Capítulo 22
La Humildad
Una vez resucitado, Cristo declaró ante Sus discípulos nefitas:
. . .benditos son los que creyeren en vuestras palabras, y se humillaren profundamente, y fueren bautizados, porque serán visitados con fuego y con el Espíritu Santo, y recibirán la remisión de sus pecados. (3 Nefi 12:2.)
La humildad es uno de los requisitos para poder entrar en el reino de Dios. El conocimiento del evangelio deberá guiar al individuo a la humildad, y ésta entonces habrá de inspirarle el deseo de ser bautizado.
Mormón consideró que la humildad es necesaria como preparación para la salvación, observando asimismo que esa cualidad es más aparente entre los niños. Entonces dijo:
. . .enseña a los padres que tienen que arrepentirse y bautizarse, y humillarse como sus niños pequeñitos, y se salvarán todos ellos con sus niños pequeñitos. (Moroni 8:10.)
El diccionario define la humildad como “la cualidad de tener una modesta opinión de nuestra propia significancia.” Muy frecuentemente, la humildad y la mansedumbre son confundidas con la debilidad, pero esto no puede ser así ya que una persona verdaderamente humilde necesita ser valiente para ello. El profeta Helamán nos dice la manera en que la humildad puede ser obtenida:
No obstante, ayunaban y oraban frecuentemente, y se volvieron más y más fuertes en su humildad, y más y más firmes en la fe de Cristo, hasta henchir sus almas de alegría y consolación; sí, hasta purificar y santificar sus corazones; santificación que viene por entregar a Dios el corazón. (Helamán 3:35.)
Este sometimiento de nuestra alma a Dios, o nuestro devoto ofrecimiento al Señor, debe ser cabalmente realizado “con un corazón quebrantado y un espíritu contrito”, porque ésta es la verdadera esencia de la humildad.
En consecuencia, la humildad es una cualidad de la mente. No debiera relacionarse con el estado económico del hombre, ni con su posición en la escala social, ni con la excelencia o la imperfección de su salud, ni con los peligros a que pudiera estar sujeto, ni con la pérdida de sus libertades—aunque cualquiera de estos factores podría ayudar al desarrollo de dicha cualidad mental. La humildad consiste en someter la voluntad propia a los requerimientos del evangelio. Uno de los más sublimes ejemplos de humildad fue manifestado por Jesús en el Jardín de Getsemaní, cuando declaró al Creador Eterno: “Padre, si quieres, pasa de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya.” (Lucas 22:42.)
El rey Benjamín conceptuó que la humildad es el reconocimiento de la grandeza de Dios y de la insignificancia del hombre en comparación a Él, lo cual establece nuestra constante dependencia.1
El profeta Jacob consideraba que tanto para el rico como para el instruido, era difícil conservar la humildad. Por eso dijo:
. . .¡Oh las vanidades, flaquezas y necedades de los hombres! Cuando son instruidos se creen sabios, y no oyen el consejo de Dios, porque lo menosprecian, suponiendo saber de sí mismos; por tanto, su sabiduría es locura, y de nada les sirve. Y ellos perecerán. (2 Nefi 9:28.)
Pero Jacob no se oponía a la educación de los hombres, puesto que agregó:
Pero bueno es ser sabio, si se obedecen los consejos de Dios. (2 Nefi 9:29.)
En realidad, Jacob comprendía que los sabios, los instruidos y los ricos difícilmente pueden adaptarse a un estado mental que les permita golpear a las puertas de Dios y encontrarlas abiertas, siendo la humildad un requisito previo a toda revelación. Y entonces declaró:
Y al que llamare, él abrirá; y los sabios, los instruidos y los ricos que se envanecen con su conocimiento, su sabiduría y sus riquezas, he aquí, éstos son los que él desprecia; y a menos que renuncien a estas cosas, se consideren insensatos ante Dios y se humillen profundamente, él no les abrirá.
Más las cosas del sabio y del prudente quedarán para siempre ocultas de ellos; sí, esa felicidad que está preparada para los santos. (2 Nefi 9:42-43.)
No es que el Señor rechace la sabiduría, la instrucción o la riqueza, sino el orgullo y la vanidad de las personas que tienen su corazón puesto en estas cosas. Son precisamente el falso orgullo y la altivez resultantes del uso indebido de estos dones, lo que disgusta al Señor.
Un ejemplo de humildad en personas encumbradas, es encontrado en las palabras con que el gobernador Pahorán contestó la acerba nota del general Moroni. Notemos en ellas la humildad del alto funcionario:
He aquí, me has censurado en tu epístola, pero no importa; no me he enojado por esto, sino que me siento lleno de alegría cuando veo la grandeza de tu corazón. Yo, Pahorán, no ambiciono el poder, sino retener mi asiento judicial, a fin de conservar los derechos y la libertad de mi pueblo. Mi alma permanece firme en esa libertad con que Dios nos ha hecho libres.
Y he aquí, resistiremos la iniquidad hasta el derrame de sangre. Nosotros no verteríamos la sangre de los lamanitas si permaneciesen en sus propias tierras.
Ni verteríamos la sangre de nuestros hermanos, si no se rebelasen y tomasen la espada contra nosotros.
Nos someteríamos al yugo de la servidumbre si lo demandara la justicia de Dios, o si él nos mandase que lo hiciéramos. (Alma 61:9-12.)
Prosigue luego diciendo que el Señor le había pedido que confiara en El, y que así lo haría a cualquier costo.
La Pobreza no es Humildad
En cuanto a la humildad, Alma nos enseña una valiosa lección. Como dijéramos en el capítulo 20, siempre ha habido una cierta tendencia por parte de los pobres a considerarse humildes, calificando a la vez de orgullosos a los ricos. Pero la pobreza en sí no es símbolo de la humildad. A fin de rescatar a los zoramitas de su apostasía, Alma encabezó un gran movimiento misionero, efectuando reuniones en sus propias sinagogas, en las casas y en las esquinas de las ciudades, casi como se hace en la actualidad. Entre ellos encontró a un grupo de personas pobres, a los que por su carencia de fino ropaje no se les permitía entrar en las sinagogas y participar del culto en ellas, y quienes, por tal motivo, se excusaban a sí mismos de toda actividad religiosa. Su relegada condición les había ubicado dentro de un marco de aparente humildad, pero Alma dudó que ésta fuese genuina, puesto que no les impulsaba a adorar y a servir a Dios como debían. Entonces les dijo:
Veo que sois humildes de corazón; y si es así, benditos sois.
He aquí, vuestro hermano ha dicho: ¿Qué haremos? porque nos han echado de las sinagogas, de modo que no podemos adorar a nuestro Dios.
He aquí, os digo: ¿Creéis que no podéis adorar a Dios más que en vuestras sinagogas?
Os pregunto además: ¿Suponéis que no debéis adorar a Dios sino una vez por semana?
Yo os digo que está bien que os echen de vuestras sinagogas, para que seáis humildes y aprendáis sabiduría; porque es necesario que aprendáis a ser prudentes; pues por haber sido echados, y que vuestros hermanos os desprecian a causa de vuestra suma pobreza, es por lo que habéis llegado a ser humildes de corazón; pues por necesidad habéis llegado a la humildad.
Y porque os habéis visto obligados a ser humildes, benditos sois; porque cuando el hombre se ve obligado a humillarse, algunas veces busca el arrepentimiento; y de seguro, el que se arrepiente hallará misericordia y quien procurare la misericordia y perseverare hasta el fin, será salvo.
Y como ya os he dicho, que por haber sido obligados a ser humildes, fuisteis bendecidos, ¿no os parece que serán más bendecidos aún, aquellos que se humillan verdaderamente a causa de la palabra?
Sí, el que verdaderamente se humilla y se arrepiente de sus pecados, y persevera hasta el fin, será bendecido; sí, bendecido mucho más que aquellos que se ven obligados a ser humildes por causa de su extrema pobreza.
Por tanto, benditos son aquellos que se humillan sin ser obligados a ser humildes; o mejor dicho, bendito es el que cree en la palabra de Dios, y es bautizado sin obstinación de corazón; así, sin haber sido persuadido a conocer la palabra, o siquiera compelido saber, antes de creer. (Alma 32:8-16.)
El Pesar no es Humildad
A veces, cuando vemos que algunas naciones se lamentan por la total destrucción de sus ciudades y de sus seres queridos, suponemos que quizás lleguen a humillarse ante el Señor. Pero, generalmente, esto no es así. Los estragos de la guerra no producen precisamente la humildad, ni hacen volver a las gentes hacia Dios. Hemos presenciado, durante nuestra propia generación, dos desbastadoras contiendas mundiales y muchas guerras menores, que podrían haber despertado la humildad de individuos y naciones. Pero los resultados parecen ser todo lo contrario. Los grandes pesares que acompañaron y sucedieron a las destrucciones y privaciones soportadas por los hombres, no han logrado mover al arrepentimiento a la humanidad. El odio, las sospechas, la inmoralidad y la codicia acechan aún las tierras desbastadas. En ello vemos actualizado lo que Mormón observó entre su propio pueblo, hace quince siglos:
Y ocurrió que cuando yo, Mormón, vi sus lamentos, sus quejas y su pesar delante del Señor, mi corazón empezó a regocijarse; porque conocía las misericordias y longanimidad del Señor, y suponía, por tanto, que él se compadecería de ellos, y se convertirían de nuevo en un pueblo justo.
Pero he aquí, fue en vano mi gozo, porque su aflicción no venía del arrepentimiento, por motivo de la bondad de Dios; sino que era más bien el lamento de los condenados, porque el Señor no siempre les iba a permitir que se deleitasen en el pecado.
Y no venían a Jesús con corazones quebrantados y espíritus contritos, antes maldecían a Dios, y deseaban morir. No obstante, defendían sus vidas con la espada. (Mormón 2:12-14.)
La Verdadera Humildad
La verdadera humildad es la que encontramos en el ejemplo del rey Benjamín, quien pudo decir sin temor a contradecirse:
Mas soy como vosotros, sujeto a toda clase de enfermedades de cuerpo y alma; sin embargo, me escogió este pueblo, y mi padre me ungió, y la mano del Señor permitió que yo fuese director y rey de este pueblo; y su incomparable poder me ha guardado y conservado, para serviros con todo el poder, inteligencia y fortaleza que el Señor me ha concedido. (Mosías 2:11. Nota: Véase el discurso completo, el cual destila humildad en cada una de sus frases.)
También Nefi pone de manifiesto su carácter humilde cuando, en medio de su oración de gracias al Señor, exclamó:
Sin embargo, a pesar de la gran bondad del Señor en mostrarme sus grandes y maravillosas obras, mi corazón exclama: ¡Oh, miserable de mí! Sí, mi corazón se entristece a causa de mi carne. Mi alma se aflige a causa de mis iniquidades.
Me hallo sitiado a causa de las tentaciones y pecados que tan fácilmente me envuelven.
Y cuando deseo regocijarme, mi corazón gime a causa de mis pecados; no obstante, sé en quién he confiado. (2 Nefi 4:17-19; léase hasta el versículo 34.)
1 Mosíah 4:11.

























Gracias por tan importante altura Gracias bendiciones saludos
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Gracias por este bello mensaje Gracias excelente explicacion
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