Enseñanzas del Libro de Mormón

Capítulo 4

El hombre y su relación
hacia Dios y el universo


El libre albedrío es un tema sobre el cual la sociedad ha venido debatiendo por siglos. Muchos religiosos y sociólogos, han esta­do negando la idea de que el hombre goce o pueda gozar real­mente de libertad: los religiosos predican que el hombre está limi­tado por un destino que fue sancionado por un Dios todopoderoso— los sociólogos proclaman que el hombre es víctima de las circunstan­cias y que éstas son incontrolables.

B. H. Roberts, en un tratado sobre el sujeto, adopta la siguiente definición del libre albedrío dada por Quizot:

La mente es consciente de su facultad para deliberar; ante el intelecto desfilan los diferentes motivos de la acción, los intereses, las pasiones, opi­niones, etc. El intelecto los considera, los compara y estima, y finalmente los juzga. Y éste es un trabajo preparatorio que precede al acto de la voluntad.

Una vez que la deliberación ha hecho su parte—cuando el hombre ha analizado cabalmente los motivos que, por sí solos, se presentaran ante él, y toma entonces una determinación de la que se considera autor puesto que es fruto de sus propios deseos—el albedrío se manifiesta; éste consiste realmente en la resolución que adopta el hombre después de la deliberación; esta resolución es un acto exclusivo del hombre, privativo del individuo; un simple hecho, independiente de todos los demás factores que lo preceden o lo rodean. (The Seventy’s Course in Theology, Segundo año, páginas 23-24.)

El término “albedrío” implica una relación entre dos indivi­duos. En la sociedad, un hombre puede llegar a ser, por convenio, agente de otro y actuar en su lugar, pero está limitado por los considerandos y cláusulas del referido convenio.

El que tengamos libertad de acción no significa que el Señor será indiferente respecto de las consecuencias de nuestros actos. En realidad, el hombre no puede escoger inteligentemente si no consi­dera de antemano los resultados y consecuencias que su decisión ha de producir.

En medio de la confusión existente al respecto, es confortante encontrar un libro de Escrituras que presenta un concepto unifi­cado y provee una innegable evidencia en cuanto al hecho de que el hombre es su propio agente y que mediante el ejercicio de su libre albedrío habrá de determinar el curso y destino final de su propia vida.

En los comienzos de la cultura nefita, el profeta Lehi dijo a sus hijos:

Y ahora, hijos míos, os digo estas cosas para que os sirvan de provecho e instrucción; porque hay un Dios que ha creado todas las cosas: el cielo, la tierra y todo cuanto en ellos hay; tanto las cosas que obran, como las que reciben la acción.

Y para realizar sus eternos designios sobre el objeto del hombre, después de haber creado a nuestros primeros padres, los animales del campo, las aves del cielo, en fin, todo cuanto ha sido creado, se precisaba una oposición, sí, el fruto prohibido en oposición al fruto del árbol de la vida, dulce uno y amargo el otro.

Por lo tanto, el Señor Dios le concedió al hombre que obrara por sí mismo. De modo que el hombre no podía actuar por sí, a menos que lo incitara el uno o el otro. (2 Nefi 2:14-16)

Después de relatar cómo fue que, a consecuencia del ejercicio de su libre albedrío, se produjo la caída del hombre, y cómo la ex­piación iba a redimir al hombre de dicha caída, Lehi prosigue:

Y el Mesías vendrá en la plenitud de los tiempos, para redimir a los hijos de los hombres de la caída. Y porque son redimidos de la caída, quedan libres para siempre, distinguiendo el bien del mal, para obrar por sí mismos y no para que obren sobre ellos, a menos que sea el castigo de la ley en el grande y último día, según los mandamientos que Dios ha dado.

Así pues, los hombres son libres según la carne; y les son dadas todas las cosas que para ellos son propias. Y pueden escoger la libertad y la vida eterna, por motivo de la gran mediación para todos los hombres, o escoger la cautividad y la muerte según la cautividad y el poder del diablo, porque éste quiere que todos los hombres sean miserables como él. (2 Nefi 2:26-27; véase también la declaración de Jacob al respecto en 2 Nefi 10:23.)

El profeta Alma, a su vez, encuadra a todo individuo dentro de la responsabilidad exclusiva de obtener o no la vida eterna:

No debería, en mis deseos, deshacer los firmes decretos de un Dios justo, porque sé que él concede a los hombres según sus deseos, ya sea para muerte o para vida; sí, sé que él reparte a los hombres según la voluntad de estos ya sea para salvación o destrucción.

Sí, y sé que el bien y el mal están ante todos los hombres; y quién no conoce el bien y el mal, no es culpable; más al que distingue el bien y el mal le es dado según su deseos, sea que busque el bien o el mal, la vida o la muerte, el gozo o el remordimiento de conciencia. (Alma 29:4-5)

Samuel, el lamanita, no veía justificación alguna para el hombre que hiciera lo malo después de haber sido enseñado en las cosas de Dios. Habiendo predicho la terrible destrucción que el continente americano soportaría al tiempo de la muerte de Jesús, y las señales y maravillas que se mostrarían a los justos, Samuel agregó:

Con objeto de que aquellos que quisieren creer puedan ser salvos, y sobre aquellos que no quisieren creer descienda un justo juicio; y si también son condenados, traen sobre sí su propia condenación.

Así pues, recordad, recordad, mis hermanos, que el que perece, perece por causa de sí mismo, y quien comete iniquidad, lo hace contra sí mismo; pues he aquí, sois libres; se os permite obrar por vosotros mismos, porque Dios os ha dado el conocimiento y os ha hecho libres. (Helamán 14:29-30)

Jacob consideraba que el libre albedrío era un atributo priva­tivo del hombre. “Anímense pues, vuestros corazones—dijo— y recordad que sois libres para obrar por vosotros mismos: para es­coger la vía de la muerte eterna, o la de la vida eterna.” (2 Nefi 10:23.)

Para mucha gente es difícil creer en el libre albedrío, debido a que no alcanzan a comprender, desde el punto de vista de la lógica, cómo puede el hombre haber sido creado por Dios y a la vez ser libre de hacer lo que le plazca. Porque—arguyen ellos—si el hom­bre es enteramente obra de Dios, debe ser, por ende, exactamente como Él lo creara: si es decidido, es porque Dios lo dotó de una fuerte o de una potencialmente fuerte voluntad—y si es irresoluto, se debe a que fue creado débil. Este concepto parece lógico, pero está basado en la falsa idea de que el hombre, en su totalidad, fue creado por Dios.1

El Mormonismo sostiene que el hombre no ha sido creado completamente por Dios, puesto que su inteligencia no fue creada, sino que es co-eterna con el Padre. (Lowell L. Bennion, Religión of the Latter-day Saints (La Religión de los Santos de los Últimos Días), página 47; véase también Doc. y Con. 93:29)

Esto, sin embargo, no significa que el hombre es igual a Dios o totalmente independiente de Él.

El Libre Albedrío hace del Hombre un Ser Responsable

Como ser libre, el hombre es un personaje moral y responsable. Los profetas nefitas adjudicaban una cabal responsabilidad al individuo en cuanto a la aceptación o el rechazo del evangelio.

La doctrina del Mormonismo respecto del libre albedrío hace que en cierto sentido, este mundo sea tanto del hombre como de Dios. . . Tanto nosotros como nuestro Creador, somos responsables por las cosas de este mundo. La Historia es obra tanto del hombre como de Dios. (Ibid., página 46.)

Gracias al libre albedrío, los hombres serán juzgados conforme a la luz que haya en ellos. Aquellos que ignoren la ley, serán juzga­dos sin ley. Pero, tal como el rey Benjamín lo advirtiera, aquellos que hayan sido enseñados en el evangelio y desobedezcan luego sus principios, serán pasibles de una mayor condenación:

Y ahora os digo, hermanos míos, que si después de haber sabido y de haber sido instruidos en todas estas cosas, transgredís y obráis contra lo que se ha dicho, hasta el grado de separaros del Espíritu del Señor, y no le dais cabida en vosotros para guiaros por las sendas de la sabiduría, a fin de que seáis bendecidos, prosperados y conservados,

Os digo que el hombre que hace esto es aquel que se rebela abiertamente contra Dios; por tanto, se decide a obedecer al mal espíritu y se convierte en enemigo de toda rectitud; por tanto, el Señor no tiene lugar en él por­que no habita en templos impuros.

De manera que si ese hombre no se arrepiente, sino que permanece y muere enemigo de Dios, las demandas de la divina justicia despiertan en su alma inmortal un vivo sentimiento de su propia culpa que lo hace retroceder de la presencia del Señor, y le llena el pecho de culpa, dolor y angustia, que es como un fuego inextinguible cuya llama asciende para siempre jamás.

Y os digo que la misericordia no tiene derecho sobre ese hombre; por tanto, su destino final es padecer un tormento sin fin. (Mosíah 2:36-39)

El rey Benjamín miró también hacia el futuro, hacia los tiem­pos en que el evangelio sería predicado entre todas las naciones y a todas las gentes, y dijo:

Y además, te digo que vendrá el día en que el conocimiento de un Sal­vador se esparcirá por todas las naciones, familias, lenguas y pueblos.

Y cuando llegue ese tiempo, he aquí que nadie, fuera de los niños pequeños, será declarado sin culpa ante Dios sino por el arrepentimiento y la fe en el nombre del Señor Dios Omnipotente. (Mosíah 3:20-21)

Cuando el hombre, debido a circunstancias por las cuales no es responsable, no puede hacer la voluntad de Dios, el Señor acep­tará el deseo y la intención de su corazón, más bien que sus actos y el criterio de los hombres. De ahí que el rey Benjamín también declaró:

Y además, digo a los pobres, vosotros que no tenéis y sin embargo tenéis bastante para pasar de un día al otro, me refiero a todos vosotros que rehusáis al mendigo porque no tenéis; quisiera que dijeseis en vuestros corazones: No doy porque no tengo, más si tuviera, daría.

Si decís esto en vuestros corazones, quedáis sin culpa; de otro modo, sois condenados y vuestra condenación es justa, pues codiciáis lo que no habéis recibido. (Mosíah 4:24-25.)

Por consiguiente, Dios tendrá en consideración las limitaciones que las circunstancias y la acción de otros hayan impuesto a nues­tro libre albedrio. Alma, hablando de la restauración que tendrá lugar al tiempo de nuestra resurrección, hace destacar la importancia que los deseos del hombre tendrán en el día del juicio:

Uno resucitado a la dicha, de acuerdo con sus deseos de felicidad, o a lo bueno, según sus deseos del bien, y el otro al mal, según deseos de maldad; porque así como ha deseado hacer mal todo el día, así recibirá su recompensa de maldad cuando venga la noche.

Y lo mismo sucede del otro lado. Si se ha arrepentido de sus pecados y ha procurado la justicia hasta el fin de sus días, igualmente será recom­pensado en justicia.

Estos son los redimidos del Señor; sí, son los que serán librados de esa interminable noche de tinieblas; y así se sostienen o caen; pues he aquí, son sus propios jueces, ya para obrar bien, ya para cometer lo malo. (Alma 41:5-7)

La razón del libre albedrío del hombre se entiende mejor cuan­do consideramos el propósito de la vida.

El Propósito de la Existencia del Hombre

Todo aquel que haya observado detenidamente las distantes estrellas, teniendo conciencia de su relación hacia ellas en tiempo y espacio, o quien se haya inclinado ante la presencia de la muerte, ha meditado, indudablemente, acerca del propósito de la existencia del hombre. El Salmista no hacía sino eco a un antiquísimo interro­gante cuando escribió:

Cuando veo tus cielos, obra de tus dedos,
La luna y las estrellas que tú formaste,
Digo: ¿Qué es el hombre, para que tengas de él memoria,
Y el hijo del hombre, para que lo visites?
Le has hecho poco menor que los ángeles,
Y lo coronaste de gloria y de honra. (Salmos 8:3-5)

Para todo filósofo que haya negado la naturaleza eterna del hombre, es difícil encontrar propósito alguno en la existencia hu­mana. La vida terrenal tiene un final tan repentino, que no tiene sentido pensar que la tumba—no importa cuáles hayan sido nues­tras realizaciones durante el corto período de la existencia—es nuestra meta postrera.

Pero aun quienes creen en una existencia post-mortal varían grandemente entre sí, en cuanto a su entendimiento con respecto al propósito del hombre en esta vida. Para ellos, nada mejor que el cuadro definido que ofrecen las Escrituras de los Santos de los Últimos Días. El Señor dijo:

. . . Esta es mi obra y mi gloria: Llevar a cabo la inmortalidad y la vida eterna del hombre. (Perla de Gran Precio, Moisés 1:39)

Esto significa una existencia eterna para el hombre, con su cuerpo y espíritu propios nuevamente unidos,2 porque solamente el cuerpo y el espíritu unidos pueden recibir una plenitud de gozo.3

Debiéramos agradecer al profeta nefita Lehi por su breve pero expresiva frase que define el propósito de la vida: “. . . existen los hombres para que tengan gozo.”4

El hoy fallecido hermano B. H. Roberts, nos ha dejado una interesantísima explicación de esta frase:

“¡Existen los hombres para que tengan gozo!” ¿Tenemos aquí, acaso, una nueva versión de la doctrina de Epicuro, que rezaba: “El placer es el bien supremo y la meta principal de la vida”? ¡Por supuesto que no! Ni tampoco es una forma más del “hedonismo” antiguo—ética griega fundamentada en la egolatría. En primer lugar, debemos delimitar los sendos significados de las palabras “placer” y “gozo”. Estos términos no son sinónimos. El “placer” no deriva precisamente del “gozo”’, y éste puede proceder no sola­mente del “placer” sino también del dolor, cuando éste se soporta en aras del bien: tal como el padecimiento de una madre al dar a luz a su hijo, o las tribulaciones, riesgos y fatigas del padre que lucha por el bienestar de sus seres queridos . . . “Gozo” tampoco es (en el Libro de Mormón) el gozo de una mera inocencia—puesto que ésta no es sino una cierta clase negativa de virtud, una virtud incolora, nunca realmente segura de sí misma, siempre más o menos incierta, ya que no es probada ni ensayada. Dicha virtud—si la simple ausencia de vicios puede calificarse como virtud—no puede producir “gozo”, la obtención del cual es proclamada por el Libro de Mormón como el propósito de la existencia del hombre, según las palabras de Lehi: “. . . habrían (Adán y Eva) permanecido en un estado de inocencia, sin sentir gozo, por no tener conocimiento de la miseria; sin hacer el bien, por no conocer el pecado.” (Nefi 2:23.)

De esto se deduce que el gozo a que se refieren estos pasajes del Libro de Mormón, es uno que se obtiene de algo más que un simple estado de ino­cencia, puesto que ésta no puede producirlo. El gozo de que nos habla el Libro de Mormón, proviene de la misma rudeza de la vida humana, del conocimiento que tengamos en cuanto al mal y al pecado; se obtiene mediante el conocimiento de la miseria, la pena, el dolor y el sufrimiento; se logra a través de la experimentación ante el tremendo conflicto entre lo bueno y lo malo, teniendo conciencia para escoger, en dicho conflicto, la mejor parte: es decir, lo bueno; y no solamente escogiéndolo, sino comprometiéndose en ello por medio de un convenio eterno; hacerlo de uno, por el derecho que le otorga la conquista sobre lo malo. Esta es la clase de gozo que derivará de la conciencia de haber “peleado la buena batalla”, o de haber “guardado la fe”. Gozo es lo que se obtiene por saber que se tiene fuerza moral, física y espiritual, fuerza que fuera ganada en aquél mismo conflicto, fuerza que proviene de la experiencia, del haber sondeado las profundidades del alma, del haber probado todas las emociones a que la mente sea susceptible, del haber en­sayado todas las cualidades y el poder del intelecto. Un gozo que viene al hombre que contempla el universo considerando que él es heredero de lo que aquél encierra—co-heredero con Jesucristo y con Dios; un gozo que viene de saber que él mismo es parte esencial de dicho universo. Es un gozo que nace de la misma conciencia de estar viviendo—y que se goza en la misma existencia —y de la consideración y la realización de las ilimitadas posibilidades que la vida ofrece. Un gozo que proviene de saberse con poder para progresar eternamente; algo producido por la asociación con las Inteligencias de los cielos—los Dioses de todas las eternidades.

El gozo a que se refieren dichos pasajes del Libro de Mormón, es uno que proviene de la conciencia de ser y tener inteligencia, fe, conocimiento, luz, verdad, misericordia, justicia, amor, gloria, dominio, sabiduría, poder; un gozo que proviene de toda clase de sentimientos, afecciones, emociones y pa­siones; … ¡de todo lo sublime y de todo lo profundo! Existen los hombres para que tengan gozo, y ese “gozo” está basado y comprende todo lo que aquí se ha mencionado. (B. H. Roberts, New Witness for God (Un Nuevo Testigo de Dios), tomo 3, página 199)

Hablando del propósito del hombre, el profeta José Smith de­claró:

La felicidad es el objeto y el propósito de nuestra existencia; y también será el fin de ella, si seguimos el camino que nos conduce a la felicidad; y este camino es virtud, justicia, fidelidad, santidad y obediencia a todos los mandamientos de Dios. (Enseñanzas del Profeta José Smith, página 312.)

Varios profetas han definido también el propósito de la vida. Alma dijo:

. . . así que esta vida llegó a ser un estado de probación; un tiempo de preparación para aquel estado sin fin de que hemos hablado ya, que llegará después de la resurrección de los muertos. (Alma 12:24)

Con las siguientes palabras, Nefi manifestó que la meta del hombre es la exaltación:

Pero he aquí, los justos, los fieles del Santo de Israel, aquéllos que han creído en él, que han soportado la cruz del mundo y despreciado la vergüenza, éstos heredarán el reino de Dios que ha sido preparado para ellos desde la fundación del mundo, y su gozo será completo para siempre. (2 Nefi 9:18.)

Moroni consideraba que el propósito de la Vida es llegar a ser hijos e hijas de Dios para siempre:

Por consiguiente, mis amados hermanos, pedid al Padre con toda la energía de vuestros corazones, que os hincha este amor que él ha concedido a todos los que son discípulos verdaderos de su Hijo, Jesucristo; que lleguéis a ser hijos de Dios; que cuando él aparezca, seamos semejantes a él, porque lo veremos tal como es; que tengamos esta esperanza; que podamos ser puros así como él es puro. Amén. (Moroni 7:48.)

En conclusión, el propósito de la vida está íntimamente re­lacionado con la existencia eterna del hombre, y el gozo correspon­diente tiene que ver con la exaltación en el reino del Padre.


Véase Liahona de marzo de 1962, página 59 (La Luz Verdadera, por S. W. Sill).
Véase Doc. y Con. 88:14-16.
Véase Doc. y Con. 93:33-34.
4 2 Nefi 2:25.

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2 Responses to Enseñanzas del Libro de Mormón

  1. Avatar de Desconocido Anónimo dice:

    Gracias por tan importante altura Gracias bendiciones saludos

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  2. Avatar de Desconocido Anónimo dice:

    Gracias por este bello mensaje Gracias excelente explicacion

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