a las costumbres o tradiciones de los pueblos, llegaremos a la conclusión de que aquello que algunos consideran como bueno, es malo a la vista de otros. Por ejemplo, hace un par de siglos, mientras los Cuáqueros declaraban que matar al prójimo era abominable, los indios de su tiempo no se consideraban realmente hombres hasta que no conseguían el cuero cabelludo de uno que no formara parte de su tribu. Asimismo, al­gunas iglesias consideran malos los bailes, mientras que otras los fomentan entre sus miembros.

Los sabios han llegado a la conclusión de que tanto “bueno” como “malo”, no son sino términos relativos que cambian constante­mente a medida que el medio de vida de las comunidades se transforma. Que lo que ayer fuera rechazado por malo, hoy puede ser adoptado como bueno, y que lo que hoy es considerado como tal, mañana quizás se rechace como impropio.

Pero, mientras que los filósofos intentan encontrar definiciones a las distintas acciones de los hombres y entender las cosas con­forme a los cánones de la tradición, el Libro de Mormón nos ofrece lo que fuera criterio y guía de los profetas nefitas. Para éstos, lo bueno significaba obedecer los mandamientos de Dios, tal cual se encontraban en los registros de la Ley y los Profetas que heredaron de los judíos, y que fueran enriquecidos por la palabra de Dios reve­lada a sus propios directores espirituales. El código divino de los nefitas comprendía la mayor parte de los problemas de la vida. Fuera del grupo de fieles, no obstante, la eterna lucha por la deter­minación de buenas normas de conducta, tuvo lugar como en cual­quier otro país o comunidad del mundo.

Sin embargo, aun la palabra misma del Señor como criterio de lo bueno, no significaba, a los ojos de los profetas nefitas, que El exigía las mismas normas a todos los pueblos sin considerar las circunstancias bajo las cuales cada uno de éstos vivía. Así fue que Mormón no creyó impropio que se substituyera la ley mayor de Jesucristo por el viejo código de Moisés, aunque ello causara un cambio de normas y que la humanidad se sometiera a una conducta más estricta, al realizar las prácticas ya derogadas y suspender aquellas que se consideraban primordiales. Aun observaron la ley de Moisés hasta que fue completamente cumplida.1

Juzgados de Acuerdo al Conocimiento

Asimismo, los profetas nefitas proclamaron que lo que era bueno para unos, no lo era para otros en el mismo sentido. Declara­ban que todo hombre sería juzgado conforme a la luz que hubiera recibido. Aquel que no hubiera conocido la ley, sería juzgado sin ella, es decir, no se le consideraría transgresor a la misma, puesto que no tenía conocimiento de ella. No obstante, a fin de recibir las bendiciones del Señor, a todo hombre le es requerido obedecer las leyes sobre las cuales dichas bendiciones se basan. El no ser con­denado, no significa precisamente ser salvo, pues tal como lo reve­ló el Señor en estos últimos días, “es imposible que el hombre se salve en la ignorancia.”2

El rey Benjamín destaca notablemente la doctrina de la salva­ción, cuando dice:

Porque he aquí, también su sangre expía los pecados de aquellos que han caído por la transgresión de Adán, que han muerto no sabiendo la vo­luntad de Dios concerniente a ellos, o que han pecado por ignorancia.

¡Más ay de los que sabiéndolo se rebelan contra Dios! Porque ninguno de éstos alcanza salvación sino por el arrepentimiento y la fe en el Señor Jesucristo. (Mosíah 3:11-12)

Y Alma, al enseñar a su hijo la ley del arrepentimiento, dijo:

Y ¿cómo podría un hombre arrepentirse, si no hubiese pecado? ¿Cómo podría pecar, si no hubiese ley? y ¿cómo podría haber ley, si no hubiese castigo? (Alma 42:17)

También Mormón declaró sobre el particular que:

. . . todos los niños pequeñitos viven en Cristo, así como todos aquellos que están sin ley. Porque el poder de la redención comprende a todos aque­llos que se hallan sin ley; por tanto, el que no ha sido condenado, o el que no está bajo condenación, no puede arrepentirse; y para el tal el bautismo de nada sirve. . . . (Moroni 8:22)

Y nos esforzamos por cumplir con los juicios, estatutos y mandamientos del Señor en todas las cosas, según la ley de Moisés. (Nefi 5:10)

En el libro de Mosíah leemos lo siguiente:

Y también llevaron las primicias de sus rebaños para ofrecer sacrificios y quemar holocaustos, según la ley de Moisés. (Mosíah 2:3)

La ley de Moisés fue reemplazada, con la venida del Señor, por una ley superior que suspendía las prácticas antiguas. Estas fueron las instrucciones que el Salvador dio a los nefitas:

Y vosotros ya no me ofreceréis más derrame de sangre; sí, vuestros sacrificios y vuestros holocaustos cesarán, porque no aceptaré ninguno de vuestros sacrificios u holocaustos.

Y Nefi nos dice:

Y me ofreceréis como sacrificio un corazón quebrantado y un espíritu contrito. Y al que viniere a mí con un corazón quebrantado y un espíritu contrito, yo bautizaré con fuego y con el Espíritu Santo. . . . (3Nefi 9:19-20)

En un gran sermón comparable al del Monte que la Biblia nos relata, Jesús explicó al pueblo nefita los más exigentes requisitos de la nueva ley, con las siguientes palabras:

Habéis oído que fue dicho por los antiguos, y también lo que tenéis escrito ante vosotros: No matarás y el que matare estará expuesto al juicio de Dios.

Pero yo os digo que quien se enojare con su hermano, corre peligro de su juicio. . . . (Ibid., 12:21-22 léase también 12:23-45)

Concluye luego El su análisis entre ambas normas de conducta, diciendo:

Por tanto, estas cosas que existían en la antigüedad, que se hacían bajo la ley, se han cumplido todas en mí.

Las cosas antiguas han pasado, y todo se ha renovado.

Por tanto, quisiera que fueseis perfectos como yo, o como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto. (Ibid., 12:46-48)

Los que vivieron antes de que la ley mayor fuera dada no están bajo condenación mientras hayan vivido conforme a la ley que tuvieran en su tiempo. Pero donde mucho se da, mucho se requiere.

Para la salvación no sería ahora necesario cumplir con los antiguos sacrificios y ordenanzas, ni con la circuncisión u otros rituales practicados entre los hebreos. Concerniente a la generación posterior a la venida de Cristo, Mormón nos informa:

. . .ya no se guiaban por las ceremonias y estatutos de la ley de Moisés, sino que observaban los mandamientos que habían recibido de su Señor y su Dios, perseverando en el ayuno y la oración, reuniéndose a menudo tanto para orar como para escuchar la palabra del Señor. (4 Nefi 1:12)

La doctrina de que los hombres serán juzgados de acuerdo a la luz que hayan recibido, significa que los Santos de los Últimos Días seremos sometidos a normas morales superiores a las de otros pueblos3 que viven en nuestra época, y que la ley mayor del Señor está ante nosotros para que la aprendamos y la obedezcamos.

Las normas de vida dadas por Dios a los hombres, es resumida por el profeta José Smith de la siguiente manera:

La generación en que vivimos afirma ser sabia e inteligente, pero sabe muy poco de los grandes propósitos de Dios que se relacionan con la salva­ción de la familia humana. Varias y opuestas son las opiniones de los hombres concernientes al plan de salvación, los requisitos del Todopoderoso, los preparativos necesarios para ir al cielo, el estado y condición de las espíritus de los que han muerto y la felicidad o miseria que acompañan el ejercicio de la justicia y la iniquidad, de acuerdo con sus respectivas ideas de lo que es virtud y lo que es vicio.

El mahometano tacha de infiel al pagano, al judío, al cristiano y a todo ser humano que rechaza su Alcorán, y los condena a todos a la perdición. El judío cree que todo aquel que rechaza su fe y no se sujeta a la circuncisión, es un perro gentil, y será condenado. El pagano sostiene con igual tenacidad sus principios, y el cristiano condena a la perdición a todo aquel que no acepta su credo y se somete a su afirmación dogmática.

La Justicia del Gran Legislador

Pero mientras una parte de la raza humana juzga y condena a la otra sin compasión, el Gran Padre del universo vela por toda la familia humana con paternal cuidado y consideración; y sin ninguno de estos sentimientos mez­quinos que influyen en los hijos de los hombres, “hace que su sol salga sobre los malos y buenos, y llueva sobre justos e injustos.” Él tiene el timón del juicio en sus manos; es un sabio Legislador, y juzgará a todos los hombres, no de acuerdo con las estrechas y contraídas ideas de los hom­bres, sino “según lo que hubieren hecho por medio del cuerpo, ahora sea bueno o malo”, sea que se hagan estas cosas en Inglaterra, América, España, Tur­quía o la India. Juzgará al hombre “por lo que tiene, no por lo que no tiene”, y los que hayan vivido sin ley, serán juzgados sin ley; y los que tuvieren una ley, serán juzgados por esa ley.

No hay razón para dudar de la inteligencia y el juicio del Gran Jehová. El impartirá juicio y misericordia a todas las naciones de conformidad con lo que respectivamente merezcan: sus maneras de obtener inteligencia, las leyes por medio de las cuales se gobernaron, las facilidades que se les dieron para obtener información correcta y sus inescrutables propósitos con relación a la familia humana; y cuando se manifiesten los propósitos de Dios y se despliegue la cortina de lo futuro, todos nosotros finalmente tendremos que confesar que el Juez de toda la tierra ha obrado con justicia. (Enseñanzas del Profeta José Smith, páginas 264-265)

La Palabra de Dios como Norma de Rectitud

Siempre que ha sido revelada, la palabra de Dios ha resultado ser norma de rectitud y, por consiguiente, los hombres habrán de ser juzgados en base a ella. Las Sagradas Escrituras contienen la palabra de Dios en cuanto a la mayoría de los problemas de la vida, y por lo tanto constituyen la norma de conducta para todas las personas a quienes llegan.

El Espíritu Santo como una Guía hacia lo Bueno

Las Escrituras “no son de interpretación privada”, lo cual significa que el hombre, de por sí, no está capacitado para entender­las. Cuando una persona se arrepiente y es bautizada, recibe tam­bién el don del Espíritu Santo, el cual pasa a ser su guía segura hacia toda verdad. Nefi dice:

Los ángeles hablan por el poder del Espíritu Santo; por tanto, declaran las palabras de Cristo. Por esto os dije: Deleitaos en las palabras de Cristo; porque he aquí que las palabras de Cristo os dirán todo lo que debéis hacer.

Por tanto, si después de haber dicho yo estas palabras, no podéis enten­derlas, es porque no pedís ni tocáis; así que no seréis llevados a la luz, antes pereceréis en las tinieblas.

Porque he aquí, os lo digo otra vez, que si entráis por la senda y reci­bís el Espíritu Santo, él os mostrará todo lo que debéis hacer. (2 Nefi 32:3-5)

También Moroni declara:

Y por el poder del Espíritu Santo podréis conocer la verdad de todas las cosas.

Cualquier cosa que es buena, es también justa y verdadera; por lo tanto, nada de lo que es bueno niega a Cristo, antes reconoce que él existe.

Y por el poder del Espíritu Santo sabréis que él existe; por lo que os exhorto a que no neguéis el poder de Dios; porque él obra con poder, de acuerdo con la fe de los hijos de los hombres, lo mismo hoy, que mañana y para siempre. (Moroni 10:5-7)


2 Nefi 25:24.
Doc. y Con. 131:6.
Doc. y Con. 45:54; 76:72.

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2 Responses to Enseñanzas del Libro de Mormón

  1. Avatar de Desconocido Anónimo dice:

    Gracias por tan importante altura Gracias bendiciones saludos

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  2. Avatar de Desconocido Anónimo dice:

    Gracias por este bello mensaje Gracias excelente explicacion

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