Capítulo 25
Una Lección sobre el Desarme
Muchos han abogado por el desarme, como medio para el establecimiento de la paz, y aún en nuestros días sigue progresando esta proposición. Los Estados Unidos y otras potencias, una vez terminada la Primera Guerra Mundial, propusieron y llevaron a la práctica un gran programa de desarme. Pero esto no trajo la paz. Las causas de la guerra no radican en las armas preparadas para ella, y tampoco desaparecen con la mera destrucción de las mismas. El descartar las armas de la guerra sin eliminar las causas de ésta, sólo sirve para propiciar futuras contiendas.
Varias naciones pequeñas han intentado hallar su seguridad en la política de no-resistencia ante sus vecinos más poderosos, dependiendo de la opinión mundial para evitar que dichas potencias se aprovechen de su desvalimiento. Pero la Segunda Guerra Mundial demostró cuán fútil resulta la política del desarme y de la no-resistencia para la protección de la vida y la libertad. Las pequeñas naciones desarmadas frecuentemente han reconocido que su desamparo no ha resultado ser otra cosa que una sencilla invitación a los países agresores para la invasión.
Los registros históricos de las antiguas naciones del continente americano, arrojan alguna luz sobre el problema del desarme y contienen al menos un experimento en cuanto a la no-resistencia ante un país agresor.
El realidad, podemos decir que los pueblos nefitas se oponían al desarme, y generalmente tuvieron éxito en la tarea de detener los ataques de sus enemigos, gracias a que poseían mejores armas y fortificaciones. Sabemos que Nefi fabricó muchas espadas con el molde de la que había secuestrado a Labán, a fin de que su pueblo pudiera estar en condiciones de defenderse ante los tamañitas.1 Después de describir la preparación de armas para la guerra,2 Jarom agrega:
Y así preparados para hacer frente a los lamanitas, éstos no prevalecieron contra nosotros. (Jarom 9.)
Cerca de noventa años antes de la venida de Cristo, tuvo lugar un interesante experimento en cuanto a la política de no-resistencia. Algunos misioneros nefitas, bajo la dirección de Ammón y otros hijos de Mosíah, habían estado predicando el evangelio entre los lamanitas durante catorce años, logrando convertir a una gran cantidad de personas, entre ellas algunos reyes tales como Lamoni3 y el padre de éste, que era el rey principal del país4 y fue quien promulgó una ley de protección para los misioneros en su obra.
Y cuando el rey hubo enviado su proclamación, aconteció que Aarón y sus hermanos fueron de ciudad en ciudad, y de una casa de oración a otra, estableciendo iglesias y consagrando sacerdotes y maestros entre los lamanitas por todo el país, para que predicaran y enseñaran la palabra de Dios entre ellos; y así fue como empezaron ellos a lograr mucho éxito.
Y llegaron miles al conocimiento del Señor, sí, miles llegaron a creer en las tradiciones de los nefitas; y fueron instruidos de los anales y profecías que se transmitieron aun hasta estos días. (Alma 23:4-5.)
Los que fueron convertidos dejaron de llamarse lamanitas, y pasaron a ser conocidos como «Anti-Nefi-Lehitas”. 5 Estos abandonaron sus armas de guerra y se transformaron en gente industriosa, estableciendo un firme intercambio comercial con los nefitas. Y así fue preparándose el escenario para un gran drama. Los amalekitas, los amulonitas y los otros grupos de lamanitas que no pudieron ser convertidos, se rebelaron contra su rey y contra aquellos que se habían unido a la Iglesia de Jesucristo.
Viendo los preparativos para la guerra por parte de los rebeldes, los llamados Anti-Nefi-Lehitas celebraron un concilio y decidieron que ni uno solo de ellos habría de empuñar un arma para matar a sus semejantes. El rey les aconsejó que siendo que las manchas de sus pecados anteriores habían sido limpiadas por la misericordia del Señor, ellos no debían macular sus espadas otra vez con la sangre de sus hermanos, a fin de poder ser redimidos en el día del juicio final. Y así les dijo:
Y ahora, hermanos míos, si nuestros hermanos intentan destruirnos, he aquí, esconderemos nuestras espadas, sí, las enterraremos en lo profundo de la tierra para que se conserven lustrosas, como testimonio, en el último día, de que no las hemos usado; y si nuestros hermanos nos destruyen, he aquí, iremos a nuestro Dios y seremos salvos.
Y aconteció que cuando el rey dio fin a sus palabras, estando reunido todo el pueblo, tomó cada cual su espada, y toda arma que se usaba para derramar sangre humana, y las enterró hondamente en la tierra.
E hicieron esto, porque a su modo de ver era un testimonio a Dios, y también a los hombres, de que nunca más volverían a usar armas para derramar sangre humana; y así lo hicieron, prometiendo y haciendo convenio con Dios, de más bien sacrificar sus vidas que derramar la sangre de sus hermanos; de más bien dar a un hermano, que quitarle, y más bien que pasar sus días en la ociosidad, trabajar asiduamente con sus manos. (Alma 24:16-18.)
Los lamanitas atacaron entonces a los Anti-Nefi-Lehitas y, sin hallar resistencia alguna, mataron con la espada “a mil y cinco de ellos”. Pero esta matanza de hombres indefensos causó ciertamente efecto sobre los endurecidos soldados lamanitas, quienes no pudieron continuar la masacre:
Y cuando los lamanitas vieron que sus hermanos no huían de la espada, ni se volvían a la derecha ni a la izquierda, sino que se tendían y perecían, y aun alababan a Dios mientras perecían por la espada,
Sí, cuando los lamanitas vieron esto, cesaron de matarlos; y hubo muchos cuyos corazones se conmovieron por sus hermanos que habían caído por la espada, pues se arrepintieron de lo que habían hecho.
Y aconteció que arrojaron al suelo sus armas de guerra y no las quisieron volver a tomar, porque los atormentaban los asesinatos que habían cometido; y se postraron, igual que sus hermanos, confiando en la clemencia de aquellos que tenían las armas alzadas para matarlos.
Y sucedió que el número de los que se juntaron al pueblo de Dios aquel día fue mayor que el de los que perecieron; y aquellos que habían muerto eran justos, por tanto, no tenemos razón para dudar de que se salvaron. (Ibid., 24:23-26.)
Pero no todos los lamanitas fueron afectados en esta forma; la mayor parte de ellos, aunque se refrenaron por un tiempo de matar a los Anti-Nefi-Lehitas, dio rienda suelta a una furia aún más grande, haciendo frecuentes incursiones por las ciudades nefitas cercanas y destruyéndolas. Los Anti-Nefi-Lehitas, entonces, convenciéndose de que para salvaguardar sus vidas debían huir hacia la tierra de los nefitas, apenas lograron una tregua así lo hicieron y pidieron protección a éstos.
El pueblo de Ammón, como era llamado ahora, encontró amparo en el territorio de Jersón; allí, los Anti-Nefi-Lehitas conservaron su política de no-resistencia y llegaron a ser un pueblo “altamente favorecido del Señor.”6
Sin embargo, la doctrina de la no-resistencia no fue muy duradera. Los de la siguiente generación, no estando directamente en el convenio con Dios que habían establecido sus progenitores, parece que se avergonzaron de que sus hermanos nefitas tuvieran que luchar por ellos para defender sus hogares y proteger sus libertades. Por lo tanto, unos dos mil hombres tomaron las armas, imploraron al profeta Helamán que les guiara y se unieron entonces a las fuerzas nefitas en la guerra por la libertad. Y aquí encontramos algo muy interesante, que realmente invita a meditar sobre ello: el Espíritu de Dios les acompañó en el sangriento conflicto, y es evidente que Él estaba conforme tanto con estos hijos de Ammón que pelearon por sus derechos, como con sus antecesores que se abstuvieron de ello.7
1 2 Nefi 5:14.
2 Jarom 8.
3 Alma, cap. 19.
4 Ibid., cap. 22.
5 Ibid., 23:17.
6 Ibid., 27:30.
7 El relato de la hazaña de estos dos mil jóvenes soldados que regresaron de batallas cuerpo a cuerpo heridos pero con vida, es uno de las más notables de la historia. Véase Alma, capítulos 56 y 57.

























Gracias por tan importante altura Gracias bendiciones saludos
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Gracias por este bello mensaje Gracias excelente explicacion
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