Enseñanzas del Libro de Mormón

Capítulo 20

El uso de las Riquezas


Es bastante confuso el ambiente creado por diversos religiosos con respecto a las riquezas en general. Algunos credos paganos consideraban que la adquisición de riquezas era una clásica evidencia de bendiciones divinas, y establecían la práctica de sacrificios como medio por el cual se debía expresar a los dioses el reconocimiento por tales favores. En ciertos círculos Cristianos ha venido considerándose a la riqueza como algo perverso, o al menos como instrumento conducente al vicio y la iniquidad. Muchas iglesias conceptúan que, en tales casos, una ferviente promesa de renunciar a toda posesión terrenal y la devota dedicación a una vida desprovista de las comodidades que las riquezas pueden proporcionar, son los únicos pasos que conducen a la santidad del espíritu.

Los antiguos hebreos creían que los bienes terrenales eran bendiciones directas de Dios, como recompensa por la fidelidad de los que cumplían Sus mandamientos. Y mientras muchos de sus profetas denunciaban la maldad de los ricos de aquellos días, sus amonestaciones se referían particularmente a la forma en que se obtenían y al uso que se hacía de las riquezas, y no a éstas en sí.1

Entre los griegos, en la época de Cristo, florecieron fuertes filosofías y credos religiosos en cuanto a la maldad que las riquezas significaban, y a los subsecuentes placeres y conveniencias impropias a que conducen las mismas. Los ascetas, principalmente, censuraban la adquisición y el disfrute de los bienes terrenales.

Cuando el Cristianismo fue introducido en Grecia, comenzó a ser inmediata y paulatinamente afectado por las filosofías griegas. Y entre las ideas que pasaron a formar parte del culto Cristiano, una de las más ampliamente aceptadas era que todo verdadero adepto del Maestro, para ser perfecto, debía renunciar a las cosas de este mundo. Todo Santo debía ser pobre en cuanto a riquezas terrenales. Y se consideraba aun plausible en ciertos lugares que las personas anduvieran mal alimentadas y pobremente vestidas. Para sustentar esta doctrina, citaban la declaración que Jesús hizo al joven rico:

Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes, y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo, y ven, y sígueme. (Mateo 19:21.)

Y también mencionaban el comentario consecuente del Maestro:

. . .Es más fácil pasar un camello por el ojo de una aguja, que entrar un rico en el reino de Dios. (Mateo 19:24.)

Hacían destacar, asimismo, que Juan el Bautista abandonó los placeres sociales para internarse en el desierto; que Jesús había exigido a Pedro, Santiago y el resto de los Doce, que dejaran sus ocupaciones cotidianas y renunciaran a los bienes mundanales que podrían haber tenido; que Pablo sacrificó su promisoria carrera de abogado en aras del servicio al Señor y de una devoción más cabal de su parte.

Si el Cristianismo no hubiera sido influenciado por las filosofías ascéticas, o si se hubiera mantenido apartado de ellas, quizás los Cristianos habrían prestado mayor atención a los innumerables incidentes en oportunidad de los cuales el Señor no condenó las riquezas ni recomendó a Sus discípulos que sacrificaran sus posesiones terrenales. De los pocos seguidores ricos que el Maestro tenía, sólo sabemos de uno que recibió amonestación de renunciar completamente a sus bienes, y fue precisamente por la notoria razón de que la riqueza había esclavizado a este hombre, a quien el atesoramiento de la misma había apartado de las cosas meritorias. Así fue que posteriormente Pablo declaró: “Porque raíz de todos los males es el amor al dinero.”2 Es el amor al dinero lo que no conviene, y no la riqueza en sí. Y el amor al dinero puede estar contenido tanto en el pecho del pobre como del rico.

El estigma religioso con que se marcó a la riqueza ya en los principios de la era Cristiana, ha sido mantenido, en mayor o menor grado, por los conceptos religiosos hasta la actualidad. Para muchos, la pobreza es símbolo de humildad, y los mismos pobres se consideran más justos que los ricos.

Entre la mayoría de los Cristianos, el problema es realmente confuso e incierto, y el hecho de que esa misma mayoría, pese a la doctrina ascética, ha estado buscando la riqueza, contribuye a profundizarlo aún más.

Las enseñanzas del Libro de Mormón con respecto a las riquezas, indican que éstas son fundamentales para una sociedad feliz. Los profetas nefitas creían que “existen los hombres para que tengan gozo”, y encontraban que este concepto era corroborado por el Señor a través de Sus bendiciones respecto de las riquezas, tanto para la comunidad como para el individuo, cuando las mismas eran utilizadas con propósitos dignos. Y en los comienzos de la civilización nefita, el Señor reveló:

Y si guardáis mis mandamientos, prosperaréis y seréis conducidos a una tierra prometida; sí, a una tierra que yo he preparado para vosotros, una tierra escogida sobre todas las demás. (1 Nefi 2:20.)

Más tarde, el Señor advirtió a Su pueblo:

Pero antes de buscar las riquezas, buscad el reino de Dios.

Y después de haber logrado una esperanza en Cristo, obtendréis riquezas, si las buscáis; y las buscaréis con el fin de hacer bien; para vestir al desnudo, alimentar al hambriento, libertar al cautivo y administrar consuelo al enfermo y al afligido. (Jacob 2:18-19.)

Los escritores nefitas reconvenían la posible maldad resultante tanto de la riqueza como de la pobreza. Los ricos eran censurados cuando por causa de su desmedido amor por el dinero, dejaban de amar a sus vecinos. Y la constante amonestación era:

Considerad a vuestros hermanos como a vosotros mismos; y sed amables con todos y liberales con vuestros bienes, para que ellos puedan ser ricos como vosotros. (Jacob 2:17.)

Este pasaje es muy significativo. La igualdad social no consistía en impulsar al rico a abandonar sus riquezas y adoptar una vida de simplicidad junto al pobre, sino en conseguir que éste tratara de mejorar su situación para obtener un nivel de vida mayor.

El hombre debía alcanzar la igualdad social y económica mediante un alto grado de espiritualidad. Su prosperidad dependía mayormente de su amor a Dios y hacia sus semejantes. Moroni condenaba al rico que en generaciones futuras tratara de ignorar tal sentimiento, diciendo:

Porque he aquí, amáis el dinero, vuestro bienes, vuestros costosos vestidos y el adorno de vuestras iglesias, más de lo que amáis a los pobres, a los necesitados, a los enfermos y a los afligidos.

. . .¿Por qué os adornáis con lo que no tiene vida, y sin embargo, permitís que el hambriento, el necesitado, el desnudo, el enfermo y el afligido pasen a vuestro lado, sin hacerles caso? (Mormón 8:37, 39.)

La nación nefita fue repetidamente sometida al caos cuando su amor por las riquezas reemplazaba la espiritualidad.

Por otra parte, las maldades causadas por la pobreza fueron el frecuente tema de los discursos y amonestaciones de los profetas. No significaba esto que los siervos del Señor ignoraran el efecto de la pobreza sobre el bienestar y la salud física de los menesterosos, sino más bien se referían a las consecuencias de ella en la actitud mental y espiritual de la gente. Amulek comprendió que los que eran pobres podrían llegar a ser verdaderos resentidos sociales contra los ricos que, pudiendo hacerlo, no los ayudaban; aún más, percibió que podrían asimismo convencerse que eran más dignos a la vista de Dios que los ricos. Y dirigiéndose a ellos, dijo:

Amados hermanos míos, quisiera exhortaros a tener paciencia, a soportar toda clase de aflicciones y no vilipendiar a aquellos que os desechan a causa de vuestra suma pobreza, para que no lleguéis a ser pecadores como ellos. (Alma 34:40.)

También temió Alma que la pobreza trajera como consecuencia, en la mente de los que estaban sujetos a ella, sentimientos tales como la autocompasión, la falsa humildad y la negligencia religiosa. Sus palabras de consuelo al pobre debieran llegar a los ámbitos de todas las familias y de todos los pobres del mundo:

Veo que sois humildes de corazón; y si es así, benditos sois.

He aquí, vuestro hermano ha dicho: ¿Qué haremos? porque nos han echado de las sinagogas, de modo que no podemos adorar a nuestro Dios.

He aquí, os digo: ¿Creéis que no podéis adorar a Dios más que en vuestras sinagogas?

Os pregunto además: ¿Suponéis que no debéis adorar a Dios sino una vez por semana?

Yo os digo que está bien que os echen de vuestras sinagogas, para que seáis humildes y aprendáis sabiduría; porque es necesario que aprendáis a ser prudentes; pues por haber sido echados, y que vuestros hermanos os desprecian a causa de vuestra suma pobreza, es por lo que habéis llegado a ser humildes de corazón; pues por necesidad habéis llegado a la humildad.

Porque os habéis visto obligados a ser humildes, benditos sois; porque cuando el hombre se ve obligado a humillarse, algunas veces busca el arrepentimiento; y de seguro, el que se arrepintiere hallará misericordia y quien procurare la misericordia y perseverare hasta el fin, será salvo.

Y como ya os he dicho, que por haber sido obligados a ser humildes, fuisteis bendecidos, ¿no os parece que serán más bendecidos aún, aquellos que se humillan verdaderamente por causa de la palabra?

Sí, el que verdaderamente se humilla y se arrepiente de sus pecados, y persevera hasta el fin, será bendecido; sí, bendecido mucho más que aquellos que se ven obligados a ser humildes por causa de su extrema pobreza. (Alma 32:8-15.)

El rey Benjamín amonestó a su pueblo, destacando que los pobres no eran virtuosos por su simple condición de pobreza y suplicándoles cultivar el amor hacia todos los hombres:

Y además, digo a los pobres, vosotros que no tenéis y sin embargo tenéis bastante para pasar de un día al otro, me refiero a todos vosotros que rehusáis al mendigo porque no tenéis; quisiera que dijeseis en vuestros corazones: No doy porque no tengo, más si tuviera, daría. (Mosíah 4:24.)

El estado económico ideal era definido como uno en el cual, por causa de su amor a Dios y al prójimo, los hombres pobres eran bendecidos con prosperidad, gracias a la mutua cooperación y a la sincera solidaridad. Este fue el estado existente durante la “época de oro” que sucedió a la visita del Señor a este continente, según lo relata el Profeta:

Y tenían en común todas las cosas; por tanto, no había ricos ni pobres, esclavos ni libres, sino que todos tenían su libertad y participaban del don celestial.

. . .Y no había envidias, ni contiendas, ni tumultos, ni fornicaciones, ni mentiras, ni asesinatos, ni lascivias de ninguna clase; y ciertamente no podía haber pueblo más dichoso entre todos los que habían sido creados por la mano de Dios. (4 Nefi 1:3, 16.)

Es evidentemente notable el hecho de que gracias a esa firme creencia en la igualdad entre los hombres, y al fuerte deseo de sus directores y gobernantes de eliminar la pobreza de entre el pueblo, durante el período de 1.000 años que abarcó su historia, no intentaron siquiera establecer tal condición mediante legislación civil alguna. Aparentemente, toda vez que dicho ideal se lograba o se perseguía, era por medio de la educación espiritual del pueblo.

El estudioso no debiera pretender encontrar en el Libro de Mormón una infalible respuesta a todos los problemas económicos de nuestro día, pero su historia contiene un sentido ético que si fuera llevado a la práctica, podría orientarnos hacia el camino de la solución de los mismos. Una cosa debe ser tenida en cuenta constantemente, y esto es que, como individuos, tenemos que refrenarnos de juzgar la honestidad y rectitud de nuestros semejantes a través de su riqueza o su pobreza.


1  Jeremías 9:23-24; 1 Reyes 3:11-14.
2  1 Timoteo 6:10.

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2 Responses to Enseñanzas del Libro de Mormón

  1. Avatar de Desconocido Anónimo dice:

    Gracias por tan importante altura Gracias bendiciones saludos

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  2. Avatar de Desconocido Anónimo dice:

    Gracias por este bello mensaje Gracias excelente explicacion

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