Capítulo 18
Efectos de la Fe en Jesucristo
sobre los problemas Economico-Sociales
El ex-Presidente de los Estados Unidos, Harry S. Truman, declaró, en un discurso que pronunció en enero de 1950 ante el Congreso, que si la paz continuaba, el bienestar económico-social de muchos estados alcanzaría pronto un nivel increíblemente alto, como nunca lo soñaran los estadistas. La mayoría de la gente inteligente sabe que tanto la prosperidad como la abundancia, son más fácilmente obtenibles cuando una nación que posee suficientes recursos naturales los dedica exclusivamente a las necesidades de la paz de su pueblo. ¿Qué es entonces lo que obstaculiza el camino para la realización de esta promesa? ¿A qué se debe que el bienestar económico-social de las naciones acuse tantos altibajos en la larga historia de la humanidad? ¿Existe alguna relación entre la religión de un país y su bienestar temporal?
Algún día no muy lejano, nuestros descendientes tendrán la oportunidad de contestar inteligentemente esta pregunta, pues el mundo está actualmente presenciando un experimento económico-social desprovisto de toda motivación religiosa, llevado a cabo en gran escala por la Unión Soviética. Pero la historia de civilizaciones pasadas arroja grandes luces sobre el problema y la mayoría de los sociólogos e historiadores concuerdan en que la moral de los pueblos está directa y estrechamente relacionada con la continuidad de su bienestar social y su prosperidad económica.
El Libro de Mormón provee de un notable conjunto de casos sobre el particular. Nos relata con cierto detalle los distintos azares, la superación y la caída de dos grandes naciones, existente una de ellas por un período de casi veinte siglos, y la otra por espacio de casi novecientos años. En cada instancia, la apreciación es hecha por un competente observador que vivió hacia los fines de la era en que tuvieran lugar los últimos de estos eventos, y que tenía comprobantes de tan dramáticos acontecimientos en los registros llegados, de generación en generación, a sus manos. Quizás nunca haya habido otro historiador que tuviera libre acceso a tan precioso tesoro bibliográfico, como el que poseyeron Mormón y su hijo Moroni cuando compendiaron los relatos y las causas del nacimiento y la caída de las civilizaciones jaredita y nefita. ¿Qué vieron ellos en estos eventos para considerarlos de valor para una generación que no conocían? ¿En qué forma pueden sus mensajes ayudarnos a salvar nuestra propia civilización?
La Divina Promesa de Prosperidad
Al leer el Libro de Mormón, podemos comprobar no sólo que las civilizaciones nefita y jaredita nos ofrecen un apropiado escenario para la consideración y determinación de nuestro problema, sino que también los profetas de sus pueblos respectivos pusieron en juego su reputación como tales al prometer, en nombre del Señor, que la prosperidad sería fruto y consecuencia de la honestidad y la justicia. El escritor del libro de Éter nos dice lo siguiente:
. . .Había jurado [el Señor] en su ira al hermano de Jared, que todos los que poseyeran esta tierra de promisión deberían servirlo a él, el verdadero y único Dios, desde entonces y para siempre, o serían talados cuando cayera sobre ellos la plenitud de su cólera.
Y así podemos ver los decretos de Dios respecto a este país: que es una tierra de promisión; y las gentes que la poseyeran servirán a Dios, o serán taladas cuando la plenitud de su cólera caiga sobre ellas. Y la plenitud de su ira les sobrevendrá cuando hayan madurado en la iniquidad.
Porque he aquí, ésta es una tierra escogida sobre todas las demás; por tanto, aquellos que la posean servirán a Dios o serán talados, porque es el eterno decreto de Dios. Y no serán talados sino hasta cuando llegue al colmo la iniquidad entre los hijos del país.
Y esto se os comunica, oh gentiles, para que conozcáis los decretos de Dios, a fin de que os arrepintáis y no continuéis en vuestras iniquidades hasta llegar al colmo, para que no hagáis venir sobre vosotros la plenitud de la ira de Dios, como lo han hecho hasta aquí los habitantes del país.
He aquí, éste es un país escogido, y la nación que lo posea, se verá libre de la esclavitud, del cautiverio y de todas las otras naciones debajo del cielo, si tan sólo sirve al Dios del país, que es Jesucristo, que ha sido manifestado por las cosas que hemos escrito. (Éter 2:8-12)
Bienestar Social y Económico durante las Períodos de Gran Espiritualidad
La historia del pueblo jaredita está tan resumida en el Libro de Mormón, que el lector puede fácilmente pasar por alto los largos períodos de paz y prosperidad que la nación disfrutó cuando como un solo pueblo guardaba los mandamientos del Señor. Dos de los más largos períodos de paz en la historia de la humanidad tuvieron lugar durante la civilización jaredita. Uno de ellos duró más de doscientos cincuenta años. Comenzando con el reinado del rey Emer, la nación obedeció devotamente las mandamientos de Dios, y “llegaron a ser sumamente ricos.”’ Y esta época de felicidad y progreso, disfrutada por varias generaciones, terminó solamente cuando “una iniquidad sumamente grande” se extendió por la faz la tierra.2
Con el reinado de Leví, comenzó un segundo gran período de paz y prosperidad que continuó sin interrupción durante cinco generaciones. Moroni dice que cada uno de los monarcas de esa notable época, “hizo lo que era justo a los ojos del Señor.”3
Y nunca pudo haber pueblo más bendecido que ellos, ni más favorecido por la mano del Señor; y se hallaban en un país escogido sobre todos los demás, porque el Señor lo había dicho. (Éter 10:28)
También el relato de la civilización nefita abunda en ejemplos en cuanto al bienestar social y a la sana política de las naciones en épocas de espiritualidad. El profeta Nefi nos lo destaca con las siguientes palabras:
. . . Todos los que se hallaban conmigo optaron por llamarse el pueblo de Nefi.
Y nos esforzamos por cumplir con los juicios, estatutos y mandamientos del Señor en todas las cosas, según la ley de Moisés.
Y el Señor fue con nosotros, y prosperamos grandemente, porque plantamos semillas, y nuestras cosechas fueron abundantes. Y empezamos a criar rebaños, manadas, y toda clase de animales.
Y yo, Nefi también había traído conmigo los anales que se hallaban grabados sobre las planchas de bronce; y también la esfera o brújula que la mano del Señor había preparado para mi padre, según lo que está escrito.
Y aconteció que comenzamos a prosperar en extremo, y a multiplicarnos en el país.
Y yo, Nefi, tomando por modelo la espada de Labán, hice un gran número de espadas, a fin de que los del pueblo que ahora se llamaban los lamanitas no cayeran sobre nosotros para destruirnos; porque yo sabía el odio que me tenían a mí y a mis hijos, y a aquellos que eran llamados mi pueblo.
Y enseñé a mi pueblo a construir edificios y a trabajar toda clase de madera; a elaborar el hierro, cobre, bronce, acero, oro, plata y metales preciosos que se hallaban en gran abundancia.
Y yo, Nefi, edifiqué un templo, según el modelo del de Salomón, aunque no se construyó con materiales tan preciosos, por no hallarse en el país; por tanto, no se pudo edificar como el templo de Salomón. Pero su construcción fue semejante a la del templo de Salomón; y su obra fue sumamente hermosa.
Y aconteció que yo, Nefi, hice que mi pueblo fuese industrioso y que trabajase con sus manos. (2 Nefi 5:9-17)
Aunque este período de paz fue interrumpido aproximadamente a los cuarenta años de iniciado, por causa de los ataques de los lamanitas, los nefitas conservaron su alto nivel social durante varias generaciones, mientras que la nación lamanita, habiendo olvidado al Señor, se convirtió en un pueblo ocioso, bárbaro y dañino.4
El reinado del justo rey Benjamín es un clásico ejemplo de la sana política y del próspero bienestar social de los pueblos que obedecen al Señor. Consideremos el notable espíritu del rey Benjamín, en su discurso ante su gente:
No os he mandado venir aquí para que me temáis, ni para que penséis que yo de mí mismo soy más que un ser mortal.
Mas soy como vosotros, sujeto a toda clase de enfermedades de cuerpo y alma; sin embargo, me escogió este pueblo, y mi padre me ungió, y la mano del Señor permitió que yo fuese director y rey de este pueblo; y su incomparable poder me ha guardado y conservado, para serviros con todo el poder, inteligencia y fortaleza que el Señor me ha concedido.
Os digo que así se me ha permitido emplear mis días en vuestro servicio, aun hasta el día de hoy; y no he procurado vuestro oro, ni plata, ni cualquier otra riqueza;
Ni he permitido que os encierren en calabozos, ni que os esclavicéis los unos a los otros, ni que cometáis asesinato, pillaje, robo o adulterio; ni aun os he permitido cometer maldad alguna, sino que os he enseñado a guardar los mandamientos del Señor, en todas las cosas que él os manda;
Y aun yo mismo he trabajado con mis propias manos a fin de poder servir, para no abrumaros con impuestos y evitar que cayera sobre vosotros lo que es pesado de llevar—y todas estas cosas de que he hablado, vosotros mismos sois hoy testigos—
Con todo, hermanos míos, no he hecho estas cosas para vanagloriarme, ni os digo esto para acusaros; sino que os declaro estas cosas para que sepáis que hoy puedo responder ante Dios con una conciencia limpia. (Mosíah 2:10-15)
No fueron precisamente las riquezas las que causaron que el pueblo se alejara del Señor; fue más bien la evidente negligencia de no enseñar adecuadamente Su palabra, y cuando esto ocurría, una sola generación bastaba para pagar las consecuencias. En el libro de Alma es mencionado este caso típico de gente rica pero fiel al Señor:
. . .Debido a la estabilidad de la iglesia, empezaron a enriquecerse en gran manera, teniendo en abundancia cuanto necesitaban, y muchos rebaños y ganados, y toda clase de animales cebados, y también cereales, oro, plata y objetos preciosos en abundancia, así como seda, lienzo de fino tejido y toda clase de buenas telas caseras.
Sin embargo, en sus prósperas circunstancias no desechaban ni al desnudo, ni al hambriento, ni al sediento, ni al enfermo, ni al necesitado; porque no tenían puesto el corazón en las riquezas; por consiguiente, eran liberales con todos, viejos así como jóvenes, esclavos y libres, varones y hembras, pertenecieran o no a la iglesia, sin hacer distinción de personas, si estaban necesitadas.
Y así prosperaron y llegaron a ser mucho más ricos que los que no pertenecían a la iglesia. (Alma 1:29-31)
Es asimismo interesante destacar la razón a la que Alma atribuye la prosperidad de los miembros de la Iglesia. Él nos dice que
. . .los que no pertenecían a su iglesia se entregaron a los sortilegios, a la idolatría y al ocio, y a chismes, envidias y contiendas; vestían ropas lujosas, se ensalzaban a sí mismos, mentían, hurtaban, robaban, cometían fornicaciones, asesinatos y toda clase de maldad . . . (Alma 1:32.)
Casi al final de la existencia de Helamán, Alma nos relata lo siguiente:
Y el pueblo de Nefi una vez más empezó a prosperar, a multiplicarse y a hacerse fuerte en el país; y comenzaron a hacerse muy ricos.
Mas no obstante sus riquezas, su poder y su prosperidad, no se hincharon de orgullo a sus propios ojos; ni fueron lentos en acordarse del Señor su Dios. (Alma 62:48-49)
En el relato que se transcribe a continuación, se pone también de manifiesto la estrecha relación que existe entre la paz y la honestidad:
Y de nuevo empezaron a prosperar y hacerse fuertes; y pasaron los años veintiséis y veintisiete, y hubo orden completo en el país; y habían hecho sus leyes de acuerdo con la equidad y la justicia.
Y no había nada en todo el país que impidiera que el pueblo prosperase continuamente, a menos que cayeran en transgresión.
Y los que establecieron esta paz tan grande en el país fueron Gidgiddoni y el juez Laconeo y los que habían sido nombrados directores.
Y sucedió que se construyeron muchas ciudades nuevas, y se repararon muchas de las antiguas.
Y se construyeron muchas calzadas, y se hicieron muchos caminos que comunicaban una ciudad con otra, y un país con otro, y un sitio con otro.
Y así se pasó el año veintiocho, y la gente gozó de una paz continua. (3 Nefi 6:4-9)
Uno de los más extensos períodos de paz que la historia de las antiguas Américas registra, tuvo lugar al tiempo de la venida del Salvador a este continente. Sus enseñanzas y manifestaciones ablandaron los corazones de todos los hombres y les movió a vivir con rectitud. Este fue el período conocido como la “época de oro” de la historia nefita. El Libro de Mormón nos habla al respecto, diciendo:
Y aconteció que pasó el año treinta y cuatro, y también el treinta y cinco; y he aquí, los discípulos de Jesús habían organizado la Iglesia de Cristo en todas las tierras circunvecinas. Y cuantos iban a ellos y se arrepentían verdaderamente de sus pecados, eran bautizados en el nombre de Jesús; y también recibían el Espíritu Santo.
Y ocurrió que el año treinta y seis se convirtió al Señor toda la gente, sobre toda la faz de la tierra, tanto nefitas como lamanitas; y no habían contiendas ni disputas entre ellos, y obraban rectamente unos con otros.
. . .Y el Señor los prosperó grandemente en la tierra; sí, al grado que de nuevo edificaron ciudades en lugar de las que se habían quemado.
. . .Y aconteció que el pueblo de Nefi se hizo fuerte, y se multiplicó con gran rapidez, y llegó a ser un pueblo hermoso y deleitable en extremo.
Y se casaban y se daban en matrimonio, y fueron bendecidos de acuerdo con las muchas promesas del Señor.
Y ya no se guiaban por las ceremonias y estatutos de la ley de Moisés, sino que observaban los mandamientos que habían recibido de su Señor y su Dios, perseverando en el ayuno y la oración, reuniéndose a menudo tanto para orar como para escuchar la palabra del Señor.
Y sucedió que cesaron las contiendas entre los habitantes de todo el país; y los discípulos de Jesús hacían grandes milagros.
. . .Y ocurrió que no había contenciones en el país, a causa del amor de Dios que moraba en el corazón del pueblo.
Y no había envidias, ni contiendas, ni tumultos, ni fornicaciones, ni mentiras, ni asesinatos, ni lascivias de ninguna clase; y ciertamente no podía haber pueblo más dichoso entre todos los que habían sido creados por la mano de Dios.
No había ladrones, ni asesinos, ni lamanitas, ni ninguna especie de itas, sino que eran uno, hijos de Cristo y herederos del reino de Dios.
¡Y cuán bendecidos fueron! Porque el Señor los bendijo en todas sus obras; sí, fueron bendecidos y prosperados hasta que habían transcurrido ciento diez años. Y la primera generación después de Cristo había muerto ya; y no había contiendas en todo el país. (4 Nefi 1:1-2, 7, 10-13, 15-18)
Esta comunidad ideal conservó dicho ritmo de vida por espacio de casi doscientos años, y su éxito y progreso se debió precisamente al alto nivel espiritual de su gente.
La Vida Económico-Social en Períodos de Decadente Espiritualidad
Así como la paz, el progreso y la fraternidad eran clásicos en los tiempos de gran espiritualidad, cuando ésta decaía era igualmente evidente la pérdida de las bendiciones del Señor. Hablando de los lamanitas de ese tiempo, Enós dice:
. . .Testifico que el pueblo de Nefi procuró diligentemente restablecer a los lamanitas en la verdadera fe en Dios. Pero nuestros esfuerzos fueron en vano, pues su odio era implacable y, dejándose llevar de su mala naturaleza, se volvieron salvajes, feroces y gente sanguinaria, llena de idolatría e inmundicia, que se alimentaba de animales de rapiña y vivían en tiendas, vagando por el desierto de un lado a otro, con una faja corta de piel alrededor de los lomos, y las cabezas afeitadas; y su destreza se hallaba en el arco, la cimitarra y el hacha. Muchos de ellos no comían más que carne cruda; y de continuo trataban de destruirnos. (Enós 1:20)
En su compendio de los anales jareditas, Moroni nos hace saber lo que le sucede a una nación que se olvida del Señor:
. . .Empezó a sentirse una grave maldición en todo el país a causa de la iniquidad del pueblo, de modo que si un hombre dejaba su herramienta o espada sobre su alacena, o en el lugar donde solía guardarla, he aquí, a la mañana siguiente, ya no la podía encontrar, tan grande era la maldición sobre el país.
Así que todo hombre se agarró de lo que era suyo, y ni pedía prestado ni prestaba; y todos llevaban puesta la mano derecha en el puño de su espada para defender su propiedad, su vida y la de sus esposas e hijos. (Éter 14:1-2)
También Mormón, hablando de los eventos ocurridos en sus días, nos muestra cuán profundamente puede caer, en lo político y en lo social, la gente que se aparta del Señor:
Pero he aquí, el país estaba lleno de ladrones y lamanitas; y no obstante la gran destrucción que se cernía sobre ellos, los de mi pueblo no se arrepintieron de sus iniquidades; de modo que hubo sangre y mortandad por toda la faz del país, así entre los nefitas como entre los lamanitas; y toda la superficie de la tierra se hallaba en completa revolución.
. . .De modo que empezaron las quejas y lamentos en todo el país a causa de estas cosas; y con más particularidad entre el pueblo de Nefi.
Y ocurrió que cuando yo, Mormón, vi sus lamentos, sus quejas y su pesar delante del Señor, mi corazón empezó a regocijarse; porque conocía las misericordias y longanimidad del Señor, y suponía, por tanto, que él se compadecería de ellos, y se convertirían de nuevo en un pueblo justo.
Pero he aquí, fue en vano mi gozo, porque su aflicción no venía del arrepentimiento, por motivo de la bondad de Dios; sino que era más bien el lamento de los condenados, porque el Señor no siempre les iba a permitir que se deleitasen en el pecado.
Y no venían a Jesús con corazones quebrantados y espíritus contritos, antes maldecían a Dios y deseaban morir. No obstante, defendían sus vidas con la espada.
Y aconteció que me afligí nuevamente, y vi que el día de gracia había pasado para ellos, tanto temporal como espiritualmente; porque vi que miles de ellos fueron talados, estando en rebelión directa contra su Dios, y amontonados como estiércol sobre la superficie de la tierra. Y así habían pasado trescientos cuarenta y cuatro años. (Mormón 2:8, 11-15)
Más adelante, Mormón parece haber perdido irremediablemente ya su esperanza con respecto al futuro de su pueblo:
Pues he aquí, el Espíritu del Señor ha dejado de contender con sus padres; y están sin Cristo y sin Dios en el mundo; y son arrojados de un lado para otro como paja que se lleva el viento.
En un tiempo fueron un pueblo deleitable; y tenían a Cristo por pastor, sí, Dios el Padre los guiaba.
Mas ahora, he aquí, Satanás los arrastra como el tamo que se lleva el viento; o como el barco que sin vela, ancla o timón con qué dirigirlo, es juguete de las olas; y así como la nave son ellos. (Mormón 5:16-18)
1 Éter 9:16-23.
2 Éter 9:26.
3 Éter 10:16-27.
4 2 Nefi 5:24.

























Gracias por tan importante altura Gracias bendiciones saludos
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Gracias por este bello mensaje Gracias excelente explicacion
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