Enseñanzas del Libro de Mormón

Capítulo 23

La Iglesia y la Guerra


Al contemplar las grandes guerras mundiales que han tenido lugar en nuestros días, los actuales conflictos en ciertas regiones asiáticas, y las posibilidades de futuras contiendas internacionales, no podemos menos que preguntarnos: ¿Cuál es la posición de la Iglesia de Jesucristo al respecto? ¿Cuál debiera ser la actitud de la Iglesia frente a la guerra? ¿Deben los miembros de la Iglesia responder al llamado de la nación en que viven e ir a la lucha? ¿Cómo deben proceder los soldados miembros de la Iglesia ante una nación enemiga en cuyos pueblos y ejércitos haya también otros Santos de los Últimas Días?

Todas las iglesias, tarde o temprano, han debido afrontar este problema, y las soluciones adoptadas por cada una de ellas no han sido precisamente uniformes. Los cuáqueros han abrazado firmemente el punto de vista de que la guerra es iniquidad y prohíben a sus miembros empuñar las armas. Su posición ha sido tan terminante, que la mayoría de las naciones ha reconocido y aceptado dicho concepto, asignando a sus jóvenes en tiempo de guerra otras tareas y deberes no relacionados directamente con el manejo de las armas. Otras iglesias, por el contrario, no sólo envían a sus miembros a la batalla, sino que bendicen antes los instrumentos destructivos que habrán de utilizar. Eminentes ministros religiosos han vacilado entre el sostener o denunciar la guerra, conforme a sus variados sentidos de justificación moral.

La posición de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, con respecto a la guerra, ha sido definida en forma precisa y clara. Tal posición, es un resultado de las enseñanzas del Libro de Mormón y de un declaración de creencia promulgada por la Iglesia en una conferencia llevada a cabo en Kirtland (Ohio, E. U. A.), el 17 de agosto de 1835, que dice:

Creemos que la religión es instituida por Dios; y que los hombres son responsables ante él, y él solo, por el ejercicio de ella, a no ser que sus opiniones religiosas los impulsen a infringir los derechos y las libertades de otros; pero no creemos que las leyes humanas tengan el derecho de intervenir prescribiendo reglas de adoración para ligar las conciencias de los hombres, ni de dictar fórmulas para la devoción pública o privada; que el magistrado civil debería restringir el crimen, pero nunca dominar la conciencia; que debería castigar el delito, pero nunca suprimir la libertad del alma.

Creemos que todos los hombres están obligados a sostener y apoyar los gobiernos respectivos de los países en que residen, mientras las leyes de dichos gobiernos los protejan en sus derechos inherentes e inalienables; que la sedición y la rebelión no convienen a los ciudadanos así protegidos, y deben ser castigadas como corresponde; y que todo gobierno tiene el derecho de promulgar leyes que en su propio juicio estime ser las que mejor garantizarán los intereses del público, conservando sagrada la libertad de la conciencia al mismo tiempo. (Doc. y Con. 134:4-5.)

El libro de las Doctrinas y Convenios contiene también una revelación dada al profeta José Smith el 6 de agosto de 1833, por medio de la cual se amonesta a los miembros de la Iglesia que deben apoyar la ley constitucional del país, y se les justifica ir a la guerra si fuere necesario para defender sus libertades.1

En esta misma sección se encuentra un mandamiento que debiera impulsarnos a pensar más seriamente en cuanto a nuestra colectiva responsabilidad como la Iglesia de Jesucristo:

Por lo tanto, repudiad la guerra y proclamad la paz; procurad diligentemente tornar los corazones de los hijos a sus padres, y los corazones de los padres a los hijos;

Y además, los corazones de los judíos a los profetas, y los de los profetas a los judíos; no sea que yo venga y hiera toda la tierra con una maldición, y toda carne sea consumida delante de mí. (Doc. y Con. 98:16-17.)

Los directores de la Iglesia han tenido siempre una clara visión en cuanto a su actitud y proceder en oportunidad de conflictos mundiales, y la historia da testimonio de que sus acciones han mostrado un heroico intento por impedirlos; no obstante, ellos han adoptado una concordante política de acción cada vez que la guerra ha sido inevitable.

¿De dónde ha surgido este punto de vista? ¿Qué nos ofrece el Libro de Mormón al respecto?

La Guerra es un Mal

En cuanto a principios, la Iglesia se opone a la guerra porque es la causa del derramamiento de sangre de muchos hermanos y hermanas. Más aún, la impugna porque destruye la espiritualidad. En los escritos de Mormón, el Profeta, encontramos esta impresionante ilustración del efecto que las guerras causan en las almas de los hombres:

Y ocurrió que cuando yo, Mormón, vi sus lamentos, sus quejas y su pesar delante del Señor, mi corazón empezó a regocijarse; porque conocía las misericordias y longanimidad del Señor, y suponía, por tanto, que él se compadecería de ellos, y se convertirían de nuevo en un pueblo justo.

Pero he aquí, fue en vano mi gozo, porque sus aflicción no venía del arrepentimiento, por motivo de la bondad de Dios; sino que era más bien el lamento de los condenados, porque el Señor no siempre les iba a permitir que se deleitasen en el pecado.

Y no venían a Jesús con corazones quebrantados y espíritus contritos, antes maldecían a Dios, y deseaban morir. No obstante, defendían sus vidas con la espada.

Y aconteció que me afligí nuevamente, y vi que el día de gracia había pasado para ellos, tanto temporal como espiritualmente; porque vi que miles de ellos fueron talados, estando en rebelión directa contra su Dios, y amontonados como estiércol sobre la superficie de la tierra. . . (Mormón 2:12-15.)

Las continuas guerras endurecieron a tal grado el corazón de nefitas y lamanitas, que Mormón escribió:

¡Oh la depravación de mi pueblo! No tiene ni orden ni misericordia. He aquí, no soy más que hombre, y no tengo más fuerza que la de un hombre, y ya no me es posible hacer que se obedezcan mis mandatos.

Y ellos han aumentado en su perversidad; y en su brutalidad son iguales, pues no perdonan a nadie, ni jóvenes ni ancianos; y se deleitan en todo menos lo que es bueno; y los padecimientos de nuestras mujeres e hijos por toda la faz del país sobrepuja todas las cosas; sí, y ni la lengua lo puede expresar, ni se puede escribir. (Moroni 9:18-19.)

Pero a pesar de los horrores y maldades de la guerra, y de la belleza de la paz, existe un propósito más grande en nuestras vidas que el permanecer simplemente pacíficos. La vida exige el progreso del alma. Y las oportunidades de dicho progreso requieren que el hombre conserve su libertad, su libre albedrío, sus derechos de vivir, trabajar y rendir culto a Dios conforme a los dictados de su propia conciencia. A fin de poder conservar en el hombre este libre albedrío—sin el cual el progreso es imposible—, Dios rechazó a Lucifer y el plan que éste ofrecía para poblar el mundo, lo cual resultó en una guerra en los cielos 2 El derecho de habitar en un mundo en el cual el individuo es reconocido y respetado, y el derecho de proteger nuestros seres queridos, nuestras libertades y nuestra religión, son mucho más importantes que el mero deseo de permanecer en paz.

Preparación para la Guerra

El pueblo nefita, con la sanción y la ayuda directa de sus profetas, frecuentemente preparaba sus armas, murallas y torres para la defensa de sus ciudades. En el Libro de Mormón leemos lo siguiente;

Y yo, Nefi, tomando por modelo la espada de Labán, hice un gran número de espadas, a fin de que los del pueblo que ahora se llamaban los lamanitas no cayeran sobre nosotros para destruirnos; porque yo sabía el odio que me tenían a mí y a mis hijos, y a aquellos que eran llamados mi pueblo. (2 Nefi 5:14.)

Jarom también apoyaba la debida preparación para la guerra defensiva, y escribió;

Y nos multiplicamos en sumo grado, esparciéndonos sobre la superficie de la tierra, y llegamos a ser sumamente ricos en oro, plata y cosas preciosas, en finas obras de madera, en edificios, en instrumentos, y también en hierro y cobre, bronce y acero; e hicimos herramienta de toda clase para cultivar la tierra, y armas de guerra, sí, la flecha puntiaguda, la aljaba, el dardo, la jabalina y todos los preparativos de guerra.

Y así preparados para hacer frente a los lamanitas, éstos no prevalecieron contra nosotros. Pero se cumplió la palabra que el Señor habló a nuestros padres, diciendo: Si guardáis mis mandamientos, prosperaréis en el país. (Jarom 8-9.)

El profeta Alma no vaciló en armar a su pueblo y dirigirlo personalmente en una guerra civil librada contra un rey inicuo que, aprovechándose de sus prerrogativas, amenazaba con destruir las libertades de las gentes, especialmente la libertad de culto. Tampoco titubeó en luchar cara a cara con el malvado monarca, al cual mató con su espada.3

El general Moroni, siendo un gran hombre de Dios, se apresuró a preparar su propio pueblo para la defensa de sus libertades, en vista de que los lamanitas se disponían a atacarles. Alma nos relata lo siguiente:

Mas aconteció que mientras Amalickíah había estado así ganando poder por medio del fraude y del engaño, Moroni, por su parte, había estado inculcando en la mente del pueblo que fueran fieles al Señor su Dios.

Sí, había estado fortaleciendo las fuerzas de los nefitas y construyendo pequeños fuertes o sitios de concentración, levantando parapetos de tierra alrededor de sus ejércitos, y erigiendo también, para cercarlos, muros de piedra en derredor de sus ciudades y las fronteras de sus tierras, sí, por todo el país.

Y en sus fortificaciones más débiles colocó el mayor número de hombres; y así fortificó y reforzó las tierras que poseían los nefitas.

Y de este modo se estaba preparando para defender sus libertades, sus tierras, sus esposas, sus hijos y su paz, a fin de poder vivir en el Señor su Dios, y poder sostener lo que sus enemigos llamaban la causa de los cristianos. (Alma 48:7-10.)

Cabe asimismo destacar lo que Mormón escribió acerca de este personaje, Moroni, con cuyo nombre bautizó luego a su propio hijo:

Y era Moroni un hombre fuerte y poderoso, de conocimiento perfecto; sí, un hombre que no se deleitaba en derramar sangre, cuya alma se regocijaba en que su país y sus hermanos estuviesen libres del cautiverio así como de la servidumbre;

Sí, un hombre cuyo corazón se henchía de agradecimiento a su Dios por los muchos privilegios y bendiciones que otorgaba a su pueblo; y un hombre que trabajaba mucho por el bien y la seguridad de su pueblo.

Sí, un hombre inquebrantable en la fe de Dios; y había jurado defender a su pueblo, sus derechos, su país y su religión, aunque derramara su sangre. (Alma 48:11-13.)

Y el siguiente comentario de Mormón, nos da a entender que los nefitas creían que Dios esperaba que ellos lucharan cada vez que sus libertades eran amenazadas:

Y los nefitas habían aprendido a defenderse contra sus enemigos, aun hasta la efusión de sangre si necesario fuese; sí, y también se les enseñó a nunca ofender a nadie, a nunca levantar la espada sino contra un enemigo, y sólo para defender sus vidas. (Alma 48:14.)

Pero debemos notar que aun estos preparativos bélicos para la defensa se emprendían sólo cuando el Señor así lo recomendaba:

Y su fe era que si hacían esto, Dios los prosperaría en el país, o en otras palabras, si eran fieles en guardar los mandamientos de Dios, él los prosperaría en el país; sí, los amonestaría a huir o a preparase para la guerra, según su peligro. . . (Alma 48:15.)


1  Doc. y Con. Sección 98.
2  Moisés 4:3.
3  Alma 2:1-31.

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2 Responses to Enseñanzas del Libro de Mormón

  1. Avatar de Desconocido Anónimo dice:

    Gracias por tan importante altura Gracias bendiciones saludos

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  2. Avatar de Desconocido Anónimo dice:

    Gracias por este bello mensaje Gracias excelente explicacion

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